CAPÍTULO QUINCE
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Nyria Grigori se talló ambos ojos, en un intento de apaciguar la terrible migraña que se cernía sobre su cabeza. Pero ella sabía que el intento sería todo un fracaso.
Las últimas semanas habían sido las más tensas. Después de que Hermes habría optado por abandonar la casa, a Nyria se le habían encomendado todas las tareas del hogar más las de su trabajo de medio tiempo. Ya ni siquiera podría encontrar tiempo para Harry. El pobre niño tendría que pasarse los últimos seis meses en la guardería por las mañanas. Al menos, hasta que Nyria fuese capaz de encontrar un trabajo que le permita estar con su hijo la mayoría del tiempo.
―Te lo he dicho, Nyria, no quiero saber nada de ti a partir de ahora. ¿Es tan difícil de entender? ―murmuró Hermes con obstinación mirando a su ex esposa con, inclusive, cierta decepción.
Nyria contuvo el deseo de gritar.
―¿Es que a partir de ahora va a ser así? ¿Voy a desaparecer de tu vida así sin más? ¿Qué hay de Harry? ¡No dejaré que a él le ignores como lo estás haciendo conmigo!
Hermes Grigori siempre había sido alguien respetable, Nyria estaba maravillada del hombre en el que se había convertido, pues en el bachillerato no parecía tener ni oficio ni propósito. Ahora, le costaba asociar al hombre rubio, de ojos verdes y cuerpo atlético con aquel chico escuálido y con acné en el rostro de hace veinte años. Imposible asociarlo. El Hermes de antaño le amaba. Ahora, el hombre frente a ella rogaba por no volver a verla nunca más.
―Harry es mi hijo ―inició Hermes―, y voy a hacerme cargo de él en todos los sentidos. Pero tú... no quiero volver a verte, Nyria. Eso sí que es definitivo.
El aliento abandonó los labios de Nyria. Parecía un sueño lo que estaba sucediendo. Una maldita pesadilla.
Controló las lágrimas, pues sabía por experiencia que ese gesto no haría más que irritar a Hermes. Se volvió a tallar ambos ojos. Pero la migraña ya había iniciado.
―Olvídalo Hermes ―dijo ella con obstinación―, si así va a ser, entonces será mejor que dejes de ver a Harry. No te lo voy a permitir ―sentenció.
Hermes, ante la obstinación de su mujer, se rió con sarcasmo. Nyria resistió de nuevo las lágrimas, sabía que no harían bien a nadie.
―Claro, Nyria. Quiero verte hacerlo, a ver cuánto tiempo eres capaz de soportar con Harry. Ambos sabemos que no lo soportas para nada.
Quizá los actos del pasado hayan hecho creer a Hermes que era de esa forma. Pero Nyria había cambiado, lo había hecho desde que Hermes le dijo que lo suyo no podría funcionar, que el trabajo, que las deudas, que el pequeño Harry... no habían hecho más que terminar con un matrimonio cuya solidez no fue suficiente. Y que se habían engañado a sí mismos.
Hermes abandonó el departamento de Nyria con un fuerte portazo. Se permitió derramar las primeras lágrimas. ¿Cómo podría rehacer su vida, después que Hermes la haya tratado como un pedazo de basura? No era imposible, eso lo sabía. Pero no quería emprender ese camino. Comenzar de nuevo. A pesar de que fuera lo mejor dadas las circunstancias.
―¿Mamá...? ―murmuró la voz del pequeño Harry desde su habitación. El niño pequeño, de tan solo cuatro años, que lucía unas adorables pecas bajo sus ojos y un cabello pelirrojo semejante al fuego vivo. Aquel ser que le daba todo un futuro a Nyria. Se llenó de convicción al ver a su pequeño e inocente hijo frente a ella.
Y la decisión había sido tomada. Se mudaría con su hermana a Manhattan. No quedaba nada para ella ni para Harry en Queens. Nada, ni siquiera su trabajo. Ahora solamente eran ella y Harry.
―Harry, qué bueno que despiertas ―dijo Nyria, recogiéndose sus pelirrojos cabellos en un moño apresurado. Tomó en brazos al pequeño Harry y se dirigió de nuevo a su habitación―, ¿por qué no te vestimos? Hoy será un largo día.
OOO
―Así que... ¿no sabes quién se esconde detrás de la máscara? ―preguntó Michelle por enésima vez, adoptando unos ojos de cachorrillo para intentar convencer a Ava. La aludida volvió a encogerse de hombros, presa de la frustración.
―No, Michelle, ya te lo he dicho: no sé quién es Spider-Man ―repitió por enésima vez, agotada. Que Michelle supiese su secreto la ponía nerviosa, más cuando se empeñaba en sonsacarle toda la información posible. Le parecía molesto, no en el mal sentido, claro. Pero siempre que Michelle preguntaba por su doble vida le daban ganas de romper una silla. Siempre tan pacífica.
