Evitación

By Bea_rnfnr

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Bianca ha tenido una vida feliz hasta ahora: familia cariñosa, buenos amigos, y una meta clara: viajar a Esta... More

Avisito y cambio de nombres
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 35
Segunda parte!

Capítulo 34

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By Bea_rnfnr

Bianca miró el hueco en blanco que había frente a ella, mientras se mordía el labio hasta casi el punto de sangrado. Tenía el ceño fruncido, y parecía estar tratando de hacer que las hojas ardieran con tan solo su mirada.

No funcionó.

Miró el reloj que había al frente de la clase, en la pared, justo encima del profesor que parecía muy interesado en lo que sea que estaba viendo en su portátil desproporcionadamente grande. Tan solo le quedaban cinco minutos de las tres horas de examen. No le daba tiempo.

Tratando de mantener la calma, se dedicó a mirar el resto del examen, repasando lo más rápido que pudo las cuentas y los procesos, tratando de encontrar algún fallo. Y menos mal, porque en por lo menos tres ejercicios había puesto el signo equivocado en el resultado.

Antes de lo que esperaba, el profesor estaba frente a su mesa con la palma de la mano hacia arriba, esperando que le entregara todos los folios. Bianca los ordenó, asegurándose de que tenía su nombre puesto, y se los entregó, mirando sus ojos impasibles con un atisbo de miedo.

Con un suspiro se levantó y guardó su calculadora y su estuche en la mochila, antes de colgársela al hombro y salir con la cabeza gacha de la clase.

―¡Hey! ¿Bianca?

Bianca se dio la vuelta sobresaltada al escuchar la voz que la llamaba. Un par de pasos por detrás de sí misma había un chico que parecía de su edad, con gafas de montura metálica que escondían unos ojos grises que parecían tan cansados como ella supuso que estarían los suyos.

―Hola. Sí, y tú eres... Hmmm... ―BIanca trató de recordar su nombre, sabiendo que iba a su misma clase e intuyendo que acababa de salir del mismo examen que ella. Pero su mente estaba demasiado cansada como para hacer la conexión, y le miró con una sonrisa de disculpa.

A lo que él respondió con una risa sincera que la tranquilizó.

―Samuel ―le tendió la mano, y ella se la estrechó.

Ahora que lo pensaba, en lo que llevaba de curso, creía que era prácticamente la primera vez que alguien de esa clase la llamaba para hablar específicamente con ella. No era que fuera una asocial, simplemente todo el mundo iba demasiado cansado, estresado y en su mundo como para preocuparse de hablarle a todo el mundo de todas sus clases.

A veces hablaba con sus compañeros que se sentaban a su lado, las típicas conversaciones de clase: "¿Qué pone ahí?", "Dios mío, ¿por qué me he metido a esto?", "Ojalá tuviera una almohada ahora". Conversaciones amistosas pero que no llegaban a ser de amistad, y de hecho no sabía el nombre de varios de ellos.

Sin embargo, se sentía bien que alguien le hablara.

―Encantada. Lo siento, soy muy mala con los nombres ―no pudo evitar disculparse.

Él volvió a sonreír, y ambos echaron a andar con lentitud por los pasillos vacíos.

―No te preocupes. A mí también me cuestan un poco ―pero Bianca sabía que lo decía para hacerla sentir mejor consigo misma, porque se había acordado de su nombre―. Bueno, ¿qué tal el examen? ¿Soy el único al que se le han fundido todas las neuronas?

Ahora fue el turno de Bianca de reír.

―Qué va. Ha llegado un momento en el que creí que iba a dejar de ser capaz de respirar o algo. Odio los exámenes tan largos. Llega un momento en el que colapso.

―Pero siempre apruebas.

Bianca bufó.

―No me queda otra. Estoy aquí por una beca, no me la puedo jugar.

Él asintió.

―Supongo que entonces ahora correrás a dormir hasta dentro de dos días, ¿no? ―sonrió con su propia broma.

Bianca se rió.

―Ojalá. Tendré que trabajar a las cinco. Al menos me he librado del turno mientras estaba en el examen ―no quería sonar quejica, a pesar de que por dentro tenía ganas de llorar, así que lo dijo con tono ligero y una sonrisa en los labios.

Samuel agrandó los ojos.

