Mientras la boca de Lucas se movía contra la mía, intenté pensar en
otra cosa. El cuarto donde estábamos, el sueldo que pisábamos... lo
que fuera, con tal de no dejarme llevar. Porque admitir que disfrutaba el
beso era, como mínimo, reprochable. Eso sin mencionar que me
convertía en alguien más patético de lo que ya era. Aún podía culpar al
alcohol, Lucas no tenía por qué saber que yo no había probado una
gota de las cervezas infiltradas que estaban repartiendo los alumnos.
No era una mala idea.
«Sabes Lucas, el beso no estuvo mal, en serio, he probado peores,
probablemente sea culpa del alcohol... ¡¿No me digas que no bebiste
algo antes de venir para amenizar las cosas?!»
Vale, tal vez decir eso no fuera la mejor idea.
Y por más que intentara distraerme en otra cosa, era dolorosamente
consciente de él. Todo él; sus manos sosteniendo mi rostro, las mías
exigiendo cercanía, mientras lo tomaban desde su cuello.Era curioso que incluso en estos momentos, con una oda a la
perfección esperándome en el gimnasio, mi corazón solo clamase por
él, llamándole a gritos. Me alejé de sus labios y enterré mi nariz en esa
parte cálida que residía casi oculta en la curva de su garganta, parecía
haberla escondido para todos menos para mí.
Me estremecí por la fragancia de su loción, la recordaba, por
supuesto, en la misma medida que recordaba la interminable cantidad
de mentiras que me había dicho durante el tiempo que habíamos estado
encerrados.
—Tengo que irme.
—Lo sé — pero en vez de dejarme ir, había vuelto a besarme y yo
no parecía capaz de apartarlo. Mis labios, adormecidos por sus besos,
lo anhelaban más que nunca. Lo quería, no parecía ser un gran secreto,
pero mintiéndome a mí misma como acostumbraba, fue fácil
convencerme de que lo había superado.
—Hablo en serio.
—Uhm...
Más besos, más fricción. Sus labios sabían a miedo, dolor e hizo que
me preguntara ¿Qué sabor tendría el amor?¿Sería acaso así de amargo? Sonreí, había algo de amargor en la boca
de Lucas, aunque parecía más factible que hubiera estado bebiendo.
Exacto... él había estado bebiendo. No había otra razón posible
para que quisiera besarme, o saber de mí. Otra vez, esa maldita
vocecilla molesta que no hacía más que repetirme lo obvio: no era lo
suficientemente mujer para Lucas, no fui lo suficientemente buena
como hija para retener a papá, ni para conservar el amor de mi madre.
Vamos, ni siquiera Rodrigo era capaz de pasar más de media hora
conmigo. Y ¿Yo? ¿Me quería? ¡¿Cómo se supone que Lucas me iba a
querer?!
—Lo siento —le dije—, esto fue un error —pero no lo era, al
menos no para mí. Mucho menos cuando mis labios todavía se sentían
tibios gracias a sus besos. Al día siguiente, quizás me arrepentiría ¡claro!
después de llorar toda la noche.
Salí del cuartucho olvidándome de todo.
Podría haberme dirigido al baño de chicas, tal vez peinarme e
incluso retocar mi maquillaje, en lugar de eso corrí en dirección al
gimnasio.
Corrí hacia Nathan...Supongo, que en el fondo de mi corazón, Nate se había convertido
en mi salvador. Aunque se pareciera más al enmascarado del hacha, que
a un príncipe encantador, como se hacía llamar.
Para mi sorpresa, no se encontraba acompañado. No había pistas de
mi profesora ni su llamativo strapless rojo. Tragándome la curiosidad,
no le pregunté por ella, y él tampoco preguntó por mi tardanza, que
debió ser bastante, ya que la mitad de la gente ya se había retirado, y
solo quedaban por ahí rezagados y profesores.
Mientras bailábamos intenté pensar en películas de vampiro y un par
de series de moda, era la única vía que conocía para mantener a Nate
fuera de mis pensamientos. Eso, junto a La Cuncuna Amarilla eran
repelentes infalibles contra vampiros lectores de mentes.