Michelle frunció los labios.
―Muero de curiosidad por saber quién es el chico detrás de la máscara ―expresó Michelle, mirando al techo de la cafetería―, ¿qué tal si es un hombre cincuentón? O peor, ¿qué tal si es un profesor? Iugh ―se asqueó Michelle. Ava rodó los ojos con diversión.
―Supongo que será un adolescente ―comentó pensativa, removiendo con aburrimiento la lechuga―, siempre que le escucho me recuerda a un pequeño niño recién entrado a la pubertad ―observó, presa de la curiosidad. ¿Quién era el chico detrás de la máscara? Tony nunca habló sobre revelarse mutuamente su identidad, sim embargo, tampoco lo prohibió. ¿Debería mantenerlo en secreto? No parecía ser la opción más alejada de la realidad. No se sentía cómoda revelándole su identidad al trepamuros, a sabiendas que guardaría el secreto.
―¡Ava, Michelle! ―saludó Ned sentándose junto a la última mencionada, con un sandwich y jugo en su bandeja. Peter optó por sentarse junto a Ava, muy a su pesar, pues seguía confundido con lo sucedido hace unos días en casa ella. Se sonrojó de nuevo. Maldición.
Ava miró pensativa hacia otro lado. Quizá esquivando la mirada de Peter. Sus ojos cayeron en Hermes Grigori, quien buscaba entre las frutas de la cafetería una rica manzana. Sus pies se movieron y se levantó como un resorte de su asiento, encaminándose hacia él.
―¡Profesor Grigori! ―gritó ella, alcanzando al aludido. Hermes Grigori se giró a saludarle, aunque no parecía especialmente interesado en entablar conversación.
―Ava, ¿qué tal? ¿Cómo va tu investigación? ―preguntó él, claramente distraído, con la cabeza en otro lado. Ava de repente se sintió avergonzada por siquiera pensar que él estaría disponible siempre que ella quisiera. Se sintió tonta de repente.
―Bien, creo ―dudó ella, pensativa―, quería preguntarle una cosa ―maniobró en su cabeza para preguntar lo que quería sin sonar demasiado explícita―, ¿sabe alguna información en especial sobre las furias? Es que... tengo una laguna bastante grande ahí ―dijo apenada.
El profesor Hermes negó con la cabeza, claramente distraído de lo que sea que haya dicho Ava.
―Lo siento Ava, no sé nada más sobre ellas. En los libros no hablan en específico de ellas, lo siento ―murmuró, muy a su pesar. Giró con rapidez sobre sus talones y se encaminó a la salida―, pero no te rindas, ¡seguro hay algo de información en la biblioteca!
Uy, no más bibliotecas por favor, rogó ella en su cabeza. Volvió a su mesa con sus amigos, derrotada.
Desde hacía un par de días, luego de que ella y Spider-Man hayan detenido a por lo menos cinco furias, estaba convencida que debería haber alguna forma de eliminarlas por completo. Lo sentía. Siempre que atacaba una furia y acababan con ella, a Ava le llegaba la ligera sensación de que debería hacer algo más que simplemente dejarlas ir. No obstante, nunca había encontrado la manera de sacar el tema a colación con Spider-Man. Y quizá... simplemente fuese su imaginación.
Un presentimiento afloró en su pecho, un cosquilleo implacable. No lo sabía con exactitud, ni siquiera parecía que fuese cierto, pero algo en aquella sensación le hizo pensar que alguien o algunos se encontraban en peligro. No sabría interpretarlo.
Peter Parker, a su lado, alzó la mirada de repente, mirando a todas partes, como si de repente fuese un conejillo asustado. Con indecisión tomó su móvil y se puso de pie, sin más.
―Iré a hacer una llamada ―dijo, alejándose de ellos. Solamente Ned sabría adónde iba, y se llevó una mano al rostro, preocupado por su mejor amigo. A saber en qué situación se metería ese día.
El móvil de Ava sonó en su bolsillo, alertando una notificación. Al leerla, a Ava se le detuvo el corazón por una fracción de segundo. Pudo sentirlo, entonces, no era mi imaginación. Ava se recordó que debería confiar más en sí misma.
"Sujeto desconocido, asalta el puente Williamsburg. Cerca de tres mil personas se encuentran detenidas en el puente colgante en contra de su voluntad".
Ava miró a Michelle, horrorizada. Su amiga le entendió con aquella simple expresión. Debo irme, cúbreme. Asintió imperceptiblemente con la cabeza. Una invitación a Ava para comenzar a actuar.
Fingió un dolor de estómago y salió corriendo del lugar, convencida que debería llegar pronto... si no quería que fuese demasiado tarde.
Llegó a su casillero y tomó su mochila, derrapó por los pasillos hasta llegar a la salida, se cambió al traje del Tigre Blanco y corrió por los edificios hacia el puente con rapidez... corrió quizá, como nunca antes lo había hecho.
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