Hai!
Este fic va dedicado a una de mis autoras favoritas, Noalovegood, una de las mejores personas que he conocido por estos lares y que hoy está de cumpleaños :). Iba a ser un one shot en principio pero X'D... Siento no haberlo terminado entero para tu aniversario, pero espero que el one-shot-convertido-en-short-fic-de-pocos-capítulos pueda seguirlo actualizando hasta el final *o*.
Dicho esto, ¡espero que te agrade, Noa n___n! ¡Y disfruta muy mucho de tu día especial (aunque el TFG pueda molestar un poquejo ¬¬)! Después de todo, hoy se celebra el que debería ser tu día más importante :O.
Nacer es muy complicado, ¡y sobrevivir también es una ardua tarea :3!
La jovencita clavó ambas palmas de sus manos sobre el frío cristal que cubría su dormitorio. Le resultaba extraño el techo de tan alta calidad como la cúpula que protegía a la polis del Dragón de la Destrucción. Ella se había acostumbrado a la opacidad de su hogar que se manifestaba con escasas ventanas minúsculas, lo mínimo para cubrirles la intimidad respecto a los vecinos y permitir una ventilación que solía ser inferior a la saludable.
Sin embargo, desde la quincuagésima planta, y del lugar en el que se hallaba, podía observar a Edolas al completo, haciéndole sentir poseedora de una divinidad de la que sabía que carecía. Era imposible abandonar la sensación magnánima que provocaba hallarse en la zona más alta de una de las escasas comunidades que todavía quedaban en pie. Sabía que la posición que ocupaba en aquel instante la colocaba como privilegiada, pero ella no era ninguna ingenua y no olvidaba lo que realmente era, ni de dónde procedía. Al fin y al cabo, le habían arrebatado la inocencia en sus primeros años de vida por todo lo que se había visto obligada a vivir.
Ella tan sólo era un producto más en el adicto consumismo que envolvía a la comunidad.
La voz sin género específico le comunicó que eran ya diez de la mañana, pero la ignoró. Quería saborear las últimas horas de libertad y dignidad que le quedaban escuchando el susurro de sus propios anhelos que estaba destruyendo por el bien de su familia. En cuanto el inicio de la madrugada se iniciara, dejaría de ser una humana libre para convertirse en una mercancía que debía ser entregada a su comprador. El mero hecho de ojear a la lejanía a los ciudadanos que se encontraban en inferiores plantas a la suya iniciar su día le llevaba a su amada planta seis, donde hasta hacía apenas un par de meses había estado transcurriendo toda su vida. Era consciente que desde la quincuagésima planta resultaba imposible que pudiera alcanzarle la vista a su lugar de origen, pero mantenía los suficientes recuerdos en su memoria como para proyectarlos a través del cristal.
A diferencia de esa lujosa planta, el sexto piso permitía ser consciente de la horrible destrucción que había sufrido la Tierra una vez los desastres naturales fueron imparables y sucesivos, arrasando con vegetación, animales y humanos que murieron en el acto o progresivamente debido a las epidemias. Tampoco ayudó cuando las radiaciones solares provocaron que las zonas más próximas al sol quedaran calcinadas junto con quienes habitaban.
Un nuevo mundo debía construirse en el interior de la cúpula refractaria que los protegía de los desastres, pero la descomposición de la Tierra seguía propagándose, por lo que era necesario construir una comunidad en vertical en forma de una gigantesca torre que los protegiera. La problemática se suscitaba cuando la putrefacción iba avanzando, corroyendo los cimientos en los que se sustentaba la cúpula que protegía a Edolas, y alimentando de este modo al Dragón de la Destrucción que sus antepasados habían creado al destruir su propio planeta poco a poco.
Cada cincuenta años, para proteger la subsistencia de la raza humana que quedaba viva, una planta debía ser sacrificada para alimentar al Dragón de la Destrucción, separándola de la cúpula de contención y evitando de este modo que Edolas quedara afecta. La escasez de recursos naturales había conllevado el racionamiento de los alimentos creados artificialmente, por lo que el Pretoral, dirigido por el Cónsul, había llegado a la decisión pragmática necesaria para la supervivencia de los seres humanos: la clasificación de su especie en atención a su utilidad.