—No ha sido tan malo —soltó él.
—Te creo.
—Hey, hablaba en serio. Un chico tiene derecho a divertirse de vez
en cuando —no dudaba de eso, pero claramente mi enmascarado con
hacha manejaba otros conceptos de “diversión”, preferentemente que
involucrara un cuerpo cubierto de sangre.
Me encogí de hombros.
—Si tú lo dices.—Eres imposible y no digas gracias, no es un halago. Por otra parte,
me gustan tus ojos.
Su abrupto cambio de tema me tomó por sorpresa, pestañé
confundida procesando la información antes de responder.
—No tienen nada de especial.
—¿Quién lo dice? Oh, vamos, no me digas que ahora además de ser
una experta en vampiros también sabes sobre estética oftalmológica.
Negué.
—A eso me refiero cuando digo que eres imposible. Tus ojos son
bellos Mica, fin del asunto —sin embargo no lo eran, no si los
comparabas con los de Nate. Yo no tenía ojos grises, ni de un marrón
sensual, por el contrario eran de un pardo deslavado que, en el mejor
de los casos, parecían una mala copia de los Clutter.
Patética, lo sé.
—Me gusta tu traje —admití desviando el tema hacia tierra segura.
Era fácil hablar con Nathan cuando la atención se centraba en él, que
era casi la mayor parte del tiempo. Pese a vivir juntos, tenía muchas
dudas sobre él, de hecho, era más rápido hacer una lista de las cosas
que sabía, que de las que aún ignoraba.No tenía idea de su pasado, ni de cómo se ganaba la vida, solo sabía
que él salía cuando le daba la gana y tardaba el tiempo que le apetecía...
Yo para él era algo así como una mascota, solo que además me
utilizaba como comida.
Continuamos bailando.
Honestamente, las notas lentas de One Republic hacían difícil pensar
con claridad, porque lo único que me apetecía era bailar al compás de
su cadenciosa melodía; bailar y no pensar en nada que no fuera la
mirada de mercurio de Nate observándome con reserva. Demasiado
tarde comprendí el sentido de su letra y ya no me apeteció bailar para
nada, tal y como decía la agradable voz de Ryan Tedder: “Era demasiado
tarde para disculparse...”
El mayor problema era que no sabía si debía perdonar o ser quien
ofreciera las disculpas, y de ser este último el caso, ¿a quién?
¿A Nathan? por besarme con otro cuando él se suponía debía ser mi
pareja esta noche. ¿A Lucas? por dejarlo abandonado en el cuarto de
aseo. O tal vez, a Rita. Realmente, ni siquiera había pensado en ella...
digamos, nunca.Mi padre era probablemente el causante de un sinnúmero de sus
noches en vela. Yo había estado en los zapatos de Rita y, había
escuchado a mamá llorar noches enteras y a la mañana siguiente
levantarse con ojos hinchados. Por otra parte, Lucas era la pareja de
Rita esta noche, no importaba la razón, yo me había besado con un
chico que traía acompañante.
Había solo una palabra para catalogar a las personas como yo, Perra.
Observé al hermoso vampiro que se encontraba frente a mí. Su
camisa gris lucía impoluta y sus perfilados labios no habían sonreído
desde que había regresado al gimnasio, podría haberme percatado antes
si no estuviera tan ensimismada en mis dilemas morales. En un acto de
excesiva estupidez mis manos se empuñaron en las solapas de su traje,
un muy costoso traje, y lo atraje hacia mí.
No iba a besarlo, por supuesto. Mi noche tenía un límite de errores
permitidos y ya había rebasado la cuenta, sin mencionar que Nathan no
me daría la oportunidad, probablemente me sacaría volando de un
empujón.
Un completo caballero.