―¿Trabajas? ¿Por qué?

Bianca se pasó una mano por el pelo con una sonrisa incómoda.

―Porque, aunque la beca sirve para vivir, no es una vida muy holgada. Además, trabajar me sirve para pagarme los viajes a casa ―se encogió de hombros.

El chico se quedó pensativo mientras asentía con la mirada perdida al mismo tiempo que salían del edificio y se dirigían a la misma salida del campus. Bianca temía haber dicho algo que le hubiera molestado, pero ya lo había dicho, así que no había vuelta atrás.

Definitivamente, los exámenes me afectan a la cabeza.

Cuando llegaron a la salida, Bianca se paró algo incómoda con el silencio que aún no se había roto.

―Bueno... Hm... Voy a irme a descansar un rato... Ya hablaremos, Samuel ―se despidió con la mano antes de irse casi corriendo.

Le pareció escuchar que él la llamaba, pero asumió que solo se estaba despidiendo. Se sentía algo agobiada, supuso que era causa de los exámenes que tenían sus nervios a flor de piel, pero desearía no haber hablado de sus trabajos. No entendía muy bien por qué, pero las pocas personas a las que le había contado lo de su trabajo a la vez que estudiaba, la habían mirado raro. Su suposición era que sentían que estaba presumiendo de ser capaz de trabajar y aprobar a la vez, y que parecía que se lo echaba en cara. Así que había dejado de decirlo a no ser que la preguntaran.

Sin embargo, había olvidado eso con Samuel, y ahora había perdido lo que parecía un amigo potencial.

Suspiró y negó con la cabeza, decepcionada de la envidia malsana que parecía tener todo el mundo a pesar de que ni la conocían.

Tratando de no pensar en ello, aceleró el paso cuando vio que le daría tiempo a dormir algo más de una hora si llegaba a casa rápido antes de ir a hacer su turno al bar. Ya había comido antes de salir al examen, que había empezado a las doce, y aunque tenía algo de hambre, prefería dormir y comerse algo directamente en el bar mientras que lo preparaban para abrir.

Se acordó de golpe de que después del turno iría a ver a los chicos tocar en un bar, y que después se quedaría en la fiesta para descargar el estrés, y una gran sonrisa se abrió paso en sus labios.

Tenía muchas ganas de descargar el estrés en la fiesta, además de querer verles tocar en directo.

El pensamiento le recordó el par de veces que les había visto, e inmediatamente se imaginó a Abel en el escenario, sus movimientos y su comportamiento provocativo, y estallaron mariposas en su estómago.

¿En serio? ¿Ahora te pones nerviosa tan solo de pensar en él? Patético.

Sí, bueno, un poco patético sí era. Pero bueno, ya debería estar acostumbrada al efecto que él tenía sobre ella. No era nada nuevo.

Apenas había podido verle desde el jueves pasado en el bar, y de eso hacía casi cinco días. Lo poco que había visto era cuando dejaban la puerta del piso abierta y salían todos a saludarla y a darle ánimos y abrazos de oso cuando la veían pasar. Los cinco eran capaces de sacarle más de una carcajada, y más de dos. Y los abrazos de Abel últimamente la hacían querer acurrucarse en su cuello y dormir. No sabía si algo estaba pasando nuevo entre ellos o era su estresada imaginación que estaba desesperada por mimos, pero estaba tratando de llevarlo con cautela y no asumir nada.

Finalmente llegó a su edificio y subió las escaleras casi corriendo. La puerta de los chicos estaba cerrada, pero escuchó algunas voces al otro lado, probablemente estarían preparándolo todo y/o ensayando para su concierto. Sonrió al imaginarles corriendo de un lado a otro, con esas grandes sonrisas de felicidad en sus rostros.

Y, a pesar de que se moría por pasar y estar con ellos un rato, se moría aún más por descansar, por fin libre de exámenes durante una buena temporada, así que entró directamente en casa.

A primera vista parecía vacía, y frunció el ceño. Se suponía que Ione no iba a salir en todo el día. Lo cual era raro porque solía estar todo el rato pegada a Lewis, pero es que no se hablaban desde la fiesta del viernes anterior.

Al parecer había sido un bombazo, la típica fiesta universitaria con música muy alta, la casa destrozada, beer―pong, y vasos rojos de bebidas dudosas pero con mucho alcohol.

