Tiempo Prestado [Adaptación...

By ChinaMile

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Lucy Heartfilia ha nacido en el seno de una famosa y exitosa familia de Hollywood. Agobiada por todo su mun... More

Capitulo 1 A
Capitulo 2 A
Capitulo 2 B
Capitulo 3 A
Capitulo 3 B
Capitulo 4 A
Capitulo 4 B
Capítulo 5 A
Capítulo 5 B
Capítulo 6 A
Capitulo 6 B
Capitulo 7
Capitulo 8
Capitulo 9 A
Capitulo 9 B
Capitulo 10 A
Capitulo 10 B
Capitulo 11 A
Capitulo 11 B
Capitulo 12 A
Capitulo 12 B
Capitulo 13 A
Capitulo 13 B
Capitulo 14 A
Capitulo 14 B
Capitulo 15 A
Capitulo 15 B
Capitulo 15 C
Capitulo 16 A
Capitulo 16 B
Capitulo 17
Capitulo 18
Capitulo 18 B
Capitulo 19 A
Capítulo 19 B
Capitulo 20
Capitulo 21
Capitulo 22- Final

Capítulo 1 B

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By ChinaMile

Era su hermana

-¿Dónde estás? - preguntó Erza con sequedad. Siempre hablaba como si hubiera alguna emergencia nacional, como su unos terroristas hubieran puesto una bomba en su casa. Vivía en permanente tensión, un gaje de su oficio que cuadraba a la perfección con su personalidad. Jellal, su pareja, era mucho más tranquilo y le servía de contrapeso. A Lucy le caía muy bien. Jellal tenía cuarenta y tres años y era tan listo y talentoso como Erza, solo que lo llevaba con más discreción. Se había doctorado cum laude en literatura inglesa por Harvard y había escrito una hermética pero interesante novela antes de trasladarse a Hollywood para trabajar de guionista. De los muchos guiones que había escrito desde entonces, dos habían merecido sendas estatuillas, Jellal y Erza se habían conocido hace más de diez años cuando trabajaron en una película, desde ahí estaban juntos. Tenía una relación muy solida que les funcionaba bien a los dos. Se consideraban pareja de por vida.

-En Divisadero, ¿Por qué? - dijo Lucy, en tono cansino. Le dolía que Erza no le preguntara qué tal estaba, siempre iba a lo suyo. Así había sido desde que Lucy era una niña. Toda la vida le había tocado hacer de chica de los recados de Erza, y durante la época en que iba a terapia había hablado de ellos horas y horas. No era fácil darle la vuelta a una cosa así, pero Lucy lo intentaba. Charle, que iba sentada en el asiento del acompañante, la miró con curiosidad, como si hubiera notado la tensión y se preguntara cuál era el motivo.

-Bien. Necesito que vengas ahora mismo - exigió Erza aliviada y agobiada a la vez. Lucy sabia que Jellal y su hermana estaban coproduciendo una película y se iban pronto a Nueva York para buscar localizaciones.

-¿Para qué? - pegunto Lucy, recelosa, mientras la perra ladeaba la cabeza.

-Me han jodido. Tengo que salir de viaje dentro de una hora y la canguro de la casa me ha dejado colgada de un día para otro- Su tono de voz tenía un pisca de desesperación.
-Pensaba que no te ibas hasta la semana que viene - dijo Lucy, suspicaz, mientras cruzaba Broadway. Su hermana vivía solo a unas manzanas de allí, en una casa espectacular con vista a la bahía. Estaba en la zona conocida como Gold Coast, Costa de Oro, rodeada de otras impresionantes mansiones. Y la casa de Erza era, sin duda alguna, de las más bonitas, aunque no fuera del estilo de Lucy. Parecía que las hermanas hubieran nacido en planetas diferentes.

-Tenemos una huelga en el plató, los técnicos de sonido. Jellal se fue anoche. Yo tengo que llegar hoy sin falta para una reunión con el sindicato y no tengo con quién dejar a Happy. La madre de mi asistenta ha fallecido y ella tiene que quedarse en Seattle no se sabe hasta cuándo, porque dice que su padre está enfermo. Me ha dejado colgada, y mi avión sale dentro de dos horas.