Su boca adoptó una línea recta logrando que su rostro perdiera algo
de ese exuberante atractivo. Pude ver la duda asomando en sus ojos.«Lee mi mente», quise decir, «Lee mi mente, porque ahora mismo
no me quedan fuerzas para hablar»
Pero en lugar de hablar, me limité a confesar en silencio:
«Lo siento Nate. Sé que te aburro, sé que necesito madurar y dejar
de vivir en pos de la fantasía, pero no puedo. No puedo enfrentarme a
la realidad, no quiero abrir los ojos. El mundo de afuera es demasiado
cruel, demasiado frío, demasiado vivo.
Necesito de esto y necesito de ti, porque mientras te tenga a mi lado,
los relojes de mi vida dejan de marcar las pautas del tiempo y el resto
del mundo puede esperar»
Suspiré, sin dejar de aferrarme a su traje.
Quería que me abrazara, que me dejara esconder la cabeza en su
pecho y me ayudara a olvidar a Lucas. Incluso tenía la esperanza de que
saliera con alguna frase mordaz, del tipo que quitan las ganas de reír y
en cambio provocaba caerle a golpes. Todo eso hubiera sido mil veces
mejor que pensar. No obstante, Nathan tenía planes muy diferentes.
Haciendo caso omiso a lo que mis pensamientos le gritaban, acogió mi
rostro entre sus manos y posó sus labios sobre los míos.Y lo que sucedió a continuación me catapultó como la reina de las
perras. Sin embargo, no importaba. Nadie había vivido algo así. No
podían juzgarme.
Inicialmente, quedé estática en mi sitio. Si me lo preguntan, me
convertí en una versión bastante decente de un témpano de hielo. Me
había congelado, pero de estupefacción, ya que en todos los otros
aspectos posibles me encontraba en llamas. Tampoco él esperó a que
yo reaccionara, desde luego que no. En lugar de darme tiempo, me
tocó con su lengua, ipso facto un cosquilleo de placer se inició en mi
vientre y algo desconocido barrió con mi raciocinio.
En mi estómago comenzó a desparramarse un fuego líquido que
ardía en la misma medida que me agradaba. No sabía qué hacer o qué
decir.
Sus manos parecieron entretenerse en mi cabello, mientras las mías
ascendían y descendían por su cuello, era cálido al igual que sus labios,
para nada similar a lo que había oído o leído.
Abrí mi boca para él. Y Nathan la cerró en el acto, alejándose de mí
y formando una sonrisa compasiva.
—Necesito un trago —me dijo—. Iré por él, no tardo, creo que a
ambos nos hace falta.Mientras asentía, no pude evitar pensar en lo suave que había sido
su toque. No necesitaba un trago, lo que necesitaba era que regresara.
Se había alejado demasiado pronto.
Mierda, comenzaba a dudar si el beso había sido real, todo había
sucedido tan rápido. No sería difícil atribuirlo a mi imaginación.
Yania se encontraba bailando en una esquina cercana y me guiñó un
ojo cuando la divisé, me ruboricé al instante. Bailé con un par de chicas
de la clase, no solía juntarme con ellas, pero cualquier cosa que
quedarme esperando a Nate sola, mientras todos los ojos curiosos e
insidiosos estaban sobre mí.
Las luces se encendieron y los profesores que quedaban
comenzaron a enviar a los estudiantes a casa. Una de las chicas me
invitó a unirme a un grupo de alumnos para bebernos las últimas
reminiscencias del contrabando de alcohol.
Pude haber dicho que no, pude haber usado algún acopio de
madurez, pero todo se sentía demasiado confuso e irreal como para
desear estar sobria.La seguí hasta la leñera del liceo, ahí nos esperaban otras tres
personas. Reconocí a los compañeros de Lucas enseguida. Eran dos
chicos de piel morena que solían jugar en el equipo de futbol. La
tercera persona era una mujer que nunca antes había visto en el colegio.
Parecía fuera de lugar, era hermosa de un modo extraño. Me hizo
recordar a Nate; piel pálida y ojos de un extraño color entre gris y
blanco... extraño. Aunque, yo ya iba por mi segunda lata de cerveza.
—Vaya, hueles bien —dijo ella, mientras me ofrecía otra cerveza.
—uhm... ¿Gracias?
