Mercado de Maridos (HES #1)

By MarcePeralta

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⭐️Historia destacada de Romance de Octubre 2017⭐️ ⭐️Historia destacada de Ficción General Enero 2020⭐️ "¡Bien... More

Nota de la Autora
Introducción
1.1: La Feria de Apolo
1.2: La Feria de Apolo
2.1: La Escuela de Hombres
2.2: La Escuela de Hombres
3: Una boda peculiar
4: Diógenes
5.1: Un regalo, una compensación
5.2: Un regalo, una compensación
6.1: Un poco de suerte
6.2: Un poco de suerte
7.1: Stephen
7.2: Stephen
7.3: Stephen
8.1: Prisioneros
8.2: Prisioneros
9.1: Fruto Prohibido
9.2: Fruto Prohibido
10.1: Cien veces, no debo
10.2: Cien veces no debo
11: Riesgos
12.1: La decisión
12.2: La decisión
13.1: El Basurero
13.2: El Basurero
14.1: Sentencia
14.2: Sentencia
15: ¡Corre!
16.1: Preparados...
16.2: Preparados...
17: Daría lo que fuera por volverte a ver
18.1: Algunos mejor perderlos, que encontrarlos
18.2: Algunos, mejor perderlos, que encontrarlos
19: De libertades y privaciones
20: Agentes encubiertos
21: Jugar sucio
22: Rendido a sus pies
23: Sombras
24: Eres esclavo de tus palabras
25: En la cuerda floja
26: Listos...
27: A sangre fría
28.1: Culpa
28.2: Culpa
29: ¡Ya!
Epílogo
Agradecimientos
¿Qué sigue? Sobre la saga Hasta que ellas nos separen

30: Centauria

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By MarcePeralta




—Con Jenner, por favor. Es urgente —susurró al teléfono público.

Jeff se encontraba en la otra punta del Basurero, aún agitado por la huida. Había tenido suerte y los había perdido. Sin embargo, la sensación de estar siendo observado persistía. 

Se encorvó contra el anticuado aparato empotrado en la pared, mientras aguardaba que le transfirieran la llamada.

—Jenner al habla —se identificaron, por fin, del otro lado de la línea.

—Estoy en problemas —le soltó sin más.

—No me digas. ¿Y yo qué tengo que ver con eso? —le preguntó, inexpresivo.

Jeff lo odió con todo su ser. Claro, para él era muy fácil. Se lo imaginó muy tranquilo en su mansión, rodeado de lujos y seguridad. Un lugar donde nadie lo perseguía, ni lo amenazaba. Él, en cambio, estaba en el mismo infierno de los olvidados.

—Ustedes me prometieron algo —le recordó—. Quiero mi pago.

Una corta carcajada fue toda la respuesta que recibió.

—Ya cumplí con mi parte —insistió—. Se supone que a estas alturas ya los tienen, ¿verdad?

Se estaba empezando a impacientar. Más les valía que lo liberaran, porque sino ardería Troya.

—Tú no manejas los tiempos, Jefferson. Todavía no vas a obtener lo que quieres —lo corrigió—. Tendrás que sumar más puntos para eso.

—No —lo cortó—. Ya les di lo que querían y me han descubierto. ¡Si no salgo de aquí, soy hombre muerto, Jenner!

—Pues, qué pena. Adiós.

Y cortó la comunicación. Volvió a llamar varias veces, sin éxito. Estaba perdido.



Al día siguiente, se despertó temprano para ir a trabajar. Sin embargo, nunca llegó. Cuando salía de bañarse, lo interceptaron dos hombres. Lo agarraron por los brazos y lo obligaron a caminar hacia el comedor, que estaba lleno de hombres desayunando.

—¡Atención! —gritó uno, luego de aplaudir.

Un silencio sepulcral se hizo presente, mientras todos volteaban a verlos. Jeff intentó zafarse, pero le resultó imposible.

—Hemos encontrado una rata entre nosotros —les informó.

La furia invadió los rostros de todos. Se pusieron de pie, cuando el hombre que había hablado empujó al chico hacia la salida. Algunos lo escupieron a su paso. Como en procesión, todos los siguieron hasta el patio de cemento. Formaron un círculo cerrado alrededor de ellos. Jeff fue empujado al centro con violencia.

