Nuestra nueva vida empezó con la naturalidad de quienes ya han pasado por muchas batallas juntas. Tras aquellos "quince días de la muerte", tener a Naith en casa se había vuelto tan natural que su traslado definitivo no llego a sentirse como un cambio: para entonces ella ya tenía todo lo esencial en casa y era como si siempre hubiera estado allí.
Nuestro día a día se configuró, así mismo, casi por inercia: desayunábamos y acudíamos a trabajar juntas, pasábamos el día ocupándonos de nuestros proyectos, regresábamos a casa según nuestras respectivas agendas lo permitían para ocuparnos de los quehaceres, cenábamos con tranquilidad y generalmente pasábamos las últimas horas del día en el salón, en mutua compañía, leyendo, conversando o viendo una película. Aquel particular ratito, al menos para mí, pronto se convirtió en lo mejor del día.
Tal y como Naith había adelantado, una vez eliminada la causa del estrés su estado físico mejoró a ojos vista. Y no estoy hablando de meses de larga y paulatina recuperación, sino de un cambio tan rápido y palpable como el que había sufrido en sentido inverso.
Una de aquellas noches me la quedé mirando asombrada al darme cuenta de que ya casi no le quedaban secuelas. No habían pasado ni dos semanas.
Me acerqué a ella con irrefrenable curiosidad para tocarle las mejillas, de nuevo carnosas, casi regordetas. Ella levantó la vista del libro que tenía entre manos, sorprendida.
- ¿Pasa algo? – Preguntó, desconcertada. Yo negué con la cabeza, sonriendo un tanto avergonzada por mi impulsividad.
- No, sólo estoy asombrada con tu capacidad de recuperación. – Respondí, sentándome a su lado. – Hace nada parecías tener un pie en la tumba, y sin embargo, mírate ahora.
-Ah, eso... - Naith sonrió, acariciándose la mejilla. - No es la primera vez que me pasa, aunque no es frecuente. Y doy gracias por ello, si todas las semanas fueran como "los quince días de la muerte" creo seriamente que acabarían fichándome para el cine.
Mi desconcierto debía ser evidente, porque Naith cogió el móvil, buscó una imagen y me la mostró.
En ella podía verse un grupo de orcos de aspecto demacrado y miserable. Aparte de estar vestidos de forma harapienta, eran totalmente lampiños o el poco pelo que tenían estaba hecho un desastre. La piel pálida y grisácea, las orejas muy largas, los ojos saltones y los labios retraídos, mostrando una muy deteriorada dentadura como si no pudieran ocultarla. Sí, exactamente el tipo de imagen que te pedí que olvidaras. Así que igual que yo en aquel momento seguro que puedes imaginarlos andando encorvados, con gestos nerviosos y dando gritos salvajes sin ningún problema.
Asentí, comprendiendo a qué se refería. Sin haber llegado a aquel extravagante extremo, era sin duda el tipo de aspecto que yo le había visto adoptar semanas atrás.
- Sin olvidar que es un recurso cinematográfico, cualquier orco que haya pasado por episodios de estrés puede sentirse más o menos identificado. Deja de lado las cicatrices de guerra, las deformaciones varias, y los harapos, todo lo demás es bastante real y lo pasamos muy mal: te sientes acartonado y retraído como si te estuvieras secando cual uva pasa. Se te empieza a caer el pelo a puñados y a la mínima se te parten las uñas. A medida que la cosa se pone realmente fea empiezas a no ser capaz de pensar con claridad y para cuando te das cuenta estás rechinando los dientes constantemente. Eso sólo lo empeora, por supuesto, porque entonces empieza a dolerte toda la boca y no eres capaz ni de comer...
Naith se sacudió como si le hubiera dado un escalofrío. No cabía duda de que sólo contarlo la agobiaba. Recuperó el móvil para buscar otra imagen.
- Luego está el caso inverso...
En la nueva imagen, diametralmente opuesta a la anterior, se veía a un orco de aspecto formidable y rotundo, con poderosos músculos de culturista. Una mole carnosa de piel intensamente verde con recios colmillos como de jabalí asomándole entre los labios, y una larga cabellera oscura y brillante recogida en una larga coleta.
- ¿No es incluso más exagerado?- Pregunté, sinceramente sorprendida.
He tenido contacto con los orcos durante toda mi vida, desde compañeros en el colegio hasta mi actual jefe, pasando por profesores de universidad y compañeros de trabajo, y sé de primera mano que los orcos no son así.
Como te adelanté antes, es cierto que por lo general son bastante más altos y fornidos que los humanos, pero no suelen parecer culturistas. Y aunque el tono de su piel sea oliváceo, de ahí al verde intenso de la imagen había un trecho, por no mencionar los desproporcionados colmillos o la exuberante melena que en mi vida les he visto a ninguno de ellos.
Naith sonrió, asintiendo.
- Es muy extrema, igual que la anterior, pero su base es igualmente real. Mientras que el estrés nos encoge y convierte en una versión muy patética de nosotros mismos, la sobreexcitación y la adrenalina nos crece y engrandece hasta límites insospechados, acelerando nuestro ratio de crecimiento a ritmos insostenibles. – Me miró, como para comprobar que la seguía. Mi levantamiento de ceja de proporciones olímpicas hablaba por sí mismo, así que tomó un rodeo. – Sabes que los orcos crecemos constantemente durante toda nuestra vida, ¿no?
Negué con la cabeza. No había oído tal cosa en mi vida, que yo recordara. Naith asintió, aparentemente satisfecha. Parecía pasárselo en grande revelándome lo que para ella eran enormes pequeñeces.