Uno de los chicos se río del comentario y comenzó a hilar un pitillo
de marihuana, eso me puso de nervios. No me malinterpreten, no era
una santa, pero había pasado un tiempo considerable desde que la
había probado, dos años enteros y fue solo una vez.
—Paso —me excusé cuando me ofrecieron una calada.
Obviamente, el resto no opinaba igual y en menos de diez minutos
todos estaban drogados y riendo por nada.
No fue hasta la cuarta cerveza que recordé a Nathan y lo mucho que
se estaba tardando.Me excusé y corrí en dirección a la salida, o al menos hice el intento.
No era fácil con todo ese alcohol en la sangre y sobre todo cuando
todo lo que había comido en la tarde era manzana. Para cuando llegué
al pasillo central, la respiración me faltaba.
—Maldita sea —bufé mientras revisaba las salas abiertas y los
baños. No había señal de Nathan por ningún lado.
—¡Nate! —grité llamándolo, sin dejar de correr.
Volví a intentarlo, esta vez más fuerte y, aunque alcé como nunca
antes el tono de mi voz, no quería dejarme llevar por la desesperación.
Todo parecía indicar que se había ido sin mí... después de besarme.
Di pasos a ciegas los siguientes quince minutos y no fue hasta que
pasé por el cuarto de aseo que un escalofrío despertó la poca sobriedad
que me quedaba. Una mancha oscura se extendía por debajo de la
puerta, la abrí y de repente, todo lo que conocía de la vida pareció
perder sentido. Los grises entre el bien y el mal podrían solo ser parte
de los mitos con moraleja que te cuentan de niña, porque lo que mis
ojos ahora veían, constataban otra cosa. No, no era eso... era la
materialización del concepto: Los pecados se pagan.
Mis pecados.Supe enseguida que gritar no era sabio, e hice acopio de toda mi
voluntad para mantener la boca cerrada.
Las paredes estaban salpicadas de carmesí y sentí nauseas al inhalar
el fétido olor de la sangre, entre óxido y algo más que no puedo
describir. Casi podía oír el sonido de sus gritos y gemidos de dolor.
Seguramente se había desmayado entre jadeos. Los podía sentir
retumbando en mis oídos como una macabra sinfonía para la cual, su
orquesta, había sido especialmente cruel.
Observé consternada los brazos de Lucas doblados tras su cabeza
de una forma antinatural. La congoja en su rostro era tan indiscutible
que me hizo pensar en todo el dolor que tuvo que haber sentido
cuando aún estaba consciente. A su lado, el charco de sangre se
esparcía por el suelo, ensuciando la escoba que minutos atrás había sido
testigo de nuestro encuentro, y más allá, la marca de los zapatos de su
carnicero.
La sangre era oscura y espesa, igual a la que Nathan tomaba de mi
cuello, pero ahora no había sido como cuando se alimentaba, y por la
expresión que tenía en su rostro, podría afirmar que era lo último que
le apetecería probar en su vida.—¿Qué has hecho? —le pregunté en un susurro, sabiendo que no
me respondería.
—Tenía hambre —dijo encogiéndose de hombros, mientras yo
observaba su costoso traje cubierto de sangre. Naturalmente que debía
alimentarse, pero lo que estaba presenciando era una jodida masacre.
Lucas tenía cortes en sus labios y cejas, por lo que Nate, antes de
alimentarse, lo había golpeado.
—¡Nate!, al menos debiste ser cuidadoso —dije intentando que no
notara mi horror—.No hay forma de que podamos salir de aquí sin
levantar sospechas.
De pronto me sentía más sobria que nunca, excepto que hipee.
—Salud.
—¿Sabes qué? —No me gustaba la forma en que me sonreía, no
cuando el cabello de Lucas parecía estar tan empapado de sangre como
la costosa camisa de Nathan y el resto del suelo que ahora pisábamos—
. No me importa que te alimentes de humanos. En serio, puedes
comerte a mi profesora de Química si lo deseas, pero en lo que
respecta a mis amigos, mantente alejado, ¿sí?