Lucy la escuchaba con el ceño fruncido. No tenía el menor deseo de hacer la deducción obvia. No era la primera vez que su hermana recurría a ella. Por lo visto Lucy era el refuerzo que siempre tenía que estar a punto cuando algo le fallaba a su hermana. Como Erza parecía considerar que lo que hacia Lucy no era vivir, siempre esperaba que su hermana asumiera responsabilidades y arrimara el hombro. Y Lucy no sabía decir que no a una persona que la tenía intimidada desde que era pequeña. Erza, en cambio, no tenía problema en decirle que no a todo el mundo, lo cual explicaba en parte sus triunfos. A Lucy le costaba encontrar esa palabra en su vocabulario personal, y de eso se aprovechaba Erza a la menor oportunidad.

-Si quieres, iré a sacar de paseo a Happy - dijo Lucy.

-Ya sabes que no es suficiente - Erza parecía molesta- Se deprime mucho, si no aparece nadie por la noche. Se pone a ladrar y vuelve locos a los vecinos. Además, necesito que alguien le eche una mirada a la casa.

Happy, el perro, era casi tan grande como la casita de Bolinas, pero si era preciso Lucy le daría alojamiento.

-¿Quieres que lo tenga en casa hasta que encuentres a alguien?

-No- respondió Erza con firmeza- Necesito que tú vengas aquí- <<Necesito que tú...>> Una frase que Lucy había oído un millones de veces. Nada de <<si pudieras... te importaría... por favor... venga, porfaaaa...>> No, señor <<Necesito que tú>> Mierda. Una nueva oportunidad para decir que no. Lucy abrió la boca pero la palabra se negó a salir de sus labios. Miró'de reojo a Charle, que parecía observarla con gesto de incredulidad.

-No me mires así así- le dijo Lucy.

-¿Qué? ¿Con quien estas hablando? - se apresuró a preguntar Erza.
-Da igual. Oye, ¿por qué no puedo tenerlo en mi casa?

-Le gusta estar en su propia cama- dijo Erza, y Lucy puso los ojos en blanco. Estaba a una manzana de donde vivía su cliente y no quería llegar tarde, pero algo le decía que así iba a ser. Su hermana ejercía sobre ella la fuerza de una resaca marina, su tirón era demasiado fuerte.

-Bueno, a mí también me gusta dormir en mi cama-repuso Lucy tratando de aparentar firmeza, pero Erza no se dejaría engañar. Su hermana y Jellal iban a pasarse 5 meses en Nueva York- No puedo cuidarte la casa durante tanto tiempo- dijo, procurando mostrarse tenaz. Y algunos rodajes eran aún más largos. La cosa podría prolongarse durante seis o siete meses.

-Vale. Buscaré a otra persona- dije Erza con un deje de censura en la voz, como si su hermana fuese una niña mala. Siempre acababan igual, por más que Lucy se recordara a si misma que ya era una persona adulta- Pero no puedo hacerlo en una hora. Me ocuparé de ello desde Nueva York. Santo Dios, cualquiera diría que te estoy pidiendo que vengas a vivir a un garito de crack. Hay cosas cosas mucho peores que pasar cinco o seis meses aquí. Quizá te haría bien, y te ahorrarías que tener que ir y venir del trabajo cada día.- Erza le estaba dorando la píldora, pero Lucy no estaba dispuesta a tragar. Odiaba la casa de su hermana: era bonita, perfecta, impecable... y fría. Había salido en todas las revistas de decoración. Lucy siempre se encontraba incómoda allí, no había un sitio donde acurrucarse, donde sentirse a gusto por la noche. Estaba todo tan pulcro que casi le daba miedo respirar, incluso comer. Ella era mucho más relajada en el cuidado de la casa, no como Erza y Jellal, ambos unos maniáticos de la limpieza y el orden. A Lucy le gustaba un poquito el desorden, tanto en su entorno como hasta cierto punto en su vida. Y eso ponía histérica a Erza.

