Después de unos minutos de viaje, por fin llegamos a su increíble casa, la cual no había pisado desde aquella inolvidable noche que pasamos juntos.
—Linda cadena— Comentó de repente sin mirarme mientras giraba las llaves del auto, apagando su motor.
Un escalofrío bailó sobre mi columna vertebral, intensificándose en mi espalda baja. No iba a mentirle, no quería hacerlo, pero... ¿Cómo se tomaría el hecho de saber que fue Zac quien me la regaló? Si bien son amigos y hasta incluso "hermanos", Matt todavía sentía celos por el pelinegro y aunque tuviera motivos para sentirlos, volvía algo incómoda la situación.
—¿No me dirás?— Consultó en un suave tono, devolviéndome a la realidad.
Observé sus iris y estos ya estaban intensamente anclados a los míos, acorralándome.
—Sí... Eh— Balbuceé y jugando con mis manos, tomé aire —Fue Zac— Revelé, frunciendo mis labios y mirándolo.
Para mi sorpresa, había una sonrisa sobre su boca y una particular calma destellando en sus verdosos faroles.
—Ya lo sabía— Admitió —Simplemente quería saber si confiabas en mí o no— Acariciando mi mejilla, relamió su sonrisa —Te queda hermosa, sonrisitas.
—¡Oye! No me hagas eso— Sonreí con el gesto arrugado y ofendida, le di un golpe sin potencia en el brazo —Apropósito ¿Cómo es que lo sabías?— Levanté una de mis cejas, intrigada.
—Fui con él a comprarla. Aparte de ayudarlo a escogerla y elegir su grabado, también...— Se detuvo y apretando sus labios, descendió del coche.
Luego de verlo abandonar el negro vehículo, bajé con él y tras esperar a que estuviera a mi lado, lo tomé del brazo para detenerlo.
—Y económicamente ¿Cierto?
Sabía que, si lo miraba a los ojos, Matt jamás podría mentirme, no era bueno con eso, no conmigo; por lo cual, eso hice. Inspeccioné sus iris, obligándolo a decirme la verdad.
—No le digas nada— Metió su mano derecha en el bolsillo delantero de sus jeans en tanto su brazo izquierdo pasaba por encima de mis hombros —Prometió pagármelo, pero obviamente no se lo cobraré.
Sonreí al escucharlo y no solo porque me fue sincero, sino porque realmente las cosas con Zac se habían arreglado, por fin mis conflictivas y poco pensadas acciones dieron frutos. Parándome sobra las puntas de mis pies, me abalancé hacia él y pegué lentamente mis labios a los suyos.
—Gracias— Susurré sobre su boca, consiguiendo una sonrisa de su parte debajo de la mía.
Volvió a besarme con ternura, con amor. Estos besos eran los que más me gustaban, porque estaban llenos de sentimientos.
—Vamos que hay cosas esperándote— Recordó con la vista puesta sobre mis labios.
Una vez adentro, pasamos al living y automáticamente, se sacó la remera para tirarla sobre el respaldo de uno de sus grises sofás de tela. Una rutina que tenía, seguramente.
El volver a ver su espalda desnuda le dio rienda suelta a un arrasador cosquilleo en mi vientre, uno que no duró más de dos segundos. Mordiendo la esquina de mi labio inferior, lo contemplaba hipnotizada como si de un mismísimo dios que se movía con total libertad en aquella sala se tratara.
—En mi cuar... — Rompió el silencio observándome por encima de su hombro.
Mis pupilas reaccionaron antes que yo y se estancaron en su boca. Al notar su ceño fruncido y una orgullosa sonrisa sobre sus labios, volví en mí.
Ahora sí podía ver con claridad la bizarra escena que había creado. Bajé la mirada con velocidad y ocultando una sonrisa de vergüenza detrás de mis manos, me eché a reír presa de los nervios.
Para peor, percibía como Matt se acercaba, aumentándome las pulsaciones e intensificando lo colorado en toda mi cara.
—Per-perdón— Tartamudeé entre risas que no podía controlar.
Riendo conmigo, tomó mi rostro entre sus manos y limpió las lágrimas de diversión que sobresalían de mis ojos. Respirando profundamente, fruncí mis labios intentando acabar con el ataque de nervios y risas que me había dado.