Con el corazón latiendo desbocado, observó su alrededor con terror. Estaba acabado. Comprendió que, tal vez, la única libertad posible era la que traía la muerte: no veía otra alternativa. 

Veía expresiones salvajes. Él no era la primera "rata" que se aparecía en el Basurero, eso quedaba claro. Y había mucho resentimiento ahí.

—Todo suyo, muchachos —invitó su captor, dando un par de pasos hacia atrás.

Como leones acechando su presa, primero se acercaron unos pocos. El primer puñetazo no tardó en colisionar con su rostro. Jeff se encogió por el dolor, bajando la vista. Pero no le dieron tiempo de recuperarse, ni de defenderse. 

Una lluvia de golpes y patadas cayó sobre él, alentada por esa primera jugada. Lo tiraron al piso, mientras una cacofonía de gritos llenaba sus oídos.

—¡Rata! —coreaban unos.

—¡Perro feminista! —rugían otros.

—¡Traidor!

—¡Escoria!

—¡Vendido!

—¡Imbécil!

Después de unos minutos, ya dejó de entender lo que decían. Sentía tanto dolor por todo su cuerpo, que creyó que le habían quebrado todos los huesos. Solo atinó a proteger su cabeza, hasta perder la conciencia.



**********************

Una alarma resonó en buena parte del muro, minutos después de capturar al Cuervo. Por los altavoces, se informó que la aduana sería temporalmente cerrada por un desperfecto eléctrico y fue desalojada. Gabriel esperó junto a su presa, atada con esmero, hasta que la puerta se abrió. Una comitiva de diez hombres se dirigió a ellos. Todos llevaban las mismas ropas de mantenimiento.

Uno de ellos, de baja estatura y algo excedido de peso, se acercó al grupo, que se había condensado en una pequeña porción de espacio, alrededor de Adele. Su andar despreocupado, pero imponente, hasta lo hacía parecer más alto de lo que era. No había que ser azul para deducir quién estaba a cargo allí. 

Tenía ojos negros como el ébano e intensos. Diógenes sospechaba que pudiera compartir sangre con su amigo Jeff. Aunque allí se acababa su parecido: su calva brillaba con el sol. Les sonrió, transmitiendo amabilidad, y hasta un poco de alegría.

—Tenía que verlo en persona. El Cuervo está entre nosotros —exclamó, abriendo los brazos y ampliando su sonrisa— ¡Qué honor, mi querida!

Ante la mirada atónita de los presentes, le dio un beso en cada mejilla. Adele sintió asco. Si hubiera podido, se hubiera limpiado la cara con algún desinfectante. Al advertir lo que había provocado en ella, se echó a reír. Nadie lo acompañó.

—Cuánta seriedad, muchachos —dijo, mirando a su público—. Ya ganamos esta batalla, ¿no les parece motivo suficiente para celebrar?

Gabriel quebró su expresión de piedra con una media sonrisa.

—Vas a asustar a nuestros protegidos, Carlitos —aclaró.

—¡Ah! ¿Dónde está mi pequeña valiente?

Clavó su mirada en Thea, que para esa altura se sentía un poco intimidada. Stephen estrechó su agarre, para infundirle seguridad. El hombre extendió la mano, presentándose:

—Carlos Salvador, —Diógenes contuvo la risa al oírlo, pero a nadie más pareció hacerle gracia— a su servicio, joven Galathea. Lamento los tropiezos. Le aseguro que pronto serán reubicados en un lugar mejor.

Thea aceptó la mano y la apretó con poca fuerza. No caía en que todo pronto terminaría. ¿De dónde había salido esa gente? ¿Y por qué demonios no los habían socorrido antes?

—Soy la mente maestra detrás del operativo de protección. No suelo dar la cara, pero es que, mírala. Tenemos a uno de los peces gordos del mercado. —Y dirigiéndose a Adele, agregó— Tú y yo tenemos largas horas de charla por delante, mi querida.

Adele se limitó a mirarlo con odio y no le dio el gusto de darle una respuesta. Saldría de esa situación con la dignidad intacta.

