Mientras Chuuya se sacudía con desdén las palmas de las manos para limpiarse los guantes, Dazai contempló la hora en la pantalla de su móvil. Eran las doce menos cuarto de la noche. Sonrió. Si todo iba según sus planes y sus expectativas, Odasaku todavía estaría en el Lupin.
-¿Y esa sonrisita? -Gruñó Chuuya, alzando una ceja.
-No es nada. -Su compañero se puso serio. Como siempre, lo miró por encima del hombro-. Me voy.
-¿Así por las buenas? Acabamos de terminar el trabajo.
-¿Y? Precisamente por eso, me voy al Lupin.
-Oh, cómo no.
-¿Qué pasa?
-Vas a ver a Odasaku, ¿verdad? -Esta vez fue el turno de Dazai de mostrarse expectante. Y fue Chuuya el que exhibía una mueca burlona-. A tu querido, queridísimo Odasaku. Te cambia la cara si se trata de él.
-¿Perdona?
-Vamos, si eres como una colegiala enamorada, Dazai. Estás desando verle. Es tan guapo, tan capaz, tan inteligente, tan hábil... -El luchador rompió a reír después de usar un tonito agudo para pronunciar aquellas palabras. Señaló con un dedo a su serio compañero. Por una vez le había dado su debilidad en bandeja-. ¡Deberías ver tu cara ahora mismo! ¡Es genial!
Las carcajadas de Chuuya eran la cosa más molesta del universo. Pero Dazai sentía que le ardían las mejillas porque, muy en el fondo, tenía razón. Una pena que él también estuviese preparado, como siempre. A paso lento y parsimonioso se acercó a la orilla del muelle. El pelirrojo dejó de reír en cuanto su compañero se sacó un llavero del bolsillo y comenzó a darle vueltas alrededor del dedo índice.
-Dime, Chuuya... ¿no sería una pena que las llaves de tu moto se cayeran al mar?