- ¿Por qué iba yo a creerte? - preguntó.
- Sólo escúchame, es algo difícil de...
- Amatista - era Ónix.
Me llamó con un gesto de mano.
- Esto no termina aquí, luego hablaremos - prometí.
- Lo que tu digas - dijo con cierto desdén.
Me acerqué al lugar en el que se encontraba.
- Me acaba de llamar papá - se subió las gafas.
- ¿Qué quería? - pregunté intentando disimular mi emoción.
- Dice que nos va a venir a buscar y que nos llevará a su trabajo.
- ¿Al laboratorio? - dije extrañada.
- Sí, nos quiere hacer un par de pruebas.
- ¿Un par de pruebas? - dije más extrañada aún.
Mi padre era un prestigioso científico del gobierno. Pasaba horas en ese puñetero laboratorio. Nunca me dejaba ir. Por mucho que se lo rogara, debía de ser divertido para una niña ver todos los experimentos e investiganciones. Nunca me llevaba. Nunca. ¿Y ahora nos iba a hacer un par de pruebas? No entendía nada.
Sus palabras exactas eran: "Cariño, sabes que me encantaría que fueras al trabajo de papá, pero es peligroso, hay aparatos y sustancias que pueden hacerte daño".
- ¿Eres nueva en esto o qué? Sabes que papá tiene que hacernos pruebas todos los meses.
- Es verdad, estaba en pesca - hice el gesto de tener una caña en la mano.
Me miró desconfiada. En ese momento sonó el móvil de Ónix, le hechó un vistazo rápido y lo guardó en su bolso.
- Ya está en la secretaría, vamos - dijo.
Fuimos por los, ahora deshabitados, pasillos hacia la secretaría.
Al llegar vimos a la amargada secretaria teclear en el ordenador, levantó la mirada tras sus gafas, mucho más abajo de lo que deberían estar, en el momento el que Ónix las vio se subió las suyas.
- ¿Sois las hermanas Hudson Carrasco? - preguntó con voz de abuelita.
- Sí - dijimos las dos casi al unísono.
- Vuestro padre está esperando fuera.
Las dos fuimos hacia la salida pensando en lo mismo: "¿Por qué este hombre nos hará dar tantas vueltas?".
Allí estaba mi padre, apoyado en la pared, movía la pierna con impaciencia.
- Hola papá - las dos le dimos un abrazo.
- Chicas - estaba enfadado -, ya os he dicho que no podéis retrasaros, ¿por qué habéis tardado tanto?
Ónix comenzó a disculparse con una retaila que no pude escuchar. Yo solo era capaz de horrorizarme con la expresión del rostro de mi padre. Era dura, fría. Nunca le había visto así. Él era el poli bueno, el que te traía galletas por la noche cuando tu madre te castigaba sin cenar, el que te remetía las sábanas para que no tuvieras frío, el que te llevaba al bosque aunque te fuera la vida en ello.
Entonces un profundo suspiro de decepción me sacó de mis pensamientos.
- Venga, subid al coche antes de que se haga más - recalcó esta palabra - tarde.
Obedecimos rápidamente y entramos en el Ford Fiesta azul oscuro.
El laboratorio estaba a una media hora sin tráfico, y específicamente hoy la carretera estaba repleta.
Adoraba los largos trayectos en coche, me gustaba quedarme mirando el paisaje por la ventana, sin pensar en nada en concreto, pero al mismo tiempo en todo, inventar historias con final feliz en las que yo era la protagonista, salir un poco de este mundo para sumirme en la profundidade de mis pensamientos.
Entonces siento como las ruedas giran sobre sí mismas, maniobrando para poder aparcar en paralelo.
"Se acabó lo bueno" pensé, siempre lo pensaba lo mismo al salir del coche.
- Qué tarde es ya - maldijo mi padre mientras miraba su reloj.
Llegamos, casi corriendo, a un gran edificio blanco. No era la primera vez que lo veía, había venido otras veces a recoger a mi padre, pero nunca había entrado.
Nos acercamos a la puerta, era la típica puerta corredera circular de oficina. Nunca había entrado en una si era sincera, pero debía de ser guay dar vueltas y vueltas en el mismos sitio sin parar.
Mi padre tecleaba el número secreto, "¿Por qué tarda tanto?" me preguntaba.
Por fin terminó de introducir la contraseña, dando paso a lo más alucinante que había visto en toda mi vida.