Dos semanas más tarde, Rose voló a Oahu. Después de aterrizar en Honolulú, conectó con un vuelo interno hacia el aeropuerto de Keaho-le, situado en la costa occidental de la gran isla, Hawai. Allí recogió un pequeño descapotable que Chang le había reservado en la agencia de alquiler de coches. Se dirigió al sur a lo largo de la costa de Kona hacia Kailua-Kona, asombrada por el paisaje llano y los afloramientos de roca negra. Pero al llegar a Kailua-Kona, la ciudad le resultó pintoresca y a rebosar de turistas que iban de una tienda a otra. Encontró Alii Drive y continuó al sur, siguiendo las indicaciones de Chang. El paisaje se tornó más verde y exuberante, más como imaginaba que era Hawai. En el interior de la isla había colinas. Al final llegó a los modernos pisos con vistas hacia el mar.
Aparcó en el lugar reservado al número del piso de los Kim. Subió en el ascensor hasta el ático y abrió con la llave que le había dado Chang. Reinaba la oscuridad debido a las cortinas cerradas. Las abrió. Unos ventanales ofrecían una vista arrebatadora del océano, con unas olas que rompían en una playa pedregosa y unas palmeras mecidas por la brisa. Abrió los ventanales, aspiró el glorioso aire fresco y salió a la terraza. Había una mesa pequeña y dos sillas, como si esperaran ser usadas, junto con unas tumbonas para tomar el sol. Rose sonrió y pensó que podría pasarse las dos semanas allí mismo, disfrutando del sol mientras se ponía al día en sus lecturas, al tiempo que contemplaba el apacible océano.
Al rato entró y exploró el cómodo salón, el dormitorio con su cama grande y la cocina. Había visto un supermercado cerca del edificio, de modo que bajó y compró unas galletitas, cereales para el desayuno, pan, zumo, huevos y leche. Por la tarde fue a la ciudad, hizo algunas compras, descubrió un restaurante pequeño y acogedor donde cenar y luego regresó al piso. Eran las ocho de la tarde, hora local, pero su cuerpo aún seguía con el horario de Chicago, donde era la una de la mañana. Terminó de deshacer las maletas, se puso el camisón corto y se fue a la cama. Relajada, en seguida se quedó dormida.
A regañadientes, Heechul conducía su Porsche en dirección al piso de su padre. Había decidido que era mejor dormir allí que en un hotel lleno de turistas. Todo el día trataba con ellos. Ned lo había invitado a quedarse en su casa, pero no quiso molestar a toda la familia. Años atrás, Chang le había dado la llave del piso, diciéndole que podía ir siempre que necesitara un sitio donde estar. Sospechaba que Chang lo había comprado sólo con ese propósito poco después de que Heechul se estableciera en Kailua-Kona. No había querido aceptar la llave, diciéndole a su padre que podía cuidar de sí mismo, pero éste había insistido. Esa noche era la primera vez que había necesitado usar el ático. No pensaba contárselo a su padre.
Ned había terminado de arreglar el yate, de modo que Heechul le dijo que se pusiera a acuchillar los suelos de la casa. Su amigo tenía razón... no podía seguir retrasándolo.
Al salir de su casa con algunas cosas que había recogido, por el retrovisor notó que un coche blanco parecía seguirlo. La situación lo puso nervioso, de modo que realizó varios giros por algunos caminos secundarios hasta lograr despistarlo. Cuando al fin llegó al piso de su padre, lo irritó encontrar un descapotable en el aparcamiento de Chang. Alguien no debía haberse dado cuenta de que eran sitios reservados. Aparcó en otro y subió en el ascensor hasta la última planta. Al entrar en el ático lo sorprendió un poco ver que las cortinas estaban abiertas. La luna llena que flotaba sobre el océano iluminaba bastante el salón, así que no se molestó en encender la luz.
La puerta del dormitorio se hallaba entreabierta, pero Heechul no entró. Dejó el bolso en el salón, abrió los ventanales y salió a la terraza. Como de costumbre, hacía una noche magnífica. La brisa era refrescante. Probó la tumbona y le resultó cómoda. En vez de ensuciar las sábanas, decidió que dormiría allí mismo. Le gustaba quedarse dormido con el sonido de las olas. Se sentía casi como en casa. Casi. Esperó que Ned terminara los suelos con la misma rapidez que había acabado el barco.