- Pues sí, salvo que alguna enfermedad lo impida. Por supuesto, como cualquiera de las otras especies, crecemos mucho más rápido durante la infancia y la juventud, pero incluso de adultos seguimos haciéndolo, aunque a un ritmo mucho menor que va decayendo con la edad. La diferencia de un año para otro no suele ser apreciable, pero, para que te hagas una idea, en diez años es posible que yo mida entre cuatro y seis centímetros más que ahora, y Kros-guldrak El'gluk, que es mayor que yo, puede que haya ganado dos o tres más.
Asentí, degustando aquel bocado de información nueva.
- ¿Qué tiene que ver eso con estar hiperhormonado? – Pregunté, a duras penas intuyendo la relación entre lo uno y lo otro.
- Como decía, la sobreexcitación acelera ese proceso de crecimiento natural de la misma manera que el estrés lo inhibe. Así, un orco que estuviera sometido a una sobreestimulación constante crecería, literalmente, de un día para otro. No sólo su altura o su masa muscular, sino también todo lo demás: su pelo, sus uñas y sus dientes. Porque sí, también nos crecen los dientes constantemente, especialmente los caninos. Hasta dónde sé hoy en día todos nosotros los pulimos diariamente para mantenerlos en tamaños razonables y evitar problemas dentales, pero imagino que si dejáramos de hacerlo, con el transcurrir de los años acabaríamos teniendo un aspecto como ese.
Naith señaló la imagen antes de continuar.
- Por supuesto, crecer a ese ritmo obligaría al cuerpo a trabajar al 1000%, con el enorme coste metabólico que eso supondría, lo que al final no deja de ser otro tipo de estrés. Solemos llamarlo "positivo" para diferenciarlo del otro tipo, pero no tiene nada de bueno y sí graves consecuencias. Ya no se trata sólo de la ingente cantidad de comida que un orco así habría de zamparse cada día, todos los días, sólo para poder mantenerse, sino de los profundos trastornos hormonales y los grandes desequilibrios emocionales que conllevaría. Es sencillamente imposible que un orco así esté en sus cabales, todo él estaría a merced de sus instintos más básicos.
Me quedé en silencio, asimilándolo, mientras saltaba de una imagen a la otra como quién intenta localizar las siete diferencias en dos dibujos aparentemente idénticos. Resultaba asombroso como dos aspectos tan opuestos estuvieran tan profundamente relacionados, ambos consecuencia de desajustar un único sistema vital y natural de su especie.
- Y todo eso ocurre, en un sentido o en otro, en cuestión de días... – Volví a mirarla, recordando una vez más la velocidad a la que se habían dado los cambios en ella. Naith asintió.
- A diferencia de los humanos, que podéis soportar grandes periodos de estrés sin apenas mostrar síntomas físicos, nuestro nivel de tolerancia es muy limitado. Altera gravemente nuestra alimentación, nuestro descanso o nuestra estabilidad emocional lo suficiente durante apenas unos días y casi antes de que seamos conscientes de ello lo vemos reflejado en el espejo. Y es difícil ignorar que algo te está pasando cuando casi no te reconoces a ti mismo de un día para otro. De la misma manera, regular esos mismos factores nos devuelve el equilibrio y la salud casi de inmediato, ya que nuestro cuerpo enseguida reacciona. Tampoco es vuestro caso, según tengo entendido, así que supongo que por eso te ha sorprendido tanto.
Naith se llevó las manos a la cara, haciendo una mueca estúpida sólo para demostrar que volvía a tener carnes como para hacerlo, sonriente.
- Qué envidia... -murmuré, sonriendo a mi vez, encantada de verla tan enérgica y vivaz. – En seguida os dais cuenta de que algo no está como debería y podéis actuar a tiempo, antes de que el agujero sea tan grande y profundo que luego parezca que no hay cómo salir.
- Es una forma de verlo... - Naith se encogió de hombros, poco impresionada. – Sin embargo, en cierto sentido, yo os lo envidio. Esa resilencia que caracteriza a los humanos os hace emocional y psicológicamente fuertes, estables, resistentes, flexibles. Podéis encarar los más duros retos con todo lo que tenéis, no diré sin preocuparos, pero sí sin temer perder la cordura a la mínima de cambio. Tenéis margen para luchar, y si hace falta caer, y aún os quedarán réditos para volver a levantaros para intentarlo de nuevo, aunque os lleve media vida hacerlo.
Había orgullo y sincera admiración en sus palabras, dos sentimientos que jamás había pensado que su raza sintiera por la mía.
Naith continuó, verdaderamente encandilada con el tema.
- Nosotros no podemos hacer eso. Seremos físicamente más grandes y fuertes, pero a nivel emocional y psicológico somos mucho más frágiles. Nuestro margen de tolerancia es, en comparación, tremendamente estrecho. Salirse de él supone acercarnos a toda prisa hacia una suerte de "punto de no retorno" en el que rigen nuestros instintos y nos jugamos la cordura. Cuando lo piensas así, ¿no te parece que tiene sentido que se disparen todo tipo de alarmas que no podamos ignorar antes de que sea demasiado tarde para evitarlo?
Asentí, absolutamente fascinada.
Siempre había creído estar más o menos bien informada de cómo eran los orcos, su idiosincrasia y su cultura en general, pero aquella noche no tuve más remedio que reconocer que en realidad no era así. Y aunque lo hubiera intentado, no podía hacerme una idea de cuánto me quedaba todavía por aprender.