– Dejen de pelear o ella muere, – siseo Sebastián con ojos llenos de locura.
Isabelle intentó pelear, pero el cuchillo se presionaba fuerte contra su piel, y gotas de sangre ya comenzaban a caer. Alec apuntó una flecha contra la cabeza de Sebastián, pero no podía disparar por miedo a herir también a su hermana.
Todos dejaron de pelear y veían la escena.
– Déjala ir, – dijo Alec. – No voy a dejar que le hagas daño a otro miembro de mi familia. –
– ¿Crees que puedes detenerme? – Sebastián se burló, mirándole con desafío. – ¿Cómo me detuviste cuando asesiné a tus padres? –
– No estaba ahí, – Alec contestó, mirando a Isabelle. Ella le miró directamente, comunicándose sin palabras como siempre lo hacían
Isabelle asintió y Alec sonrió a medias.
– ¡Si, porque estabas demasiado ocupado acostándote con un criminal! – Sebastián exclamó, mirando a la multitud. – ¡Necesitan un rey que sepa sus prioridades! –
– Estaba en una misión diplomática para la mejoría del reino, – Alec gruñó. – Firmé acuerdos e hice tratados de negocios para mantener a Idris sano y salvo por décadas futuras. Y Magnus no es un criminal. Los juicios de La Clave le declararon inocente, – declaró Alec, sin despegar la vista de Sebastián. – Es un hombre libre. Y hay una carta firmada por el Rey que lo prueba. –
– ¡Yo soy el Rey! – Sebastián gruñó– Y yo decido quien es libre y quien no. –
– No eres nada más que un hombre enfermo, – Magnus suspiró. Dio un paso adelante, haciendo señas a sus tropas para que no pelearan. – Y estás acabado, Morgenstern. Déjala ir y acepta tu derrota. –
– Nunca, – Sebastián gritó, sin despegar la vista de Alec. – Tengo pruebas de que manipulaste a La Clave para que declararan a tu pirata inocente. –
– De hecho, – Ragnor intervino. – Tu inventaste esas pruebas. –
Ragnor se paró a un lado de Magnus. Su rostro estaba rojo por la pelea y lleno de sudor y tierra, pero aun así su presencia imponía.
– Fueron hechas por la misma mujer que lleva años haciendo el trabajo sucio de los Morgenstern. Esto seguro de que Iris Rouse no tendrá problemas en confesarlo todo una vez que se de cuenta que está tan acorralada como tu. –
Sebastián frunció el entrecejo.
– Como la vez que hiciste que asesinaran a los padres de una pequeña niña después de que Iris te dijera que ellos comenzaban a sospechar de los negocios sucios de tu padre, – Ragnor concluyó, viéndole desafiante.
– No pueden probar nada, – dijo Sebastián, viéndose bastante pálido.
– Podemos, – Magnus argumentó, lanzándole miradas asesinas. – Rastreamos a Iris a su casa y encontramos mucha evidencia contra ti, tu padre y sus corrupción. El problema con el miedo, Sebastián, es que hace a la gente cautelosa. Y la gente cautelosa, siempre guarda pruebas con las cuales poder salvar su pellejo. Por eso Iris guardó pruebas de todo lo que tu y tu padre hacían, incluyendo evidencia falsa que hacía quedar a el Rey Robert como corrupto. Pero eso solo es una pequeña parte de una lista demasiado larga. –
Alec no prestaba atención a las reacciones de Sebastián, aunque podía imaginarlas. En su lugar, estaba enfocado en Isabelle. Ella lucía furiosa y determinada, de una forma que Alec conocía bastante bien.
Alec le asintió y justo cuando Sebastián iba a responder, ella golpeó a Sebastián con su pie, y luego le dio un codazo en el estómago. Sebastián gimió de dolor y quedó momentáneamente desorientado.
Alec no desperdició un segundo y lanzó su flecha contra el hombro de Sebastián, haciendo que cayera al piso, gritando de dolor, y Alec no pudo evitar sentir algo de satisfacción por ello.
Tomó otra flecha y se preparó para terminar a Sebastián y su miseria. Apuntó directo entre sus ojos, pero antes de que pudiera liberar la flecha, una suave mano toco su hombro. Al voltear, vio a Magnus mirándole.
– No, – Magnus le dijo suavemente, solo para que Alec escuchara. – La gente está viendo. –
– Se lo merece, – Alec dijo agriamente. – Se merece cosas peores, incluso. –
Magnus asintió, dándole la razón, pero apretando su agarre.
