INSIDE

By iambxstian

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¿Alguna vez te has preguntado cómo es en realidad la vida de los acomodados? Bienvenidos al Noreste de la ciu... More

Nota del autor
Prólogo
Capitulo 1
Capitulo 2
Capitulo 3
Capitulo 4
Capitulo 5
Capitulo 6
Capitulo 7
Capitulo 8
Capitulo 9
Capitulo 10
Capitulo 11
Capitulo 12
Capitulo 13
Capitulo 14
Capitulo 15
Capitulo 16
Capitulo 17
Capitulo 18
Capitulo 19
Capitulo 20
Capitulo 21: Retrospective Special (Parte 1)
Capitulo 21: Retrospective Special (Parte 2)
Capitulo 22
Capitulo 23
Capitulo 24
Capitulo 25: Lose Your Mind
Capitulo 26
Capitulo 27
Capitulo 28
Epílogo
Agradecimientos

Capitulo 21: Retrospective Special (Parte 3)

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By iambxstian

Sí, la había cagado hasta más no poder. Mis mejores amigas de toda la vida se estaban yendo para siempre, luego de haber vivido una situación horrorosa, y yo lo único que había hecho era reprocharlas. Era un total idiota.

Me quedé parado unos segundos más ahí en mi habitación, inmóvil, intentando analizar la situación. Era mucha información para un día. Primero, Aiden me dejaba. Y ahora mis mejores amigas. Pero esta vez, no perdería la oportunidad de despedirme. 

Salí de mi habitación hecho una bala, y corrí hasta llegar al ascensor. Me subí y comencé a presionar el botón desesperadamente como si este fuera a ir más rápido si lo hacía. Al llegar a la recepción, fui directo hasta la entrada del edificio, y la lluvia no tardo ni un segundo en mojarme por completo. Miré hacia ambos lados, viendo por donde se había ido, y a lo lejos, la vi caminando, y abrazándose así misma por el frío. No lo pensé dos veces, y corrí hacia ella.

>Mood: The Only Exception - Paramore<

– ¡MO! – grité desesperado. Ella paró de golpe, y se giró. Estaba llorando.

– ¿Qué es lo que quieres? – preguntó al llegar a su lado.

– ¡Te amo muchísimo! – me lancé a abrazarla – perdón por lo que dije, soy un estúpido.

– Yo también te amo – correspondió a mi abrazo entre lagrimas. –  y no sabes lo que me duele dejarte.

– Y a mi que ustedes me dejen – la miré, mientras la lluvia nos mojaba a ambos.

– Prométeme que te vas a cuidar – tomó mis mejillas mirándome fijamente como si fuera un niño pequeño.

– Como siempre lo he hecho – intenté formar una sonrisa.

– Ahora es distinto, Santiago. – acarició mi mejilla – nosotras ya no vamos a estar, y Aiden tampoco.

– ¿Aiden? – pregunté muy confundido.

– Se rumorea que se fue de la ciudad – explicó – y, si Santiago, ya se que estuvieron juntos.

– ¿Cómo lo supiste?

– Te conozco como la palma de mi mano – sonrió – y además, el me contactó a mi y a Crystal por lo de tu bulimia, quería que te mantuviéramos vigilado...

– Ese maldito estúpido – dije con furia.

– Por eso tienes que prometerme que te vas a cuidar.

– Te lo prometo, Mo – sonreí lo más sincero posible.

– Te amo mi gato gordo – me abrazó con fuerza.

– Yo más mi vaca redonda – la estruje con todas mis fuerzas. Ese probablemente sería nuestro ultimo abrazo – espero volver a verte algún día. – hice parar un taxi para que se subiera.

– Nos volveremos a ver algún día de Valdés.

– Despideme de Crystal – tomé su mano – dile que la amo muchísimo, aunque ella ya lo sabe.

– Nunca nos olvides, Santiago – pidió apretando más mi mano.

– Jamás en la vida las podría olvidar – negué con la cabeza y ella se comenzó a subir al taxi.

