Bienvenida al juego

By KeylaArelis

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HISTORIA GANADORA DEL 2DO LUGAR EN LOS SYBELLA'S AWARDS 2017 «Buenas tardes Emily, me encanta esa pijama tuya... More

Introducción
Día Cero
Día Uno
Día Dos
Día Tres
Día Cuatro
Día Cinco
Día Siete
Día Nueve
Día Diez.
Día Once
Día Doce
Día Trece
Día Catorce
Día Quince
Día Dieciséis
Día Diecisiete
Día Dieciocho
Día Diecinueve
Día Veinte
Día Veinte (Parte 2)
Dia Veintiuno
Día Treinta y cinco.
HEEY
Día treinta y seis
Final parte 1
Final parte 2
Epílogo
AVISO: SPAM

Día Seis

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By KeylaArelis

Toronto-Canadá 01 de febrero de 2016

Me encontraba junto a Stella en una de esas salas en el hospital donde hacen las suturas, una enfermera coció la herida en su pierna, ella dijo que la herida dejaría cicatriz, pero Stella no respondió, se encontraba muy conmocionada y en shock, la entendía, estuvo a punto de morir asfixiada y eso... no debió ser agradable. Mi cuerpo dolía mucho, mi costado entero estaba morado, derribé las puertas a golpes y en el momento no sentí dolor a causa de la adrenalina, pero en cuanto el efecto pasó sentía como si un auto me hubiese arrollado.

Le envié un mensaje a mamá diciéndole que nos quedaríamos en casa de una amiga y que pasaríamos la noche ahí, que volveríamos en la mañana, pero Stella no se veía dispuesta a irse, no hablaba y ni siquiera me miraba, ella solo tenía la mirada perdida sin decir ni una palabra. No me gustaba estar en un hospital otra vez, tuve suficiente de ellos en menos de una semana.

— Mamá dijo que volvamos a casa —dije, pero no hubo respuesta—. Oye sé que lo que se siente, te entiendo, a mí casi me mata un reptil, a tí por lo menos te atacó un ser humano. —me miró con el ceño fruncido.

—¿Eso debería hacerme sentir mejor?

— Era la idea.

—¿Ah si? Dile eso a la R en mi pierna. Casi muero ¿Entiendes? Estuve a segundos de morir, Emily y tu tratas de consolarme diciendo que tuve suerte de casi morir en manos de una persona y no un animal, pero ¿Te digo algo? Para mí ese tal Roger es un animal, así que estamos empates. ¿Feliz? —estaba enojada, pero al menos logré que hablara.

— Relájate Stella, sólo quería que hablaras —sus labios aún dibujaban una línea—. Te debo una disculpa, si no hubiera sido por lo que te dije no estarías en esta situación, es mi culpa, y no hay algo que pueda hacer aparte de decir que lo siento, pero en serio lo siento.

— No es tu culpa, yo quise saber, así que hay dos culpables en esta habitación —acarició mi cabello y sonrió—. ¿Ya te dije que Roger es una perra? —reí.

— Creo que Roger es hombre así que...

— No hay un requisito para serlo. Hombre, mujer, da igual, es una perra.

— Sí, lo sé —una vez que la ví relajada decidí preguntar—. Sé que no quieres hablar y lo entiendo, pero necesito que lo hagas, debes hacerlo en cualquier momento.

— Fuí a la estación de policías esa noche —empezó—. Estaba a metros de entrar y entonces alguien me golpeó aquí —señaló la herida en su cabeza—. Desperté en un lugar espacioso con un gran telón y utilería, hacía mucho eco, escuchaba mi respiración, era de madrugada, lo sé porque el sol aún no salía pero estaba a punto. Luego alguien se acercó a mí, puso algo en mi boca y volví a dormir. Desperté en el lugar donde me encontraste, el ruido de golpes hicieron que despierte, para cuando me dí cuenta mi pierna sangraba y alguien puso una bolsa plástica en mi cabeza —sus ojos se llenaron de lágrimas— Estaba tan... desesperada, creí que moriría, no podía hacer nada más que retorcerme en aquella silla luchando por conseguir aire —aclaró su garganta—. Y cuando te ví... Maldición, nunca me alegré tanto de verte.

— Fue un sentimiento mutuo, créeme. —secó algunas lágrimas de sus ojos y sonrió de manera triste.

— Como sea, estoy viva —examinó mi destrozado brazo—, y tú deberías hacerte checar ese brazo, es como si te hubieras quedado a media transformación de Barney.