La sonrisa desapareció de su boca.
—Pensé que él no era tu amigo.—No lo es —repuse.
—¿Entonces? —esperó y algo en la forma en que se me quedó
viendo me hizo sentir temor. Una sensación poco habitual desde que
estábamos juntos, entendiendo que ya de por sí vivir con él debería ser
escalofriante. De todos modos me obligué a sonreírle, mientras
procuraba no ver la mancha de sangre en el cuello de su camisa, ni el
hilillo borgoña que se deslizaba a lo largo de su barbilla.
Si le mostraba algún signo de perturbación, él lo tomaría como una
señal para meterse en mi mente, y no podía permitirlo.
—Tan solo deja a Lucas en paz —le pedí sonriendo y rogando
porque mis labios terminaran lo que mis ojos eran incapaces de iniciar:
una mentira.
Sin embargo, él comenzó a hablar, antes que alcanzara a decir una
letra.
—Al parecer olvidaste esto —señaló, imitando la clásica pose de
mago haciendo aparecer de la nada un conejo. Sin embargo, no fue un
conejo lo que salió de su manga, sino mi tiara.
En un gesto estúpido me llevé la mano a la cabeza y lo único que
pude sentir fue el bulto del golpe que me había dejado el tarro al
caerme en la cabeza.—Tu “amigo” fue bastante entusiasta en hacerme saber que te la
habías dejado con él en el cuarto de aseo.
Abrí mi boca, lista para replicar, pero no hallé mi voz.
—Ni siquiera está muerto, puedes volver a respirar —no podría
haberlo adivinado si él no lo hubiese mencionado. Sin embargo, era
cierto es que tenía los pulmones hinchados por no soltar el aire.
—Solo porque llegué, de no ser así...—odié que la voz me fallara a
último minuto.
—Está bien, ya sé por dónde vas y no me gusta nada.
—Tal como yo lo veo, las cosas no podrían ir peor —respondí.
—¿Cómo debería decirlo? —se aflojó la corbata mientras avanzaba
por sobre el cuerpo de Lucas. Retrocedí automáticamente, como si
nuestros cuerpos fueran imanes de polos opuestos—. Sin asustarte
más... quiero decir.
—No me asustas — repliqué moviéndome a un costado para que
pudiera salir del cuarto.
—Ajá.
—Hablo en serio.
—Mica, no te creo. Lo siento —no lo sentía en absoluto—. De
todos modos, ya no importa. Tenemos que irnos.Hizo un ademán para que lo siguiera, pero no me moví de mi sitio.
Hasta ese instante, había resistido las ansias locas de arrojarme sobre
Lucas y abrigarlo con mis brazos. ¡Quería protegerlo!, quería alejarlo de
Nathan, susurrarle palabras de tranquilidad y, en el mejor de los casos,
ser capaz de sentir los latidos de su corazón, pero se trataba de mi vida
y nunca he tenido el control de total de ella. Por eso, en lugar de actuar
como la protagonista de las novelas que solía leer, renuncié a la idea, y
de paso, a Lucas. Después de todo, era mi culpa que estuviera así.
Había necesitado que las cosas llegaran hasta ese punto para
comprender que realmente lo amaba.
Y aun así, no tenía derecho a nada, a nada que no fuera una
explicación más convincente por parte de Nathan.
—¿Por qué lo hiciste? — él se quedó callado, pero en cambio sus
ojos, esos pálidos e insensibles orbes plateados me dijeron todo. Esa
incalculable variedad de escenarios, cada uno peor que el anterior. Toda
la verdad ante mis ojos, justo ahora, cuando me sentía más indigna y
menos importante. Supongo que tenía sus razones. Pero, ¿no fui yo
quien lo buscó?, ¿no era acaso mi culpa que se comportara de forma
tan desalmada?