—Gaby, ¿le has cortado la lengua? Lo de víbora era un decir, nada más —se rio.

—Ojalá, Carlitos, pero hay otros que se merecen más ese premio. Toda tuya.

El jefe hizo señas para que la escoltaran entre dos, mientras que los demás se encargaban de las agentes caídas. Diógenes, Stephen y Thea la observaron marcharse, sin mayor ceremonia. Allá iba una de las legisladoras más importantes del país, tratada como una criminal más. Sola y repudiada.

—Pueden retirarse —les dijo Carlos—. Galathea, Stephen, les deseo toda la felicidad del mundo.

Ambos sonrieron y asintieron con un leve movimiento.

—Muchísimas gracias —dijo Stephen—. Nunca creí que esto acabaría.

—Ya habrá tiempo de agradecernos, chicos. Sabrán de nosotros muy pronto.

Y, sin volver a mirar atrás, se fue con sus hombres.



—¿Qué quiso decir con eso?—preguntó Thea a Gabriel, asustada.

—Nada que debas temer. Es todo lo que puedo decirte.

—¿Qué fue todo lo que pasó? —preguntó Stephen—. ¿No era más fácil hacer esto desde un principio?

—Es que no nos esperábamos que ella estuviera aquí, muchacho. Por lo general, otros hacen el trabajo sucio por ella —le explicó—. De hecho, creí que el chico que capturaron hace un rato se encargaría de liquidarte. No podíamos dejar pasar la oportunidad.

—¿Jeff? —preguntó Diógenes, con temor.

Stephen volteó a verlo, con desagrado en su expresión.

—¿Qué Jeff? —quiso saber Stephen, manteniendo a raya la furia que sentía correr por sus venas.

Tanto él como Thea clavaron la vista en Diógenes, que solo atinaba a mirar el suelo. Ella tuvo un mal presentimiento y supo exactamente lo que le estaba ocultando su hermano. Stephen quiso estrangularlo ahí mismo, la felicidad evaporada por completo.

—Mi amigo —soltó por fin.

Gabriel torció el gesto.

—Sí que sabes cómo escoger con quien te relacionas —acotó.

—¿De qué está hablando, Dío? —Thea lo miró, decepcionada.

Su hermano apretó los labios y se pasó una mano por el cabello, desordenándolo más.

—Adivinen quién le contó al Cuervo dónde estaba su bomboncito perdido... —contestó el agente por él—. Y con quién.

—¡Lo sabía! —exclamó Stephen, indignado— ¡Esa rata inmunda!

—No puedo creerlo... ¿El chico que te seguía era él, amor? Diógenes, ¿has hablado con él? —La chica lo miró incrédula.

Él asintió en silencio. Nada salía de su boca. Se estaba muriendo de la vergüenza. Quería desaparecer.

—Él ya te seguía desde antes, Stephen... Yo no sabía nada... Lo siento... Yo... —balbuceó—Nunca me dijeron que acosaban a Stephen...

Les contó en forma resumida sobre cómo se encontró con Jeff, y confesó que le contó de sus planes.

—Eres un estúpido —lo insultó Stephen.

Y el chico estuvo de acuerdo con él.

—Me sentía solo —explicó—. Ustedes se tienen el uno al otro. Yo no tenía a nadie.

—¿Es en serio, Dío? —exclamó Thea— ¿Y papá y yo, qué somos?

—A ti, te conozco hace nada, Thea. Me encariñé contigo, sí, pero no me pidas que te trate como a la mejor amiga del mundo —se sinceró.

Thea sintió un nudo en la garganta. Aquello era como un puñal en su corazón, ya de por sí maltratado por la traición de su hermano.

—Y papá... —continuó—. Hacía años que no lo veía. Era un niño cuando me fui de casa. Lo siento, pero Jeff era mucho más cercano a mí que cualquiera de ustedes. Y se supone que era como mi hermano... Necesitaba desahogarme con alguien. ¡¿Yo qué iba a saber?!

Miró a la pareja, esperando que comprendieran. Stephen lo condenaba en silencio y Thea no soportaba verlo a los ojos. Se indignó.