Acostumbrada aún al horario de Chicago, Rose despertó al amanecer. Incapaz de volver a dormirse, decidió levantarse. Se estiró y salió al salón en camisón. La desconcertó ver que los ventanales estaban abiertos... creía que los había cerrado antes de acostarse. La seguridad siempre había sido importante para ella, y jamás olvidaba echar el cerrojo por la noche. Se asustó un poco. ¿Habría entrado alguien? Pero el piso se hallaba en la cuarta planta, y habría sido muy complicado que alguien irrumpiera por la terraza. Contuvo el aliento y se dirigió de puntillas hasta los ventanales. Vio la mesa y las dos sillas tal como las había dejado. Se asomó... y chilló.
Un hombre dormía en la tumbona. Al oír los gritos se incorporó sobresaltado y cayó al suelo.
—¡Socorro! —exclamó Rose—. ¡Socorro! —corrió a la cocina. En el mostrador había, un pequeño extintor. Lo alzó, volvió a toda carrera a la puerta y le apuntó con él. Vio que aún no se había levantado—. ¿Qué haces aquí? —demandó. Era bien consciente del hecho de que jamás en su vida había usado un extintor y no sabía cómo se activaba en caso de necesidad.
—Dor... dormir —repuso él, con los ojos verdes muy abiertos. Parecía atontado, como si intentara comprender qué sucedía. La somnolencia hizo que pareciera inofensivo, pero cuando se irguió en toda su altura, el terror que sentía Rose se renovó. Medía más de un metro ochenta y parecía estar en espléndida forma física.
Era un intruso atractivo, con el pelo castaño revuelto, ojos rasgados, la nariz recta y fina y la boca sensual. Aunque tenía aspecto de no haberse afeitado en días, llevaba una camiseta gastada y unos pantalones cortos vaqueros con algunos agujeros. Se humedeció los labios y preguntó—: ¿Quién eres?
—¿Quién eres tú? —replicó ella, sin dejar de apuntarle con el extintor.
—Heechul, Kim Heechul. Este piso es de mi padre.
—Oh —«el hijo de Chang», pensó. «El amante de la playa»—. ¿Te alojas aquí? — preguntó.
—Sólo por unas noches.
—¿Lo sabe Chang? —«probablemente no tiene otro sitio al que ir», pensó Rose.
—¿Conoces a mi padre? —inquirió Heechul con las cejas enarcadas.
—Sí. Me ha dejado quedarme aquí durante dos semanas.
—Comprendo —asintió como si las cosas empezaran a encajar.
—Chang jamás mencionó que usaras este sitio. ¿Has estado viviendo aquí?
—No —repuso un poco irritado—. Nunca me había quedado en su casa. Lo que sucede es que, de momento, no puedo ir a la mía.
Quizá vivía con una amiga y ella lo había echado, pensó Rose. Le pareció factible. Era lo bastante atractivo como para conquistar a una mujer, pero probablemente gorroneaba hasta que lo echaban.
—Bueno —comentó—. Entonces eso crea un problema, ya que tu padre me prometió que la casa sería para mí sola.
Heechul respiró hondo y se frotó los ojos. Ella se dio cuenta de que llevaba un reloj negro que no sólo indicaba la hora digitalmente, sino que tenía otros artilugios y probablemente era acuático. El reloj caro resultaba incongruente con el resto de su ropa. «Quizá era un regalo de una antigua amiga», decidió Rose.
—Perfecto —dijo él—. Me iré a otra parte —bajó la mano del rostro y la miró con expresión divertida—. Ya puedes dejar ese extintor. No voy a incendiar nada.
«¿De verdad?», pensó ella mientras lo observaba con los sentidos extrañamente exaltados, a pesar de que ya no se sentía en peligro. Se dio cuenta de que podría ser vulnerable a otro tipo de riesgo. Si seguía mirándola de esa manera con esos ojos somnolientos corría el peligro de que la encendiera a ella. Se volvió y dejó el extintor en la mesita de la terraza. Cuanto antes se fuera, mejor, se dijo a sí misma.
Al girar lo descubrió mirándole las piernas desnudas bajo el camisón corto. En seguida tiró de él, como si quisiera estirar la tela. A pesar de sus esfuerzos de modestia, él no apartó la vista. Estaba claro que no era tímido.
