Alaia

By DiTMarD

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Una guerra planeada desde siglos atrás dará comienzo cuando Alaia despierte, los Lyrat y Eris, criaturas con... More

Sinopsis
Epígrafe
Prólogo
I
II

III

59 1 0
By DiTMarD


Alguien comienza a sacudir mi cuerpo, abro los ojos para saber quién.

—¿Mamá? —pregunto confundida.

De inmediato todo lo ocurrido el día anterior vuelve a mi mente, me incorporo asustada y llevo la mano a donde debería estar la herida, no hay nada.

—Anda, levántate, es hora de ir a trabajar —dice sin más.

—¿Qué pasó ayer? ¿Me llevaron al hospital o...?

Me detengo al notar la enorme confusión de mamá.

—¿De qué hablas? —Frunce el ceño.

—No, nada... —Paso una mano por mi cabello—. Creo que tuve una pesadilla, aunque fue muy real... En fin, ¿qué le compraste a Vale por los Reyes? —pregunto para cambiar el tema.

—¡Sssh! Tu hermana podría escuchar, recuerda que aún es muy pequeña para saber que tu papá y yo le compramos las cosas. —Ignora el tema fácilmente—. Tu papá te espera abajo, no tardes. —Sale de la habitación y cierra la puerta.

Mamá se comporta extraño, pero eso no es lo más importante ahora. Me quito las sábanas y salgo de la cama lo más rápido posible, analizo con detalle todas las colchas en busca de un rastro de sangre, una sola gota bastaría para comprobar que no fue una pesadilla, no hay ni un rastro. Nada. Me acerco hasta el espejo de mi ropero, giro la cabeza de un lado a otro para poder apreciar mi cuello, al no notar nada, toco por última vez mi nuca para confirmar que, efectivamente, las pesadillas han regresado. Sin embargo, aún falta algo para completar el rompecabezas: no recuerdo nada después de haber hablado con Gustavo.

—¡Sofía, date prisa, ya sabes cómo es tu padre! —grita mi madre a la vez que golpea la puerta.

Me doy por vencida en mi intento de recordar algo. Seguro sólo regresé a casa y dormí toda la tarde, el cansancio juega malas jugadas.

Me acerco al armario, escojo la ropa que usaré y me visto. Tomo el cepillo de la parte superior del armario y comienzo a peinarme, no me es difícil debido a lo liso de mi cabello, lo recojo en una coleta. Busco mi celular, las llaves de la casa y un poco de dinero, los guardo en mi bolso; tomo un suéter azul del perchero y me coloco el bolso de forma cruzada.

Bajo las escaleras corriendo, papá está sentado en la sala.

—Listo —digo.

—Despídete de tu madre. —Se levanta y sale por la puerta principal.

Voy a la cocina para tomar un vaso con agua, al finalizar lo dejo en la mesa.

—¡Adiós, mamá! —grito antes de salir.

Cierro la puerta, papá ya ha adelantado camino, corro hasta situarme un metro detrás de él. Desde el incidente nuestra relación no ha vuelto a ser la misma, llegando al punto de que al estar a su lado me siento incómoda y no protegida, como debería ser. Supongo que nunca imaginó que yo sería capaz de aquello, aunque, a decir verdad, yo tampoco lo imaginaba.

—Ayer trataste mal a tu madre y después te fuiste de la cafetería sin siquiera despedirte. No es la primera vez que la tratas así, pero quiero conocer tu versión.

Escuchar su voz dirigida a mí, a pesar de que su vista está centrada en el camino, me provoca nostalgia.

Trago saliva antes de responder.

—Mamá defendió a Paula, a pesar de que ella fue la que me ofendió primero. Acumulé mucho estrés y terminé por explotar, ahora admito que pudo parecer una niñería...

—Lo fue, tu madre me contó que escuchó la conversación y que en ningún momento Paula te faltó al respeto, sólo te dijo que quería a Gustavo. —Sigue caminando sin siquiera voltear a verme.

—¡Pero no es sólo eso! Ella siempre me molesta, la había soportado hasta ayer. —Aprieto los puños.