—¿Acaso no cuente que esté aquí? ¿Que haya arriesgado mi vida por ustedes? —les preguntó, alzando la voz— ¡Me apuntaron a la cabeza! ¡Casi me matan por tu culpa, Thea! Me equivoqué con mi amigo, lo sé. Pero ustedes, también se equivocaron. Por eso, estamos aquí, ¿verdad?

—No es lo mismo... —empezó a decir Thea.

—No, es peor. No me vengas a hablar de culpa —le espetó.

—Cállate, Diógenes —le ordenó Stephen—. Es suficiente. Ha muerto gente porque hablaste de más. A causa nuestra, es cierto. Pero si no hubieras abierto la boca...

—Yukari estaría viva —susurró Thea, sollozando.

Gabriel resopló. El tiempo no estaba a su favor. Estaba cansado y quería terminar con eso de una vez.

—Ya dejen el drama. Tenemos que irnos —les pidió—. De todas formas, Jefferson ya pagó su culpa.

—¿A qué te refieres? —preguntó Diógenes con temor.

—A que el Pueblo emitió su veredicto esta mañana —respondió, con frialdad—. Dudo que esté vivo a estas alturas.


************

El trayecto desde allí transcurrió sin más obstáculos. Con los ánimos más calmados, los hermanos hablaron y se reconciliaron. Thea comprendía lo que había movido a su hermano a hablar, aunque le parecía algo errado. Sabía que se sentía doblemente culpable, tanto por la traición involuntaria como por la posible muerte de su mejor amigo. No le veía el caso a hundirlo más en la miseria. Prefirió, en cambio, consolarlo y agradecerle por la ayuda que les había brindado. Él, por su parte, se aferró a ella como si fuera un niño, pidiéndole perdón mil veces más.

Stephen observó el abrazo que se dieron con una mezcla de sentimientos. No podía perdonar tan fácil. Las muertes pesaban en su conciencia y lo mortificaba saber que algunas podrían haberse evitado. Suspiró con pesar. Admiró a su chica, con su corazón lleno de amor y perdón. Tenía una capacidad de velar más por el otro que por ella misma, de intentar sanar y consolar, a pesar de estar desgarrada por el dolor. Él no podía. En su lugar, hubiera seguido reclamándole a Diógenes, para luego darle la espalda. Seguía enojado con él.



Un cartel de ruta anunciaba que la mítica Centauria se encontraba a menos de veinte kilómetros. Thea acarició el cabello de Stephen, cuya cabeza reposaba en su regazo, y sintió la paz en su corazón. A fuerza de puro amor, lo había sosegado a él también. 

Sonrió nuevamente. Había perdido la cuenta de la cantidad de veces que le había brotado. Se sentía liviana y feliz. Ansiosa por el futuro que los esperaba. Un futuro en el que despertaría todos los días al lado de su pareja. Un beso dulce de desayuno y salir a la calle, sin vergüenza de mostrarse al mundo.

Poco tiempo atrás, ella solo era una chica normal que quería casarse y nada más. Una vida monótona, sin sobresaltos. ¡Cuántas cosas habían pasado en tan corto plazo! No había cumplido su objetivo, todavía. No legalmente, al menos. Sin embargo, había ganado. 

A su lado, dormitaba un hombre capaz de ir contra todo, con tal de estar con ella. Había aprendido que no había un tiempo para amar, ni nada que no estuviera dispuesta a dar por esa persona. Esas mariposas del principio, se habían transformado en un espíritu de lucha, concebido a base de pruebas muy duras. Y había valido totalmente la pena.

Si pudiera volver el tiempo atrás, estaba segura de que volvería a hacer todo de nuevo, sin pestañear. Porque ella era fuerte, en ese momento lo tenía muy claro. Pero no esa fuerza de dominación, de la que tanto se había enorgullecido Adele. 

Su fuerza nacía del amor desinteresado. Una fuerza que hallaba su motor en un corazón que latía en sintonía con el suyo. Ojalá todos los hombres pudieran comprarse así, desde el amor. Deseó con todo su corazón que las mujeres de su tierra volvieran a "comprar" con la moneda del corazón, y no con la del dinero. Como en los viejos tiempos. Solo así llegaría la justicia social que tanto anhelaba.


