Caminaron juntos por la calle que se encontraba vacía a esas horas. No había más que sonidos del viento frío que resonaba agudo y el escandalo de las olas que golpeaban a lo lejos.
Al visualizar el malecón, Camila se desvió del camino corriendo hacia la bardita perimetral. Bruno y Jerome no tardaron en alcanzarla y por unos momentos, se quedaron parados contemplando la inmensidad del océano.
—Así que puedes vernos, Camila, ¿por qué? Me pregunto... —Bruno rompió con desafío el silencio.
—¿Verlos? Sí, si puedo. ¿Por qué? Ni idea. —Camila miraba fastidiada la mueca que tenía Bruno en sus labios.
—Lo que quiere decir Bruno, —interrumpió cortesmente Jerome—, es que no cualquier humano común puede vernos. Es algo insólito dentro de la historia de los Guardianes, a decir verdad. Por lo mismo, debemos investigar a profundidad qué es lo que está sucediendo. Ya lo dijo el Gran Jefe. —Sonrió un poco, mientras se rascaba la cabeza e intentaba idear como bajar la tensión entre Bruno y Camila.
—Entiendo. —Dijo Camila más tranquila.
—¿Puedes ver a los Devoradores también? —El tono sosegado de Bruno se abrió paso entre la conversación de Jerome y Camila.
—Sí.
—¿Desde cuándo? —Bruno le miraba el rostro fijamente como escudriñando entre sus muecas la evidencia de alguna mentira.
—Desde siempre.
—¿Dónde naciste?
—No lo sé.
—Nombre de tus padres.
—¡Guardián pervertido! —Aseveró fastidiada—. Soy huérfana. No conocí a mis padres. Mis primeras memorias son en un orfanato y la mayor parte de mi vida la pasé de familia en familia adoptiva, los cuales me corrían de su casa al darse cuenta de esto... de que soy rara. ¿Entiendes? —Agregó enojada.
—Ya veo. —Respondió Bruno sin la mayor importancia.
—¿Cómo conociste a los Informantes, Camila? —Preguntó Jerome cambiando un poco el tema al verla tan molesta.
Camila explicó que los había conocido hace unos 10 años, aproximadamente. La forma no había sido la ideal, pero en parte entendía que debía ser así.
Al escapar de unos chicos que la molestaban camino a la escuela ese día, tropezó con Misha, aplastándola con el cuerpo al caerle encima.
—¿Por qué los humanos son tan descuidados? Soy pequeña pero visible. Niña, deberías tener más cuidado por donde caminas. —Dijo disgustada Misha.
—Lo siento... —Respondió Camila sin pensar mientras giraba la cabeza hacia todos lados—. ...me persiguen y debo esconderme.
Al ver que unas sombras se acercaban rápido hacia donde ella estaba, desesperada intentó pararse, pero por lo resbaloso del suelo cayó de nuevo, golpeándose fuertemente en uno de los brazos. De inmediato sintió el lenguetazo de un animal en uno de sus cachetes y por el cual esbozó una sonrisa. —¡Basta!
Al levantar la cabeza, vió como esos chicos que la venían fastidiando desde la salida de la escuela, se encontraban ahora a unos cuantos pasos de ella. Nerviosa, no le quedó más que cubrirse el rostro y esperar lo peor.
—¡Largo! ¡Largo! ¡Largo! —Lo que eran ladridos para los otros chicos, para Camila eran palabras entendibles emitidas por un gran danés—. ¡Largo! ¡Largo! ¡Largo! —Ladró tanto y tan fuerte que espantó a las molestas personas en un santiamén.
—Desde ese día me hago cargo de Misha y Du. —Agregó felizmente Camila.
—¿No se te hizo raro poder entender los que los animales decían, Camila? —preguntaba curioso Jerome.
—¿Extraño? No. La verdad, no. Nunca lo pensé así. No después de lo que he visto durante toda mi vida. Al contrario, vi una gran oportunidad para tener amigos. —Camila suspiró melancólica.