Sin embargo, la noche no había sido especialmente mágica para su amiga, que había llegado en medio de la noche cabreada, y al día siguiente le había contado que había discutido con Lewis "muy seriamente", y que necesitaba un tiempo para meditar las cosas. No le había contado exactamente qué había pasado, y Bianca la había visto lo suficientemente agobiada como para no insistir, sabiendo que ya se lo contaría una vez que lo hubiera solucionado o que se sintiera lista para ello.

Había intentado pasar todos los ratos libres posibles con su amiga para animarla y sacar su cabeza del problema que se traía entre manos, pero por desgracia habían sido muy pocos. Además, en cuanto Ione se había dado cuenta de que Bianca estaba perdiendo tiempo de estudio por animarla, la había echado de su cuarto, alegando que no sería bueno para ninguna de las dos que le quitaran la beca por suspender como una idiota.

Por desgracia, había tenido razón. Pero eso no quitaba que Bianca planeara recompensarla esa noche, y si tenía que arrastrarla al concierto de los chicos para que se distrajera, no dudaría en hacerlo.

Sin embargo, en ese momento tenía que descansar o se caería redonda al suelo, así que se dirigió directamente a su habitación. Al encender la luz, lo primero que atrajo su atención fue una nota que había encima de su cama. BIanca frunció el ceño al verla, y más al reconocer la letra de su amiga. ¿Qué habría pasado?

"B,

Estoy en casa de los chicos echándoles una mano. Sé que has clavado tu examen, así que solo espero que consigas relajarte lo suficiente como para dormir, porque no pienso aguantarte llorando esta noche en la fiesta.

Tk, Ione"

Bianca no pudo evitar soltar una carcajada.

Haciendo caso a la nota, apartó el edredón y apagó la luz del cuarto antes de instalarse bajo las cómodas mantas.

Se obligó a no pensar en nada: ni en si los exámenes le habrían salido bien, ni en que su despertador sonaría en apenas una hora, ni en el maldito pelirrojo a quien vería en apenas unas horas y que tan solo con pensar en él su estómago hacía cosas raras.

No, en vez de en todo eso, cerró los ojos, se centró en el silencio de su cuarto, y dejó que el sueño y el cansancio la ayudaran a dormir.

* * * *

―¡Levanta, zorra!

Una luz explotó detrás de sus párpados y, acompañada del estruendoso grito, provocaron que Bianca se sentara en la cama de golpe, desorientada y con el corazón en la boca.

Y ahí estaba Ione, apoyada contra la pared de su cuarto, los brazos cruzados sobre una camiseta con el logo de Loud Coma, unos pantalones cortos vaqueros, y una ceja arqueda, su pelo rojo recogido en un moño deshecho.

―¿Qué pasa? ―jadeó Bianca, sin respiración.

―¿Cómo que qué pasa? ¿Tú no tenías que ir a trabajar?

Ella frunció el ceño.

―Claro, pero no tengo que estar allí hasta... ―miró el despertador y sintió sus ojos abrirse como platos― ¡Mierda! ¡Dentro de diez minutos!

Ione se rió y la observó con diversión mientras Bianca se ponía unas convers lo más rápido que pudo. La hubiera mirado mal, pero no tenía tiempo.

―Te odio ―dijo al salir corriendo por la puerta.

―¡De nada, cariño! ―la escuchó gritar a su espalda.

Bufando, salió por la puerta abierta de la casa y bajó corriendo las escaleras sin apenas mirar en la dirección de la puerta frente a la suya, que también estaba abierta, dejando escapar una serie de acordes pegadizos y con fuerza de una canción que Bianca no conocía pero que le encantó.

Prácticamente corriendo, Bianca recorrió las calles de la cuidad, de nuevo maldiciéndose por tener coche, sin importar que no pudiera permitírselo o que, aunque pudiera, no tenía sitio para aparcarlo. Todas esas razones de peso eran irrelevantes mientras se mordía la lengua para no gritar a todos los viandantes que habían escogido ese día para andar con la velocidad de un caracol y en masa.

Tan solo un minuto tarde, entró por la puerta y se encontró con Giles, que la miraba divertido con una silla dada la vuelta en la mano.