—No debes caer en provocaciones. —Se detiene y hago lo mismo—. Ya no eres una niña pequeña, debes aprender a controlarte, ¿qué harías si algo como lo de hace años vuelve a pasar? —Voltea a mirarme.

No logro entender la expresión de su rostro, nunca he sabido leer a las personas.

—Eso nunca pasará de nuevo, yo era sólo una chiquilla cuando sucedió.

—Sabías distinguir lo malo de lo bueno, aún así eso ocurrió. —Vuelve a caminar y su voz se vuelve más dura—. Estoy cansado de que tengas un pretexto para cada acción.

Limpio las lágrimas que ya se han esparcido por mi rostro, recordar todo lo que pasó después de aquello me vuelve frágil.

—Lo siento —susurro mientras camino detrás de él.

—He tomado una decisión.

Siento como mi pecho se oprime con cada palabra.

—Papá...

—En unos meses, cuando cumplas 20, tendrás que irte de la casa y hacerte cargo de tus gastos educativos, yo sólo te ayudaré con una parte. Si tú mamá quiere puedes seguir trabajando en la cafetería, pero no quiero que influyas en la conducta de tu hermana. Ayer nos contó que actuabas muy extraño antes de traerla a la cafetería.

—No fue nada... N-no dormí bien.

—Sofía, creo que ya ha quedado claro que estoy harto de tus excusas, compórtate como lo que eres. Te quiero porque fuiste un velo de esperanza cuando tu madre y yo pensamos que no podríamos tener hijos. —Su voz se quiebra, al menos eso quiero pensar—. Pero, debo proteger de Valeria, ella aún es pequeña y tú ya puedes cuidarte sola.

—¿Protegerla de quién? ¡Yo jamás le haría daño a Valeria! —Alzo la voz—. Sé que quizá aún me quieres, pero eso no es lo único que sientes por mí, ¿cierto? —Lo tomo del brazo para obligarlo a mirarme.

—Sofía...

—¿Por qué me tienes miedo? —Intento ser valiente y soportar su mirada, pero me es imposible, cubro mi rostro con las manos—. ¡Yo no hice aquello!

—No quiero seguir hablando de esto, te he dicho una y otra vez que dejes de mentir, todo ha quedado decidido y nada me hará cambiar de opinión.

Guardo silencio hasta llegar a la cafetería. Ayudo a papá a abrir y me siento detrás del mostrador, mirando un punto fijo y sin pensar en nada en específico, sólo dándole vueltas a lo absurdo de mi existencia. Permanezco absorta en mis pensamientos por bastante tiempo, hasta que llega Paula a romper mi burbuja de miseria y destrucción.

—¿Por qué tan triste, Sofí? Espera, déjame adivinar. ¿Al fin te diste cuenta de que Gustavo jamás te amará? —pregunta Paula con sorna.

Respiro hondo y recuerdo las palabras de mi padre, no debo caer en provocaciones.

—¿Qué dices? Gustavo es el que está enamorado de mí.

—Lo dudo mucho, ¿por qué habría de hacerlo? —Su expresión ahora ha cambiado, ya no parece estar tan segura.

La miro con rabia, aprieto los puños y trato de contenerme para no darle un golpe.

—¡Paula y Sofía, pónganse a trabajar! —interfiere mi padre, mira mis puños y agrega—: Paula, ve a limpiar el almacén.

Paula se levanta a regañadientes y se dirige al almacén. Continúo sentada mirando a la nada.

—¿Y mamá? Ya debió haber llegado. —Sigo a papá.

—No contesta el celular, debe venir en camino. —Entra en la cocina—. Iba a dejar a Valeria en casa de unos amiguitos, creo que la madre los llevaría a un evento por lo de los Reyes Magos.

—Uh, claro. Sobre lo de hace...

—Quizá pasó a comprar algunas cosas. —Me interrumpe.

Me rindo, será imposible convencerlo de que no le haré daño a Valeria, ni siquiera yo estoy segura de eso, ¿cómo podría él estarlo? Golpeo la pared de la cocina con fuerza, al menos papá no se ha dado cuenta. Salgo de ahí para ir al frente, un cliente llega, tomo una carta del mostrador y me dirijo hacia la mesa en donde ha tomado asiento.