-Me haré cargo unos cuantos días, como máximo una semana. Pero busca a otra persona. No quiero estar varios meses en tu casa- dijo Lucy, tratando de establecer unos limites.

-Entendido. Haré lo que pueda, pero sácame del apuro por unos días, ¿vale? ¿Puedes pasar ya a recoger las llaves? Oh, y quiero enseñarte otra vez la alarma; hemos añadido varias características y no son fáciles de entender. No quisiera que se te disparase. En Canine Cuisine encontrarás la comida para Happy, se la preparan dos días a la semana, lunes y jueves. Ah, no te olvides que hemos cambiado de veterinario. Ahora vamos a a doctora Hajimoto, que está en Sacramento Street. Happy tiene hora la semana que viene para una vacuna de refuerzo.

-Es una suerte que no tengan hijos- dijo Lucy con aspereza mientras daba vuelta en la furgoneta. Llegaría tarde, seguro, pero más valía acabar cuanto antes. De lo contrarío, su hermana no la iba a dejar en paz- Si no, no podrías marcarte nunca.

El mastín alano se había convertido para ellas en el sustituto de un hijo y vivía mejor que muchos seres humanos, con comida preparada especialmente para él, un adiestrador, un peluquero canino que iba a la casa para bañarlo y más atenciones que las que muchos padres daban a sus hijos.

Lucy llegó a casa de su hermana y vio que había ya una limusina esperando para llevarse a Erza al aeropuerto. Apagó el motor y bajó de la furgoneta dejando dentro a Charle, que se quedó mirando por la ventanilla con gesto de interés. Se lo iba a pasar bien con Happy. El mastín era tres veces más grande que ella y probablemente harían muchos destrozos en la casa persiguiéndose de un lado para otro. Lucy quizás les dejaría bañarse en la piscina de su hermana. Lo único que le gustaba de la casa descomunal pantalla que tenían en el dormitorio, para ver películas. La habitación era enorme y la pantalla cubría una pared entera.

Lucy llamó al timbre. Erza abrió bruscamente la puerta con un teléfono móvil pegado a la oreja. Le estaba echado la bronca a alguien sobre los sindicatos, y al ver a su hermana colgó. Eran sorprendentemente parecidas. Ambas eran altas y enjutadas, guapas de cara. Las dos habían hecho de modelos durante la adolescencia. La diferencia más notable era que Erza tenía facciones y curvas muy angulosas y llevaba su larga melena rojiza recogida en una cola de caballo. Mientras que Lucy llevaba suelto su pelo color dorado y era toda ella curvas un poco más suaves, lo que le daba un aire más próximos, y los ojos le sonreían, mientras que Erza todo evidenciaba tensión. Siempre había tenido un punto desquiciado, incluso de niña, pero quienes la conocían bien sabían que, pese a su legua viperina, era una persona honesta y de un buen corazón. Eso sí, dura como una piedra, y Lucy lo sabía por experiencia propia.

Llevaba puestos unos vaqueros negros, una camiseta negra y una cazadora negra de piel, y lucía pendientes de diamante. Lucy llevaba una camiseta blanca, vaqueros que marcaban sus largas piernas y unas zapatillas de deporte que le iba bien para el trabajo, y anudaba al cuello una sudadera descolorida. Parecía muchísimo más joven que se hermana. A Erza la envejecía un poquito su estilo sofisticado, pero ambas eran mujeres despampanantes y se parecían mucho a su famoso padre. La madre era más menuda y de curvas redondas, aunque tenía el pelo dorado como Erza, mientras que la melena colorida de Erza procedía sin duda de una generación anterior, puesto que Buzz Barrington tenía el pelo de color negro azabache.

-¡Menos mal!- Exclamó Erza mientras su enorme mastín salía corriendo y se erguía para apoyar las patas delanteras en los hombros de Lucy. Sabía lo que le esperaba: disfrutar de restos de la comida, que de otro modo le habrían estado prohibidos, y dormir en la cama grande del dormitorio principal, cosa que a Erza no le habría permitido jamás. Aunque adoraba a su perro, Erza era una persona que creía mucho en las normas. Hasta Happy sabía que Lucy era pan comido y que le dejaría dormir en la cama. Meneó la cola y le lamió la cara, un recibimiento mucho más amistoso que le ofrecía a la propia Erza. Jellal era de lejos el más cariñoso de las dos,  pero ya estaba en Nueva York, y la relación entre las hermanas siempre era un poco tensa. Por muy buenas intenciones que tuviese y por mucho que quisiera a su hermana pequeña , Erza nunca andaba con rodeos.