—¿Cómo te llamas? —preguntó.
—Rose Atwood.
—Rose. ¿De qué conoces a mi padre?
—Yang y él vienen a menudo a mi tienda.
—¿Tienda? —mostró una curiosidad amigable.
—Tengo una tienda de bordados —explicó.
—De bordados —repitió, y sus ojos adquirieron una expresión cauta, casi fría—. Ahora entiendo por qué te envió aquí —su voz sonó amarga.
—¿Me envió? No lo comprendes...
—No —cortó con algo más de suavidad—, tú no lo comprendes. No importa. Es... una broma de familia, eso es todo.
—¿Algo que ver con el bordado?
—Sí. Imagino que no conoces tan bien a mi padre. ¿Es un buen cliente?
—Sí. Y muy generoso. Cuando le dije que no podía permitirme unas vacaciones, me ofreció que me quedara aquí de forma gratuita.
—Puede ser generoso —coincidió Heechul—. Apuesto que también te pagó el billete de avión.
—Dijo que disponía de kilómetros gratis que él no podría usar —asintió.
—¿Y cómo es que le comentaste que no podías pagarte unas vacaciones? — sonrió—. ¿Una conversación casual?
—Sí —contestó, cohibida en ese momento por haber aceptado el ofrecimiento; la pregunta de Heechul la desconcertó. Era como si él sospechara algo—. Mencionó que parecía cansada y quiso saber si me tomaría unas vacaciones.
—Ah —pareció aún más divertido—. Y tú contestaste que no podías permitírtelas, y Chang te habló de este sitio y te planteó algo maravilloso que no pudiste resistir. ¿Ó te dejó la oportunidad de negarte?
—De acuerdo, fue persistente —rió incómoda.
—Ese es mi padre. ¿Y mi madre? ¿Estaba presente?
—Sí. Coincidió en que parecía agotada y que unas vacaciones me vendrían bien.
—Hmmm —musitó Heechul, y se volvió para observar el cielo cada vez más claro. Decidido, miró de nuevo a Rose—. De acuerdo. Me iré y te dejaré el ático para ti sola. Lamento haberte asustado. No tenía ni idea de que mi padre te lo había prestado, de lo contrario no habría venido.
Entró en el salón y recogió una bolsa que ella había pasado por alto. De pronto, Rose se sintió culpable por haberlo echado. Recordó lo preocupados que se habían mostrado por él Chang y Yang. El único favor que le había pedido su padre era que comprobara que estaba bien.
—¿Tienes otra parte a la que ir? —le preguntó cuándo se pasó la bolsa al hombro.
—Claro. Tengo amigos en la isla en cuya casa puedo quedarme.
—Ahora me siento mal por echarte. En realidad, Chang me pidió que fuera a verte.
—¿Sí? —la estudió con suspicacia.
—El, hmmm, te recomendó como la persona idónea para salir a bucear.
—Tengo un catamarán — Heechul parpadeó y volvió a estudiarla—. ¿Quieres ir a bucear?
—Bueno, no soy una persona precisamente acuática —reconoció y se mordió el labio. Parecía adivinar que no era el tipo de mujer que hiciera mucha vida al aire libre—. Sería mejor un recorrido turístico para ver la costa.
—¿No eres una persona «acuática»? —sonrió y meneó levemente la cabeza—. ¿No sabes nadar?
—Aprendí en la escuela. Pero no me gusta mucho. Nunca practiqué demasiado, ni siquiera de adolescente. No vivía cerca de una piscina e ir en transporte público hasta el Lago Michigan era demasiado complicado.
—Eres una chica de ciudad, ¿eh?
—Sí.
—Yo también crecí en Chicago —dijo él—. Allí me encontraba fuera de mi elemento. Aquí es donde quiero estar.
—Me... complace que seas feliz —contempló su ropa gastada—. Pero, ¿te ganas bien la vida aquí?
—Bastante bien. Siempre hay un montón de turistas. Casi todos quieren ir a bucear... salvo por unos pocos, como tú.
—No me gusta mojarme —comentó un poco picada.
—¿Porqué? —rió.
—El agua me irrita la nariz y los ojos. Me tapa los oídos. Se me moja el pelo y luego tengo que secarlo. Nunca pensé que nadar mereciera la pena tantas incomodidades.