— Olvida mi brazo, tomaré unas pastillas y bórralo. Tenemos que ir a casa, nuestras madres deben estar preocupadas.

— ¿Trajiste tu auto?

— Sí, lo dejé afuera. Salgamos de aquí, huele a... hospital.

Stella era mayor de edad así que no fue necesario llamar a nuestras madres, lo cual era grandioso. Completamos unos cuantos papeles, recogimos nuestras cosas y salimos. Stella traía puesto unos pantalones no tan ajustados así que su herida no se notaría, sin embargo, el dolor estaba presente y por lo visto era fuerte.

Una vez fuera del hospital fuimos al lugar donde estacioné el auto pero estaba vacío. Un guardia custodiaba la entrada del hospital, él debía saber quién se llevó mi auto.

— ¿Disculpe? —puso sus achinados ojos en mí— Buenos días, ¿Quizá vió a alguien llevarse mi auto? Es uno color gris y pequeño con placa PGT—532.

— Ah sí, lo ví alejarse pero no sabía que era suyo. ¿Se lo robaron acaso?

—¿¡Se lo llevaron!? ¡¿Cómo es eso posible?! —mamá va a matarme, y yo quería matar a alguien, Roger.

— Oye, vamos, tomaremos un taxi y reportaremos el robo ¿Sí? —Stella trató de calmarme.

— Sí, vámonos. Y usted —señalé al hombre con mi dedo, tendrá unos 30 años—. Es el peor guardia que he conocido.

Caminamos hasta unas calles más adelante en busca de un taxi, esperamos por lo menos 15 minutos hasta que uno ofreció que subiéramos. Entramos, le dimos la dirección de casa y nos pusimos en marcha.

—¿Crees que Roger tiene tu auto? —Stella empezó la charla.

— Creo que eso es más que obvio.

—¿Si ponemos una trampa? Sí, debemos poner una trampa y atraparlo.

El taxi frenó de un solo golpe haciendo que Stella y yo terminemos con nuestro rostro en la parte posterior de los asientos delanteros.

—¿Acabamos de tener en accidente? —pregunté a ambos, al taxista y a Stella.

— Sí, en mis pantalones. —dijo Stella sobándose el cuello.

— Fuera de mi taxi. —ordenó el hombre tras el volante.

—¿Qué? —pregunté. Él no podía echarnos del auto en medio de la calle.

— Dije, fuera de mi taxi. —repitió.

— Oiga usted no puede...

—¡Fuera de mi taxi! —arrojó en nuestras caras el dinero que hace minutos le dimos— ¡Largo!

Bajamos del taxi a trompicones y muy indignadas.

—¿Qué demonios fue eso?

— Como se han dado las últimas cosas, sólo se me ocurre un nombre, Roger. —respondí.

Caminamos de vuelta a casa, no tardamos mucho tomando en cuenta que no soy fan de las caminatas y al parecer Stella menos, el taxi nos dejó como a cinco cuadras y yo moría por un vaso de agua.

—¿Qué hace tu auto aquí? —cuestionó Stella. Levanté la vista y sí, ahí estaba mi auto, sano y salvo.

— Creo que alguien se aburrió de jugar con él.

—¿Qué ganaba al robarse tu auto y luego regresarlo? Incluso tuvimos de tomar un taxi. —entonces entré en razón, esto era un juego para él, y nosotras éramos sus juguetes.

— Hacernos saber que somos sus juguetes, que la R de tu pierna es más que una cicatriz, que puede hacer con nosotras lo que a él le plazca. Él gana la satisfacción de ver lo patéticas que somos al caer en su juego. —pude ver la ira en los ojos de Stella.

Tomamos aire, pusimos nuestra mejor sonrisa y entramos a casa.

— Hasta que llegan. — dijo mamá al vernos entrar.

— Sí. Escucha iré a cambiarme de ropa, tengo exámen de Química en dos horas y en serio debo ir, las veo luego. —subí por las escaleras, pero mamá me detuvo.

— Tengo noticias.

— Dilas. —propuse.

Mamá y Sara intercambiaron miradas hasta que Sara habló, pero se dirigió a Stella.

— Nos mudaremos aquí.

— Espera, ¡¿Qué?! —odié la voz chillona de Stella y estoy segura que ella también la odió.

— Antes de que grites, patalees o algo debo decirte algo. Tu padre y yo estamos en trámites de divorcio, planeamos esto junto a Angela —mi madre— desde que vinimos, no estaba del todo segura, pero ahora lo estoy. Ya arreglamos el asunto de la escuela, asistirás a la preparatoria junto a Emily y no debes preocuparte de nada...

