-Te necesito, no puedes ignorarlo, no quieres hacerlo, entonces ven conmigo, quédate a mi lado para siempre.
Su sonrisa me tenía hipnotizada, sus ojos brillantes clamaban por mí llegada extendiendo su mano en mi dirección.
-Ven conmigo Lisa.
No podía dudarlo, lo amaba, con cada pequeña parte de mi desgarrado corazón, él era todo para mí y no estaba dispuesta a quedarme en total oscuridad.
-No lo dudes, no necesitas pensarlo, tienes la respuesta.
Extendí la mano, no podía alcanzarlo, intentaba desesperada una y otra vez tocar al menos las puntas de sus dedos, sin embargo, había algo o más bien alguien intentando detenerme.
-Lisa no puedes ir -me tomaba fuerte de la muñeca intentando cualquier movimiento de mi parte.
-No lo escuches, tú y yo merecemos estar juntos. Vamos a volar hasta el país de nunca jamás.
Anhelaba estar con él, deseaba volar a su lado.
-¡Lisa, vas a caerte!
-Voy a volar -susurré con seguridad.
L me miraba con preocupación.
-Él está esperándome.
- ¿Quién? -gimió con desesperación.
Miré de nuevo al otro lado, extendí la mano en la dirección de Michael, me miraba con ternura, esperaba a verme saltar para estar de nuevo entre sus brazos, L no pudo detenerme más, pero en lugar de volar, en lugar de tomar la mano de Michael, estaba cayendo al abismo, ya no podía ver sus ojos, no podía encontrarlo entre el cielo estrellado de esa noche, únicamente podía encontrarme con la oscuridad, una oscuridad densa dispuesta a mantenerme en cautiverio hasta mi último respiro. Y Michael no había estado ahí para salvarme.
Abrí los ojos, uno de esos días otoñales aparecía tras mi ventana, intentaba acoplarme de nuevo a los resortes de la cama, al clima, al aire, a no estar en Los Ángeles. Me había acostumbrado a soñar con él, días antes me despertaba con la cara bañada en llanto, después de soñar con él casi cada noche deje de llorar.
Pensaba en él, en los niños y nuestra familia juntos. No todos los suelos eran turbios, a veces eran justo como imaginaba nuestro futuro.
Claramente me había vuelto loca, estaba totalmente paranoica, perdida, no podía haber otra razón para toda esa situación, tenía la nota en mano, pero al mismo tiempo no tenía nada, estaba al borde de la desesperación, la intranquilidad me golpeaba pecho como un incesante martilleo. Por primera vez en mucho tiempo había logrado levantarme de la cama sin llorar, por primera vez sus ojos marrones no eclipsaban el amanecer frente a mí, ni siquiera recordaba cuando había visto por última vez a mis hijas, pues en todo ese tiempo me había dedicado a dormir y llorar, a creer en mis alucinaciones en donde la caja de música tenía una nota de Michael, o aquel brazo y el beso... la última llamada de Paris, era horrible notar como todo fue un sueño, como él nunca volvería y yo estaba condenada a vivir dentro de un caja de madera llamada casa, estaba presa de mi tristeza, estaba presa del fracaso de vida en dónde había mil hombres a mi alrededor pero ninguno de ellos era Michael Jackson.
Desde nuestra separación me sentí vulnerable porque nadie me advirtió de que su presencia era permanente, él era como un tatuaje.
- ¿Lisa?
Giré sobre mis talones plantando la mejor sonrisa falsa en mi rostro.
-Hola.
- ¿Qué haces?
-Miraba el jardín.
- ¿El jardín?
-Bueno, el bestial café muerte de nuestro patio trasero.
Rió un poco acercándose con paso lento.
- ¿Por qué miras el "jardín"?
-Recordaba Graceland, cuando llegaba el otoño todo se cubría de un marrón bastante agradable y el césped era verde hasta los inicios de invierno, a mi me gustaba jugar con las ojalá caídas de los árboles.
-Interesante.
Me mordí el labio inferior para no emitir una palabra más, estaba satisfecho con esa explicación y yo no tenía objeción alguna en ocultar la verdad.
- ¿Podemos hablar?
-Lo estamos haciendo.
-No me parece normal tu actitud, habías estado distante estabas distante, no querías volver, ¿cuándo cambiaste de opinión?
-Querías regresar y aquí estamos.
-Eso no responde a mi pregunta, cariño.
No recordaba haber cambiado tanto de actitud, únicamente deseaba poder volver al lugar en donde me sentía verdaderamente segura. Estaba lejos de Los Ángeles, lejos de los recuerdos y lejos de la estúpida alucinación de Michael.
-Me estaba volviendo loca, a pesar de todo no estaba lista para lidiar con toda esa carga emocional -sin desearlo los ojos se me llenaron de lágrimas a una velocidad vertiginosa, no lograba disipar el llanto entre mis párpados y la humedad amenazaba con tocar el exterior.
Sentí el vértigo en mi garganta, el pánico me asfixiaba una vez más como cuando había estado entre sus brazos, como cuando sentí todo más real y me asusté de poder estar en lo correcto. Michael estaba muerto, estaba en Forest lawn, ya no estaba, se había ido para no regresar, me había abandonado sin advertencia alguna, se fue persiguiendo un rayo de sol entre todas sus penumbras... ya no estaba... no mas.
-Lograste reflexionar, me alegra de verdad, ahora realmente puedo tener a mi esposa conmigo -intentó darme un beso en los labios, sin embargo, el teléfono evitó un final de verdad trágico.
Él comenzó a entablar una conversación con la persona al otro lado de la línea mientras yo continuaba mirando tras la ventana. Mi vida nunca se había visto tan sombría, no había estado tan vacía como en ese momento. Los brazos de Michael volvieron a mi mente, sus ojos marrones declarando estar siempre a mi lado sin importar nada, sus palabras, el beso, no podía ser de otra forma, estaba alucinando, soñé verlo, soñé tener entre mis manos una nota con su caligrafía tatuada, soñé haberlo besado y no sentir esa soledad empujándome al abismo.
-Cariño -me llamó tocando con cuidado mi hombro. Me tendió el teléfono-. No quiere decirme quién es.
Miré el aparato sin expresión alguna, lo coloque contra mi oído escuchando únicamente la respiración de alguien al otro lado.
- ¿Hola?
-Lisa -su timbre de voz despertó una oleada de sensaciones en mí. Estaba escuchando su voz y sin duda alguna estuve segura de que había perdido la razón por completo.