―Me alegra ver que estás teniendo un buen día ―se burló, colocando la silla boca arriba y en su lugar encajado en la mesa.

―Calla. Me he dormido ―jadeó, tratando de recuperar una respiración normal.

Su amigo arqueó las cejas.

―¿Tú? ¿Dormirte? ¿Cuándo fue la última vez que pasó eso?

―Uh... Veamos... Ah, sí. Nunca.

Bueno, eso no era del todo verdad. No era la única vez. De hecho, hacía bastante poco desde la última vez. Y ese último retraso se había llevado su primer beso.

Bianca escondió su vergüenza tras su pelo mientras ayudaba a su compañero a colocar las sillas. Cuando llegó su otra compañera, Luz, se escapó a su taquilla y cogió su uniforme. Se cambió rápidamente, y cuando salió, ya estaba todo listo para abrir.

En seguida empezaron a entrar los clientes, y Bianca se vio inmersa en conversaciones con ellos y con sus compañeros, en llevar y traer bebidas y comida, y en mantener todo en orden. Se sentía extrañamente enérgica, y sabía que eso era debido a que se había librado del estrés que la había estado cansando desde hacía demasiado tiempo.

A mitad de la tarde, varios grupos comenzaron a subir al pequeño escenario que había en el bar, dándose a conocer y entreteniendo a las personas que estaban allí. Bianca recordó entonces la primera vez que los chicos habían tocado allí, y la poca atención que les había prestado. Tuvo que aguantar una sonrisa enorme al darse cuenta lo mucho que habían cambiado las cosas desde entonces.

Sin embargo, su vieja costumbre de no prestar atención a los grupos que tocaban no había desaparecido. Pero, en su defensa, estaba demasiado ocupada sirviendo y corriendo de un lado para otro como para centrarse en la música.

―Da gusto verte así de despierta. Ya creí que te estabas volviendo una yonkie o algo así ―dijo Giles en uno de los momentos en los que pasó por la barra.

Bianca se rió sarcásticamente.

―Pero qué gracioso eres.

―¿Me tomo tu buen humor como que te han salido bien los exámenes y no van a deportar tu horrible cara?

Ella le fulminó con la mirada y le sacó el dedo medio. Dejó atrás su risa mientras iba a llevar las bebidas a una mesa en la esquina del bar. En ella, una pareja joven se estaba besando como si estuvieran solos en una habitación oscura. Vaya.

Bianca dejó las bebidas lo más silenciosamente que pudo, sintiendo que se estaba sonrojando.

Pero por qué eres tan mojigata.

De repente, se paró en seco mirando a la pareja que salía del baño con pinta de no haber estado precisamente lavándose la cara.

Y apenas pudo aguantar una carcajada por la sorpresa.

Gabe tenía lo rizos más desordenados que de costumbre, y mientras le miraba, el chico sopló, haciendo que uno de sus mechones volara frente a su cara para volver a posarse en el mismo sitio. Bajo su brazo, una chica le sonreía con el pintalabios algo corrido.

Bianca frunció el ceño, tratando de averiguar de qué le sonaba la chica. Negando con la cabeza, se dio cuenta de que se había quedado literalmente parada en medio de las mesas, y siguió trabajando apresuradamente mientras le daba vueltas al asunto.

Después de unos minutos, por fin fue el turno de atender a su amigo, que la observó llegar a la mesa con una amplia sonrisa de felicidad.

―Hola, rubito, ¿qué tal estás? ―preguntó más por cortesía que por otra cosa, ya que sabía la respuesta.

―B, me gustaría que conocieras a mi chica, Ashley ―le pasó una mano por el hombro, y la chica le dio un saludo con la mano, pareciendo tímida.

Ella arqueó las cejas con diversión e incredulidad, y no sabía si era por el hecho de que Gabe se hubiera referido a ella como "su chica" o porque la misma estaba actuando tímida cuando hace un par de minutos había salido de hacerle Dios―sabe―qué en un baño de un bar a Gabe .

No sé de qué me sorprendo.

―Encantada, yo soy Bianca, pero todos me llaman B. Soy vecina de Gabe ―aclaró, por alguna razón―. Bueno, ¿qué queréis, chicos?