– Ah, y Santiago – se giró nuevamente – que nada ni nadie te limite jamás. Los limites los pones tú. Se que vas a llegar a ser alguien grande cuando dejes de esconderte del mundo. – dicho esto, cerró la puerta del taxi y se fue.

Me quede ahí parado bajo la lluvia observando el taxi que se llevaba a mi mejor amiga alejarse y alejarse, hasta que se perdió por entre los demás autos que transitaban. Ya estaba oscureciendo, y las luces de la calle se encendieron. Me sentía débil, y muy destrozado. No creía para nada lo que estaba pasando ¿Cómo era posible que en un día todo se hubiera ido a la mierda? Hace una semana, las sonrisas invadían mi rostro todos los días y ahora en estos momentos, mi rostro era un mar de lagrimas y agua de lluvia.

Miré hacia arriba, y cerré los ojos, dejando que la lluvia cayera sobre mis ojos para intentar calmarme, pero nada podía. Mis manos tiritaban, y definitivamente no era de frío. Me devolví a paso rápido hasta el edificio, y entré hecho una furia. Subí hasta mi apartamento, y luego hasta mi habitación. Al llegar allí tomé el libro de poesía de Aiden, y me fui directamente a mi armario. Abrí ambas puertas hasta atrás, y entré. Me acerqué lentamente hasta la encimera que estaba en el centro de este, y deje el libro ahí. Apoyé ambos codos, y tapé mis ojos. Necesitaba calmarme. Pero no fue posible. De un momento a otro, lancé un grito que salió de lo más profundo de mí, y boté todos los libros y cosas que habían encima. Luego fui hasta las estanterías donde se encontraban mis miles de libros, y los comencé a lanzar uno a uno al suelo. Los lanzaba furioso, y en el acto, destrozaba la mayoría. Ya no quería nada tener que ver con ese mundo. No quería tener nunca más algo que me recordara a Aiden de la Noi. O a lo que quedaba de mi.

Al ya tener todos los libros en el suelo, me lancé de rodillas, un poco sin creer todo el desorden que había formado. Las estanterías estaban completamente vacias, y probablemente en el suelo habían mas de doscientos o trescientos libros. Todos rotos. Toqué algunos con lastima, y me volví a levantar. Iba a salir del armario, pero pise un libro que me lo impidió. El libro de Aiden. Lo tomé, y lo miré con rabia. Lo odiaba. Lo odiaba por haberme enamorado, y luego haberse ido sin dar ni si quiera una explicación. Con todas las fuerzas que tenía lo lancé hacía el frente, así provocando que impactara directamente con uno de los grandes espejos que habían dentro del armario. Se hizo mil pedazos. Me acerque lentamente, y miré los trozos que yacían en el suelo, todos proyectando mi reflejo. Tomé uno de ellos, y lo miré fijamente.

Recuerdos y más recuerdos llegaban. – Santiago, eres muy guapo, deberías sacarte más partido– decía Crystal. –Hermanito, si cambiaras ese corte asqueroso de pelo, y tu forma de vestir, todas las chicas estarían detrás tuyo – decía mi hermana. –Eres hermoso Santiago, tengo miedo que llegue algún otro estúpido y te aleje de mi lado – decía Aiden.

– Juro que nunca nadie más me va a pasar por encima – me dije a mi mismo, mirando mi reflejo. – nunca más volveré a ser el chico invisible. Todos van a saber quien es Santiago de Valdés.

Apreté y apreté el trozo de espejo con fuerza. Note como mis manos desprendían un hilo de sangre, pero no paré hasta que por fin logré romperlo por completo.

Jamás volvería a ser el mismo. Jamás volverían a ver ese Santiago que todo se callaba y nunca actuaba contra los demás.  Dicen que el dolor cambia a las personas, y bueno, en ese momento lo estaba haciendo conmigo.

Me dirigí a la mínima sección donde se encontraban mis prendas de vestir, y las tomé lanzándolas todas contra el suelo. Las rompí una por una, dejándolas totalmente inutilizables. Las rompía con toda la rabia y amargura que sentía. Al terminar, lo único que hice, fue quitarme toda la ropa mojada que tenía y lanzarme a mi cama. En segundos, me quede profundamente dormido.