****************************

Ya era noche cerrada, cuando empezaron a aparecer casas a los costados del camino. A lo lejos, se adivinaba el mar, en el cual flotaban algunas embarcaciones. Conforme se iban acercando a la entrada de la pequeña ciudad costera, las calles se iban llenando de personas. Hombres y mujeres haciendo vida normal. Hombres libres, relajados, solos y acompañados. A veces, con mujeres; a veces, no. Y estaba bien.

Entraron en una pequeña rotonda, en la cual había una pequeña fuente con la estatua de un centauro sosteniendo un arco, y "Centauria" en grandes letras blancas de cemento, clavadas en el suelo. Todo estaba iluminado con luces cálidas y adornado con flores de vivos colores.

—Amor, despierta. —Lo movió un poco— Lo logramos.

No quería que se perdiera de aquello. Gruesas lágrimas se deslizaron por sus mejillas, mientras lo abrazaba y miraba por la ventana. Ambos se empaparon con la visión de la tierra prometida. 

Stephen también permitió que un par de lágrimas rodaran por su rostro. No podía creerlo todavía. Dudaba si aquello sería solo un sueño, del cual se despertaría, con el monstruo durmiendo a su lado. Un tirón en el hombro le recordó que todo era muy real y estaba sucediendo. ¡Por fin, estaba sucediendo!



Un policía detuvo el vehículo. Diógenes les pidió que disimularan, mientras se encargaban de aquello. Les mostraron la documentación y los dejaron pasar. Gabriel condujo hasta la otra punta de la ciudad y se acercó a la playa. Estacionó el vehículo frente a una pequeña cabaña pintada de blanco, como casi todas las de la zona.

—Bienvenidos a su nuevo hogar, chicos. Felicidades —les comunicó, con una ligera sonrisa.

Les entregó las llaves y entraron, tomados de la mano.

La casa era de dos ambientes, más la humilde cocina y el baño. Acogedor y suficiente para ellos. Ya estaba amueblado de forma sencilla. Sobre la mesa, había un sobre que contenía dinero y una carta. Era de Aria.

"Thea: ¡Lo lograste! Diosa sabe cuánto te extrañaremos, pero, de todas formas, soy feliz porque ya has podido cumplir tu sueño de formar una familia. Ese chico no tiene idea de la joya con la que se encontró. Espero que sepa cuidarla y defenderla con todas sus fuerzas.

Disfruten de su nueva vida, de su libertad. Ámense sin condiciones y ténganse paciencia. La vida matrimonial no será siempre de color de rosas, pero si recuerdan lo que los unió en primer lugar, saldrán adelante.

No se guarden nada y hablen de todo. Sin comunicación, su relación no tendrá una base sólida y se derrumbará. Sepan escucharse y ceder de vez en cuando. Traten de no perder de vista lo importante. Ya verán como, a pesar de las tormentas, el amor siempre prevalece. Recuerden que todo pasa, excepto eso.

Les deseo toda la felicidad del mundo. Y Diosa quiera que algún día nos volvamos a encontrar.

Te amamos, hija del corazón.

Aria y Tonio.

PD: Queremos muchos nietos."

Thea volvió a llorar, mientras leía aquella breve carta, y se sonrojó con el final. Ella también los extrañaría muchísimo. Ojalá pudiera agradecerles en persona todo lo que habían hecho por ella.

—En estos días, se pondrán en contacto con ustedes, como les anticipé —interrumpió Gabriel—. Me alegro de que todo haya terminado bien para ustedes. Me retiro.

Thea lo abrazó. La acción lo descolocó un poco, pero se lo terminó devolviendo. Stephen estrechó su mano y le agradeció por todo. Luego, volvió a la camioneta. Diógenes se acercó a la pareja, con una brillante sonrisa.

—Hermanita, fue poco tiempo, pero agradezco haber podido conocerte. Gracias por acordarte de mí. Es mucho más de lo que puedo decir de las mujeres con las que me he cruzado en la vida. Me has demostrado que no todas son tan malas...

Thea sonrió y negó con la cabeza.