Odiaba cuando me pasaba esto ¿Por qué no podía simplemente sonrojarme como cualquier persona normal cuando está nerviosa? No, yo tenía que empezar a reírme como una de las hienas de "El rey león".
—No tienes por qué pedirme perdón. Me encanta saber lo que te puedo provocar, sonrisitas— Guiñándome uno de sus orbes, sonrió todavía más y besándome, acabó con las carcajadas.
Matando mis nervios y embriagándome con su sabor, dejé caer mis parpados para que mi boca siguiera la suya. Subí mis manos hasta su nuca, entrelazando mis dedos con su castaño pelo, pegándonos más y más al otro. Su lengua se abrió paso dentro de mi boca, buscando pacientemente la mía y disfrutando de la búsqueda. Sus dedos dejaron de acariciar mi rostro y descendieron por mis costados hasta que se metieron por debajo de mi camiseta; aferrándose a mi cintura y ocasionándome un escalofrío.
Imitándolo a él, comencé acariciar la perfecta piel de su espalda, consiguiendo encenderlo. Víctima del calor que nos envolvía, una de sus manos apretó y acarició mi culo con deseo de más, arrebatándome un gemido que hizo palpitar parte de su anatomía. Mis uñas pronto grabaron diversas líneas rosadas sobre la musculatura de su espalda, provocándolo.
Soltando mis glúteos y mordiendo mi labio inferior, se alejó en busca de aire y autocontrol, el cual yo a esta altura ya no tenía.
—El recuentro será mejor de lo que creí— Jadeó a centímetros de mi boca mientras apoyaba su frente sobra la mía.
—Eso creo— Resoplé divertida.
—Antes de que abuses de mí, iba a decirte que en mi cuarto están tus regalos— Bromeó alejándose y despeinándose su castaño cabello con los dedos —¿Por qué no subes para verlos?
—¡Eh! Yo iba a abusar de ti— Sonriendo le di un golpe con la mano abierta en uno de sus marcados pectorales.
—Si que ibas hacerlo— Me acusó arqueando una ceja y sonriendo todavía más —Hasta me mirabas con perversión— Su fracasado papel de víctima me hizo reír, pero también sonrojar —Amo cuando te pongo nerviosa— Besando suavemente mi nariz, se dirigió a la cocina y aferrándose al marco de la puerta, se inclinó hacia atrás para mírame —Ve, yo haré unos... ¿Qué quieres?
—¿Tienes cerveza?— Arqueé una ceja, remojando mis labios.
—Siempre— Sonrió una vez más y se adentró al cuarto, en mi opinión, más importante en una casa —Busco algo para comer y subo— Gritó con eco por las paredes que lo rodeaban —Adelántate.
Tras subir las escaleras, intenté recordar cual de todos los cuartos era el de Matt, sin embargo, no tardé al ver el cartel de "No entrar" en una de las puertas. Riendo ante el recuerdo, entré. Sobre la cama, en la que con su dueño nos habíamos amado, unas cuantas bolsas descansaban. Medité internamente si esperarlo o no, pero la curiosidad me ganó y mordiendo las uñas de mi mano, me acerqué a los obsequios.
El dormitorio del mariscal se encontraba igual que aquella noche, el exquisito aroma que podía degustarse al estar cerca de Matt, estaba impregnado en cada rincón de la pieza. Es inexplicable la tranquilidad que me invadió en cuanto mi nariz reconoció su perfume.
Junto a los regalos, dos globos rojos flotaban y un gran ramo de rosas, del mismo color, me daba la bienvenida. Mordiendo mi labio inferior y resoplando ante la sorpresa, tomé las flores para aspirar su natural fragancia.
Emocionada, comencé abrir las bolsas. En una, había un hermoso vestido de color crema, hasta por encima de las rodillas, ajustado en la parte superior y holgado bajo el busto.
Dentro de otra, encontré unos zapatos que hacían juego y en la tercera, me esperaba una preciosa campera negra de cuero, un tanto ceñida y frisada por dentro; no pude evitar llevar el frisado hasta mi rostro y acariciarme con él, siempre que veía este abrigo, ya sea en una chica o en un local, deseaba tener uno, me fascinaba.