—¿Pedirá algo especial o desea ver primero la carta? —pregunto en automático al llegar.

—Dos cafés americanos y unas galletas —dice el joven, sin siquiera mirarme.

Me sorprende su orden, dos cafés... eso significa que le gusta mucho la bebida o está esperando a alguien.

—Enseguida los traigo.

Me acerco al mostrador, Paula está sentada detrás.

—Dos cafés americanos para la mesa cinco —le digo con voz cortante.

—Claro. —Me dedica una sonrisa fingida y se levanta a preparar el café.

Recargo la espalda en el mostrador y miro el negocio, no se ha vuelto a llenar desde el jueves y es bastante agobiante, incluso para mí que no pago nada.
Observo con atención al único chico que ha llegado al local, lo he atendido antes, tiene un ligero parecido al joven de ayer; el muchacho voltea a verme y se sorprende al notar que mantengo mi vista fija en él, ya que voltea de inmediato al lado contrario y puedo adivinar un pequeño rubor en su rostro. Claro que mi cara debe estar igual.

Vuelvo la vista hacia el reloj que se encuentra en la pared frente a mí, al hacerlo mi pecho se oprime un poco, es extraño que mamá no haya llegado aún, mucho más después de lo de ayer. Sacudo la cabeza para alejar los malos pensamientos.

—Sofía, ¿no vas a llevar el pedido a la mesa cinco? —pregunta Paula molesta, sacándome de mis pensamientos.

—¿Podrías hacerlo tú? Debo hablar con papá...

—Ay, ya vas de nuevo, que no haré tu trabajo —me interrumpe—. Atiende tú y luego ve a hablar con el jefe si tanto quieres. —Deja los dos cafés en el mostrador y se va a limpiar las máquinas.

Cierro los ojos, resoplo y llevo los cafés hasta la mesa; ignorar a Paula nunca ha sido fácil.

—Listo, si necesita algo más no dude en llamarme —digo con amabilidad.

—Uh, sí. —Toca uno de los cafés, como si estuviera tanteando la temperatura.

Parece no querer alzar la vista, seguro piensa que soy una acosadora o algo por el estilo.

—Si desea puedo servir el café cuando llegue la persona que usted está esperando. —Suelto de repente.

Él joven me mira, una enorme sonrisa atraviesa su rostro, se ve bastante lindo con esos hoyuelos adornando sus mejillas.

—Descuida, mi hermano siempre llega a tiempo. —Carraspea y vuelve a bajar la vista.

—Oh, sí, claro, lo s-siento. —Salgo a toda prisa de ahí.

¿Es que no puedo ser una camarera normal? No debo opinar sobre cosas que no me incumben. Rasco mi nuca y voy a la cocina a buscar a papá, no pienso meter la pata dos veces, será mejor que Paula le atienda.

—Papá, ¿seguro que a mamá no le ha pasado nada? —pregunto. Me recargo en el marco de la puerta, él está guisando algo.

—No. —Su mandíbula se tensa ligeramente.

—Iré a buscarla, quizá pasó a comprar algo y no puede con las bolsas, además siempre se le olvida el móvil.

—Sofía, no irás a ningún lado —dice él, alzando la voz más de lo necesario. Deja de guisar la comida y se limpia las manos con un trapo.

—¿Acaso me está comprando un regalito y no quieres que me entere? —Bromeo, creo que ha sido lo peor, ¡demonios!

Sofía, 19 años, siempre arruina todo.

Algo así sería mi currículum.

—Oh, Dios —dice papá, con una expresión de miedo...

Un látigo de dolor azota mi cabeza por unos segundos.

Él sale rápido de la cocina y va hacia la entrada. Lo sigo con la mirada, ahora entiendo lo de hace un momento. Mamá entra cojeando a la cafetería, apoyada en un chico al que no me es difícil reconocer, su vestimenta es bastante llamativa, al igual que ayer.

