Era difícil ver cómo ninguno de los dos nos dirigíamos la palabra, siquiera para discutir. Sinceramente, lo extrañaba. Extrañaba sus bromas, sus enojos, sus burlas, su desinterés, su "Eres mía".
─Se te meterá una mosca a la boca ─dijo Alonso, quien recién entraba a la cocina.
─Qué gracioso resultaste. Deberías trabajar de payaso en un circo ─respondí sin ánimos.
Él rio como siempre y se detuvo frente a mí.
─Sky, te quedarás sola en casa este día. Maia estará cerca de la entrada por si necesitas algo.
─¿Sucede algo? ─cuestioné curiosa─. Nunca se van todos, a menos de que sea algo grande.
─Tranquila, sólo no salgas de la cabaña y mantengan todo cerrado ─pidió con amabilidad y se marchó con una manzana en la boca.
─Mucha suerte ─dije, pero ya estaba sola.
... o eso creí.
Después de una semana, por fin escuché su voz a mis espaldas:
─Gracias.
─¿Será peligroso? ─pregunté, mirándole por sobre mi hombro.
─Nada es peligroso para nosotros ─respondió ya a mi costado, bebiendo de una botella de agua que cargaba consigo.
─Tengan mucho cuidado─pedí─. Tú, ten mucho cuidado ─corregí.
Dejó la botella de agua sobre la isla de la cocina y se acercó lentamente a mí, hasta que sólo centímetros nos separaban.
─Lo tendré, gracias.
Mi corazón se aceleró. Pedía a gritos una despedida digna, pues realmente lo había extrañado.
─ ¿Regresarán temprano?
─Me temo que no. No sé en realidad cuánto tiempo nos vaya a tomar esta vez.
Podía sentir su dulce aliento y, en definitiva, eso no ayudaba a la crisis nerviosa que estaba afrontando en aquel momento. Lo único que pude hacer fue inclinar mi cabeza una y otra vez, asintiendo, hasta que agoté su paciencia.
Él dio el gran paso, acabó con los pocos centímetros que nos separaban. Sostuvo con una de sus manos mi mejilla y la otra se centró en mi cintura, pegando nuestros cuerpos como si fuesen uno mismo. En ese momento, sentí sus suaves y carnosos labios presionar los míos. Una vez más, tuve la oportunidad de experimentar ese encuentro maravilloso.
El beso terminó, acarreando mejillas color carmesí y manos temblorosas. ¿Él? Se veía tan fresco y perfecto como siempre, a excepción de aquel brillo en sus ojos que no había tenido la oportunidad de disfrutar, acompañado de una tierna media sonrisa.
─Nos vemos pronto, Sky ─pronunció.
Aún sosteniéndome entre sus manos, depositó un cálido beso sobre mi frente antes de partir.
No tuve la fuerza para realizar ningún mísero movimiento, no pude decirle adiós, tampoco un "te quiero". Quedé petrificada en medio de la cocina mientras él se marchaba, y fue así hasta que Maia me sacó de ese trance varios minutos más tarde.
─Los hombres trabajadores de este hogar tardarán en su misión, Jos me dijo que te...
Sacudí la cabeza, prestándole atención.
─ ¿Dejó un recado para mí?
─Quiere que tomes esto. ─Extendió sus manos, entregándome una bolsa de tela.
Subí a mi habitación y, en compañía de aquella paz, decidí abrir el morral en el que se encontraba una caja blanca y una absurda nota que fue lo primero que tomé de él.
Confundida, decidí abrir la caja. Al ver de lo que se trataba, mi corazón latió fuertemente hasta encontrarse a punto de salirse de mi pecho. ¿Me había obsequiado un arma? No pude eludir pensar que las cosas probablemente se tornarían terroríficas si a esos extremos habíamos llegado.
Bajé corriendo con alarma hasta toparme con Maia.
─¿Qué es lo que sucede? ¡Sé que tú la sabes y exijo respuestas!
─No te exaltes, Cenicienta ─soltó en compañía de una mueca que me decía que estaba exagerando─. Estoy en las mismas que tú.
─Eso no te lo creo. Tú debes saber algo. ¿Qué es lo que está sucediendo? ─insistí.
─Es sólo su trabajo, ¿entiendes? No hay que alarmarnos. Jos solamente me pidió que te mantuviera aquí.
─¿No te dijo nada? Vamos, ¡eres su hermana!
─Tranquilízate, princesita. No hay nada que temer. Esta clase de situaciones siempre suceden.
─Tengo meses aquí y puedo asegurar que eso no es verdad.
─Tengo años en esto, y sé que sí lo es.
Sus palabras hicieron que mi boca quedara sellada.
1:00 a.m.
La espera se hizo eterna. Me encontraba a punto de hacer aparecer una zanja en mi habitación debido a tantas vueltas que daba sobre ella, de un lado a otro, ida y vuelta.
2:38 a.m.
Rodé sobre mi cama, una y otra vez, intentando conciliar el sueño pero fracasando en el intento.
3:44 a.m.
Bajé a la cocina para tomar un aperitivo. En ella se encontraba Maia.
─¿También estás preocupada? ─cuestioné al identificarlo en su semblante.
─Qué va...
─Vamos, Maia. Sé que sí. Se nota a kilómetros.
Pegó un suspiro, viéndome como si el sentirse preocupada fuese un delito.
─Es sólo que... ya deberían estar aquí.
Asentí lentamente.
─ Lo sé, se fueron hace más de doce horas.
5:21 a.m.
Me encontraba en la sala acompañada de Maia. Ambas veíamos un aburrido programa de sorteos en la televisión a espera de Jos y sus perros, o al menos eso se suponía, pues en realidad prestábamos más atención a los ventanales por los cuales se verían entrar las camionetas blindadas que tanto añorábamos.
4: 59 p.m.
─¡¿Qué sucede?! ─exclamé alterada.
Ya había pasado más de un día y nadie había regresado a casa.
─A veces las cosas se complican, pero eso no significa que haya peligro. Además, Jos me dejó claro que no sabría cuánto tiempo estaría fuera ─intentó tranquilizarme y tranquilizarse ella misma.
─¿Acaso te escuchaste? ─rezongué─. No pidas que no me preocupe, porque sabes que eso es imposible. Algo malo está sucediendo con ellos.
─No saques conclusiones tan apresuradas, las malas noticias vuelan. Cualquier cosa, créeme, ya lo sabría.
─Necesito saber algo, lo que sea ─solté con desespero.
─Ten paciencia, sólo eso nos queda.
CONTINUARÁ.