Phoebe esperó a que llegara su herramienta de trabajo. Había mandado ir a por ella hacía una hora y estaba preparada para tomarle las medidas a las muchachas.
Celine estaba esperando a que llegara Angy, que seguía sin aprobar a Phoebe. La máquina de coser llegó pocos minutos antes de que Angy entrara en la pequeña habitación seguida de una juguetona Belladona. Se sentó de mala gana en una de la sillas que había frente a la chimenea, junto a su hermana mayor, y se cruzó de brazos molesta:
—Buenas tardes, Angy — la saludó con una sonrisa.
—Para ti, soy señorita — la ordenó obstinada.
—Está bien, señorita, buenos días Celine — la susodicha la regaló una sonrisa sincera — Hola, Bella — la pequeña se colocó frente a ella y se quedó mirando su vestido. Realmente, no era un vestido, era una camisa blanca de cuello alto, con una falda grisácea un cinturón de tela gruesa rojo y un manto fino también rojo. Su cabello estaba recogido en un moño suelto con algunos mechones cayendo los lado, rizados. Se agachó a su altura y observó su trajecito amarillo.
—Me gusta tu vestido — dijo mirando su vuelo — Sin duda es precioso.
—Gracias — dijo la niña sonrojada.
—Bien, necesito que os quitéis los vestidos para que pueda tomaros las medidas — pidió la joven cogiendo el metro y acercándose a ayudar a la pequeña a quitarse su vestido.
Le tomó una hora tomarles las medidas a las tres hermanas. Celine, que era la mayor, se parecía bastante en la conflexión de Phoebe, pero ella era más menuda y Phoebe tenía un aumento en todo el cuerpo, especialmente en los pechos.
Cuando terminó de hacer los dibujos en las telas de viaje rojas, marrones y verdes, cortó los patrones dejando un centímetro y medio para poder coser. Apenas tardó una hora en terminar el traje de Bella. Cuando ya tuvo el vestido de viaje, la mandó llamar e hizo algunos arreglos. La largura de las mangas estaba correcta, le llegaba por los codos, lo que la permitiría una gran facilidad de movimiento. La tela de la falda, marrón y beige, era suave y flexible, por lo que ella podría correr, le recordaba a su hermana Ava.
Cuando terminó el traje, ya era la hora de la cena, por lo que se levantó y se dirigió a la cocina en busca del resto de los sirvientes para cenar con compañía. No tenía el sentimiento de pertenecer a la casa familiar, trabajaba para ellos no pertenecía a su familia:
—¡Ay, niña! — gritó Winny cuando la vio a su espalda preparando la mesa junto a una doncella de negra cabellera.
—Discúlpeme, no pretendía asustarla — dijo Phoebe cuando se dirigió a por los platos y cubiertos.
—¿Qué haces aquí, chiquilla? Te están esperando arriba, van a empezar a comer — la riñó quitándole los cubiertos de las manos — Venga, vamos, que me van a salir más canas de las que tengo.
La guió hasta el comedor. Era un lugar amplio, con una mesa redondeada, en la que cabían al menos 26 comensales. Había candelabros en tres puntos de la mesa y centros de mesa entre estos. Solo el conde estaba sentado en la mesa:
—Buenas noches, señorita Authbrey, espero que su alcoba esté a su gusto — dijo levantándose para correrle la silla.
—Gracias. Sí, es una estancia agradable y cómoda — sonrió poniéndose la servilleta en el regazo. Phoebe se había quitado los guantes, dejando ver sus manos, suaves y blancas, con algunos cortes en los dedos. Algo que a Percy le pareció normal con respecto al trabajo que ella ejercía.
—Me alegra que esté a su gusto — poco después, aparecieron las hermanas menores del conde, que tomaron asiento alrededor de ellos.
Celine quedó junto a Phoebe, y Angy y Bella junto al conde. La comida se sirvió con total normalidad, en un silencio sepulcral, sin contar los sonidos de los cubiertos. Percy observó de reojo a Phoebe, que degustaba su postre con normalidad, mirando de vez en cuando a Bella, que la sonreía mientras jugaba con el cacharro:
—Belladona, te he dicho miles de veces que dejes al cachorro cuando comas — la reprendió Celine.
—Déjala, Celine. Después de todo tiene que aprender de sus errores — dijo Percy acariciando la mejilla de la pequeña.
—Siempre la estás defendiendo, Percy. Ella es tu favorita. Los mejores vestidos, los mejores juguetes... conmigo nunca fuiste así — se quejó Angy dejando los cubiertos de golpe.