– Lo merece, – contestó Magnus. – Pero tu debes mostrarles que eres mejor que eso. Que tienes la compasión que él es incapaz de sentir. Que eres el Rey que ellos esperan, y no uno que se imponga ante ellos. –
Alec apretó su mandíbula irritado, mirando con enojo hacía Sebastián, que ahora estaba rodeado de un grupo de piratas y guardias que habían cambiado de bando en la pelea. Sus ojos negros se veían aun llenos de odio, pero ahora también tenían miedo.
Cuando no contestó, Magnus deslizó su mano por su brazo, dejando un trazo de calor.
– Amor, – le susurró Magnus. – Me encantaría que lo hicieras, me encantaría aun más hacerlo yo mismo, créeme. Pero tu gente está asustada, y La Clave ha sido forzada a obedecer sus reglas por el último mes. Necesitas mostrar el cambio desde ahora. Hacer un juicio. Mostrarle a tu gente que eres mejor que él. No olvides tus valores y ensucies tu alma por un momento de venganza. –
La mano de Sebastián estaba agarrando la flecha en su hombro, y no dejaba de sisear de dolor. Su ropa ya estaba llena de sangre y no dejaba de buscar ayuda entre la gente. Pero nadie se inmutaba por ayudarle.
Así ya no parecía el malvado y sádico torturador que Alec había conocido. Parecía asustado y perdido, sin saber que hacer.
Alec frunció sus labios y bajó su arco. – Solo quítenlo de mi vista, – dijo, de nuevo con voz de autoridad que hace mucho no usaba. – Antes de que cambie de opinión, – añadió solo para él.
Sebastián intentó pelear contra los que le llevaban, pero cada vez estaba más débil. Le llevaron hacía el castillo para ser encerrado en una celda.
Alec no le quitó la vista de encima, hasta que escuchó como la multitud comenzaba a hablar de nuevo.
La razón de la agitación era porque en medio de la masa, estaba Luke e Imogen Herondale, mirándose impasible. A su lado estaban Simon y Maia, sosteniendo a un muy perturbado General Aldertree.
Sebastián abrió la boca para hablar, quizá rogar, pero la cerró cuando Imogen le abrió las puertas a los guardias para que le llevaran a los calabozos. Ella le miró con una sonrisa de victoria.
Alec ya no les prestó atención. Se giró hacía Magnus. La adrenalina de la batalla finalmente estaba bajando y el cansancio estaba tomando su lugar. Magnus pareció notarlo porque rápidamente deslizó su brazo en su cintura para sostenerle.
– Aguanta, amor, – Magnus le dijo, mirándole preocupado. – Solo un poco más. –
La multitud ya se estaba dispersando de nuevo, ayudados por los piratas y los guardias, pero Alec ya no se podía concentrar como para verles.
– Magnus, creo que me voy a desmayar, – Alec le advirtió en un susurró.
– Lo sé, – Magnus le contestó, haciéndole señas a Jace para que viniera a ayudarle. Sus manos comenzaron a acariciarle la espalda de forma reconfortante. – Ya terminó todo. Estás a salvo. Solo trata de mantenerte despierto en lo que entramos al castillo. ¿Puedes hacerlo, amor? –
Alec asintió, sabiendo que era mentira. Se dejó llevar por Jace y Magnus, ya casi sin fuerzas.
– Vamos, hermano, – Jace dijo, empujándole gentilmente hacía el castillo.
Con sus últimas fuerzas, se quitó la cadena con el añillo que llevaba amarrado al cuello, debajo de su playera negra y le puso el anillo en la mano de Magnus.
– La próxima vez que te de un anillo, intenta no perderlo, – le masculló, sonando entre serio y divertido.
– La próxima vez que digas que nos vemos al amanecer, debes estar ahí al amanecer, – Magnus le replicó, tomando la mano de Alec entre las suyas y con el anillo entre ambos.
Alec rió, y se inclinó aun más en Magnus. – No me gustaría despertar la furia del Rey de los piratas, – murmuró burlón Alec.
– Pero puedes despertarle otras cosas al Rey de los piratas cuando quieras, – Magnus le replicó, juguetonamente.
– Oh vamos, – Jace suspiró. – Tenías que saber que diría algo así. –
– Claro que lo sabía, – Alec masculló.
O eso creyó decir. Dado que el mundo quedó oscuro y lo último que escuchó fue la voz de Magnus, dejándose llevar por su olor a sándalo y dulce.