—Deberías probar bucear —le apuntó con el dedo—. No sabes lo que te pierdes.
—¿Dejar de ver unos peces nadando?
—Peces espectaculares de tantas variedades que pierdes la cuenta —alzó la vista al techo como si nunca hubiera oído semejante comentario—. Bancos enteros. Y las gargantas de coral por los que nadan son silenciosas y hermosas. Es un mundo tranquilo y sorprendente el que hay bajo el mar.
—Sí, bueno... también es bonito el que hay por encima.
—Veo que eres todo un reto —la miró detenidamente—. ¿Cuándo te gustaría ir?
—¿En tu barco?
—Catamarán. Sí.
—Oh... cuando tengas algo de tiempo.
—¿Esta tarde? —sugirió—. Puedo sacar tiempo.
Era demasiado pronto para Penélope. Sabía que quería cumplir con su
obligación hacia Jasper lo antes posible, pero tenía que acostumbrarse a la idea.
—¿Qué te parece mañana?
—De acuerdo. ¿Por la mañana o por la tarde?
—¿Por la tarde? —preguntó con voz débil.
—Perfecto. ¿Tienes traje?
—¿Te refieres a un bañador?
—Sí.
—Claro, traje uno. ¿Lo necesito para dar un paseo en barco?
—Deberías llevarlo por si cambias de parecer sobre bucear.
No estaba ansiosa porque la viera en traje de baño. El modo en que la miraba la ponía nerviosa; aunque también la excitaba, y eso le preocupaba. Era exactamente el tipo de hombre del que había jurado mantenerse alejada.
Por otro lado, lo más probable era que no debiera preocuparse mucho por atraerlo. Su traje de baño no era muy moderno, ni su figura llamaba demasiado la atención. Era un poco delgada, y él parecía el tipo de hombre que apreciaba un biquini bien relleno.
—Mañana, entonces —concluyó Heechul—. Te recogeré a las dos.
—¿Querrías desayunar algo? —se encontró preguntándole cuando dio la vuelta para irse.
—No tienes por qué invitarme a desayunar.
—Lo sé, pero me siento mal por haberte despertado de una manera tan brusca —indicó con una sonrisa—. En especial cuando tu padre ha sido tan amable conmigo. Lo menos que puedo hacer es ofrecerte unos cereales, o tostadas con huevos —Rose pensaba en Yang, sabiendo que no le gustaría que su hijo se fuera con el estómago vacío.
—¿Tostadas y huevos? —repitió tras mirarla un rato—. ¿También zumo de naranja?
—Compré zumo de pomelo.
—Lo imaginaba. De acuerdo, el hambre que tengo me hace aceptar. Además, anoche no cené.
No tenía dinero suficiente para comer, conjeturó ella con un poco de pena. Era un hombre agradable. Parecía ser tal como lo había descrito Chang, el más atractivo de la familia, pero incapaz de sacar adelante su vida. ¿Por qué esa siempre parecía la situación con los más apuestos? Rose se advirtió de no empezar a sentir demasiada compasión.
—Aguarda un segundo mientras me pongo algo de ropa —dijo, consciente de que aún seguía con el camisón.
Heechul rió en silencio cuando se cerró la puerta del dormitorio. Así que esa era la mujer que el bueno del viejo le había elegido. Bueno, Chang debía haber perdido el toque, porque Rose era el tipo de mujer demasiado delicada por el que a la edad de veinte años había decidido no sentirse atraído. ¡Dios, si incluso tenía miedo de meter el pie en el océano! ¿Cómo podía pensar Chang que sería su pareja? Pálida, nada aventurera, llena de decoro... esas eran cualidades que jamás buscaba en una mujer. Aunque tenía unas piernas estupendas. Y también el pelo era bonito, a pesar de que parecía muy abundante para una complexión tan frágil. Y era amable, invitándolo a desayunar después de haberle dado un susto de muerte. Jamás olvidaría su imagen con ese camisón y amenazándolo con un extintor.