Al otro día, desperté temprano por la mañana con un animo del demonio. Sentía que quería asesinar a todo lo que se pusiera en mi camino. Me levanté y me fui directamente al baño. En el camino, miré una foto donde salía Crystal, Nicole y yo haciendo unas caras chistosas. Sonreí levemente, para luego tomar la foto, y guardarla en un cajón. No quería nada que me recordara lo que ya no quería ser. 

Entré al baño y me miré las manos. Tenía cortes, pero no eran muy profundos, y no dolían para nada. Me duché lo mas rápido posible, y luego fui a lo que quedaba de mi armario. Tomé lo poco y nada que tenía de ropa, y me la puse rápidamente para luego salir de mi habitación e ir a la de mi hermana. Abrí la puerta sin tocar, y la vi plácidamente durmiendo. Sin ninguna pena o remordimiento por verla tan cómoda, la desperté.

– ¡DESPIERTA FLOJA DE MIERDA! grité agitándola.

– ¡¿PERO QUE RAYOS?! se asustó cayendo de la cama. 

– Dúchate y vístete, vamos a salir – ordené.

– ¡¿ACASO ERES ESTÚPIDO?! –dijo furiosa – ¡PODRÍAS HABERLO DICHO MÁS SUAVEMENTE!

– Ser ''suave'' – hice comillas con mis dedos – no es mi fuerte, hermanita – sonreí con sarcasmo.

– Alguien anda de mal humor hoy parece... – se levantó del suelo.

– No es tu problema – dije aún más ácido – ahora, apúrate.

– ¿Y a donde es que vamos si se puede saber? – preguntó levantando una ceja.

– A donde más te gusta ir, al centro comercial. Vamos de compras.

– ¡¿EN SERIO?! – gritó emocionada

– Si, quiero llenar mi armario de ropa, y no de esos estúpidos libros –suspiré.

– ¡Por fin entraste en razón! – aplaudió y se lanzó a abrazarme.

– Si no me sueltas en tres segundos, lamentaras este día. – dije sin corresponder a su abrazo.

– En quince minutos estoy lista – se separó de mi y corrió a su baño.

En ese tiempo, fui hasta abajo y le di por orden a Dorota que sacara todo lo que hubiera en mi armario, lo quería totalmente vació. Ella solo asintió y sabía que para cuando volviera, ya no abría nada. Al subir, como Trinidad dijo, en quince minutos exactos estuvo lista. No se como lo hizo. Pero lo logró. Esta chica probablemente debía ser un ninja.

Al llegar al centro comercial, Trinidad comenzó a correr de tienda en tienda como loca. No sabía por donde podríamos empezar, pero yo sí. Lo primero que haríamos sería ir a la peluquería a cambiar mi corte de pelo. Y cuando Trinidad se enteró, pegó un grito épico. Estaba demasiado feliz ya que por fin su hermanito le había hecho caso, y se estaba sacando partido. Elegí un corte simple, dejando atrás el maldito volumen que siempre caracterizaba mi pelo, y deje algunos mechones colgando en mi frente.  Y debía admitirlo. Me veía jodidamente sexy. Nunca me había mirado al espejo para analizar mis rasgos o mi cara. Tampoco me encontraba bonito o sexy. Pero ahora con ese corte. Wow. Me casaría conmigo mismo.

Luego de la peluquería, fuimos directamente a una de las tiendas que más llamó mi atención por su estilo. Calvin Klein. Juro que me llevé todo. Literal. Compraba y compraba cosas, me encantaban todas las prendas que habían. Y a mi hermana igual, entonces ¿Por qué tener que llevarse algunas cosas si tienes el dinero de comprarlo todo?