*
Magnus nunca había amado tanto los ojos cafés claros de Alec como cuando los abrió en ese momento.
– Hey, – dijo suavemente Alec, sonriendo cansadamente.
Magnus tomó su mano y depositó varios besos en ella, sentándose en la cama, al lado de Alec.
Su pecho tenía varios cortes que se veían bastante feos y rojos. Tenía la marca de pirata en su cadera y una morada marca en su garganta con forma de dedos.
– Hey, – le contestó Magnus, tragando duro. – ¿Cómo te sientes? –
– Vivo, – Alec dijo. – Así que supongo que es un progreso. –
Magnus contuvo sus lágrimas, y apretó sus dientes. Nada más asintió, incapaz de decir algo más. Se sentía un desastre de alivio, miedo y culpa.
– Magnus, – Alec le miró desaprobatoriamente. – Para. –
– ¿Qué estoy haciendo? – Magnus frunció el ceño.
– Tienes es cara. –
– Pues si, – replicó de vuelta. – Es la única que tengo. Y que yo sepa te encanta. –
Alec giró los ojos. – Me encanta, – masculló, lanzándole una mala mirada. – Pero te conozco. Y se que esa es tu cara de culpa. –
Magnus le miró obstinadamente, presionando los labios. A pesar de su cansancio, Alec le miró determinadamente de vuelta.
Finalmente Magnus se rindió y soltó un suspiro, acostándose al lado de Alec, y tomando sus manos entre las suyas.
– Estábamos ahí, con Jace y Maia, – confesó Magnus bajito. Cuando Alec le miró confundido, suspiró de nuevo. – Cuando el idiota bastardo te mostró en el balcón como si fueras una atracción de circo. Te veías tan... derrotado. Eso me rompió el corazón. –
– Pensé que estabas muerto, – contestó Alec, girándose para verle de frente y sonrió. – El idiota bastardo me dijo que estabas muerto. Tenía el anillo y... y yo fui un tonto al creerle. Por lo que me era difícil querer pelear para vivir en un mundo donde tu no estuvieras. –
– Pero lo hiciste, – Magnus le susurró, apretando su mano. – Eres muy fuerte, Alexander. –
Alec sonrió, entrelazando sus manos. – ¿Cómo lo hiciste? – le preguntó suavemente. – Estaba seguro que era Meliorn debajo de esa máscara. Vi su rostro antes de salir del castillo. –
– Luke y Jace me dijeron sobre sus tradiciones, sobre como un miembro de la realeza no podía ser colgado como un plebeyo, así que me imaginé que Sebastián le pediría apoyo a la Corte Seelie, – Magnus le aclaró. – Ellos son sus aliados más poderosos, así que tenía sentido. He conocido a Meliorn desde hace mucho y me debía un favor. Cuando Jace le empujó, solo le prestaban atención a Jace, por lo que fue fácil que Simon y Maia golpearan un par de guardias para entrar y que yo tomara su lugar. –
– Inteligente, – dijo Alec, ausentemente, acurrucándose más cerca de Magnus, y sonriendo con orgullo. – Tengo la impresión de que todo mi reino te debe favores. ¿Cuántas vidas has vivido, amor? –
– Ninguna que valiera la pena hasta que tu llegaste, – le susurró Magnus, de forma sensual, haciendo que Alec se sonrojara como un tomate.
Alec gruñó y escondió su rostro en el cuello de Magnus. Magnus rió y presionó un beso en la frente de Alec, acariciando su cabello con los dedos.
– Tus hermanos realmente quieren verte, – Magnus le susurró. – Madzie también. –
– Dame un momento más a solas contigo, – Alec demandó, apretando su agarre a la cintura de Magnus. – ¿Qué hay de Iris? –
– No te preocupes por ella, amor, – Magnus dijo, sonriendo feliz cuando Alec depositó varios besitos en el cuello de Magnus. – Yo me ocuparé de ella personalmente. –
Alec resopló sobre su cuello, haciendo que se erizara la piel de Magnus. – ¿Quiero saber? –
– No te preocupes, – Magnus dijo, de nuevo con tono burlón. – Estoy siguiendo el ejemplo de mi rey y seré misericordioso. O algo así. –
– No soy tu Rey, dado que al parecer tu también eres uno, – Alec dijo, dándole un beso en los labios. – Y aunque lo fuera, de todas formas nuca me haces caso. –
– Los piratas suelen no hacerlo, – Magnus replicó, besándole de nuevo, de forma más larga y abriéndose paso entre la boca de Alec.