— ¡Mamá! Respira. ¿Por qué tan de repente?

— Porque ellas son nuestra familia, nuestra única familia. —posó sus manos sobre las pálidas mejillas de Stella. Verlas, a madre e hija abrazándose era una vista digna de ver, eran idénticas, incluso podías confundirlas de lejos.

Luego de una charla muy conmovedora, Stella estaba lista para su primer día de clases en Canadá, ella estaba muy nerviosa, se notaba en su manera de cepillar su cabello.

— Emily —me llamó mi prima—. Esto fue lo que estaba en los vestidores, los reuní aquel día y junté las páginas. Al parecer es de una obra de teatro, y adivina cual —apenas entendía lo que me decía así que ella misma se respondió—. Romeo y Julieta.

Tomé la hoja reconstruida y leía el fragmento de la famosa obra;

«Bajo el balcón de Julieta. (Romeo entra sin ser visto en el palacio de los Capuleto. Julieta aparece en una ventana)

Romeo:— ¡Silencio! ¿Qué resplandor se abre paso a través de aquella ventana? ¡Es el Oriente, y Julieta, el sol! ¡Surge, esplendente sol, y mata a la envidiosa luna, lánguida y pálida de sentimiento porque tú, su doncella, la has aventajado en hermosura! ¡No la sirvas, que es envidiosa! Su tocado de vestal es enfermizo y amarillento, y no son sino bufones los que lo usan, ¡Deséchalo! ¡Es mi vida, es mi amor el que aparece!... Habla... más nada se escucha; pero, ¿qué importa? ¡Hablan sus ojos; les responderé!...Soy demasiado atrevido. No es a mi a quien habla. Las más resplandecientes estrellas de todo el cielo, teniendo algún quehacer ruegan a sus ojos que brillen en sus esferas hasta su retorno. ¿Y si los ojos de ella estuvieran en el firmamento y las estrellas en su rostro? ¡El fulgor de sus mejillas avergonzaría a esos astros, como la luz del día a la de una lámpara! ¡Sus ojos lanzarían desde la bóveda celestial unos rayos tan claros a través de la región etérea, que cantarían las aves creyendo llegada la aurora!... ¡Mirad cómo apoya en su mano la mejilla! ¡Oh! ¡Mirad cómo apoya en su mano la mejilla! ¡Oh! ¡Quién fuera guante de esa mano para poder tocar esa mejilla!

Julieta:— ¡Ay de mí!

Romeo:— Habla. ¡Oh! ¡Habla otra vez ángel resplandeciente!... Porque esta noche apareces tan esplendorosa sobre mi cabeza como un alado mensajero celeste ante los ojos estáticos y maravillados de los mortales, que se inclinan hacia atrás para verle, cuando él cabalga sobre las tardas perezosas nubes y navega en el seno del aire.

Julieta:— ¡Oh Romeo, Romeo! ¿Por qué eres tú Romeo? Niega a tu padre y rehusa tu nombre; o, si no quieres, júrame tan sólo que me amas, y dejaré yo de ser una Capuleto.

Romeo:— (Aparte) ¿Continuaré oyéndola, o le hablo ahora?

Julieta:— ¡Sólo tu nombre es mi enemigo! ¡Porque tú eres tú mismo, seas o no Montesco! ¿Qué es Montesco? No es ni mano, ni pie, ni brazo, ni rostro, ni parte alguna que pertenezca a un hombre. ¡Oh, sea otro nombre! ¿Qué hay en un nombre? ¡Lo que llamamos rosa exhalaría el mismo grato perfume con cualquiera otra denominación! De igual modo Romeo, aunque Romeo no se llamara, conservaría sin este título las raras perfecciones que atesora. ¡Romeo, rechaza tu nombre; y a cambio de ese nombre, que no forma parte de ti, tómame a mi toda entera!

Romeo:— Te tomo la palabra. Llámame sólo "amor mío" y seré nuevamente bautizado. ¡Desde ahora mismo dejaré de ser Romeo!

Julieta:— ¿Quién eres tú, que así, envuelto en la noche, sorprendes de tal modo mis secretos?

Romeo:— ¡No sé cómo expresarte con un nombre quien soy! Mi nombre, santa adorada, me es odioso, por ser para ti un enemigo. De tenerla escrita, rasgaría esa palabra.

Julieta:— Todavía no he escuchado cien palabras de esa lengua, y conozco ya el acento. ¿No eres tú Romeo y Motesco?

