Podría resumir toda mi niñez en una palabra: Aislamiento. Y no es que yo me aislara del resto. Digo "Aislamiento" por todos los que me veían como una persona extraña. Era el punto de bromas pesadas y repudios por parte de mis compañeros de salón. Eran todos excepto algunos, pero de ellos hablaré después. No quiero hablar de ellos ahora porque prefiero dedicarles su lugar respectivo junto a las otras personas que me entendieron y me quisieron ayudar y escuchar. Bueno, la gran mayoría de mis compañeros me detestaban, me querían fuera, querían verme destrozado. Desafortunadamente, les funcionó y desde ese entonces no me quito eso de la memoria. Quizá ya no me deprime, pero no me olvido de ellos. Estos sucesos que voy a narrar a continuación me dejarán marcado de por vida.
En primer lugar, debo contarles sobre mi primer día de la Escuela Primaria. Ese día yo estaba emocionado porque iba a conocer gente nueva. Lo que yo no sabía era que las personas que conocería ese día no me iban a recibir de una buena manera.
Todavía recuerdo la inocencia con la que entré al centro educativo. Al ingresar, subí al salón que me correspondía y ahí empezó todo: Una de mis compañeras me saludó a golpes y empujones por motivos aún desconocidos para mí. Todavía no me cabe en la cabeza por qué una chica en su sano juicio haría eso (Quizás ella venga de la Rusia antigua, donde la gente se saludaba con puñetazos)
Así fue como empezó todo mi dolor en aquella época donde, para mí, el mundo era un lugar color de rosa. Recién en aquella ocasión me di cuenta que vivía en una utopía, en una burbuja creada por no conocer toda la realidad. Desafortunadamente, no tenía calle y eso tiene sus consecuencias.
Los siguientes días las cosas me enseñaron que eso solo era la punta del iceberg. Empezaron con insultos leves, empujones y una que otra cara de repudio. Sin embargo, las cosas empeoraron y ya se escuchaba entre los estudiantes frases como "me gustaría que te golpearas la cabeza" o "raro" que no me gustaron nada.
Así pasaron los primeros tres años de mi Primaria y ya no aguantaba hasta que pedí mi cambio de colegio y se cumplió. Me retiré de ese colegio e ingresé a otro donde, si bien no me torturaron hasta la muerte, me trataron con un leve desprecio. A pesar de todo eso, lo que más recuerdo de mis otros tres años en esa institución fue la primera vez que me rompieron el corazón. Así es, por primera vez me había enamorado.
Todo sucedió cuando compartimos carpeta en las primeras semanas del año 2008. Ella me pedía en repetidas ocasiones que le prestara el sacapuntas que yo tenía. Eso me molestaba un poco, pero me hacía recordar de su existencia. Quizás eso me gustó de ella. Después de todo, "del odio al amor hay un solo paso" aunque nunca te dicen cual es ese.
Pasaron los días, transcurrieron los meses hasta que me atreví a decirle. Me acerqué a ella, la miré fijamente, le empecé a hablar y le dije lo que sentía. Su respuesta fue tajante: "Te odio". Después de eso me retiré al patio.
"¡Qué dura es la vida!" es lo primero que diría si me preguntaran de mi opinión de los sucesos anteriormente narrados. Ustedes no se imaginan el dolor que sentía en esos momentos. Lo peor de eso es que mi necedad me haría volver a declarar mis sentimientos a la misma persona los años siguientes con resultados similares. Afortunadamente, no me sucedió algo similar hasta hace unos días. Sin embargo, de eso hablaré después.
Bueno, el punto es que esta experiencia puede ser quizás la razón por la cual tengo el miedo a insistir a una chica cuando tengo algún sentimiento amoroso hacia una. El recuerdo seguro tendrá algún poder en mi subconsciente por el cual, desafortunadamente, trato de olvidar el cariño hacia cualquier chica que me hubiese rechazado para evitar otra decepción.
Ahora, tomando en cuenta todo lo contado anteriormente es fácil deducir como me sentía en esos momentos: En una depresión total. Sentía que era el objeto no de burla, sino de odio. Había creado una versión fatalista de mi entorno donde yo era el marginado. Digo fatalista porque, si bien tenía algo de verdad esa visión, mi tristeza exageraba las cosas y borraba a las personas que no me dieron la espalda. Es por esta razón por la cual tuve que ir a un psicólogo durante dos años.
Iba yo al consultorio semana tras semana donde hablaba de mis sentimientos, mis pensamientos y opiniones. El doctor me escuchaba. Además, en cada sesión había un juego que me preparaba para poder quitarme la tensión y que pueda estar tranquilo al contar lo que cruza mi mente.
Fue esos días con el psicólogo cuando me diagnosticaron el Síndrome de Asperger y mi madre empezó a recibir preparación para ayudarme porque hasta entonces no sabíamos cómo tratar algunas cosas que pudieron haberme dificultado la vida social. Ahí empecé a entenderme y a no sentirme mal de mi forma de pensamiento y perspectiva.
Sabiendo ahora mis puntos débiles y cómo tratarlos, soporté el último año de la Primaria que se podría resumir como una versión light, sin tanto dolor de los últimos años. Fue una época de transición a lo que soy actualmente. Era el final de mi niñez y el inicio de mi adolescencia, también conocido como pubertad.
Ya llegamos a lo que en sí vengo a narrar, que es esa etapa de la vida donde uno forma su personalidad y se notaba más que yo no era exactamente uno más del montón, sino alguien con una mentalidad diferente.
"Es mejor ser distinto al resto que ser uno más en el mundo y seguir en el círculo vicioso de nuestra existencia. Siempre se necesita una mente que no vaya en la misma dirección. La historia nos ha enseñado eso."