Siguiendo nuestro recorrido pasamos por Dior Homme, Balmain, H&M, Zara, Ralph Lauren, Armani y todas las tiendas que se puedan imaginar. Eran bolsas y más bolsas de ropa. Es más, tuvimos que pedir ayuda a nuestro chofer para que se llevara la primera carga, ya que no podíamos con tantas cosas. Luego de eso, venía el calzado. Jimmy Choo, Nike y  Adidas fueron los principales elegidos para comprar miles y miles de zapatos. Otra vez nuestro chofer fue en busca de las bolsas y se las llevo. Ahora solo me faltaba una cosa. Comprar un celular de último modelo, ya que el mio era un dinosaurio al lado del iPhone 4 de mi hermana. Fuimos directamente hasta MacOnline y adquirí en seguida mi nuevo iPhone. Ahora por fin, estaba a la moda y tenía todo lo que necesitaba para empezar de nuevo.

No nos dimos cuenta de cómo había pasado la hora, pero ya eran casi las siete de la tarde cuando nos comenzábamos a retirar del centro comercial. Íbamos caminando hacia la entrada donde nuestro chofer ya nos esperaba, cuando Trinidad recibió un mensaje y paró en seco.

– ¡NO ME LO CREO! –gritó emocionada viendo su celular.

– ¿Qué ocurre? – pregunté desconcertado.

– ¿Quieres ir a una fiesta? – posó su mirada en mí.

– ¿Una fiesta? – levanté ambas cejas.

– ¡Sí! – movió sus manos feliz – ¡Vamos! ¡Lo pasaremos genial!

– Podría ser divertido – intenté sonreír.

– ¡Yaju! – me abrazó – ¡Nuestra primera fiesta juntos! ¡A las diez tenemos que estar listos!

– ¿Mamá nos dará permiso? – pregunté al separarla.

– Claro, siempre me deja ir a todos lados – sonrió.

– Era obvio – reí.

Al llegar al apartamento, subí directamente a mi habitación y Trinidad fue a la habitación de nuestra madre para pedir el permiso. Al llegar, vi a Dorota terminando de acomodar las ultimas prendas que quedaban de las miles de bolsas que habían. Ahora mi armario si parecía uno. Estaba completamente lleno por todos lados de ropa, ropa y más ropa. Era como una tienda.

– ¡¿Sr. Santiago?! – preguntó sorprendida al verme – ¡Pero si se ve tan guapo!

– Oh, Dorota – reí – no es para tanto.

– ¡Esta totalmente distinto! – se acercó para abrazarme. – ¡Me encanta como se ve!

– Muchas gracias, Dorota – correspondí a su abrazo.

– ¿Y por qué este cambio tan repentino? – preguntó curiosa.

– No lo sé – sonreí admirando mi nuevo armario – creo que era hora de ser otro.

– Mmm... – me miró con los ojos entrecerrados – ¿Y que tenía que ver el espejo con ese cambio?

– ¿C-como? – pregunte nervioso.

– Estaba quebrado y tenía sangre... – tomó mis manos rápidamente y las giró –  ahora se de donde provino. 

– Yo... – no sabía que decir.

– ¡Tenemos el permiso! – entró gritando Trinidad – ¡Oh, Hola Dorota! – se lanzó a abrazarla– ¡¿Por dios Santiago, que rayos le ocurrió a tus manos?!

– Eh... – la miré y luego mire a Dorota – nada – sonreí – un accidente con uno de los libros.

– ¿Ves? Siempre he dicho que esas cosas son inservibles – rió – ya sabes, Santiago, a las diez te quiero listo. – dijo para luego retirarse.

– No preguntes nada – advertí a Dorota y desaparecí del lugar.

El reloj marcó las nueve y media. Y yo aún estaba en bóxers dando vuelta por mi armario sin saber que rayos ponerme. Vaya que era difícil tener tanta ropa. Todo era bonito, y me daban ganas de ponérmelo todo. Pasaba y pasaba las prendas por mis manos, pero no sabía realmente que hacer. Hasta que finalmente, encontré una polera negra básica Zara la cual combine con unos Jeans claros, de marca Calvin Klein y unas zapatillas a juego negras con un poco de caña que iban a la perfección. Esperaba haber hecho un buen trabajo, o Trinidad definitivamente me mataría. Por ultimo, tomé una chaqueta de pluma, marca Columbia color gris y salí de mi habitación. Nueve y cincuenta y cinco minutos. Bien, estaba justo en la hora. Fui hasta la puerta de Trinidad y me iba a disponer a tocarla, pero esta se abrió de golpe, dejando ver a mi hermana en un hermoso conjunto Chanel, que le quedaba totalmente perfecto. Ella siempre era una diosa.