—¿Te gustó la campera?— Resonó divertida la voz de mi chico.
Afirmé moviendo la cabeza y seguí sus pasos con la mirada. Dejó una bandeja sobre la mesita de luz detrás de mí y sonriendo, complacido con mi respuesta, guardó sus manos en los bolsillos de su pantalón.
—Me encanta, Matt. Me encanta todo— Deposité la chaqueta sobre la cama con cuidado y caminé hasta él —Muchas gracias, pero no era necesario.
Apoyando mis palmas en su pecho desnudo, gocé del calor que su piel emanaba y estirándome, le planté un beso sobre sus labios.
—Te falta uno— Comentó bajo mi boca.
En cuanto me separé, hizo un ademán con la cabeza, señalando la única bolsa que permanecía cerrada.
Dándole misterio al último regalo, metí la mano e intenté adivinar a ciegas, simplemente usando mi tacto, de que se trataba. El mariscal me sonreía mientras le daba uno que otro trago a su bebida.
—¿Otros zapatos?— Pregunté al sentir una caja.
Con un movimiento de cabeza negó y tras relamer lo amargo del alcohol en sus labios, volvió a sonreír
—No. Estoy seguro de que te gustará mucho más que cualquier otra cosa.
Frunciendo el ceño, tomé el paquete forrado con papel azul y desgarrándolo, me encontré con uno de mis mayores deseos echo realidad.
—Oh por Dios— Llevé una mano a mi boca tapándola y rápidamente la bajé para revelar la más sincera sonrisa que brillo alguna vez en mi rostro —Matt... Esto es demasiado costoso— Comenté sin sacarle los ojos de encima a la nueva máquina entre mis manos.
—¿Te gustó la cámara?— Consultó abrazándome por la espalda.
—Sin duda... ¿Cómo...?
Giré un poco la cabeza para verlo y enseguida sentí a sus labios humedecer mi mejilla.
—Bueno, no sé si tú recuerdas la noche que pasamos juntos, pero yo sí. Todavía tengo la foto que nos saqué en la piscina y no olvido las ganas que tenías por ser tú quien inmortalizara aquel único momento y estoy seguro que muchos más. Igualmente, para estar cerciorarme hablé con tu hermano y me confirmo que siempre has querido una, porque, según me dijo, una de las cosas que amas es atrapar momentos que para ti son inolvidables. Como aquella vez en tu casa cuando estábamos todos juntos ¿Creías que no te prestaba atención?— Bromeó sonriéndome. Con ayuda de su pulgar, secó la salina gota que se resbalaba por mi mejilla —No tienes por qué llorar, sonrisitas.
—Es que yo no estoy acostumbrada a regalos así, musculitos... y de repente, un día llegas tú dándome todo aquello que siempre añoré y nunca pude poseer— Otra lágrima nació para morir bajo su dedo.
—Y exactamente por eso es que no me importaría gastarme una fortuna en cosas para ti. Eres increíble, solo... mírate— Sonriendo acomodó un mechón de pelo detrás de mi oreja —Tu reacción lo vale todo. Tus ojos resplandecientes por la emoción me matan. Me gastaría la vida si con eso te veo feliz, sonrisitas.
Con el llanto apoderándose de mí, mordí mi hinchado labio inferior y sonriendo, lo abracé. No dudó en corresponderme el gesto y mientras lo escuchaba reír, mis lagrimales seguían derramando una gota tras otra.
—Te amo— Murmuré sobre su cuello. El pensar que yo no podía darle cosas así, me partía el alma. Con la mirada inundada, me alejé de su calor con la cabeza agachada —Matt, yo no podré darte cosas así.
Uno de sus brazos seguía enrollado a mi cintura en tanto usaba su otra mano para sostener mi barbilla y levantarla, obligándome a mirarlo a la cara.
—¿Y? Tú puedes darme cosas mucho mejores— Sonrió espantando a mis fantasmas.
—¿Cuáles? no tengo dinero.
—Tus besos, tus abrazos, tu mirada de pervertida— Mordí mi sonrisa salpicada de lágrimas —Tu sonrisa, la única que tuvo el poder de enamorarme.