―Ah, sí, de hecho solo he venido para traerte de vuelta a casa bajo instrucciones explícitas de Ione.

Bianca parpadeó.

―¿Eh?

Gabe amplió sus sonrisa.

―¡Tienes que arreglarte para el concierto, nena!

Ella frunció el ceño.

―Pero... Estoy trabajando ―no se podía creer que le tuviera que estar explicando eso.

―¿Hasta qué hora es tu turno?

―Eh... lo acorté para poder salir temprano para ir a veros, pero solo hasta las diez.

―Pues son y cuarto.

―¿Qué?

Como respuesta, Gabe sacó el móvil de su bolsillo, encendió la pantalla, y se la mostró. Efectivamente, la pantalla tenía escrito "10.17p.m." en letras gordas y blancas.

Joder, ¿qué le pasaba hoy con el tiempo?

Sin embargo, y a pesar de que tenía razón, se forzó a negar con la cabeza.

―Lo siento, Gaby, pero estamos ahora mismo llenos. Si me voy ahora igual se cae el local, y no me puedo permitir quedarme sin trabajo.

Él bufó y se cruzó de brazos, pareciendo un niño molesto. Bianca no pudo evitar ver la mirada soñadora con la que la chica, Ashley, le miró, y tampoco pudo evitar pensar que ojalá esa mirada soñadora no se rompiera en pedazos, porque la chica parecía hasta decente, teniendo en cuenta lo poco que la conocía y el resto de pretendientes de sus amigos.

―Vas a venir conmigo aunque te tenga que llevar ―amenazó, con el ceño fruncido.

Bianca apretó los labios para no reír.

―Gracias, pero no, gracias. Vuelve, que te tienes que preparar para una actuación. Y no te preocupes, prometo estar a tiempo para veros.

Gabe puso los ojos en blanco.

―Ash, ¿puedes esperar en la puerta? Salimos en un minuto.

La chica parecía divertida al levantarse y salir de allí sin mirar atrás. Gabe rodeó a Bianca y se dirigió hacia la barra, con ella tras sus talones.

―Eh, perdona ―Gabe llamó a Giles, que en ese momento estaba agitando una coctelera, y al ver a Bianca detrás le miró con curiosidad―. Tú eres el amigo ese de B, ¿no?

Giles la miró con diversión y extrañeza.

―Por tu detallada descripción, diría que sí ―parecía serio, pero Bianca escuchó la ligera burla en su tono.

Gabe siguió, sin haberse dado cuenta o habiendo decidido ignorarlo.

―¿Te importa si me la llevo ya? Resulta que va a venir a nuestro concierto, y tiene que ponerse decente, y aunque su turno ya ha acabado es demasiado cabezota como para irse.

Eso pareció llamar la atención de Giles, que la miró acusatoriamente. Ella se golpeó la frente con la mano, sabiendo que ya no se libraba de irse.

―¿Tu turno ya ha acabado? ¿Por qué demonios no me lo habías dicho? No, más importante. ¿Qué demonios haces aún aquí? ―le recriminó por encima de la música, echando el cóctel de un color azulón en un vaso.

Bianca chasqueó la lengua y le miró con súplica.

―Vamos, Giles. Estáis a tope. Si me voy vais a estar aún más agobiados ―trató de convencerle.

Pero Giles solo miró a Gabe , arqueó una ceja, y sonrió con malicia.

―Toda tuya.

Gabe soltó una carcajada medio segundo antes de darse la vuelta y cogerla por las piernas, alzándola sobre su hombro.

―¡Gabe Stone! ¡¿Qué demonios estás haciendo?!

―Chhhsss, B, por favor, estás creando un espectáculo ―se burló.

Efectivamente, al mirar alrededor se dio cuenta de una pequeña multitud que les miraba con diversión clara en los ojos, algunos incluso riéndose a carcajadas, y otros que miraban el lugar donde su falda se había alzado.

Su falda.

Soltando un chillido agudo, su mano subió para sostener la tela en su lugar, esperando que la falda no fuera tan corta ni se hubiera subido demasiado, y no haberle dado de verdad un espectáculo a todo el mundo a su alrededor.

―Ya estamos ―dijo Gabe cuando salieron del bar, finalmente dejándola en el suelo.