Se habían creado baremos acerca de aptitudes necesarias para la civilización, considerando que los que ostentaban mejores intelectos en los ámbitos de estrategia, ciencia y tecnología debían ostentar un lugar en plantas más elevadas, mientras que el resto debía permanecer en aquéllas inferiores. Una planta inferior significaba menores posibilidades económicas, alimentación precaria, agua que no pasaba por el proceso de filtración que garantizaba la depuración completa de enfermedades contagiosas.
Aun las condiciones que comportaban las plantas inferiores, significaba que la comunidad te mantenía con vida, puesto que los enfermos mentales, discapacitados y cualesquiera otros que padecieran alguna minusvalía que los inutilizara para con la comunidad, implicaba la eutanasia, tratamiento que también se aplicaba a aquellos ancianos de avanzada edad que no podían valerse por sí mismos.
Ellos eran un lastre del que Edolas no podía hacerse cargo.
Anualmente se efectuaban exámenes que valoraban las capacidades de todos los estudiantes de cada una de las plantas. Los que se consideraban aptos para ascender, se despedían de sus familiares para iniciar una nueva vida en el piso que les correspondía, pudiendo incrementar su status si posteriormente se reflejaba una mejoría sustancial respecto a sus compañeros de equipo que lo hacían destacar lo suficiente para ello. Un aumento de planta significaba mejoras económicas, reservándose la número cincuenta para el Pretoral y el Cónsul.
No obstante, ella no conocía a nadie que hubiera abandonado la planta más baja de Edolas, la sexta, para ascender. Y tampoco sus conocidos sabían de alguien que hubiera obtenido tan alta puntuación como para ello.
El Pretoral estaba conformado por trece pretores descendientes de los padres fundadores de Edolas y sus familias, siendo el Cónsul el pretor que se consideraba de intelecto superior a todos ellos, si bien daba la casualidad que el nombrado siempre resultaba ser quien ostentaba mayor poder económico del prerotal. Los pretores eran sucedidos por sus respectivos herederos, mientras que el mandato del Cónsul perduraba siempre que su potencial se mantenía y, cuando éste finalizaba, un nuevo Cónsul entre los trece pretores era designado .
Eran los Pretores y el Cónsul quienes dirigían Edolas con mano de hierro, y los ciudadanos quienes lo aceptaban resignados. Después de todo, se les adoctrinaba desde pequeños en que todo sacrificio era necesario para la supervivencia de la especie humana.
Por ese motivo la sexta planta iba a ser sacrificada en pos de que Edolas se mantuviera. Los pisos tenían un límite de peso por soportar y no podían albergar un número de humanos que superasen los máximos que se habían predispuesto, así como tampoco alterar el racionamiento de comida estipulado conforme el control de natalidad, cada vez más fiero en altas plantas, mientras que las inferiores como la sexta, dicho control se conservaba ausente.
Tampoco podían elevar nuevas plantas; al menos por el momento. Sin embargo, a dicha regla general, habían excepciones a las cuales acogerse y a una de ellas se había visto obligada a peticionar para salvaguardar a sus padres y a los cinco hermanos pequeños que tenía para que pudieran progresar una planta, salvándolos de ser entregados al Dragón de la Destrucción.
Siete vidas salvadas y almacenadas en un nuevo piso requería de un gran sacrificio y ese había sido ser entregar su cuerpo al Cónsul. Aunque ya había dejado atrás sus primeros años de juventud, todavía era lo suficientemente atractiva como para satisfacer los deseos del Cónsul y competir con el resto de hembras que se habían entregado a él. Incluso llevaba semanas siendo formada para mejorar en sus prestaciones. Su instructora le había informado que sus curvas sinuosas en un menudo cuerpo eran muy apetecibles en hombres como el Cónsul. La mezcla de sensualidad y ternura que irradiaba podía enloquecerlo.
Y probablemente ésa era una de las razones por las que el Cónsul la había aceptado como producto.
No estaba orgullosa de su decisión, pero al menos con ello salvaba a su familia. Sabía que podía haber optado por convertirse en otro tipo de mercancía como su mejor amigo, que se había ofrecido como rata de laboratorio para probar todos los fármacos que Edolas creaba y estaban en fase experimental, debiendo soportar en primer lugar las enfermedades que le inyectaban para ello. No obstante, él únicamente requería salvar a su esposa y su bebé recién nacido, mientras que siete bocas más que alimentar con sus respectivos pesos era un número mucho más conflictivo.
