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Cacho Parejo

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Con semejante tramoya emocional que armaba y desarmaba en mis noches de insomnio –lloraba y lloraba sobre la almohada viendo a mi esposo dormir plácidamente tan lejano a mi batalla,  tan fuera de foco,  tan invisible a veces, como si en el fondo de su alma intuyera que su mejor salida era precisamente esa–, busqué elaborar un salvavidas perfecto para nuestra redención íntima, una suerte de marco teórico urgente para defender mi innoble causa. Así que oportunista que soy cuando está en juego mi felicidad, decidí realizar un reportaje que me permitiera tener la excusa perfecta para estar todo el día hablando de eso, fajarme a discutir teorías con quien se me atravesara y visitar psiquiatras y brujas, estadísticas y sacerdotes, bibliotecas y almas ajenas.  Y como si anduviese tras el descubrimiento de una vacuna fundamental para la supervivencia humana, me convertí en el Conejillo de Indias de mi propio experimento: aceleré las visitas al consultorio de Delia y a los hoteles con mi amante, comencé a expiar mi propia conducta para ver cómo y cuántas veces era capaz de mentir, de qué forma me comportaba en cada una de las situaciones comprometedoras a las que me enfrentaba, o qué excusa me daba para no romper esta "dependencia erótica", que fue como inventé llamar a mi dolencia con miras a buscar un responsable que no fuese yo precisamente.

El reportaje se titularía "En Otra Cama" y desde el primer párrafo busqué postular que la verdadera infidelidad era femenina porque, a diferencia de los hombres, en ella poníamos alma, vida y corazón.

Y lo que descubrí fue candanga.

"Unas por fastidio, otras por venganza y algunas por el simple hecho de que se enamoran de otro, las mujeres practican la infidelidad como cualquier macho, solo que ahora los investigadores incluyen en sus motivos la necesidad ancestral de preservar la especie": así lo afirmé desde el primer párrafo, alarmada porque descubrí que más de un experto sostenía cualquier barbaridad transformada en hipótesis al respecto.

Entre ellos destacaba el doctor David M. Buss, especialista en Psicología de la Evolución, profesor del Departamento de Psicología de la Universidad de Texas y con un currículum académico que se extiende hasta Harvard. Buss se fajó a estudiar el tema a fondo y concluyó, junto a su equipo, que el peligro de mantener una aventura con otro,  el riesgo que las mujeres se exponen cuando lo llevan a cabo, proviene de una sabiduría ancestral según la cual las mujeres necesitamos contar con una suerte de "seguro masculino", es decir, un Otro que no nos deje sin abrigo emocional, económico, sexual y sobre todo de reproducción.

Con estos datos de lo más científicos, intenté hacer mi propia encuesta. Acumulé decenas de testimonios, no solo precisamente femeninos sino de hombres cuya mayoría me aseguro que, en su larga lista amatoria, siempre hubo más de una mujer casada.

Carolina, por ejemplo, me dijo que ha montado el cacho parejo. Se ha enamorado de un tutor, de un colega, de dos profesores y de más de un amigo del esposo.  "No ha habido nada mejor para mi relación con Guillermo que haber montado cachos. Yo vivo con la sexualidad despierta, a flor de piel, mientras tengo una relación paralela. Cuando eso ocurre, Guillermo y yo hacemos el amor riquísimo".

Guillermo es el esposo, un buen hombre a quien Carolina dice amar por encima de todo. "Él es mi  casa, mi cariño. Yo simplemente me cargo de energía positiva cuando estoy con otro. Lo mejor que puede pasar para mi matrimonio es que yo viva una aventura".

En la acera de enfrente, Ricardo se precia de contar con experiencias diversas fuera de casa pero donde prevalecen siempre las mujeres casadas: "Resultan las menos complicadas porque no exigen ningún compromiso y son las que generan mayor satisfacción porque, con el tiempo siempre contado, se empeñan más en la calidad que en la cantidad y no te fastidian nunca con aquello de cuándo nos casamos, cuándo te vas a divorciar o quédate esta noche. Y noble ponen persecutorias al momento de la ruptura ni te pueden chantajear con contárselo con tu mujer porque están en la misma cuerda floja que tú".

"¿O es que tú crees que ese altísimo porcentaje de pacientes que confiesa haberle montado cachos a su esposa lo ha hecho solo con mujeres solteras?", me increpó el psiquiatra y sexólogo venezolano Rubén Hernández Serrano cuando lo entrevisté para ahondar en el tema. Con más de 20 años en el área, Hernández Serrano estima que por su consulta deben pasar más de 40 por ciento de mujeres que confiesa haber cometido infidelidad.

Su cifra coincide con la de Rómulo Aponte, también psiquiatra y sexólogo, Miembro de la Sociedad Internacional de Medicina Sexual. Para Aponte, las relaciones extramaritales femeninas son una constante en su trabajo diario. Se arriesga a considerar que casi la mitad de las mujeres a quienes ha tratado por problemas de pareja, ha tenido ese tipo de experiencia:
"Algunas lo hacen porque ya no hay sexo con su pareja, otras porque se ha vuelto rutinario o se sienten con baja autoestima".

Tal es el caso de Mariela, 46 años, dos matrimonios, cero hijos. Dice que solo una vez se enamoró de otro y fue como si regresara a sus quince años: "Le mandaba mensajitos, me lucía en la cama, andaba feliz de la vida... Cuando se terminó, se me partió el alma. Estuve a punto de divorciarme, le buscaba pleitos a mi esposo por nada. Simplemente estaba enamorada de otro y quería estar con él... Hoy sigo con mi esposo, menos mal. Lo quiero mucho, pero sin pasión".

"En una ocasión me fue muy mal", me contó Graciela, profesional exitosa, dos hijos. "Conocí a un hombre a quien admiraba muchísimo por su trabajo. Nos topamos en un seminario internacional y con la excusa de disfrutar la botella de jerez que le habían puesto en la habitación, terminamos durmiendo juntos. Cuando se despertó, armó un escándalo porque no conseguía unos dólares y llegó a pensar que yo se los había robado. ¡Qué vergüenza! Por fin aparecieron y me fui a mi habitación a llorar. Ni si quiera me pidió disculpas, nunca, pero seguí enamorada por un buen tiempo...".

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