Especial:
Maquensy.
—Basta ya, tu hermana estará bien —hablé a través del teléfono—. Deja de ser tan pesimista y no llores más, te arrugarás.
Dada la situación, mi comentario no le causó gracia, en lo absoluto. ¿Cómo podía culparla? Principalmente, mi amiga rubia nunca había sido caracterizada por su gran sentido del humor.
—Oh, mierda —musitó casi en silencio.
—¿Qué pasa? —me puse de pie, poniendo el altavoz para poder colocarme un pantalón.
—Haynes está aquí —se quejó—. Demonios, se está acercando, esta es la cereza que le faltaba a mi pastel.
—Oye, no te preocupes, solo ignórala —sugerí—. Además, aún no entiendo porqué la detestas tanto, es simpática, y no es su culpa que Nick la prefiera.
—Haré como si no dijiste eso. Tengo que irme, nos vemos mañana.
Sonreí, cortando la llamada. Sí, estaba claro la marcada personalidad de Marion Vidal, o la cascabel, como muchos la llamaban en los pasillos de la escuela, y, muy a pesar de saberlo, fingía demencia. No había que equivocarse, no lo hacía porque le molestara aceptarlo, al contrario, amaba que así la llamaran. Durante toda su vida su objetivo fue hacer de ella y de su entorno, un lugar respetado por todas las almas que pisaran la tierra, haber logrado tanto en la escuela era solo un paso para aprender a gobernar la vida adulta a su salida.
Sin embargo, luego de verse manchada por la imagen de envidiosa asesina, su cabeza amenazaba con estallar. Ella sabía perfectamente que lo que pensaban las personas allegadas a Jessica sobre su accidente, y la supuesta implicación de Marion. Podría jurar que nunca la había visto tan afectada por una opinión ajena.
Marion podía ser muchas cosas, pero no era capaz de matar ni una mosca. Era tierna, generosa, buena amiga, y poseía tantas cualidades que nadie conocía, porque, si algo ella tenía claro es que mientras las personas vean lo buena que eres, buscarán la manera de destruirte.
—Maq —mi madre llamó desde el marco de la puerta—. Tu padre y yo saldremos de la ciudad, dos días, máximo tres. Negocios.
—¿Cuándo se van?
—Ya mismo —hizo una mueca—. Lamento no haberte dicho antes, pero con todo la nueva asociación se me ha pasado por alto.
—Vale, mamá, no hay problema.
Una sonrisa de aceptación salió de ella, para luego salir del lugar como si nada. Pasado cinco minutos, el sonido del auto marcharse se hizo presente en mis oídos. Mi rutina diaria, o mejor dicho, semanal, porque las conversaciones entre ellos y yo se resumía en eso: una —o dos si hay tiempo libre— conversación semanal con mis padres. Ser hija única era un tema difícil para una adolescente de diecisiete con ausencia de atención. Más si en realidad no eres hija única; había que aceptar que lo más ausente en mi vida no era solo la atención de mis padres, si no la de mi hermano mayor. Dos años de haber egresado de la preparatoria y sin haber mantenido la carrera que tanto trabajo le costó a mi padre conseguirle.
Mi a pesar de cada cosa que lo hacía parecer el peor ser humano, el chico más patán, con poco futuro y perdido del mundo, en mi mente no cabía la posibilidad de juzgarlo, o siquiera intentarlo. Yo podía mantenerme absuelta de sentirme controlada por la vida perfecta que habían creado mis progenitores, ¿pero él? Existe una manera distinta de asimilar las situaciones para cada ser humano.
Bajé las escaleras con rapidez, sabiendo que mi hermano estaría fuera de cada por tres días, gracias a sus fuertes entrenamientos de jockey, mis pensamientos acudieron a la tentación de una fiesta, pero analizando cada circunstancia, preferí dejarlo para otra ocasión. Me dirigí a la cocina, en busca de los ingredientes perfectos para un batido de chocolate.
De pronto, y antes de que pudiera siquiera gritar, una mano se posa en mis labios, acallando mi respiración y haciéndome tirar la jarra de leche que sostenía en mi mano izquierda.