—Televisión —ordenó, deseando que cualquier estúpido programa que el Pretoral empleaba para adormecer la mente de los ciudadanos e impedir que se rebelasen contra el orden establecido extirpara el dolor que palpitaba en el interior de su garganta y pujaba por perforarla.
«Panem et circenses», rio con una mueca siniestra al ver el programa que aparecía cada cincuenta años y que tanto divertía a los ciudadanos de Edolas.
La última planta también ostentaba la prisión de Edolas, lo que conllevaba que los presos que todavía se encontraban cumpliendo con su pena fueran a ser sacrificados cuando la desconexión fuera a llevarse a cabo en el mismo momento en el que ella iba a ser entregada al Cónsul. Pero como siempre, Edolas tenía una excepción a dicha regla general, permitiendo que uno de ellos no sólo se salvara, sino que además su condena fuera extinguida ipso facto, salvaguardándose en uno de los pisos superiores. El conducto para conseguirlo consistía en concursar en el programa más esperado durante cincuenta años basado en una lucha a muerte entre todos los presos que querían acogerse a la posibilidad de salvarse. La lucha entre todos ellos comportaba en muchas ocasiones que los habitantes de la planta que iba a ser sacrificada fueran asesinadas en el fuego cruzado. Tampoco es que importase demasiado a la comunidad, puesto que iban a morir de todos modos.
El concurso tenía una duración de varias semanas, finalizando en el momento en el que la desconexión con la planta fuera a ser realizada, y siendo televisada las veinticuatro horas del día, siendo comentada por multitud de programas en todos los canales existentes. Los ciudadanos de Edolas apostaban acerca de quién era su favorito e incluso las plantas más ricas, que esperaban ganar en dichas apuestas, invertían en su favorito comprando y entregándoles los instrumentos necesarios para salir vencedores.
Y los favoritos siempre eran los más sádicos, los más originales y con mayor inventiva a la hora de atormentar y asesinar a sus contrincantes. Los que ostentaban mayor carisma psicopático.
— ¿Nerviosa? —su instructora apareció con una sonrisa radiante que nunca iluminaba su lóbrega mirada.
—Un poco —le devolvió la sonrisa, forzándose a ello.
La alta mujer de piernas interminables caminaba moviendo sus caderas al son de una perfecta melodía inaudible. Su larga melena azulada poseía algún que otro mechón completamente blanco que ondeaba al ritmo calmado del resto, uniéndose hasta el final del arco de su espalda. Dos trenzas surcaban su cabeza como dos coronas hasta esconderse en la albina nuca.
La elegancia acompañaba a aquella fémina que la había instruido con toda la paciencia del mundo para ser capaz de satisfacer los deseos sexuales del Cónsul. Su instructora se había convertido en su primera amiga desde que había llegado a la quincuagésima planta y admiraba la elegancia con la que caminaba con aquellas vaporosas telas que cubrían todo su cuerpo. La forma en la que se movía era sensual de un modo natural como el respirar, sin que en ningún momento rozase lo puramente sexual ni abandonase la elegancia. Las cualidades que parecían innatas en la azulada había tenido que aprenderlas ella. No es que fuera virgen, pero tal como su instructora le había informado, las apetencias del Cónsul, en ocasiones, no eran tan prototípicas como debieran.
No contentar al Cónsul implicaría que tanto ella como su familia fueran lanzados al vacío y alimentaran con ello al Dragón de la Destrucción. Esa era la garantía de la mercancía por la que había pagado el hombre que dirigía Edolas por las ocho bocas que había salvado, las cuales estarían a su cargo.
—Debe estar tranquila, Juvia le ha enseñado todo lo que necesita. Su familia y usted están a salvo —colocó su mano sobre la sudorosa de ella y la llevó al salón para que ambas se sentaran en el mullido sofá—. Le gustará al Cónsul.
—Creo que echo en falta el suelo de cristal de la sexta planta.
Juvia enarcó una ceja extrañada.
— ¿Le gustaba mirar al Dragón de la Destrucción?