—Somos más de las que imaginas. Solo hay que saber encontrarnos. —Le guiñó el ojo.

—Te quiero, hermosa. —La abrazó— Espero volver a verte algún día. Trátalo bien. No seas muy tirana con él.

—¿Cómo crees, tonto? —exclamó, divertida—. Cuídate, Dío. Te quiero mucho... Gracias por todo.

—Adiós, chicos. No hagas muchos esfuerzos, Thea. Y que te sea leve lo del hombro, Ste.

La puerta se cerró y quedaron solos. Se quedaron quietos, escuchando el mar y la respiración acompasada del otro. Una caricia fugaz, un abrazo, un beso... Y aquello que no se habían permitido hasta ese momento, sucedió.

Se besaron lentamente, dejando las manos del otro acariciar a gusto y placer. Stephen recorrió el cuello de Thea, besándolo con dulzura, mientras ella enterraba sus dedos en su cabello. Suspiró, mientras él apretaba aún más su abrazo.

Se fueron despojando de su ropa conforme les iba molestando, sin dejar de besarse y recorrerse. No había urgencia, aunque sí cuidado en sus movimientos, debido a sus heridas.

Antes de ser siquiera conscientes de ello, ya estaban tendidos en la cama, libres de la mayor parte de su ropa. Thea estaba nerviosa y ansiosa por lo que iba a suceder, pero Stephen fue tan dulce, que todo dolor que amenazaba con aquejarla desapareció enseguida.

Hicieron el amor sabiéndose dueños del tiempo y disfrutaron cada segundo, hasta quedar agotados en brazos del otro. Una entrega muy diferente a la de sus padres, y a la de tantos hombres y mujeres de ese lugar. Mas una más importante y profunda de lo que cualquier cheque podría lograr.

Allí era donde pertenecían, el puerto seguro después de un viaje agitado e intenso. Una travesía difícil, y a la vez, hermosa, puesto que se habían encontrado con la mejor compañía.

—Soy totalmente tuyo, Thea—susurró, muy cerca de sus labios, acariciando su piel con adoración y delicadeza.

—Y yo te pertenezco a ti, mi vida —respondió ella, sellando su pacto eterno con un beso.

Lloro... De nuevo. Volver a hacer este viaje fue una experiencia hermosa para mí. ¡Espero que les haya gustado!
Queda pendiente el epílogo, que subiré en estos días.

Hay muchos cabos sueltos por ahí, lo sé. Quedan 3 libros más, pero aquí termina la historia de ellos, mi Thea y mi Stephen.

A los que no lo saben, les cuento que esta historia nació allá por el 2008. No es la primera novela que escribo, pero sí la primera que termino y no puedo creerlo todavía. No se imaginan la emoción que me da escribir estas líneas y decir "Lo logré".
Esta historia significa mucho para esta persona a la que le cuesta horrores terminar lo que empieza.

Y todo fue posible, gracias a ustedes, mis lectores. Esto hubiera quedado archivado en el fondo de un cajón, de no haber sido por los comentarios que recibí con tanto cariño. Gracias a las que me reclamaron por las actualizaciones cuando me desaparecía por mucho tiempo.



Y bueno, *sonido de tambores* ¡ANUNCIO!

La fiesta sigue! Y el lugar es en: "Contrabando de Gigolós". Les voy adelantando que el protagonista es Orpheo, el hermano mayor de Thea. Algunos ya lo conocen, otros no... Les invito a pasarse por allí. Les dejo una de las foto promocionales.

A esa le seguirán "El Outlet de los Divorciados"(vuelve Derek, es algo que no me puedo guardar); y, para finalizar, "La Revolución Azul"(con Diógenes en el centro del escenario). ¿El nombre de la saga? "Hasta que Ellas nos Separen". Ojalá se queden conmigo hasta entonces.

No caigo... En serio, esto es increíble para mí.

Marce

PD: Espero no haber decepcionado a nadie por no querer describir la noche de pasión de mis protagonistas... No era el eje y tampoco me sentía cómoda escribiendo algo así. No me odien jaja

PD2: Los vuelvo a invitar al grupo de Facebook "Historias de Marce", donde voy avisando de mis avances y dejándoles algunas cosillas.

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