—¡Angy! — gritó Celine.
—Angy nada... siempre la hace más caso a ella que a nosotras — se tiró contra la silla. Percy se levantó de golpe y ella enmudeció.
—Angy, ya hemos hablado de esto — comenzó el conde — Que no recibas las mismas atenciones no significa que no te quiera por igual — sentenció.
—Siempre dices lo mismo... — murmuró — Y me he cansado de eso.
Caminó a paso veloz hacia la puerta de salida del comedor y cerró la puerta de golpe. Percy suspiró pesadamente, se sentó con más calma y continuó comiendo bajo las atentas miradas de Phoebe y Celine, y la tímida Belladona.
—Voy a hablar con ella — advirtió la rubia mayor haciendo un amago de levantarse.
—No. Que piense en su actitud — sentenció tomando un trago de vino.
—Si se me permite comentar — comenzó Phoebe lentamente, atrayendo las miradas de los adultos — Es solo una niña que quiere la atención de su hermano. Debería intentar estar un rato con ella, guiarla y ayudarla a comprender — explicó la joven cogiendo su copa de vino.
—Por muy interesante que sea su ayuda, no la he pedido, señorita Authbrey. Y la próxima vez que necesite su opinión, se la pediré — respondió tosco el conde.
Phoebe dejó la copa sobre la mesa y miró Percy con detenimiento. Apretó los labios dejándolos en una fina línea, casi inexistente y apretó los dedos. Solo pretendía ayudar. Asintió y volvió la vista al plato. No volvió a hablar en lo que quedó de cena, escuchando a los tres hermanos hablar sobre una recepción que harán en su casa, y luego a un baile al que asistirán por cortesía de el duque de Hanmoore.
Cuando Winny llevó el té a la mesa, observó la actitud silenciosa de Phoebe, que no dijo una sola palabra mientras que la familia charlaba amistosamente. Algo tenía que haber pasado, y tenía la sospecha de que era por la mala relación que había entre Angy y Percy. Esas dos mulas tercas siempre tenían que discutir.
—¿Quiere té, señorita? — preguntó para hacerla hablar. Quería ver su estado de ánimo.
—No, gracias — susurró. Su voz tembló un poco al principio, pero luego se recompuso — Si me disculpan, hoy he tenido un día muy... difícil — suspiró dirigiéndose a la familia y a Winny — Me retiraré a descansar, que pasen buena noche. Y Celine, mañana pase después de comer a la prueba del vestido — la rubia le sonrió — Buenas noches — dijo bajando el tono de voz cuando miró los ojos azules y curiosos del conde, que la estudiaban con minuciosidad hasta que ella apartó la mirada.
Las hermanas le devolvieron el saludo, pero Percy se mantuvo en silencio aún. Phoebe se dirigió a las habitaciones, pensando en lo tonta que había sido creyendo que alguien apreciaría sus comentarios. ¿A quién engañaba? Solo a su hermana y a su prima le importaban, y a ellas podría darles una muy larga y buena conversación sobre cualquier tema merecedor de su tiempo.
Pero para Percy y su familia, era solo una trabajadora más. Una boca más que alimentar, y un sueldo más que pagar. Se apartó un mechón de pelo de la cara y abrió la puerta de su alcoba para cerrarla suavemente antes se suspirar.
Percy se tumbó en el respaldo de la silla y suspiró frustrado. Se había comportado como un perfecto idiota frente a la señorita Authbrey. Aunque no lo admitiera en voz alta, quería ir a pedirla perdón, pero su orgullo no se lo permitiría.
En ese momento quiso probar de nuevo ese vino español que habían tomado para la cena, pero se había agotado hacía diez minutos. Miró a sus hermanas, que le observaban con curiosidad y una sonrisa divertida:
—¿Qué sucede? — preguntó intrigado y frunciendo el ceño.
Los ojos de las hermanas le recorrieron divertidas. Celine sonrió con amplitud y confidencia hacia Percy y luego a su hermana menor. Ese momento sería mucho más interesante si ambas contestaban.
—Sabes que ella tenía razón — dijo Celine poniéndose seria de repente — No debiste tratarla así, ella solo quiso ayudar — defendió la rubia a Phoebe.
—Celine, cuando quiera la opinión de una trabajadora, sabré qué hacer. Mientras tanto, no toleraré que una sirvienta me de consejos sobre las relaciones con mi familia — finalizó dándole un sorbo al té.
—Si es una sirvienta, ¿por qué has insistido en que pasara la velada con nosotros? — preguntó Bella terminando su tacita de chocolate caliente.