No, no podía echarle la culpa por la situación en la que los había metido su padre. Probablemente desconocía que era un anzuelo en la trampa matrimonial preparada por Chang. Pero, ¿cómo habría podido saber éste que iba a usar el piso para convencer a Rose de quedarse allí en el momento adecuado? En realidad era imposible, porque lo había decidido la noche anterior, y no se lo había dicho a nadie. Rose ya debía estar allí cuando tomó esa determinación. Pensó que quizá era una de esas coincidencias extrañas. Rose había mencionado que Chang le había dicho que se pusiera en contacto con él para ir a bucear. Ese era el modo en que había decidido que se conocieran. Y qué peculiar que lo hicieran de esa otra manera. Heechul recordó el «vudú de ganchillo» de Chang. ¿Acaso ya estaba en marcha?
Tuvo un escalofrío y se reprendió por ser tan estúpido. No creía en el vudú, ni en la telepatía ni en la sincronización, ni en nada parecido. Se habían conocido por accidente, y no había que darle más vueltas. Inquieto, se levantó y fue a ver si había algo de café para prepararlo mientras la esperaba. Encontró diversas muestras de distintos sabores. Eligió el Kona Roast y abrió el grifo para llenar la jarra de cristal de la cafetera. Acababa de encender el aparato cuando ella entró, vestida con unos bermudas y una camiseta amarilla con grandes flores tropicales y la palabra Hawai impresa en ella.
—¿Has estado de compras? —preguntó mirando la camiseta.
—Ayer fui a la ciudad un rato —sonrió.
—¿Llegaste ayer?
—Sí.
Dios, que ambos fueran al piso de Chang por primera vez el mismo día era una gran coincidencia.
—¿Cómo te gustan los huevos? —preguntó ella.
—Revueltos.
—Eso es fácil —sacó cuatro huevos de la nevera, junto con la mantequilla y una barra de pan—. ¿Preparas tú la tostada?
—Encantado —aceptó—. Entonces, ¿qué piensas hacer mientras estés aquí?
—Relajarme —rompió un huevo—. Leer. Bordar un poco.
—Suena estupendo, pero después de un par de días te cansarás. Deberías recorrer en helicóptero la zona de los volcanes. Kilauea está activo. El helicóptero te llevará justo encima de la lava. Es espectacular.
—Ni siquiera me gustan los aviones —indicó al tiempo que partía el último huevo—. Bajo ningún concepto me subiré a un helicóptero, ¡y menos a uno que vuele sobre un volcán activo!
—De acuerdo —quizá eso era demasiado aventurero para alguien como ella—. Puedes realizar una excursión bajo el agua en un submarino. Se sumerge treinta metros hasta el lecho oceánico. Será un buen modo de ver los peces y el coral, ya que no quieres bucear.
—Sentiría claustrofobia —suspiró mientras batía los huevos.
—Comprendo —rebuscó en su cerebro otra sugerencia—. ¿Qué te parece ver a las ballenas? Hay una excursión de tres horas y media que te lleva junto a las ballenas y los delfines. Te dan binoculares y todo lo necesario.
—¿Tres horas y media? Es mucho tiempo para estar en un barco. Ya tuve que pasar varias horas en un avión para venir aquí.
—Cierto — Heechul empezaba a quedarse sin ideas—. Supongo que el buceo queda descartado. ¿Pesca en alta mar? —Rose rió mientras vertía los huevos batidos en una sartén caliente—. ¿Parapente marino?
—¿Qué es eso?
—Te colocan un paracaídas y te arrastra una motora.
—¿Por qué alguien querría hacer algo semejante? —sacudió la cabeza—. ¿Tú lo has probado?
—Sí.
—¿Te gustó?
—No tanto como navegar y bucear, pero fue divertido.
—Santo cielo —musitó mientras removía los huevos en la sartén.
—Aquí dan unos cursos de golf excelentes. ¿Juegas?
—Sólo he jugado una vez. Me pareció aburrido.
Heechul se preguntó cómo podía distinguir entre el golf y el resto de su vida, pero se contuvo de hacer algún comentario.
—Los huevos ya casi están —anunció ella—. Será mejor que pongas el pan en la tostadora.
Heechul se dedicó a la tarea que había olvidado. Encontró platos en el armario y puso la mesa. Mientras ella servía los huevos, él llenó unos vasos con zumo de pomelo. Se sentaron a comer. El desayuno sencillo le supo delicioso; además, no había hecho una comida decente desde el almuerzo del día anterior. Lo comió con gusto. Cuando alzó la vista, vio que Rose lo miraba.