—Hay cierta belleza en la nada —anunció con su aséptica voz que acompañaba a su fría mirada aturquesada—. Nos recuerda de donde venimos. Nos recuerda lo que nuestros antepasados crearon. Y nos recuerda por qué nos encontramos en esta situación. Dicen que el ser humano es el único que tropieza tres veces con la misma piedra.
—Juvia lo comprende —asintió con seriedad y un amago de sonrisa agradecida apareció en el rostro de la joven cuyos nervios empezaron a evaporarse.
Estaba acostumbrada a sentirse una extraña al resto de sus conocidos. En ocasiones se sentía que no podía incluirse con el resto de ciudadanos de su planta. Su cerebro reflexionaba demasiado, dudaba demasiado, creía en nada. Todo le resultaba falso y las normas del Pretoral injusta. Muchos la consideraban una desquiciada que podía ser peligrosa. Una paranoica que rozaba la locura. Era lógico que se sintiera agradecida de que Juvia no fuera uno de ellos.
Quizás su instructora era diferente a los de su propia planta porque, aun viviendo en la quincuagésima, formar parte del séquito personal del Cónsul que se encargaba de satisfacer sus necesidades sexuales para aliviar su estrés y permitirle actuar con sabiduría por el bien de Edolas, te hacía conocedora de ciertos aspectos que el resto de ciudadanos se negaban a creer.
Una mentira agradable siempre era más satisfactoria de creer que averiguar una cruda verdad. Nadie quiere reconocer las desgracias, ansían un mundo perfecto, que les proteja de las inclemencias.
— ¿Cuánto hace que vives en esta planta?
La mano de Juvia se apartó de la suya y reclinó su espalda en el sofá.
—Toda la vida. Juvia nació aquí, ya que su madre fue una de las amantes del Cónsul.
—Pero eso... —se atragantó con su propia saliva y un tic apareció en el párpado inferior de su ojo izquierdo, conociendo que las féminas que formaban parte del harén del Cónsul le pertenecían en monopolio— eso te convertiría en la hija del Cónsul.
—Así es —se mordió nerviosa el labio inferior.
Si no tenía una buena concepción del Cónsul antes, aquella información no mejoraba sus expectativas de su propietario.
Juvia le explicó entonces recuerdos de su infancia, descubriendo que, a pesar de la tragedia a la que había estado sometida como propiedad del Cónsul desde su nacimiento e incluso la pérdida de su madre, la azulada conservaba gratas memorias de los juguetes que su protector, como el Cónsul le obligaba a llamarlo, le había entregado. La mujer de ondulada cabellera azul había sabido que ella jamás formaría parte de la familia que el Cónsul tenía, con sus perfectos hijos y su preciosa esposa.
Sus juegos infantiles los había pasado a solas, si bien su protector había participado alguna vez en ellos, e incluso le había dotado de una formación en la que sí había llegado a compartir asignaturas con sus medio hermanos. Había creado centenares de personajes que, en su imaginación, la acompañaban en todas sus aventuras cuando la soledad la golpeaba, sabiendo que nadie de aquella planta querría relacionarse con una ilegítima hija de una propiedad.
Aquello la había convertido en una niña introvertida, que evitaba relacionaba con el resto de compañeros de su clase los cuales la ignoraban por considerarla de menor estrato social, puesto que ellos eran los descendientes de los Pretores, del Cónsul o de sus familiares. Juvia tan sólo era la hija de una de las rameras del líder de Edolas, y había querido aprovechar las clases a las que asistía puesto que los conocimientos la acompañaban con un halo de calidez que le faltaban al acostarse, cuando se hallaba sola en la frialdad de su habitación y, en muchas ocasiones, escuchando en la habitación de al lado los servicios que su madre prestaba a su poseedor.
Había sido impactante cuál había sido el regalo que su protector le había entregado cuando cumplió la mayoría de edad, poco después de que Juvia perdiera a su madre. Aunque, según cómo lo veía la joven que escuchaba pacientemente su historia, Juvia había sido la única que había entregado algo aquella noche. Aun siendo en contra de su voluntad, huérfana de madre y adulta, su lugar en la quincuagésima planta, la única que había conocido, solamente podía conservarse si era propiedad.
Y tampoco era que ella pudiera negarse. Los frutos que una propiedad producía se adquirían por su titular por el derecho de accesión.
