Capitulo 23
Lo que el hielo ocultó: prueba la vida.
Laura conocía a su hija de pies a cabeza, cada tonalidad, cada curva su cuerpo, las facciones de su cara, su cabello, el color natural de sus labios, y la forma en que sus piernas siempre estaban en forma. Ella le conocía todo. Era su hija. Sin embargo, al verla en esa condición se quedó lejana. Ciertamente no se parecía a su hija, había perdido una increíble cantidad de peso, y su cabello estaba rizado y enredado como a su hija no le gustaba. Tenía los labios amarillos y ojeras debajo de estos. Se retuvo de tocarla mientras se le escapaban lágrimas silenciosas. Agradeció que Herman se hubiese quedado afuera de la habitación y agradeció que ella fuera, además de los doctores y enfermeras, la única que viera a su hija en tal condición.
Se acercó y besó su frente. Fría, helada, la respiración de Lauren era muy pausada, y apenas la sabana se levantaba con cada inhalación. Laura miró a los lados, una enfermera observaba los movimientos de ella, para que no hiciera nada que afectara la estabilidad de la joven.
Entonces, Laura se le acercó.
—Quiero ver su vientre.
—Señora, mire, —Señaló una pantalla que estaba justo al lado de otra, con la misma línea que subía y bajaba—, son los latidos del bebé.
Laura se tapó la boca cuando sintió ganas de llorar otra vez. Su hija estaba embarazada, y alguien había intentado asesinarla, ¿por estar embarazada o no lo sabían? Se lo preguntaba mientras miraba los únicos signos de vida de su hija y nieto.
La enfermera cuidadosamente bajó la sabana. Debajo de ésta Lauren tenía una bata blanca del hospital, porque su ropa estaba enchumbada de agua y cubierta de sangre. Posteriormente fue guardada para pruebas.
Laura tocó el vientre de su hija.
—Tiene mes y medio, casi no se notará.
Laura acariciaba el vientre, y siguió subiendo la mano, hasta tocar algo rasposo, una costra en la piel de su hija demasiado grande y con forma rara. Alzó la bata hasta el inicio de sus costillas... fue ahí cuando gritó de horror.
La marca del número siete apenas sanaba en la piel expuesta de Lauren.
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Según lo que se había encontrado en la casa campestre de retiro del cirujano, había pruebas de que la joven Lambert había estado allí en dicha casa, aún no se sabía el tiempo. Se buscó rastros de lucha o de sangre, también ADN de la otra víctima, pero la casa estaba tan limpia como el baño de la Reina. No había nada.
Al parecer, la pareja se había ido de fuga, eran amantes según las sabanas. Así que la requisa a la casa fue un fracaso, y a la redonda no había otra propiedad registrada además de miles de hectáreas de bosque silvestre.
Según testimonio de la madre de la víctima, el Doctor Roger Bernard era novio confirmado de su hija, por esas razones solicitó al juez de la corte penal un auto para apresar a Roger Bernard por sospechoso en intento de asesinato en primer grado.
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—No entiendo por qué estoy otra vez aquí.
—Verá doctor Bernard, yo quería tenerlo tras las rejas desde que lo vi. Pero no tenía pruebas, por lo que fue puesto en libertad. Después, quería apresarlo por ser el último en ver a Lauren antes de que desapareciera, por el testimonio de su madre que dice que la joven quería ir con usted a una casa del bosque y por haber sido quien la encontró, pero estaba costándome mucho conseguir el auto. Luego, como, no sé, un golpe de buena suerte, un chico muy nervioso llegó a mi oficina. Estaba temblando y confesó un delito: que sabía dónde estaba Lauren Lambert todo este tiempo, y que si le enseñaba fotografías podía identificar a los culpables, que los había visto con sus ojos. Así que mire, le presenté la foto de un cadáver que se encontró en el área. El hombre estaba desfigurado, pero el muchacho juró que era él. Como yo no tenía a nadie más, él me dijo: y su novio. Yo le dije: ¿Quién?, y él respondió: el cirujano. Un testigo Bernard. Un testigo que confesó haber asesinado al novio de su hermana porque se negaba a guardar el secreto de lo que habían visto.
Roger lo miraba serio, no aparentaba emoción.
—Yo no sé usted, doctor, pero ese testigo es escalofriante, acaba de hundir a muchas personas, en su lugar doctor, estaría cagándome de miedo. Porque, lo juro, va a pagar por lo que le hizo a esas jóvenes.
Roger tocaba las paredes de su boca con la lengua.
—Soy inocente.
—Eso, —sonrió—, ya lo veremos.
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Vid nunca había estado tan incómodo. Tenía las manos esposadas debajo de su espalda mientras miraba al cielo de su camarote. Gris, con franjas como grilletes de celda. Lo veía borroso, estaba llorando por los recuerdos.
—Ella solía patinar aquí. —Rosemary había dicho señalando al lago—Dividámonos.
—Bien. —Vladi le contestó.
Tania se unió con Rosemary a buscar por el oeste. Vladi y Vid por el sureste, y la novia de Albert, Katia, junto a Albert, por el noreste. Warren se había quedado en su casa porque tenía viruela.
—¡Lauren!, ¡Lauren! —Se escuchaba a lo lejos, muy lejos.
Vid se abrazaba a sí mismo.
—No sé porque la estamos buscando, nadie ha dicho que está desaparecida.
Vladi se arregló el abrigo.
—Yo tampoco, a la verdad. Pero Vid, su mamá nos pidió que hiciéramos esto. Solo terminemos y será suficiente.
—¡Creo que nosotros estamos perdidos! —Habló un poco fino, culpa de la pubertad.
—Tranquilo. Calma, solo tenemos que dar vuelta y volver. De todas formas, ¿Qué haría esa tipa en medio de árboles?
Vid y Vladi se rieron mientras se devolvían por el camino, escucharon unas ramas romperse. Unas risas, unos golpes, unos quejidos. Lo siguieron. Vieron a Albert y a Katia mirar desde detrás de un árbol, Vladi se acercó para ver lo que ellos veían, estupefacto, veía como un hombre pelinegro tapaba la nariz de una mujer vestida muy ligero para el clima, y como ella tenía la cara roja y las manos amarradas, al mismo tiempo otro rubio recogía ramas y las amontonaba.
—¡Creo que no puede respirar! —Vid se acercó a los hombres inocentemente, sin detenerse a analizar lo grave del asunto.
Vladi salió de detrás del árbol para sacar a Vid del embrollo, y también lo hicieron Katia y Albert, por razones distintas.
Cuando Albert salió, el hombre rubio le miró interrogativo.
—¿Qué es todo esto? —Mayer miró a Albert.
Albert sintió nervios, acababa de meter la pata, pero entonces, pensó.
—Es solo que les conté lo que hacíamos, y ellos solo quieren divertirse.
Vid abrió los ojos mientras miraba a Vladi, y después a Albert. No se estaba dando cuenta que sellaba su futuro.
Cerró los ojos. Ahora él había visto mucho, ahora tendría que pagar el precio de ver.