– Oh-por-dios – dijimos ambos al mismo tiempo.

– Te ves increíble – sonreí.

– Tú te ves increíble hermanito – me abrazó saltando de emoción – hoy muchas chicas van a caer rendidas a ti.

– Bueno, tengo lo mio –bromee.

– Así me gusta – rió.

Bajamos a la sala, y Trinidad me recomendó que comiéramos algo, ya que probablemente no hubiera nada de comer. Y digo probablemente solo por decirlo, ya que era obvio que no habría nada mas que alcohol. Estábamos en eso cuando apareció nuestra madre.

– ¿Santiago? – preguntó sorprendida.

– ¿Quién más podría ser? – me giré confundido.

– Estas tan... tan... – comenzó a formar una sonrisa.

– ¿Guapo?¿Hermoso? ¿Sexy? – sonreí con suficiencia y mordí la manzana que tenía en las manos – ya lo sé, no necesitas decírmelo.

– ¿Cómo lo lograste? – miró a Trinidad.

– Yo no hice nada – dijo comiendo – el lo decidió solito.

– Estoy muy orgullosa de ti – primera vez que escuchaba salir esas palabras de la boca de mi madre hacia mi – de verdad.

– Acostúmbrate – le guiñe un ojo – porque en lo que a mi respecta, el otro Santiago esta mas que muerto. Pero te advierto que esto salió carísimo – apunté mi ropa – así que, prepárate para la cuenta que te llegara a fin de mes – reí.

– El dinero es lo de menos si te ves así – sonrió.

– Es hora de irnos, S. – informó mi hermana.

– Esta bien – asentí – adiós madre, nos vemos mas tarde.

– ¡Pórtense bien! – gritó – ¡Trinidad, cuida a tu hermano!

– ¿No debería ser al revés? – pregunté.

– Es tu primera fiesta – rió Trinidad – obvio que te tendré que cuidar yo.

Nos subimos a nuestro auto, y en cosa de unos diez minutos estuvimos  en el lugar de la fiesta. Era una gran mansión, realmente hermosa, con una fuente de agua que acaparaba toda la atención en la entrada. Al bajarnos, pude ver la gran cantidad de autos que habían, y también todos los chicos que estaban a fuera bebiendo y pasándola bien. Reconocí a algunos ya que los había visto en el Newland. La mayoría me miraba extrañados, ya que no tenían idea quien era. Mi hermana en cambio, saludaba a todos. Algunos hasta llegaban a pensar que yo era su novio, pero ella lo aclaraba diciendo que era su hermano. Al entrar a la mansión, quede aún más asombrado. Si ya era hermosa por fuera, por dentro era el triple. Estaba pintada de un color rojo, acompañada de pilares y monturas en color blanco.Ademas del centro colgaba un gran candelabro. Sinceramente, una de las mejores casas que había visto en años.

El ambiente era genial.  Al final de la sala, cerca de la escalera se encontraba el DJ poniendo música muy de la temporada. En otro extremo, se encontraba una barra la cual abastecía de todo lo que fuera posible abastecer a los adolescentes que ahí se encontraban. El olor a tabaco y marihuana se sentía en el ambiente. Sinceramente, me había perdido mucho tiempo. Esto era lo mejor. 

Trinidad, que según yo se iba quedar conmigo, solo al entrar y verme distraído observando, se fue dejándome cual perro abandonado. No supe a donde tenía que ir, así que lo primero que se me vino a la mente fue abrirme paso entre la gente hasta llegar a la barra. Y ahí pedí lo único que conocía ya que a mi madre le gustaba mucho, vodka con gin,  hielo y limón. Debo decir que hasta ese momento, jamás había probado una gota de alcohol en mi vida. Nunca me había llamado la atención, pero cuando probé ese vodka, juro que me enamoré. Era lo más rico de la vida. Me lo tomé casi al instante viendo como las personas la pasaban bien y se divertían. Pedí otro, y me lo iba a empezar a tomar, cuando un chico llegó a mi lado llamando mi atención.