—¡Tenías hambre! —indicó ella con una sonrisa.
Heechul notó que se trataba de una sonrisa más bien triste, como si sintiera simpatía por él. O pena. Se dio cuenta de que tal vez, Rose lo considerara demasiado pobre para comprar comida. Cuando le había explicado que no podía ir a casa había visto la misma expresión, en especial mientras estudiaba su ropa. Sintió el impulso de decirle que no carecía de hogar, pero entonces recordó que era amiga de Chang. No quería que le informara a su padre de que incluso era propietario de una casa, así que dejó que Rose asumiera lo que deseara.
—¿Estás seguro de que podrás encontrar un sitio donde pasar esta noche? — inquirió ella con expresión preocupada.
—Como ya he mencionado, tengo uno o dos amigos a los que puedo recurrir — repitió, aunque odiaba esa idea. Pero se sintió un poco conmovido por la dulzura de ella. Nunca le había gustado imponer su presencia en la vida familiar de nadie, y no conocía a ningún soltero sin compañero de piso. En realidad, casi todos sus amigos ya estaban casados—. Además, sólo es por una noche.
—¿De verdad? ¿Después tendrás un sitio al que ir?
—Sí.
—Bueno... —hizo una pausa, concentrada en sus pensamientos—. Supongo que puedes quedarte aquí, ya que sólo serán una o dos noches. Es decir, si no te importa dormir en la terraza.
—Lanai —la corrigió—. En Hawai se llama lanai.
—Oh —pareció confusa porque no le hubiera contestado.
—No quiero alterar tus vacaciones.
—De todos modos, mañana vamos a vernos para la excursión en barco, así que no será ninguna intromisión. Además, pasaste aquí la noche y yo ni me enteré.
—Pero, ¿no te importa el qué dirán al compartir el ático con un desconocido? — le interesó su enfoque lógico.
—No conozco a nadie aquí —se encogió de hombros—. ¿A quién le importará? — Heechul quedó sorprendido. Quizá no era tan melindrosa como daban a entender su actitud y su aspecto. Entonces la expresión de ella cambió levemente y añadió—: Tu madre me garantizó que eras una persona educada y alguien en quien podía confiar.
—¿De verdad? —contuvo una risita.
—Me fío de la opinión que tiene de ti.
—No puedo permitir que vuelvas a Chicago y le cuentes historias raras de mí a mi madre —ironizó. Volvió a estudiarla. Era agradable a la vista, más bien atractiva si te gustaba su tipo, y muy directa, rasgo que no siempre encontraba en las mujeres. Pero no le resultaba una tentación, y pensó que podía contar con su propia rectitud sin peligro—. Puedes confiar en mí.
—Entonces, ¿aceptas mi oferta de quedarte aquí?
—Si estás segura de que no te importa, sí.
—Si a ti no te importa la tumbona en la terraza... lanai —corrigió.
—Será perfecta. Es mullida y cómoda. Me gusta dormir al aire libre.
De nuevo su expresión adquirió un deje de preocupación al mencionar dormir al aire libre. Parecía dar por hecho que lo hacía a menudo. Se le ocurrió que le ofrecía dormir en el ático no sólo porque le inspiraba pena, sino también para tratar de devolverle a Chang el favor que le había hecho al ayudar en lo posible a su hijo «desahuciado». Por orgullo, Heechul estuvo tentado de contarle la verdad. No le gustaba que creyera que no tenía un centavo ni un techo. Pero otro tipo de orgullo lo impulsó a no revelar ninguna información pertinente que pudiera llegar a oídos de su padre.
Más tarde, ese mismo día, Chang y Yang se registraban en un hotel situado más o menos a un kilómetro del ático que le habían prestado a Rose. Convencer a Yang de que lo acompañara resultó relativamente fácil en cuanto descubrió que las muñequeras también funcionaban para sus mareos. Chang la había llevado en un largo paseo en coche y luego habían salido en barco con un amigo por el Lago Michigan. En ambas ocasiones, Yang se había mostrado absolutamente encantada de poder disfrutar sin angustia. Sin embargo, cuando le anunció que le gustaría ir a Hawai, Yang de inmediato lo miró con suspicacia.