Juvia nunca había tenido opción alguna.
— ¿Que estaba mirando? —le preguntó una vez finalizó de narrarle su pasado y empezó a enjabonarle la melena, entretando tomaba el baño para prepararse.
—Lo único que dan estos días —suspiró desganada. Incluso hasta en aquel baño llegaba la imagen de la televisión que se proyectaba en forma de holograma .
Desde que había llegado a esa habitación, le había resultado imposible conocer el funcionamiento del sistema inteligente en el que se basaban los electrodomésticos salvo en lo básico.
Quizás se debía a que procedía de la planta más pobre, incapaz de sustentar tales avances tecnológicos que hicieran su vida más sencilla hasta un punto irrelevante.
O quizás la razón fuera su incapacidad para con la tecnología que siempre había padecido como una enfermedad, rompiendo todo lo que tocaba sin conocer la causa.
O quizás se debía a una mezcla de las dos.
Sea como fuera, agradecía la ayuda inestimable de Juvia, su instructora que se había dedicado a ella para más de lo que estaba segura el Cónsul le había impuesto.
— ¿Tiene algún favorito?
—No. ¿Y tú?
—A Juvia no le agrada mucho este programa —hizo una mueca y se encogió en sí misma—. Juvia considera que es un programa que saca la maldad de la gente —dijo en un susurro.
— ¿Más aún? —dijo con un tono frío— Los seres humanos perdimos nuestro vínculo con la humanidad hace milenios. O quizás nunca tuvimos alma.
Juvia ladeó la cabeza mientras restaba pensativa, concentrada en la espuma que estaba creando por la fricción de sus manos sobre el cuero cabelludo de la jovencita, que se estaba relajando tanto que creía que iba a caer rendida en cualquier instante.
—Juvia discrepa, después de todo, usted se ha sacrificado por su familia. ¿No es acaso eso lo más humano que existe?
Ella rompió a reír, sobresaltando a la azulada.
—Lo siento Juvia, pero precisamente humana es un calificativo que no suelen emplear conmigo. Únicamente he tenido un amigo en toda mi vida antes de conocerte a ti, e incluso él creía que algo no funcionaba correctamente en mí.
— ¿Por qué?
—Me consideran anormal. Demasiado madura para mi edad. Demasiado impasible para lo que consideran ellos importantes, y demasiado sensible ante lo que ellos califican como paranoias mías. Demasiado seria.
— ¡Pero Juvia la ha visto reír! ¡E incluso bromea con Juvia!
Retiró su cabeza de entre las manos de la azulada y dejó que toda su cabellera se empapara del agua que rodeaba su cuerpo desnudo, clavando su mirada esmeralda en la oceánica de su instructora.
—Probablemente porque tú hayas sido la única persona que me ha hecho sentir lo suficientemente cómoda para poder ser yo misma.
—Juvia entonces se siente agradecida por ello.
— ¿Crees que realmente hay un ganador en este programa? —señaló con una mirada la proyección de los últimos cuatro participantes que quedaban con vida.
—Sí. Después de todo, el premio es la vida y la libertad. ¿No es eso una victoria?
—Pero el coste es demasiado alto. Demasiadas vidas asesinadas.
—La mayoría de los participantes ya han terminado con vidas antes.
En eso su instructora tenía razón.
Angélica Galuna había sido condenada por múltiples robos con armas láser que habían terminado con la muerte siempre de sus víctimas. La única fémina que quedaba en el cuarteto con vida, si bien su objetivo siempre había sido aumentar sus propias arcas personales a costa de los restantes ciudadanos de la planta vigésima, nunca había querido ser descubierta, por lo que su sello en los crímenes que perpetraba siempre resultaba ser precisamente la muerte de la víctima a la que expoliaba.
A diferencia de la participante femenina, Bora Titannose era un reconocido misógino al que se le habían imputado diversos atentados contra la libertad e indemnidad sexual de las mujeres. Los perversos instintos sexuales del preso lo habían llevado a someter contra su voluntad a las mujeres y adolescentes que llevaba a sus aposentos de la planta treinta y nueve para su divertimento personal. Muchas de ellas habían fallecido a causa de las hemorragias internas que les había causado.