Bajé la cabeza para no seguir viendo la crueldad en sus ojos.Una gota de sangre me salpicó el vestido, luego las pantorrillas y
finalmente la cara, solo entonces comprendí que había sido Nate. Era
un gesto tan infantil y travieso tal como la imagen de un niño
chapoteando en el agua. Sin embargo, no era agua con lo que Nathan
me había salpicado, sino sangre, sangre roja, espesa y perteneciente a la
persona que yo amaba. Correcto o no, sincero o no, yo lo amaba. Y
ahora estaba al borde de la muerte por mi culpa.
Dejé escapar un suspiro, supongo que más prologado de lo que
Nate se esperaba, dado que yo le había dicho que Lucas no era mi
amigo ¿Qué más daba lo que le pasara, no? Así era la lógica de Nate;
sádica y liviana. Había tenido que llegar a hasta este punto para
comprenderlo.
—Mica —llamó, más bien fue un susurro. Aunque, no había real
diferencia. Podía sentirlo en mi pecho, en mi cabeza e incluso en mi
piel. Nathan y yo estábamos conectados en un montón de formas que
no podía explicar. Pero mi mayor problema en ese momento era tener
la cabeza libre de su compulsión, lo que parecía ir de mal en peor.
¿Por qué demonios no me lavaba el cerebro? ¡¿Por qué no me
quitaba este dolor del pecho de una maldita vez?!Creí oír mi nombre otra vez, ¿importaba acaso? Busqué con la
mirada el rostro pálido de Lucas una última vez. Sin embargo solo
capté un atisbo. Alcancé a comprobar que sus ojos estaban cerrados.
Gracias a Dios. No hubiera soportado ver el reproche en ellos. No
importaba que Nate dijera que lo había dejado vivo, si por vivo se
entendía “con una pizca de sangre en las venas”, pero en mi corazón...
yo lo había matado.
—A veces hago cosas... cosas que no podrías entender ni en un
millón de años y, aunque sé que te gustaría creerlo, no fue por celos —
el silencio que siguió a su revelación fue casi tan letal como sus
palabras—. Realmente lo siento.
—Hay que ayudarlo...
—No hay tiempo. Va a estar bien, ya te lo dije.
La sangre goteaba de su cuerpo y no podía dejar de mirar la sonrisa
de satisfacción de Nate, sus dientes manchados de sangre, su boca más
roja de lo habitual. Un asesino en medio del éxtasis.
—Míralo, ¡Mírate! —grité sin poder contenerme más. En cambio él,
no movió un músculo— ¡Te estoy diciendo que mires!
—Tú no me das órdenes.Tragué, no de miedo, y sí que lo tenía, sino porque Nate estaba en
lo cierto. Yo no le daba órdenes... la mayor parte del tiempo, yo ni
siquiera existía.
—¡Eres un monstruo!
—Vaya, te habías tardado en notarlo. “Ay Nate, te necesito, Ay
Nate el mundo de afuera es demasiado cruel, demasiado frío,
demasiado vivo” —dijo parodiando mi voz —no fue eso lo que
mentalizaste, momentos atrás. Bueno Micaela, acá está tu fantasía, ¿qué
prefieres ahora, la realidad o la ficción de tus novelas? —preguntó,
pero no caería en su juego. En vez de responder con algo mordaz me
sequé la cara. No eran lágrimas, sino la sangre de Lucas que Nate me
había salpicado. Aquello tan solo aumentó mi pavor y rabia. Lo cierto
es que ni siquiera yo estaba a salvo.
—Cállate, cállate por favor Nate. Solo... No puedo dejarlo aquí.
Su expresión se tornó feroz y luego sus fríos ojos grises se volvieron
cálidos, como mercurio líquido. Antes de que me mostrara esa sonrisa
que lo podía todo, di una zancada sobre el cuerpo de Lucas y tomé la
escoba que reposaba junto a él. Volví a mi posición inicial haciendo el
mismo movimiento. Ahora blandía la escoba entre Nathan y yo.Me miró con expresión divertida por un momento. Ambos
sabíamos que mi triste intento de arma no era nada amenazadora. Sin
detenerme a pensarlo demasiado, y con todas mis fuerzas, azoté el palo
contra el canto de la puerta consiguiendo que se partiera en dos
mitades astilladas.