Bianca escuchó una risa, y al girarse vio que pertenecía a Ashley. Era una risa contagiosa, y no pudo evitar sonreír a pesar de que Gabe la acababa de sacar del bar sin su consentimiento y como si fuera un saco de patatas.

―Vale, vámonos ―se forzó a bufar y echó a andar hacia su apartamento, dejándoles algo de espacio porque no se sentía cómoda yendo de sujetavelas.

El camino a su casa fue rápido, tanto como la ida al trabajo, porque lo cierto era que el aire frío que hacía ese día le estaba congelando las piernas y los brazos, cubiertos aún por el uniforme que ni siquiera había podido quitarse. Era una suerte que su taquilla tuviera combinación y pudiera esperar hasta el día siguiente para recoger su ropa, porque no creía que Gabe hubiera estado muy contento con tener que volver al bar.

Cuando finalmente abrió la puerta de su casa, Ione no tardó ni dos segundos en cogerla de la mano y arrastrarla a su cuarto, echándole la bronca durante el camino.

―¿Por qué demonios has llegado tan tarde? Ya tendríamos que estar casi listas, quedan apenas cuarenta y cinco minutos para el concierto. Menos mal que ya te he escogido la ropa porque sino te juro que ahora mismo te estaría ahorcando...

―Ione ―Bianca trató de no reírse para no cabrear aún.

―¿Qué?

―Nada. Lo siento. Se me hizo tarde. Gracias por buscarme la ropa.

Ambas entraron en el cuarto de su amiga y ella encendió la luz, revelando una cama llena de ropa. Bianca juró que vio una chispa de maldad en los ojos de su amiga antes de que volviera a pretender estar enfadada.

―No me lo agradezcas aún. Porque te vas a poner lo que he elegido para ti quieras o no. ¿Entendido?

Bianca se mordió el labio. No sabía si sonreír o temblar de miedo, pero le gustaba ver a su amiga vibrando de nuevo. Los últimos días había estado demasiado apagada.

―¿Cuál es el mío?

Ione señaló uno de los dos conjuntos separados en la cama, y ambas empezaron a vestirse con rapidez y eficiencia. Bianca ni siquiera se permitió pensar en lo que estaba poniéndose porque, conociendo a su amiga, sería algo que ella mismo no hubiera escogido, y no quería salir de allí corriendo y que la volviera a traer a la fuerza, así que se obligó a ponérselo todo y ayudar a su amiga a abrocharse el vestido azul oscuro.

―Dios, te queda perfecto Ione ―musitó Bianca cuando la vio mirándose al espejo.Era un vestido azul marino con algunas transparencias, que solo tenía una media manga y no debaja demasiado a la imaginación, terminando casi un palmo por encima del medio muslo.

La otra bufó.

―Tú tampoco vas mal. ¿Te has mirado? No, por supuesto que no. ¿Para qué? ―la tomó de los brazos, todavía irritada por su tardanza, y la forzó a colocarse frente al espejo― Mira mi trabajo, perra.

Bianca se miró casi con miedo, pero en cuanto realmente se miró, se quedó con la boca abierta. Ione había elegido una falda hasta medio muslo negra y algo ceñida, pero no completamente pegada, que la quedaba impresionante. Además, lo había acompañado por una camisa de tirantes blanca suelta... que estaba por fuera.

Ione se rió cuando se dio cuenta de su fallo.

―Oops... ―Bianca se sonrojó mientras se colocaba la camisa por dentro de la falda, dejándola lo suficientemente holgada como para que quedara como ella quería― Es perfecto Ione, muchas gracias.

Su amiga se echó el pelo rojo hacia atrás presumidamente.

―Por supuesto que lo es. Pero aún no está completo ―caminó hacia su armario de los zapatos (sí, tenía un armario para todos sus zapatos), y sacó una caja larga.

Muy larga.

Bianca frunció el ceño mientras abría la caja, y se encontró con unas botas negras de ante con plataforma, que se agrandaban en la parte de la rodilla. Sintió cómo su boca caía abierta, e inmediatamente se sentó en la cama para ponérselas.

Le llegaban algunos centímetros por encima de la rodilla, y al mirarse vio que encajaban perfectamente. De hecho, eran mucho más cómodas de lo que hubiera imaginado.