—Te amo— Resoplé divertida poniendo los ojos en blanco.
Lentamente se arrimó a mí y atrapó mi boca con la suya, con dulzura, con suavidad, con amor.
Separándose, me besó fugazmente una ves más y luego de extenderme una de las cervezas que había traído, se llevó una porción de pizza a la boca.
—Perdón que haya traído pizza, pero no tuve tiempo de cocinarte— Se disculpó con la boca llena, haciéndome reír.
—Descuida— Sonriendo, tomé un poco del amarillento alcohol y también tomé un triangular trozo de masa.
En cuanto terminó su porción, sostuvo otra con sus dientes mientras se desabrochaba el cinturón.
Al verlo, el queso se rehusó a pasar por mi garganta, ahogándome. Con las retinas totalmente enrojecidas y llenas de agua, comencé a toser y sin pensarlo, le di un buen trago a mi bebida, intentando que deslizara el lácteo atorado.
—¡¿Qué se supone que haces?!— Con un ojo cerrado y esforzándome por volver a respirar, observé su estriptis.
—Ahorrar tiempo. Nos bañaremos juntos.
Elevando ambas cejas, sujetó los costados de su pantalón y sonriendo, se inclinó hacia delante deshaciéndose completamente de ellos.
—¿Bañarnos? ¿Para qué?— Inquirí confundida y dejé el tronco de la pizza sobre el plato. Al entender lo raro que se habían escuchado mis palabras y notar que ahogaba una risa, me retracté —Me bañé, te lo juro— Y la carcajada atorada en su garganta salió a la luz.
—Te creo, pero saldremos y aparte quiero bañarme contigo ¿Tienes problema con eso?
Negué mordiendo mi sonrisa mientras lo veía acercárseme. Besándome, me despojó de mi buzo y camiseta de un solo tirón. Ayudándolo, me saqué las zapatillas y sin apartar mi boca de la suya, enredé mis dedos en su pelo. Sonriendo bajo nuestro contacto, trazó un sendero de besos con sus labios hasta deshacerse de mi corpiño y sin detener su camino, continuó descendiendo hasta mi pantalón el cual desabrochó y sin pestañar, lo bajó.
Tras sacármelo, volvió a repartir fugaces besos sobre mi piel y a medida que acariciaba el contorno de mi figura, subió. Al llegar a mi cuello y estar nuevamente de pie, respiró sobre mi hombro, erizándome la piel con el roce de sus labios.
—Eres hermosa— Murmuró mirándome de arriba abajo —Te extrañé tanto, sonrisitas— Acariciando mis mejillas, disfrutó del momento.
Perdiéndome en su penetrante mirada, también tomé su rostro entre mis manos y tras relamerme los labios, los pegué a los suyos. Terminamos de desvestirnos sin separar nuestras bocas y aferrando sus manos a mis caderas, me alzó para llevarme a la ducha.
Mientras el beso continuaba, abrió el grifo y pronto una lluvia artificial comenzó a empaparnos. Riendo me separé de él y estirando mi cabeza hacia atrás, permití que el agua mojara cada parte de mi rostro. Aprovechando que estaba distraída, succionó la piel de mi cuello, haciéndome carcajear y retorcerme en sus brazos.
Besó una vez más mis labios y me bajó con cuidado. Automáticamente lo abracé. Mientras sentía nuestros cuerpos expuestos rozarse, nuestras pieles compartiendo su calor, su mano acariciando mi cabello y los relajantes latidos de su corazón, sabía que jamás encontraría tanta seguridad, diversión y amor en otro lugar que no fuera junto a él.
—Gracias por hacerme feliz, Matt— Susurré sobre su pecho, por el cual resbalaban un centenar de tibias gotas.
—Todavía falta lo mejor.
Elevando la vista, me deleité con su rostro mojado, su pelo aplastado por la potencia de la lluvia, su goteante nariz, sus pestañas sobrecargadas de agua y su sonrisa totalmente empapada, pero igual de hermosa que siempre.
Su sonrisa, eso era lo que más me gustaba de él.
—Tú eres lo mejor— Sonreí e imitándome, se acercó más a mí.
Acariciando su mejilla y parte de su cuello, me incliné para besarlo.