– ¿Te gusta la fiesta? – preguntó este chico desconocido.

– Claro – sonreí – esta muy buena.

– Nunca te había visto en alguna – dijo tomando su trago.

– Es a la primera fiesta que asisto – lo miré sonriente.

– ¡No! ¿Es una broma? – preguntó sorprendido y yo solo me encogí de hombros– esta tiene que ser tu noche.

– No lo creo, mi hermana de abandonó y creo que me la pasaré toda la noche aquí, tomando esta maravillosa cosa, que no tengo idea que es, pero esta muy rica. – volví a reír.

– Oh, vamos. pasó una mano por mi cuello – ahora me tienes a mi – me miró fijamente, y dejo su trago en la barra, para estrecharme la mano – Emilio Dalgaard para servirte.

– Santiago de Valdés – estreche también mi mano – ¿Qué edad tienes?

– ¿Cómo? – preguntó ya que el ruido de la música era muy alto.

– ¡¿Qué edad tienes?! – dije más fuerte.

– Catorce – sonrió – a punto de cumplir quince.

– Tenemos la misma edad –formé una media sonrisa.

– Ven, vamos a bailar. – tomó de mi mano y me tiró hasta la pista.

De por sí era raro que estuviera bailando con un hombre, y era aún mas raro que no tuviera idea de cómo bailar. Pero al parecer a nadie le importaba. Todos estaban en su propio mundo. Emilio se notaba que le gustaban las fiestas, ya que bailaba y bailaba como un verdadero profesional. Tomaba mis manos y las levantaba con la intención de que me moviera, pero simplemente no sabía cómo, y hasta me daba un poco vergüenza. De pronto Emilio metió una de sus manos en el bolsillo de su chaqueta, y me extendió una pastilla.

– Tómala – sonrió – hará que bailes como un jodido dios, y que la pases excelente.

– ¿Qué es? – pregunté recibiéndola.

– Éxtasis.

Lo miré con desconfianza por unos segundos, pero al ver que el también tomó una y se la llevó a la boca, tomé la pastilla. A los pocos minutos, me comenzó a dar sed, por lo cual Emilio propuso que fuéramos por unos tragos. Esta vez serían tequilas. Comencé a tomar y a tomar shots de tequilas, los cuales eran fuertísimos, pero me gustaba su sabor junto con el limón y la sal. Luego vino una ronda de champán, y más champán. Cada vez me sentía más y más feliz, y mi cuerpo de pronto se comenzó a mover solo. Me dejaba llevar por la música, y era como si fluyera con ella. Nos fuimos con Emilio hasta la pista de baile y comenzamos a bailar con unas chicas hermosas que se encontraban ahí bailando entre ellas. Y de un momento a otro, todo se volvió negro.

***

Desperté lentamente y me removí muy incomodo en la cama. No tenía ganas de abrir los ojos, quería seguir durmiendo. El dolor de cabeza me iba a matar en cualquier momento. Me giré para volver a caer en los brazos de morfeo, pero mi mano chocó con algo. Algo suave. Abrí los ojos de golpe. Y lo que me encontré no me lo abría imaginado ni en mis mejores sueños. Al lado mio se encontraba una chica, de ultimo año del Newland completamente desnuda. Me senté de golpe, y miré mi cuerpo. Estaba desnudo ¿Qué mierda había pasado anoche? ¿De verdad había perdido mi virginidad con ella? Eso ni yo me lo creía. 

Intenté sentarme mejor en la cama, y al apoyar mi mano nuevamente, toque algo resbaloso. Al mirar lo que era, otra vez quede impactado. Un condón. Había un jodido condón ahí. Si, Santiago de Valdés definitivamente se había tirado a la chica más guapa de ultimo año. Sonreí instintivamente, ya que por alguna razón, se sentía bien haberse dejado llevar. Intente bajarme de la cama para ir a buscar mi ropa, pero al poner el primer pie en el suelo, pise una mano.

– ¡AHHHH! –gritó Emilio.

