Gerard quería -y no quería- dejar de pensar en Bert. Pensaba en él todo el tiempo, pero, ¡Sin estar pensando! Soñaba con él en las noches, aunque trataba de soñar con gatitos lindos, caminos solitarios y música bajo las estrellas.
Bert aparecía en sus palabras cuando él menos lo esperaba.
En el súper: Un kilo de Bert (azúcar) Una bolsa de Bert (papas) Una penca de Bert (plátanos)
Todo el tiempo, una tras otra, constantemente: Bert... Bert... Bert... Y suspiraba hasta dormirse, después de ver que el parque estaba vacío bajo los faroles solitarios.