No eran casos que hubieran alterado el día a día de Edolas. De hecho, Bora sentía predilección por las mujeres que precisamente ofertaban su cuerpo en las plantas inferiores, a las cuales se había escapado para elevarlas en planta temporalmente para su propio divertimento. No tenía impacto social que los estratos inferiores fueran perdiendo a sus mujeres y tampoco resultaba relevante una mayor investigación a la básica que se llevaba a cabo.
Lo que fue la perdición de Bora fue su obcecación respecto a una fémina de su mismo estrato social cuya muerte, de la que él había sido artífice, en su misma planta había conllevado un gran revuelto en todos los medios de comunicación.
La hipocresía se hacía patente de nuevo, puesto que los pretores y el propio Cónsul se aprovechaban de las circunstancias de ciudadanas que, como ella, debían venderse al completo para garantizar la salvaguarda propia y de los suyos. Ellos consideraban que su entrega no era más que una representación de la eficiencia de los mercados. Una demanda y su respectiva oferta libres; un contrato cuyo objeto, consentimiento y causa eran válidos, por lo que debía ser cumplido.
Pacta sunt servanda.
Ella consideraba que el consentimiento de la ofrecida estaba realmente coaccionado por las circunstancias en la que se basaba la comunidad de Edolas. Pero ella era una simple desquiciada, que no podía comprender la razón por la que los habitantes de las plantas más bajas no podían ascender a su libre albedrío a las superiores sin ofrecerse a cambio como mercancía, mientras que individuos como Bora podían viajar a zonas más exóticas, como su planta sexta, para divertirse con el cuerpo de mujeres sencillas como ella.
Si las plantas ostentaban unos límites en cuanto a las vacantes, dichos límites deberían ser rígidos y no flexibilizarse a tenor del disfrute o gusto de los estratos superiores.
Lyon Vastia era algo más diferente que el resto de los participantes. El joven de cabello plateado había fundado la organización terrorista más temible que había azotado Edolas, Lamia Scale, la cual se había dedicado a depositar diversos instrumentos de explosión, avistando al cuerpo de defensa, Los Grises horas antes para que pudieran desactivarlas. Solían colocarlas en lugares concurridos, especialmente mercados y colegios, de modo que pudieran obtener el eco social que ansiaban. Ellos se rebelaban contra el orden establecido y reclamaban una anarquía. No obstante, más de una bomba no había podido ser desactivada y había producido la muerte de niños y adultos inocentes.
El muchacho de cabello plateado había superado la treintena conservando una extroversión que lo convertía en un líder carismático y en el favorito del programa, a diferencia del último de los participantes, que restaba solitario y huraño. Lyon había aprovechado sus aptitudes para crear un equipo para eliminar al resto de los competidores. Así Bora y Angélica habían aceptado gratamente en guardarse las espaldas mutuamente hasta que la competición finalizara con ellos solos. Aunque no habían sido los únicos en formar equipo, ya que parte de sus miembros habían fallecido con anterioridad, demostrando que la alianza tampoco era completamente infalible.
Y al Tridente, en este momento, únicamente le faltaba eliminar al solitario hombre de gélida azul oscura mirada que se negaba a ser derrotado, a pesar de los escasos apoyos que tenía en el exterior, puesto que la mayoría de armas iban dirigidas al plateado.
— ¿El Cónsul ha apostado por su favorito? —preguntó curiosa mientras jugaba con uno de sus mechones rosados.
—Sí. Juvia fue testigo de una de las veces que le hizo entrega de un potenciador de olfato, ya que Juvia se encontraba sirviéndole. Le pidió a Juvia que parase en sus servicios para que pudiera contactar y hacer su donación.
— ¿Estaba viendo Sálvate mientras estabais en...?
—Correcto —asintió la azulada—. Aunque Juvia no debería habérselo dicho a nadie. El Cónsul quería mantenerlo en el anonimato. De todas formas, en unas horas terminará el programa, y Juvia no cree que Meredy fuera a traicionarla de ese modo.
—No tengo interés —sonrió—. Ademas, si mal no recuerdo, las apuestas se cierran dos días antes del último día —se encogió de hombros—. ¿Es tan importante que sea un secreto? El resto de apostadores parece que se vanaglorian sobre su favorito.