– ¡Emilio! – me agaché un poco – ¡Lo siento, lo siento, lo siento! – dije intentando no reír.

– ¡Por qué rayos me pisas! – se quejó rascándose los ojos.

– Si no durmieras en el suelo, no te hubiera pisado – expliqué.

– ¿En el que...? – preguntó desconcertado, sentándose – oh... ahora entiendo.

– ¿Sabes que pasó anoche? – lo interrogué.

– Al parecer tu te tiraste a esa chica – apuntó a la que estaba durmiendo conmigo en la cama – y yo a ella – apuntó a una chica que se encontraba durmiendo un poco más allá de Emilio, sobre una sabana.

– Esto es increíble – dije recogiendo mis bóxers y poniéndomelos – lo ultimo que recuerdo es que estábamos bailando con ellas, y de repente desperté aquí.

– Bienvenido al mundo de las fiestas mí querido Santiago – sonrió.

– Acabo de perder mi virginidad con ella – susurré.

– Buen material para perderla – susurró entre risas.

– ¡MIERDA! –dije de repente – ¡MI HERMANA!

– ¿Cuál hermana? – preguntó Emilio confundido.

– Trinidad, es mi melliza de hecho... – respondí mientras buscaba mis pantalones por el lugar. – me va a matar, lenta y dolorosamente.

– ¿Eres mellizo de Trinidad de Valdés? ¿Y nunca habías venido a una fiesta? – preguntó sorprendido.

– ¿Si...? – lo miré con una ceja en alto.

– No hay una fiesta en un radio de 16km que Trinidad no conozca – explicó

– Lo sé  – asentí – pero antes era un poco... raro.

– Entiendo. – rió.

Cuando al fin encontré mi celular, no tenía absolutamente ninguna llamada perdida de mi madre o de Trinidad ¿Qué rayos? ¿Tan poco les importaba que me hubiera perdido por ahí? Hasta me podrían haber matado. Decidí llamar a mi hermana.

¿Qué quieres Santiago? – preguntó media dormida.

¿Mama no te dijo nada por no llegar juntos?

Claro que no, le expliqué que lo que tu me dijiste – balbuceó.

¿Lo que yo dije? – ahora si estaba confundido.

Me encontraste en la fiesta, y me dijiste que te ibas a quedar ahí con tu nuevo amigo, Elias... Emilio, ay como se llame...

¿En serio dije eso?

Vaya que si estabas ebrio – rió. – ya, adiós. Quiero seguir durmiendo.

Nos vemos al rato – colgué.

Sinceramente había un hoyo negro en mi cabeza. No tenía ni la menor idea de que me había acercado a mi hermana y le había avisado que me quedaría.

– Le avisé que me quedaría aquí – miré a Emilio sorprendido.

– ¿En serio? No recuerdo nada de eso – rió.

– Que vergüenza – me tapé la cara – me auto invite solo a tu casa.

– Mi casa, es tu casa – sonrió sincero. – ahora somos amigos.

Después de eso, con Emilio intercambiamos números, y yo decidí que era hora de irme. Me vestí rápidamente e intente arreglar lo que pudiera de mi cabello. Llamé a mi chofer para que me fuera a buscar y me despedí de Emilio para luego salir de su habitación.

Al ir bajando las escaleras, quede sorprendido de cómo había quedado su casa. Era un jodido campo de batalla. Con gente tirada por todos lados, y miles de vasos lanzados en todo el suelo. Vaya el trabajo que iba a tener el servicio de esa casa.

Cuando llegue a la entrada, noté que mi chofer ya estaba ahí, por lo que me subí, lo saludé y creo que los diez minutos de viaje, me fui completamente dormido. Luego, me despertó y me bajé para subir rápidamente a mi apartamento, y posteriormente a mi habitación. Ahí lo primero que hice fue darme una larga ducha, sacando todo rastro de la fiesta y noté que mi cuerpo estaba lleno de moretones por todos lados. Marcas de guerra. Al terminar, me puse solo unos bóxers y me lancé a dormir hasta que se quitara toda la resaca.