Le pasó un juego de llaves y una hoja de papel con las instrucciones sobre el nuevo dispositivo de alarma. Volvió a decirle lo del veterinario- la cita para la vacuna del refuerzo- y lo de la comida especial para Happy, y le dio una docena más de instrucciones, todo ello hablando como una ametralladora. 

-Y llámanos enseguida si Happy tiene algún tipo de problema- dijo para terminar.

<<¿Y yo, qué?>>, estuvo a punto de preguntar Lucy, pero Erza no lo encontraría gracioso.

-Intentaremos venir a pasar algún fin de semana para darte un respiro, pero no sé cuándo va a ser posible, sobre todo si hay problemas con los sindicatos - Ya estaba agobiada y exhausta antes de llegar a Nueva York. Lucy sabía que se ocupaba hasta de los menores detalles y que hacía las cosas bien.

-Oye, espera un momento- advirtió Lucy- Yo esto lo voy a hacer solo unos días, ¿eh? Una semana, máximo. No me voy a quedar aquí todo el tiempo- Quería que las cosas quedasen claras, que no hubiera confusiones.

-Vale, vale. Y yo que pensaba que te encantaría estar en una casa como Dios manda...- Le lanzó una mirada asesina a su hermana, en vez de darle las gracias por el favor.

-Como Dios manda, te lo parecerá a ti- dijo Lucy- a mí me gusta Bolinas y allí tengo mi casa.

Erza hizo caso omiso.

-Bueno, no entremos en eso- dijo, con una significativa mirada, y luego, a regañadientes, miró a su hermana y le sonrió- Gracias por sacarme del apuro. De veras te lo agradezco. Eres la mejor hermana pequeña del mundo- Dedicó a Lucy una de sus muy escasas sonrisas de aprobación, gracias a las cuales había conseguido engatusara toda la vida. Pero para conseguir aquella sonrisa había que plegarse a los deseos de Erza.

Lucy estuvo a punto de preguntarlo por qué decía que era la mejor hermana pequeña del mundo. ¿Porque su vida no era <<vida>> según Erza? Se abstuvo de decirlo, sin embargo odiándose por haber accedido tan rápido a hacerles ese favor. Como de costumbre, Lucy había consentido sin presentar apenas batalla. Claro que, de todos modos, Erza siempre se salía con la suya. Siempre sería la hermana mayor a la que no podía enfrentarse y a cuyas peticiones no podía negarse. Su hermana ocupaba un lugar preponderante en su vida, por encima incluso de sus padres.

-Esta bien, pero no quiero quedarme aquí mucho tiempo- dijo Lucy, casi como un ruego.

-Te llamaré en cuanto sepa algo- afirmo Erza de manera un tanto críptica, y rápidamente se fue hacia el cuarto de al lado, donde los teléfonos estaban sonando a la vez. Mientras corría, le sonó también el móvil- Gracias de nuevo- repitió volviéndose un momento, y Lucy suspiró, dando unas palmaditas al mastín. Llevaba ya un retraso de veinte minutos.

-Hasta luego, Happy- dijo, y cerró la puerta. Cuando arrancó la furgoneta, tenía ya la deprimente sensación de que Erza la iba a dejarla allí durante meses. Lucy sabía cómo las gastaba su hermana.

Llegó a casa de su primer cliente cinco minutos después. Sacó una pequeña caja de su guantera, puso la combinación y extrajo unas llaves con una etiqueta donde constaba un código  de cifras. Lucy tenía llave de todas las casas de sus clientes, pues se fiaban absolutamente de ella. La casa en cuestión era casi tan grande como Erza y estaba rodeada de setos muy bien cuidados. Lucy entró por la puerta de atrás, desconecto la alarma y silbó con fuerza. A los pocos segundos aparecía un gigantesco gran danés de pelaje azul gris, que empezó a menear la cola en señal de alegría no bien la hubo visto.