—Para el Cónsul sí. Si tu favorito gana y eres el único que ha apostado por él, te convierte en una persona tremendamente rica.
Y el dinero era necesario para mantenerse como Cónsul. ¿De qué otro modo compraría el voto del resto de pretores?
Aquello únicamente podía significar que el Cónsul iba a por el chico de cabellos azabaches y glaciares ojos.
Tenía cierto sentido ahora que los premios que había recibido el miembro menos favorito de todos los participantes hubieran sido extremadamente útiles pero nada activos. El Cónsul había visto en el hacker que había boicoteado las defensas de Edolas en múltiples ocasiones a un estratega; un superviviente, precisamente el perfil de persona que debía ser la vencedora de un concurso como el Sálvate. Después de todo, se decía que el hacker había sido capturado a los treinta, cuando ya llevaba veinte años dedicándose a ello, desde que había quedado huérfano y, consecuentemente, la escasa utilidad que el Pretoral había considerado del niño al verlo como un lastre lo hizo retroceder en plantas hasta la sexta.
Únicamente se le había imputado un asesinato. La de uno de Los Grises que lo habían capturado. Lo que a Meredy no le terminaba de cuadrar había sido que el grupo formado por diez Grises hubieran podido permitir que el detenido disparase con su arma a uno de ellos. Después de todo, había sido evidente la tortura a la que había estado sometido por la multitud de deformaciones y moretones que fueron visibles en las grabaciones que en todos los canales de televisión retransmitieron en el instante que el detenido fue puesto a disposición policial, antes que el forense y el Juzgador accedieran a él.
Un potenciador de olfato podía parecer más inútil al lado de una arma con mira telescópica pero, unido al potenciador de oído que había recibido con anterioridad, comportaba que el muchacho tuviera conocimiento de todo lo que ocurría a su alrededor y a bastantes metros a distancia, como si de un sonar mejorado se tratase, puesto que los nanobots que circulaban por su torrente sanguíneo le dotaban de la información de imágenes cercanas. Al inicio era algo complicado que el cuerpo se adaptara a ello pero, en un escaso tiempo, el control era total.
—Así que si su favorito gana, las arcas del Cónsul aumentarán y, a cambio, el hacker obtendrá una plaza en la séptima planta. Cincuenta años más de vida.
—No exactamente —apuntó Juvia—. El vencedor normalmente pasa a vivir a la planta más baja de Edolas y la pena se extingue pero, si tuvo un sólo apostador, éste puede reclamar su propiedad.
—No sabía que al Cónsul también le agradaba el género masculino —dijo divertida.
—N-no —se ruborizó la azulada—. Creo que el Cónsul lo querría como Gris, probablemente, dado su intelecto, para un cargo elevado. La mayoría de ellos son androides y hay pocos humanos, por lo que alguien de sus características sería idóneo.
— ¿No te parece extraño que precisamente alguien de sus características no superase los exámenes de aptitud para progresar en planta?
Su instructora permaneció en silencio varios instantes, sus mejillas se sonrojaron de un modo tan infantil que a Meredy se le hizo extraño. Le resultaba gracioso que Juvia estuviera teniendo las mismas reacciones que ella había tenido cuando le había estado instruyendo acerca del sexo con el Cónsul. A la rosada le había parecido extraño hablar de posturas y lametones como si de una lección de trigonometría se tratase, mientras que Juvia parecía repetir la disertación de forma automática.
Un apoyo más a que los famosos exámenes no servían para lo que les informaban.
—Te gusta, ¿verdad? —sonrió maliciosa como si de una niña traviesa se tratase, y Meredy notó que, de nuevo, sólo con Juvia podía ser ella misma— El favorito del Cónsul.
—N-n-no. Juvia no puede desear —descendió la mirada al agua y cogió la toalla para secar el cabello que ya había sido despojado de champú.
— ¡Claro que puedes! Y no puedes negarme que te gusta. Dices que el programa no te agrada pero, cada vez que lo nombran, te muestras agitada y la mirada se te pierde en la proyección. ¡No le quitas la mirada de encima!
—Eso no importa —mencionó con tristeza—. Juvia nunca podrá dejar de ser nada más de lo que es —se encogió de hombros—. Juvia nunca podría involucrarse con alguien como Gray Fullbuster.