—Haz silencio, preciosa.
Mi pulso se estabiliza, ruedo los ojos y comienzo a sentir como mi mal humor se eleva. Podría considerarme una experta reconociendo aquella voz cuyo autor poseía ese perfil distinguido y perfilado.
Brent Stone.
—Nunca había conocido a un imbécil tan grande como tú —afirmé, alejándolo de un empujón—. ¡Me pegaste un susto de muerte!
—¡Era una broma! —comenzó a reír—. Entré por la puerta trasera; deberías cerrar, algún acosador podría venir por ti.
—¿Cómo tú?
—Yo no soy un acosador. El acosador quiere tenerte, yo: ya te tengo —marcó su egocéntrica sonrisa.
—Repite eso unas cuatro veces más a ver si lograr creerlo.
—Eso sí dolió.
Ignoré su falso dolor, recogiendo los vidrios del suelo.
—Oye, te envié miles de mensajes; los ignoraste todos —afirmó—. Ninguna chica ignora a Brent Stone.
—¿Y qué hago? ¿Me declaro hombre? —hablé, cortante—. Si no respondí tus trescientos cincuenta mensajes fue por la simple razón de que no quería verte, y bueno, aquí estás.
Fui en busca de un trapeador, y se lo entregué.
—Tu turno.
Me observó con desagrado.
—¿No pretenderás que limpie eso, o sí?
—Bueno, desde donde yo lo veo, tú fuiste el entero culpable de que ese desastre ocurriera: te toca arreglarlo —él resopló—. O vete, tú decides.
Pareció meditarlo, pero un segundo después tomó el trapeador, con un poco de asco, he de admitir. Comenzó a trapear hasta desaparecer el líquido del suelo, hecho eso, me entregó aquello.
—Objetivo logrado. ¿Feliz?
—No —sentencié, guardando las cosas en el armario de limpieza.
—¿Por qué las chicas son tan difíciles de complacer?
Volteé de inmediato a verlo con desagrado.
—Bien, descarado, aún no me dices qué demonios haces en mi casa.
—¿Ya no te agrada que venga?
—Digamos que estaba mejor antes de que llegaras y acabaras con el principal ingrediente de mi batido.
Él rodó los ojos con cansancio.
—Quería verte —su respuesta salió algo tímida.
—Creí que te había dejado claro que no tendría más sexo contigo.
Volvió a rodar los ojos, pero esta vez, de una manera exagerada.
—Pareces del exorcismo —me burlé—. ¿Qué tal tu hermana?
—Hiperactiva. Lo normal.
Busqué un paquete de galletas en la estantería, entregándole una.
—Brent, ¿sabes que no puedes seguir entrando a mi casa cuándo quieras, no? Mi padre te detesta, si lo nota te matará y nadie encontrará tu cuerpo.
—Tu madre me ama y tu padre nunca está —recordó, haciendo una pequeña pausa—. Maq, ¿podemos arreglar las cosas?
Terminé de masticar, observándolo con cautela.
—Creo que ya te dije suficientes veces las condiciones para volver —carraspeé—. Aunque la verdad, no volveríamos porque nunca fuimos nada.
—Sabes que no me gustan las cosas serias.
—Y volvemos a lo mismo: tú pensando solo en ti. Brent, si no te gusta mi manera de hacer las cosas, pues ve y búscate una de tus innumerables novias, yo haré lo mismo, pretendientes me sobran.
Me miró con la mandíbula tensa.
—No harás eso —sus celos se dieron a la vista.
—¿No has notado lo tóxico que te gusta llevar las cosas? —cuestioné—. Digo, yo debo alejarme de todos, estar para ti siempre, mientras tú puedes pasarte con miles de chicas frente a mí porque debemos fingir que no estamos juntos. Pero a la hora de que algún chico se me acerque, la culpa es mía.
—Maquensy, vine a arreglar las cosas, no a pelear más.
—Ese es tu problema, que cuando notas que lo que digo es cierto, prefieres hacerte el sorprendido. Por el amor de Dios, Brent, primero ordena lo que quieres y luego hablamos.