Percy admiró a ambas hermanas. Con solo un juego de palabras habían conseguido sacarle lo que querían: que admitiera que deseaba la compañía de la señorita Authbrey.
—Solo quería que se sintiera cómoda —se excusó haciendo una seña.
—Menuda forma de hacerlo, hermano — reprochó Celine — Será mejor que vayas a disculparte antes de que se acueste.
—O mejor lo hago mañana, para que trabaje con menos pesimismo — propuso el mayor terminando la taza — me voy ya a dormir. Hay que ir preparando el viaje al campo.
Se levantó, repartió dos besos en las mejillas de sus hermanas y salió de la sala con paso cansado. Andaba con un paso lento y se detuvo en la puerta de Phoebe tras subir las escaleras. Apenas estuvo unos pocos segundos, pero ese tiempo fue suficiente para darse cuenta del error que había cometido tratándola como lo había hecho. Se pasó una mano por el pelo oscuro y volvió al camino de su habitación, a dos puertas del de la señorita Authbrey.
Abrió lentamente la puerta y la cerró suavemente antes de suspirar y dirigirse a cambiar toda esa ropa que tanto le incomodaba. Se lavó la cara, se quitó la casaca, la camisa y el pañuelo y revisó la cicatriz de su brazo izquierdo. Nunca podría olvidar aquel día en el que se hizo aquella horrible marca en el brazo.
Se acostó en la cama aún con las botas y los pantalones puestos y se quedó mirando el techo, pensando. Pensando en aquella mujer que había irrumpido en su casa esa mañana, en su encantadora sonrisa y sus ojos color verde bosque que podrían leer cada centímetro de su cuerpo. Era una tortura el no haber podido alcanzar la mejilla con algunas pecas de Phoebe, pero por respeto y orgullo se había contenido.
¡¿En qué estaba pensando?! Esa mujer solo le causaría problemas, no podía dejar que se infiltrara en sus pensamientos, y mucho menos los eróticos. ¡Estaba a su servicio! ¿Tendría que aguantar esas ganas de probar sus carnosos labios cada vez que la viera? No lo permitiría. Se alejaría de ella y si fuera una distracción, tendría que despedirla.
Phoebe se levantó a mitad de la noche, con los ojos aún adormilados y un fino hilo de baba bajando por su mentón. Se dirigió a la palangana y se lavó la cara para despertarse mejor. Miró el reloj, apenas eran las tres de la madrugada. De repente, sintió que su garganta necesitaba refrescarse; se dirigió a la puerta, la abrió y se aseguró de que nadie la abriera antes de dirigirse a la cocina. Bajó las chirriantes escaleras del pasillo todo lo sigilosa que puedo ser, buscó la puerta de la cocina y se internó buscando la leche.
Percy oyó que había alguien rondando por la casa, andando por las escaleras y dirigiéndose hacia algún punto de la planta baja. Percy se levantó del sillón de su despacho e intentó seguir los ruidos que provenían del final del pasillo. Llegó a la puerta de la cocina y pegó la oreja a la puerta, escuchando cómo abrían los cajones y las puertas. Abrió un poco la madera y vio una sobra vestida de blanco.
«¿Mamá...?» Recordó cuando su madre atacó la cocina durante el embarazo de Belladona y se fue en camisón a comer media despensa con sus antojos.
Abrió más la puerta y se permitió ver la figura pálida y alta de Phoebe. Ella no lo vio mientras se servía el vaso de leche, por lo que él se apoyó en la pared, cruzando los brazos en el pecho y aguantando una tímida sonrisa:
—¿No se supone que tendría que estar durmiendo ya, señorita Authbrey? — preguntó, haciendo que Phoebe se quedara rígida y sin girarse.
—¿Y usted no, milord? — preguntó girándose sobre su eje para mirarle a los ojos.
—Sois una joven obstinada — se fue acercando a ella lentamente hasta tenerla a dos zancadas — Y eso puede causarle muchos problemas — informó avanzando otro paso.
La joven recorrió su cuerpo con la mirada. Iba sin camisa y sin zapatos, con solamente los pantalones. Volvió a mirarle a los ojos, pensando y repitiéndose que tenía que alejarse lo máximo posible de él si quería conservar el empleo y su reputación:
—¿Y a usted no, milord? Vos sois igual o más obstinado, y sin embargo siempre se sale con la suya, por lo que he oído. Además, no sois más diferente a mi de lo que se ven en las apariencias.
Terminó de beber el contenido del vaso y lo dejó sobre la mesa, cerca del lavaplatos.