Romeo:— Ni uno ni otro, hermosa doncella, si los dos te desagradan.

Julieta:— Y dime, ¿cómo has llegado hasta aquí y para qué? Las tapias del jardín son altas y difíciles de escalar, y el sitio, de muerte, considerando quién eres, si alguno de mis parientes te descubriera.

Romeo:— Con ligeras alas de amor franquee estos muros, pues no hay cerca de piedra capaz de atajar el amor; y lo que el amor puede hacer, aquello el amor se atreve a intentar. Por tanto, tus parientes no me importan.

Julieta:— ¡Te asesinarán si te encuentran!

Romeo:— ¡Ay! ¡Más peligro hallo en tus ojos que en veinte espadas de ellos! Mírame tan sólo con agrado, y quedo a prueba de su enemistad.

Julieta:— ¡Por cuanto vale el mundo, no quisiera que te viesen aquí!

Romeo:— El manto de la noche me oculta a sus miradas; pero, si no me quieres, déjalos que me hallen aquí. ¡Es mejor que termine mi vida víctima de su odio, que se retrase mi muerte falto de tu amor.

Julieta:— ¿Quién fue tu guía para descubrir este sitio?

Romeo:— Amor, que fue el primero que me incitó a indagar; él me prestó consejo y yo le presté mis ojos. No soy piloto; sin embargo, aunque te hallaras tan lejos como la más extensa ribera que baña el más lejano mar, me aventuraría por mercancía semejante.

Julieta:— Tú sabes que el velo de la noche cubre mi rostro; si así lo fuera, un rubor virginal verías teñir mis mejillas por lo que me oíste pronunciar esta noche. Gustosa quisiera guardar las formas, gustosa negar cuanto he hablado; pero, ¡adiós cumplimientos! ¿Me amas? Sé que dirás: sí, yo te creeré bajo tu palabra. Con todo, si lo jurases, podría resultar falso, y de los perjurios de los amantes dicen que se ríe Júpiter. ¡Oh gentil Romeo! Si de veras me quieres, decláralo con sinceridad; o, si piensas que soy demasiado ligera, me pondré desdeñosa y esquiva, y tanto mayor será tu empeño en galantearme. En verdad, arrogante Montesco, soy demasiado apasionada, y por ello tal vez tildes de liviana mi conducta; pero, créeme, hidalgo, daré pruebas de ser más sincera que las que tienen más destreza en disimular. Yo hubiera sido más reservada, lo confieso, de no haber tú sorprendido, sin que yo me apercibiese, mi verdadera pasión amorosa. ¡Perdóname, por tanto, y no atribuyas a liviano amor esta flaqueza mía, que de tal modo ha descubierto la oscura noche!

Romeo:— Te juro, amada mía, por los rayos de la luna que platean la copa de los árboles...

Julieta:— No jures por la luna, que es su rápida movimiento cambia de aspecto cada mes. No vayas a imitar su inconstancia.

Romeo:— ¿Pues por quién juraré?

Julieta:— No hagas ningún juramento. Si acaso, jura por ti mismo, por tu persona que es el dios que adoro y en quién he de creer.»

No sabía que tenía eso que ver con Roger, lo que sí sabía es que si no llegaba a ese examen en treinta minutos debo olvidarme de mi ingreso a la universidad. Guardé la página en mi bolsa y fuimos junto a Stella al auto para ir a la preparatoria, no he ido por unos cuantas veces y ya me sentía extraña.

Llegamos y dentro todos nos observaban, escuché murmullos a cada paso que daba y tenía la impresión de que hablaban sobre mí, incluso una chica se atrevió a tomarme una fotografía. Logré ver a Chloe entre la multitud y le hice señas para que se acercara, muy tímida y con los ojos mirando al suelo vino hacia mí.

—¿Qué es lo que sucede, Chloe? —susurré.

—¿No te llegaron las fotos?

—¿Fotos? ¿Qué fotos? —ni siquiera sabía por qué susurraba, no hice nada malo.

Chloe sacó su celular y empezó a buscar en su galería, una vez que encontró lo que quería puso su teléfono a mi altura.

— No lo puedo creer. —fue lo que salió de mi boca al ver las fotos.

Era yo casi desnuda dentro de los vestidores, en algunas usando el sujetador o los panties que llevaba puesto el día en que la serpiente me mordió, pero había algo adicional en la esquina, una gran "R" decoraba la parte superior de las imágenes, R de R

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