―¿De dónde las has sacado? ―preguntó con incredulidad― No recuerdo habértelas visto puestas nunca.

Ione se encogió de hombros.

―Me las compré hace tiempo por impulso y no se dio la ocasión. Así que, disfrútalas ―le guiñó un ojo antes de dar una palmada―. Y, ahora, maquillaje.

Bianca gimió con desesperación, pero la tortura fue sorprendentemente rápida ese día, ya que Ione le permitió maquillarse a sí misma debido al poco tiempo que tenían. Así que se limitó a darse un poco de sombra marrón en los ojos, echarse rímel y eyeliner, y un pintalabios rojo mate que al parecer había sido un regalo de navidad de los padres de Ione.

Después ambas se peinaron, y Bianca decidió no hacer nada con su pelo y dejárselo suelto, guardando algunas horquillas y gomas en el bolso que iba a llevar.

Al fin, ambas salieron.

―Bueno, menos mal que he conseguido salvar la situación ―se jactó Ione en su camino al salón.

Bianca fue a mirar el reloj, y se dio cuenta de que no llevaba el móvil encima.

―Uh, mierda. Ve saliendo, tengo que coger el móvil.

―Coge las llaves también ―canturreó mientras abría la puerta.

Bianca puso los ojos en blanco abriendo la puerta de su cuarto. En seguida encontró las dos cosas y las dejó caer al pequeño bolso negro que, para variar, no había sido prestado. En su camino fuera, también cogió una chaqueta vaquera, porque recordaba que hacía frío.

De hecho, ¿qué hacía con una falda con el frío que había tenido al llegar? Bueno, al menos las botas cubrían la mayor parte de sus...

Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando chocó inesperadamente con una pared.

―Mierda. Joder.

Un momento. ¿Una pared en medio del pasillo? Alzó la vista y se encontró perdiéndose en los divertidos ojos verdes de Abel.

―¿Por qué tantos improperios, dulce?

―No te esperaba aquí en medio ―contestó, con el ceño fruncido.

Pero Abel no la escuchó. O al menos, no dio señales de ello mientras su mirada la recorría de arriba a abajo. Varias veces.

Y, sin saber por qué, la respiración de Bianca se agitó, probablemente en respuesta a la mirada que él le estaba lanzando. Una parte de su mente se dijo que debería salir de allí porque eso era incómodo.

Pero otra parte sabía que no era incomodidad lo que sentía, sino tensión. Sexual, para ser más exactos.

Sobre todo cuando la mirada de él se quedó fija en su escote.

―Falta algo.

Ahora fue ella quien apenas registró sus palabras.

―¿Uh?

Sin responder, él se echó las manos al cuello y se quitó uno de sus varios colgantes antes de ponérselo a ella en el espacio vacío que había en su cuello.

Era una placa de identificación de estilo militar, que ponía su nombre y apellido, la palabra "Lafayette", y una serie de números en varias filas que picaron su curiosidad. Sin embargo, parecía demasiado privado como para preguntar.

―Perfecta.

Sus preguntas se desvanecieron al levantar la mirada hasta sus ojos, y lo que vio en ellos la dejó sin respiración. La estaba mirando con una imperceptible sonrisa, mientras su mano derecha seguía acariciando su clavícula en el lugar donde había colocado la cadena. Y en sus ojos había una serie de emociones que le dieron un vuelco al corazón.

Para su desgracia, era completa y absolutamente suya. De ese hombre bipolar, borde, idiota, creído, mentiroso y controlador que la había vuelto loca desde el primer insulto y que en ese momento parecía mirarla como si fuera el sol en el horizonte. Habían pasado tantas cosas desde entonces que le parecían años desde que le hubiera conocido. Y le daba igual lo que hubiera hecho desde entonces, y la marea de mujeres que se quisieran lanzar a su cuello, porque algo dentro de ella quería creer que algo había cambiado, por muy estúpido que sonase. Que esa mirada era real, porque no podía creer que fuera otra cosa.

Y en ese momento solo quería abalanzarse sobre sus labios entreabiertos, sentir sus manos en su piel, y escuchar su propio nombre salir de sus labios. Y a la mierda con las consecuencias.

―¿Bueno, qué? ―la voz de Ione sonó como un vaso haciéndose añicos contra el suelo― ¿Salís ya, o qué?

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