—Sí, quiero ver cómo marchan las cosas entre ellos dos —había reconocido Chang—. Quiero cerciorarme de que llegan a conocerse, por si Rose no cumple la promesa de ver cómo está.
—¿Y cómo lo harás?
—Oh, ya se me ocurrirá algún modo de juntarlos.
—Chang...
—Vamos, Yang. Quiero ver mi plan en acción. ¿Tú no sientes curiosidad?
—¡No tengo intención de ir a espiarlos!
—No tendrás que hacerlo —había garantizado Chang.
—Entonces, ¿cómo sabremos qué pasa entre ellos?
«Yo espiaré», había pensado Chang.
—Kailua-Kona no es una ciudad grande, y no hay demasiadas playas. Tarde o temprano, y con un poco de suerte, los veremos juntos.
—Supongo que lo mejor será que vaya para no perderte de vista, por si empiezas a llevar demasiado lejos las cosas —Yang había soltado un suspiro—. Además, hace años que no voy a un sitio exótico. Ahora que puedo realizar un viaje largo en avión gracias a las muñequeras, me gustaría tomarme unas vacaciones de verdad.
Resultó que el vuelo no le provocó ningún mareo, lo cual satisfizo a Chang. Le gustaba que lo acompañara. Sin embargo, había momentos en que necesitaba estar solo. Como ése, en que deseaba llamar al detective privado que había contratado. Yang se hallaba en el dormitorio de la suite deshaciendo las maletas, así que se acercó de puntillas al teléfono del salón.
Marcó el número y contestó una voz ronca de hombre.
—Agencia de Detectives Lee. Pete Lee al habla.
—Kim Chang Min. Acabo de llegar. ¿Ha seguido a mi hijo, como le pedí?
—Sí, señor Kim, ayer comprobé su casa. Había un obrero reparando los suelos. Ninguna señal de Heechul.
—¿Y?
—Comprobé su oficina en la ciudad. Anoche trabajó hasta tarde y luego se fue a casa. Pero volvió a marcharse a los pocos minutos.
—Sí...
—Bueno, creo que se dio cuenta de que lo seguía. Realizó algunas maniobras por los caminos sinuosos de las colinas y... lo perdí.
—¡Lo perdió!
—Lo siento.
—¿Lo ha visto desde entonces?
—Fue a su casa esta mañana. Luego se fue a trabajar. Ahora mismo se encuentra en su oficina. Yo tuve que volver a mi despacho para ponerme al día con mis otros casos. Pero esta noche espero seguirlo con éxito.
—¡Espero que así sea! —indicó Chang, y colgó.
—¿Con quién hablabas? —preguntó Yang, entrando con una camisa en una percha.
—Hmm... alguien que marcó un número equivocado.
—Ni siquiera oí el teléfono —pareció perpleja—. ¿Tuviste que ser tan brusco?
—No colgaba —no le gustó mentirle, pero sabía que ella no lo aprobaría—. ¿Querías consultarme algo sobre mi camisa? —preguntó, ansioso por cambiar de tema.
—¿De verdad vas a ponerte esto? Creo que debería volver a guardarla en la maleta.
—Creo que es perfecta para Hawai, Yang —la había comprado en la sección de caballeros de Kim Brothers. Era de una tonalidad intensa, con flores de colores vistosos contra un fondo de un cielo azul—. Por eso la elegí.
—Pero, Chang, nunca te habías puesto algo así. Siempre has preferido los colores discretos, incluso para tu ropa informal.
—¿Por qué no podemos ser más atrevidos en nuestra vejez?
—¿Quieres decir que deseas que empiece a vestirme de esta manera?
—Sólo si lo deseas. Apuesto que estarías preciosa con una bonita camisa hawaiana. De hecho, creo que deberíamos ir a la ciudad a hacer algunas compras.
—Yo elegiré —lo miró fijamente—. Tú puedes pagar. Aunque después del largo vuelo y del cambio horario no creo que debamos ir hoy. Ya es tarde. Estoy cansada, y seguro que tú también. Recuerda lo que te dijo el médico sobre los excesos. Creo que deberíamos descansar y luego cenar.
Chang sabía que tenía razón. Estaba ansioso por continuar con su plan, pero era mejor que siguiera las directrices del médico.
—De acuerdo —aceptó con un suspiro—. ¡Pero mañana vamos de compras!