Bien, era una mejora considerable.
—No... No me mires así.
—¿Así, cómo?
Tragué e inhalé hondo. Ni siquiera tenía tiempo para sentir temor,
¡necesitaba sacar a Lucas de ese lugar!
—Vaya, parece que Panda quiere jugar. Esto se está tornando
interesante —sentenció. Su sonrisa siempre tensa y controlada,
mientras me taladraba con la mirada.
Los pasos de Nate, eliminando la distancia entre ambos, emitían un
eco reverberante en la baldosa del pasillo, y cuando finalmente quedó
plantado frente a mí, el silencio que le siguió me puso los pelos de
punta.
Uno a uno, los dedos de su mano fueron envolviendo mis muñecas
emulando unas esposas y rápidamente las subió por sobre mi cabeza.Su expresión era neutra, pero algo me decía que era mejor no saber
qué tipo de pensamientos transitaba por su cabeza en estos momentos.
Noté que Nathan tenía la mandíbula rígida y su barbilla retraída,
alerta a cualquier indicio de terror que yo dejara entrever.
Contuve la respiración unos segundos antes de intentar liberarme,
pero como era de esperarse me agarró con más fuerza. Así que por el
bien de Lucas y el mío, dejé de luchar y las dejé ahí, quietas
asegurándome de no soltar la improvisada estaca que ahora ejercía
presión contra mis palmas, hiriéndome con sus astillas.
—Mica...
—¿Qué?
—¿A qué viene eso? —Preguntó en voz baja, al tiempo que ponía
una de sus enormes manos en mi espalda y comenzaba a trazar
círculos, me envaré y sus dedos crujieron contra mi cuerpo—. Ya sabes
que prometí no leer tu mente, a no ser que se trate de una emergencia.
—Últimamente para ti todo es una emergencia —me quejé,
recordando las innumerables veces que se había inmiscuido en mi
cabeza sin mi permiso. Nate sabía que yo tenía razón, ya que suspiró y
liberó su presión.—Eres consciente de que ahora es tu turno de soltar ese trozo de
porquería ¿verdad?
Asentí, pero no la solté. Nate castañeó su lengua cabreado, con una
mano me tomó de la cintura y me subió hasta su hombro. No había ni
siquiera alcanzado a reaccionar cuando en un único y certero
movimiento me sentó en la mesa, que ya había olvidado que estaba ahí.
—Aquí —dijo acomodándose entre mis piernas y apuntando su
pecho—. No me mires así, ésta es una buena forma de liberar
tensiones.
Un frío húmedo me recorrió desde la nunca hasta la planta de los
pies, dolía. Una especie de estremecimiento viscoso y desagradable, tan
diferente a otras sensaciones, que no encontraba las palabras exactas
para describirlo.
—No seas cobarde, tarde o temprano tenía que llegar el momento.
—¿Momento? —titubeé.
—Claro, en días fríos como hoy, es normal que quieras entrar en
calor.
Mis manos temblaban, pero no solté la estaca.
—Anda, vamos a darle un vistazo a mi corazón deforme.Nate me sonrió y dejó de acariciar mi espalda para llevar su palma
hasta mi cara. Acunó mi rostro con su mano y con la otra envolvió
firmemente mis dedos e impulsó la estaca hacia su pecho.
POR-TODO-LO-QUE-ES-SAGRADO.
Ahogué un chillido, tratando de zafarme. Sin embargo él me detuvo
con ojos severos y sin dejar de sonreír. Un sonido ronco salió de su
garganta, mientras me obligaba a estacarlo más profundo en ese punto
donde debería estar bombeando su corazón. Mi mano vibraba al
mismo tiempo que la madera iba desgarrando piel, atravesando
tendones, músculos y rompiendo huesos.
—No tengo corazón, no puede dolerme.
Luego se desplomó en el piso, quieto, mudo y sin vida.
Anatema
By Wonderworldxx
Dejé a Yania continuar con su lectura de Ocaso. Rodé los ojos cuando retomó el parloteo de lo sexy que sería... More