Papá corre hacia mamá, intercambia algunas palabras con el muchacho y cambia de lugar con él para ayudarla a caminar. Me quedo estático por un momento, ¿qué ha pasado? Sigo con la vista al joven, se sienta al lado del otro chico, su hermano... Sacudo la cabeza y camino con prisa hacia la cocina, donde papá ha llevado a mamá.

—¿Qué fue lo que pasó? —les pregunto al llegar.

—Me caí y creo que tengo un esguince; para el colmo, el celular estaba descargado y tuve que esperar sentada hasta que alguien se dignara a ayudar, no podía siquiera levantarme.

Al fin suspiro aliviada.

—Qué bueno que no pasó nada. —Papá pasa un brazo por su hombro y la besa en la mejilla.

Me acerco para revisar su pie, se ve bastante hinchado y un poco morado, definitivamente parece ser un esguince.

—Llevaré a tu madre al consultorio de Carlos, quédate aquí y ni se te ocurra hacer otro numerito con Paula, ¿está claro? —pregunta con dureza.

Mamá hace una mueca.

—Sí.

Se levanta y carga a mamá hasta la salida que está en la cocina, afuera debe estar la camioneta que utiliza papá en ocasiones, el papá de Gustavo solo le dará un par de analgésicos y reposo, estoy segura. Resoplo y salgo de la cocina. Vaya día.

— Sofía, aquellos chicos quieren hablar contigo —dice Paula mientras señala en dirección a la mesa cinco.

—¿Conmigo? —pregunto confundida.

—No, con tu hermana gemela. —Pone los ojos en blanco y va a la caja.

No. Golpear. A. Nadie.

Aliso mi mandil y me dirijo hacia la mesa de los muchachos, al llegar dejan de hablar.

—¿Hay algo que pueda hacer por ustedes? —Hago mi mejor sonrisa.

—Mi hermano quiere salir contigo —dice el joven que ayudó a mi madre.

El susodicho se apena tanto que su piel se torna roja.

—No es verdad —logra decir—, él es el que desea invitarte a salir.

Los miro perpleja, ¿no se les ocurrió una mejor broma? Parecen un par de críos, a pesar de que se les ven unos cuantos años más que a mí...

—Soy Enrique —dice el ahora aludido—. Él es mi hermano Eduardo. —Señala al joven frente a él.

Sigo sin entender alguna cosa, sólo me limito a observarlos.

—Bien, él quiere salir contigo como recompensa —dice Eduardo.

—Eso es... —Enrique se sacude, seguro que Eduardo le ha golpeado por debajo de la mesa—. Es cierto, quiero salir contigo por haber ayudado a tu madre ahora y a ti ayer. —Mira a su hermano con coraje.

—Miren, chicos. No sé qué clase de broma sea esta, pero me parece de mal gusto. —Alzo las palmas contra ellos, para que paren de una buena vez.

—No es una broma —dice el más joven.

—No, no lo es —afirma Enrique—. Mañana a las doce de la tarde, afuera de tu casa, no acepto un no por respuesta. —Saca su billetera y deja un billete en la mesa, lo justo para pagar lo que ha consumido.

Su hermano limpia su boca con una servilleta mientras Enrique se aleja de la mesa.

—No es tan malo como parece. —Me guiña un ojo y sonríe.

Mi cara debe parecer un poema ahora mismo.

—¡Sofía! —grita Paula desde la caja.

Me acerco a ella después de tomar el billete, sigo aturdida por los hechos, ¿acaso tengo una cita?

—Se han ido. —Le doy el billete.

—Qué cosa más extraña, irse tan de repente, vaya que estaban guapos. No se ven muchos así por aquí, solo Gustavo. —Suspira y mi control se pone a prueba—. En fin.

Tomo un trapo para ir a limpiar la mesa donde estuvieron antes. Al pasar el trapo por la mesa noto un símbolo grabado en ella, es alguna parte del yin o el yang.
Paso mis dedos por el símbolo, al hacerlo me quemo, alejo las yemas de inmediato, paso el trapo por encima del símbolo y al quitarlo ya no está. 

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