-Hola, Henry, ¿cómo estás, pequeñajo?

Lucy ajustó la correa al collar, puso la alarma otra vez en marcha, cerró la puerta y se llevó al perro hacia la furgoneta. Charle se alegró mucho de ver a su amigo. Se saludaron a ladridos y se pusieron a jugar en la trasera del vehículo.
Lucy paró en otras cuatros casas de la zona- todas opulentas por igual- y recogió a un dóberman sorprendentemente manso, un ridgeback rodesiano, un lebrel irlandés y un dálmata. Su primera excursión de la jornada siempre era con los perros grandes, lo que más ejercicio necesitaban. Se dirigió hacia Ocean Beach, donde podía correr varios kilómetros con ellos. A veces los llevaban al Golden Gate Park. Y, de vez en cuando, Charle, con su instinto pastor, ayudaba a reunirlos si se desperdigaban. Lucy llevaba tres años paseando perros de la élite millonaria de Pacific Heights, y nunca había tenido percances ni se le había perdido ninguno. Tenia una reputación inmejorable, y aunque su familia consideraba que pasear perros era una miserable pérdida de tiempo, Lucy se ganaba bien la vida así, estaba al aire libre y los animales le encantaba. No es que pensara dedicarse a eso toda la vida pero por el momento se sentía contenta.

Le sonó el móvil cuando estaba dejando en casa al último de los perrazos. Después le tocaba recoger a varios de tamaño mediano. Lo más pequeños los dejaba para antes de almorzar, ya que la mayoría de sus dueños los sacaban antes de ir al trabajo. Y luego hacía una última tanda de perros grandes a media tarde. La llamada era de Erza. Estaba ya en el avión volando, y hablaba a toda prisa antes de que le dijesen que desconectara el móvil. 

Lucy se extrañaba de que su hermana no le explotara la cabeza, teniendo que recordar tantas minucias. Y es que para Erza no había detalle poco importante, siempre quería controlarlo todo, tanto de su propia vida como de la de los demás, perro incluido.

-No pasa nada, no te preocupes- le aseguró Lucy. Se sentía relajada después de la carrera con los perros- Pásatelo bien en Nueva York.

-Lo veo difícil, con esa maldita huelga- Erza parecía a punto de saltar, pero Lucy sabía en cuanto viera a su pareja, a Jellal, se iría calmando. Se complementaban a la perfección: era lo que se dice perfecta.

-Bueno, tu intenta divertirte- le dijo Lucy- Pero no  te olvides de buscar otra persona que cuide de la casa- Le importaba o no a Erza, su recordatorio iba en serio.

-Sí, sí, descuida- dijo su hermana- Oye, y gracias por sacarme del aprieto. Es importante para mi saber que la casa y Happy están en buenas manos- Su tono de voz fue más afable cada vez. Tenían una relación bastante peculiar, pero a fin de cuenta eran hermanas.

-Gracias por el piropo- dijo Lucy, con una sonrisa en los labios. Siempre se preguntaba por qué era tan importante para ella contar con la aprobación de su hermana mayor, y por qué le dolía tanto si la criticaba. Sabía que antes o después tendría que desengancharse, tendría que decidirse a llevarle la contraria. Pero el momento no había llegado aún.

Lucy sabía que tanto para su hermana como para su madre, cuidar de perros no era un oficio. Para ellas, y comparado con sus exitosas trayectoria profesionales, el pequeño negocio de Lucy era casi motivo de vergüenza. Ellas no lo consideraban ni siquiera un empleo. La propia Lucy era consciente de que, en la escala Richter del éxito, lo suyo con los perros ni siquiera llegaba a leve temblor de tierra: la aguja ni se movía. De todos modos, les gustara a ellas o no, su vida con los perros era sencilla y agradable. Y para Lucy, al menos por el momento, eso era más que suficiente.

Fin capitulo 1

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