8. El tatuaje.
Después de casi dos semanas, Adalynn decidió finalmente volver a la clínica. Extrañaba mucho a sus pacientes, en especial a Toby. Ben quiso acompañarla para compensar que no había podido ir con ella a la entrevista, pero Adalynn no se lo permitió. Sospechaba que la presencia de otra persona que no fuera ella podría molestar a Toby, sobre todo porque solían hablar de cosas muy privadas que nadie más podía saber.
Cuando llegó a la clínica por la noche, una sonrisa se formó inconscientemente en su rostro al sentir, después de mucho tiempo, el aroma a alcohol y medicamentos. Para muchos no era muy agradable, pero a Adalynn la hacía sentirse como en casa. Amaba el hospital.
–¡Lynn, que bueno que estas aquí! –Susan, una joven enfermera, se acercó a ella, asustada.
–Siempre que vengo hay problemas –Adalynn soltó un suspiro–. ¿Otra vez es la señora del segundo piso? Dile que pronto le llevaremos su gato, pero debe quedarse en cama hasta que...
–Es el señor Rogers. Oh, Lynn, si hubieras llegado un poco más temprano... Se puso como loco cuando le dijimos que tú no habías venido y debía atenderlo solo el doctor Wagner, tal y como el día en que llegó aquí, y comenzó a golpearlo todo –dijo Susan, secando el sudor que caía por su frente con un pañuelo–. Le dio un puñetazo a la ventana y se cortó. Lo tuvieron que llevar al consultorio. El problema ahora es que no quiere vendarse.
–No te preocupes, Susan, yo me encargo.
Susan y Adalynn subieron las escaleras a tropezones, asustadas por lo que Toby fuera a hacer. Fue muy agresivo y grosero con todos los que intentaron curar la herida que se había hecho. Susan se echó hacia atrás cuando llegaron a la puerta de la habitación donde llevaron a Toby, ya que uno de los médicos salió asustado y gritando que no pensaba atender a ese "chico endemoniado" ni aunque se estuviera muriendo desangrado. Adalynn lo miró de mala manera mientras se alejaba corriendo por el pasillo.
–Suerte. –murmuró Susan, le dio una palmada en el hombro y abrió la puerta para que Adalynn pudiera entrar.
Adentro, casi todos los objetos de vidrio que había en el consultorio se habían convertido en cristales rotos esparcidos por el suelo. Toby estaba sentado en la camilla, mirando con el ceño fruncido al suelo. Sus nudillos y muñeca chorreaban sangre. Las sábanas blancas de la camilla estaban teñidas de pequeñas gotas rojo carmesí.
–¿Toby, qué pasó aquí? –Adalynn miró los cristales rotos y tuvo que salir en busca de una escoba.
Cuando regresó, utilizó la escoba que le prestó el conserje para barrer los cristales. Los dejó en una esquina de la habitación y cerró la puerta. Dio una mirada severa a Toby.
–Tobías Erin Rogers, eres un desastre –dijo ella–. Ah... ¿Por qué hiciste esto? Debiste...
–No volviste, lo habías prometido –murmuró Toby, interrumpiéndola–. Dijiste que te quedarías conmigo después de que Lyra murió. Hace dos semanas que no vienes, te vi por última vez en la universidad.
Adalynn buscó en el botiquín unas cuantas vendas y caminó hacia Toby, él extendió su brazo.
–Estaba ocupada con mis estudios.
–Ocupada, claro. Tienes tiempo para almorzar con Tim y Brian, pero no para mí.
–¿Toby, qué te pasa? Tú no eres así... Necesito que apartes la manga, sino no podré vendar tu muñeca.
Él rodó los ojos y así lo hizo. Adalynn estuvo a punto de envolverla con las vendas, pero se detuvo al ver manchado con algo de sangre un extraño símbolo tatuado en la muñeca de Toby: un círculo con una equis en medio. Enseguida lo miró directo a los ojos. Toby se tensó y apartó su brazo.
–Es solo un tatuaje. –respondió de malhumor y evitando hacer contacto visual con Adalynn.
Adalynn se apresuró a vendar la muñeca de Toby entonces. Ya había perdido bastante sangre, no fuera a ser que se descompusiera al momento de regresar a casa. Terminó de atar las vendas en un pequeño nudo. Toby movió un poco su brazo.
–¿Te duele? –preguntó Adalynn, algo preocupada.
–No –respondió Toby–. No me dolió ahora, ni cuando rompí la ventana... ni en el accidente. Pude haber perdido un brazo o una pierna, pero aun así no sentiría el más mínimo dolor.
–Es... una enfermedad, ¿cierto? –los ojos de Adalynn se pegaron en el brazo derecho de Toby, el cual permaneció vendado durante semanas después del accidente.
Toby simplemente asintió y soltó un sonoro suspiro. Miró hacia la ventana de la habitación.
–Ticci-Toby. –dijo de repente, su voz sonó quebrada, como si estuviera a punto de llorar.
–¿Eh? –soltó Adalynn, confusa.
–Nada –Toby se bajó de la camilla y caminó hacia la puerta, con la mirada clavada en el suelo–. Ya debo irme.
–Bien... Volveré mañana, lo prometo. –Adalynn sonrió, a pesar de que Toby no volteó a verla.
–No te molestes –el enojo se hizo presente en la voz de Toby–. Ya no pienso volver.