Desperté ya en la tarde gracias a que Trinidad no se aguantó la curiosidad, y se coló en mi pieza para preguntarme todos los detalles. Por su puesto, le conté lo que había hecho. Ella gritó como una loca, y se lanzó a abrazarme y felicitarme. Estaba loca, pero la amaba. Luego cuando me dejo solo, me quede viendo televisión y hable por Whatsapp con Emilio. Ese chico realmente era muy simpático y loco. Se notaba que haríamos una gran y linda amistad.

Al llegar la noche, me volví a dar una ducha, y luego me fui directo a la cama otra vez. Aún me sentía cansado. Apagué todas las luces y cerré los ojos. En ese momento, algunos recuerdos de la noche anterior comenzaban a llegar como flashes a mi mente. Era como si toda mi noche estuviera fragmentada. Así poco a poco, y con una sonrisa en la boca me quede profundamente dormido.

Al otro día, ya no quedaba ningún rastro de la resaca del día anterior, por lo que me levanté con todo el animo para ir al colegio. Ese día todos conocerían al nuevo Santiago de Valdés.

Me esmeré más de lo usual para verme bien. Y además, desordene un poco el uniforme. Normalmente, solía usar todos los botones de la camisa cerrados, y la corbata bien puesta. Esta vez, abrí dos botones, y solté mucho la cortaba, dejándola casi solo colgando de mi. Se veía perfecta. Mis pantalones que siempre los llevaba bien arriba, los baje un poco más, dándole más estilo a mi persona. Me puse el nuevo blazer que había comprado, que era más entallado a mi cuerpo y tomé mi nueva mochila Jansport de color burdeo. Me encantaba como me veía.

Cuando nos bajamos del auto con mi hermana, las miradas se posaron inmediatamente sobre mi. Todas las chicas me miraban con cierta coquetería y luego cuchicheaban cosas entre ellas. Todos querían saber quien era el nuevo alumno del Newland. Pero lo cierto es que no era para nada nuevo. Ahí si que me di cuenta, que antes era un total fantasma en ese colegio. Al entrar en las inmediaciones del edificio le pedí a Trinidad si me dejaba estar con ella y sus amigas, ya que Crystal y Nicole se habían ido, por lo cual estaría solo. Ella aceptó de inmediato, sin ningún reclamo, es más. Estaba muy feliz. Pero cuando íbamos acercándonos a una de sus amigas que se encontraba apoyada en un casillero, todos los celulares del lugar comenzaron a sonar. Incluidos el mio y el de Trinidad. Era una difusión de mensajes con una fotografía adjunta.

e-blast#0: ¡Hola, Hola! Santiaguinos del Noreste, RudeBoy aquí. Se que ninguno de ustedes me conoce, pero luego de esto, muchos lo harán.

Spotted: Santiago de Valdés en la cama con Kika Silva. Les apuesto lo que sea a que la mayoría de los chicos del Newland han tenido sueños mojados con esta chica, pero déjenme decirles algo, el único que se la logró llevar a la cama, es solo un chico de catorce años que hasta el momento nadie sabía que existía, pero adivinen de quien es hermano. Si, de nada más y nada menos que de la popular Trinidad de Valdés. Tomen esa chicos, Santiago de Valdés les tapó la boca a todos. Cuídense, porque los estaré vigilando a cada momento.

You know you love me

XOXO, RudeBoy.

Al ver la fotografía. Quedé helado de la impresión. Ahí estaba yo, besando a esa chica rubia con mis manos soltando su sostén. Era increíble. Todos de un momento a otro, posaron su mirada sobre mi. Trinidad estaba totalmente boquiabierta, pero a la vez feliz. Los chicos que iban pasando me felicitaban gritando –campeón–. Y las chicas seguían con sus miradas coquetas. Era la primera vez que escuchaba hablar de RudeBoy y por lo visto, todo el mundo también, pero se había ganado mi amor inmediato.

Lo que yo no sabía, es que desde ese momento nunca más las personas se olvidarían del nombre de Santiago de Valdés, y que cinco años después, el mismo e-blast que me lanzó a la fama, sería utilizado para quitármelo todo.

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