"Tic, tac...tic, tac"
Hyoga corría, veía, como el color rojo iba aumentando, como se apoderaba del laberinto de plantas y oyó.
-¡Auch! Puck.
Y lo vio, al Gran, Importantísimo, sublime, majestuoso, conocedor, increíble, imperturbable, magnífico, exuberante, entrañable, imponente...rey Rojo. Qué curioso, que todos los del país maravilloso, se parecieran a alguien que Hyoga ya conocía...El rey, moreno, de cabellos azules y en picos rebeldes, traje impecable, se parecía a su queridísimo tío Ikki.
Jugaban con garzas en forma de palo, y un pequeño erizo como pelota, al croquet.
-Muy bien jugado mi amor.- decía la pequeña reina roja, tan diferente al imponente rey.
-Yo siempre juego bien, mi Esmeralda.
La pequeña reina se sonrojo, le quito la mirada a su queridísimo rey Rojo que no volteó a verla.
Un sirviente, iba con su palo, estaba nervioso...tomo a la garza y golpeo. Los arcos, quienes eran, unos naipes negros se movían para que el sirviente no le ganara al gran rey...pero uno de los naipes no se movía a tiempo.
Ikki, el rey rojo, hecho humo por los oídos.
-¡Que le corten la cabeza!- grito, y otros naipes fueron por su amigo, quien había fallado.
-Por un momento, creí que...
-¡Que le corten la cabeza a este, también!- señalo al sirviente...
Pronto el conejo hacia unas anotaciones en su cuaderno rojo, con pluma roja.
Hyoga sonrió, solo era cuestión de ir por el conejito y tomarlo, además estaba alejado de la vista de cualquiera, se acercó...
-¡Ya no hay nadie que juegue conmigo!
-¿Yo puedo jugar contigo, corazoncito?- pregunto la reina Esmeralda.
Los ojos azules cayeron en ella, la abrazo y alejo de la muchedumbre de naipes, sirvientes, y amigos.
-No puedo cortarte tu cabecita, mi amor.- le contestó. -¡Alguien, que sea desechable!- pero nadie se atrevió.-Me girare, cuando volteé a verlos, alguien debe estar al frente...sino les cortare la cabeza a todos.
Todos corrieron a atrás mientras el rey contaba, del uno al diez...corrieron hasta donde pudieron. Hyoga, como siempre, no prestó atención y de un momento a otro, se iba acercando al rey, hasta que este giro y vio como caminaba...casi tan cerca de él.
-Que valiente.
Hyoga despertó, el conejito lo miro con preocupación.
-¡Su majestad!- Hyoga se inclinó al verlo frente a él.
-Pero que buenos modales. ¿Pero, quién eres tú y porque vistes de azul?
-Bueno soy Hyoga, y...visto azul, porque contrasta muy bien con el rojo...además el cielo es azul.- señalo arriba.
-Si yo quiero, puedo mandarlo hacer rojo.
-Es cierto mi vida.- la reina se alejó de ellos y tomo al conejito blanco...era más que seguro, la cabeza de Hyoga iba a rodar.
-Le creó, pero mire que bello contraste...lo cálido y lo frío, usted su imponente rey y yo, un simple muchacho.
-Podrías formar parte de mi corte, si vistieras de rojo. Pero no hay momento de volverte a vestir, ni de pintarte. Juguemos, que mi fiesta comenzara pronto. Toma tu palo.- Señalo a las garzas rosas que estaban en el charco.
Hyoga se acercó a ellas, con mucho cuidado, lamentablemente tomo a la peor de ellas. Miro como el rey utilizaba su palo-garza...lo estiro fuerte con sus pies y jalo con sus manos, para que quedara derecho.
El rubio quiso hacer lo mismo, pero era tan pequeño a comparación de rey. La garza no se dejó, siempre doblaba su cuello o le picoteaba la cabeza al rubio, despeinándolo. Hasta que el rey los miro...y la garza se enderezo.
-Empiezo yo, por ser el rey.
-Seguro, su majestad.
El pequeño erizo tembló y se hizo bolita, con gran salvajismo en su rostro, el rey rojo tiro...los naipes arcos, se iban moviendo, para que Ikki acertara en todo...
-Te toca, niño azul.- el rey lo observó con cuidado.
Hyoga tomo al animalito redondo y lo puso en su línea, con gracia, elevaba y bajaba a la garza, quien solo esperaba el golpe...y al final, Hyoga solo dio un pequeño golpe.
-¡Jajaja!- rio el rey, tras él, todos los demás.-Mira niño, si no sabes jugar, puedo mandar por el verdugo.
-Era calentamiento.- le sonrió, miraba encima del hombro del rey y le veía, asustado.
Tomo nuevamente el palo.
-No quieres que nos corten la cabeza.- la garza se negó.-Bien, tienes que decirme como simpatizar con el rey.
Y de un golpe, empujo al pequeño animalito, los naipes le negaban el paso y le esquivaban. El rey rojo comenzó a reír...Hyoga también era, como su tío Ikki, tan orgullosos.
-No es justo.- murmuro para él, esperando el golpe del rey.
Los naipes se acomodaban, para que el tiro del magnífico, excelente, su ilustrísima, importantísima, bellísimo rey Rojo diera en todos. El rubio intento nuevamente, pero esta vez, quiso que fuera perfecto. Aunque la garza pareció darle otro rumbo a la pelota...Hyoga fue meticuloso, como su maestro, sonriendo como aquella ama de llaves que siempre sonreía pese el momento.
Dos naipes no se movieron a tiempo, fueron dos tiros para Hyoga.
Ikki le miro con el rabillo de su ojo, el niño estaba sonriendo...
-¡¿Te crees muy bueno?!
Y el rey rojo volvió a tirar, pero tiro sin avisar, su magnífico, imponente e imperturbable rey...se dio cuenta del gran error, al ver como los naipes chocaban entre sí, que eran lentos, que caían al paso rápido del erizo...Nadie habló, el rubio borro su sonrisa y miro al conejo, quien empezó a llorar refugiándose en los brazos de la reina Roja.
-¡Que!- grito Ikki-¡¿Qué hora es?!- miro con ira al conejo rojo, quien no le supo decir, pues la cadena de oro no colgaba de sus bolsillo.-¡¿Qué?!
Hyoga dio unos pasos atrás, si descubría que él tenía el reloj...no.
-¡Pues te mandaré a cortar la...!
-Yo lo tengo, fue mi culpa.- y saco el emparedado de reloj de sus bolsillos.
-¡Que le corten la cabeza!- señalando al rubio, y una turbia iracunda se lanzó contra él.
-Esto no es justo, solo porque usted lo dice.- argumento.-¡Un juicio! ¿O su pueblo le verá como un verdadero demente?
-¿Aquí en el país de las maravillas? ¿Juicio?
-Si. ¡Un juicio!
-Pero porque, si eres culpable.
-No...el país de las maravillas hizo que me resfriara, que cuidara de dos niños, que enfermara de la hormona del crecimiento, que diera el susto de mi vida en medio del bosque, que me intoxicara de humo y que mi cumpleaños sea el mismo día que su fiesta. ¡Además!- suspiro.-Que me enamorara...mientras que yo, solo traigo un reloj de oro descompuesto. ¿Verdad que suena justo, mi Rey?
-¡Juicio!- y todos aplaudieron ante la gran hazaña del Rey.