Magnus se derritió entre los brazos de Alec, presionándose aun más contra él y sintiendo como su corazón enloquecía de amor.
Magnus dejó que la tensión de las semana desapareciera de sus hombros, mientras mordía el labio de Alec. Alec gimió y le besó aun más fuerte y apasionada, de forma desesperada.
Había algo urgente, casi frenético, en los movimientos de Alec, en como jalaba la camisa de Magnus. Su bufido frustrante cuando Magnus se separó, remarcó su punto.
Alec estrelló de nuevo sus labios contra los de Magnus, sin darle tiempo de separase. Luego bajó hacia el cuello de Magnus, pero este le tomó del rostro, haciendo que parara y le mirara.
– Magnus yo... yo te necesito, – Alec pidió, sonando desesperado y necesitado, aun sin poder creer que Magnus no fuera solo un sueño. – No me dejes de nuevo. –
– No iré a ningún lado, – Magnus le contestó, acariciando sus hinchados labios con ternura.
Alec sonrió como un niño feliz, antes de continuar besando el cuello de Magnus, para luego bajar a su clavícula.
Ambos venían de diferentes mundos, pero al mismo tiempo, no había nada en el mundo de Magnus mejor que besar a Alec, tocarle, chupar su piel, explorar su desnudo cuerpo, lamer cada parte con su boca.
Finalmente se olvidaron de todo lo demás, del miedo, de las cicatrices del cuerpo de Alec, de sus recuerdos malos en sus mentes.
Magnus soltó el control que había tenido esos días, dejando que sus deseos nublaran su mente. Sus dedos se enredaron en el cabello de Alec, sintiendo como la boca de este envolvía su miembro y Magnus soltaba varias maldiciones.
Después, Alec dejó un camino de besos por todo su pecho y volvió a su boca, para besarse y acariciarse de nuevo, volviéndose uno mismo.
Magnus se puso encima de él, sin separase. El familiar baile entre sus cuerpos se había perfeccionado durante ese último año. Al principio había sido tentativo, aprendiéndose cada parte del cuerpo del otro, hasta que ya no hubo nada nuevo que descubrir.
Alec abrió su boca, dejando que Magnus introdujera su lengua como muchas veces antes. Sus manos se enterraban en el cabecero mientras sus gemidos y jadeos llenaban la habitación.
– Te amo, – dijo Alec en un roto gemido, enrollando sus piernas en las caderas de Magnus.
Magnus arremetió aun más fuerte, – Te amo, – contestó, enterrándose en él.
Alec gritó, y jaló a Magnus para besarle, enterrando sus dedos en el cabello de Magnus y acercándole lo más posible.
– No me voy a ir nunca, – Magnus le aseguró de nuevo, mirándole a los ojos.
Alec solo asintió, lleno de placer y creyéndole. Satisfecho, Magnus comenzó a besar el cuello y clavícula de Alec, enterrándose aun más profundo y fuerte.
Alec solo gritaba su nombre, intoxicándose con los jadeos de Magnus y sus movimientos. Magnus le acariciaba, le mordía y le besaba todo el cuerpo.
Estaban perdidos en ellos mismos, respirando uno del otro, y Magnus no quería volver a la realidad jamás.
Finalmente, Magnus colapsó en el torso de Alec, soltando los últimos jadeos del orgasmo y susurrando una vez más, – Te amo. – sonriendo cuando la voz cansada de Alec le respondió las mismas palabras.
Después platicaron. Acurrucados el uno en el otro. Alec le dijo sobre su encarcelamiento, sobre su tortura tanto emocional como mental, sobre como creyó perder al amor de su vida. Le contó sobre Maureen y su tímida amabilidad que le mantuvo vivo, y sobre como la voz de Jace le había dado esperanza.
Y Magnus le escuchó, sin importar cuantas veces su corazón se rompiera y su cabeza le gritara que fuera a los calabozos y le hiciera lo mismo y hasta peores cosas a Sebastián.
Cuando terminaron, el cielo oscuro comenzaba a ponerse naranja por el amanecer de un nuevo día.
Y así como iniciaba un nuevo y soleado día en el horizonte, Magnus supo que de ahora en adelante serian mañanas felices juntos.
Ya nada más falta el epílogo y terminamos con otra hermosa historia (:
Gracias por su apoyo, leer y comentar esta traducción, y vamos por más!