—Quiero volver contigo —habló entre dientes.
—¿Volver a qué? ¿A nuestras noches de «amor» a escondidas? Oh, no, ya no quiero eso para mí.
—Vamos, Maquensy —rogó, acercándose a mí—. Sé que me quieres.
Tomó delicadamente mi cuello y juntó sus labios con los míos. Si creía que estaba dispuesta a caer en sus juegos, se equivocaba, ya me había casado de lo mismo. Me mantuve recta, sin siquiera moverme o hacer algún gesto, yo quería eso, quería que él notara mi indiferencia.
—¿Qué te sucede? —preguntó desconcertado—. Estás... Increíblemente fría.
—Siento si lastimé tu masculinidad, pero actualmente, mis sentimientos por ti, están congelados.
Su celo se frunció con decepción.
—Ahora, si no se te ofrece nada más, agradecería que te fueras —señalé la puerta—. Conoces la salida. No me dirijas la palabra al menos que vengas a decirme lo que quiero escuchar.
—No puedes obligar a alguien a que te quiera, Maquensy —sus palabras impactaron en mí.
—Yo no estoy obligando a nadie. Si no quieres quererme no es problema, ya te superaré, pero no pretendas que me ame tan poco como para darle lo mejor de mí a alguien que no sabe cómo apreciarlo.
Mis palabras impactaron en él mucho más. Dió media vuelta y en menos de un minuto, el estruendo en la puerta se hizo presente.
Así era él, explosivo y a la vez tan inofensivo. Yo no podía culparlo del todo, él tenía su método, su estilo de bien, me lo dijo y yo acepté. Podía inventar una lista interminable de apodos, de los cuales estoy segura que todos le quedarían, pero eso no borraría el hecho de que para que algo funcionara, primero debía obtener el amor propio.
¿Cómo podía darle lo mejor de mí a otra persona antes que a mí misma? Eso, en cada sentido existente estaba mal. Estaba segura de que Brent Stone podía darme todo el amor que merecía si él así lo quisiera, ¿pero de qué me serviría tanto amor si a la hora de la verdad, el amor que yo misma sentía hacia mí estaba vacío?
El sonido de mi teléfono interrumpió mis pensamientos, corrí velozmente y contesté la llamada.
—¿Sucede algo, Marion?
—¡Estamos atrapadas en un maldito ascensor! —su grito histérico me hizo apartar el móvil de mi oreja—. ¡Necesito que vengas a ayudarnos!
—¿Estamos? ¿Tú y quién más?
—¡Jessica Haynes! —gritó con enojo—. ¡Ahora ven y sácanos de aquí!
—¿Y qué se supone que haga?
—¡No lo sé, invéntate algo pero por favor, sacanos! Hay un... —la llamada finalizó.
—¡Demonios, Marion!
Tomé mis cosas con rapidez, guardando lo necesario en mi bolso y saliendo de inmediato. Pero mis pasos fueron apresados por una pequeña nota puesta junto a mis llaves.
"Me cansé de perder aquello que realmente quiero, eres especial, Maq y no mereces mi amor a medias. Prometo ser eso que quieres y si no, espero que logres encontrar a alguien que sí lo haga.
Brent."
No sabía cómo expresar tantas palabras con tanto significado. Sabía que él podía ser algo más que lo que su fachada prometía, pero hasta que eso no pasara, no daría mi brazo a torcer. Esa vez esperaría un arrepentimiento de verdad, sin excusas y con hechos.
Guardé la tarjeta en mi bolsillo y me dirigí al hospital. Por el bien del mundo entero, Marion y Jessica debían salir de allí.
¡BUM!
Pues sí, Jessica y Zack no son los únicos personajes con relaciones complicadas.
¿Qué les pareció? ¿Quieren más especiales así para conocer más a los demás personajes? Ustedes pidan y yo se los daré. Estén al pendiente del siguiente capítulo que las confesiones en el son interesantes.
Hasta la próxima, no se olviden de votar y comentar. <3