Entre tú & yo

By Isabelbooks

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Luego de sobrevivir a un secuestro y a la revelación de una cruda verdad, Luisa continuará con su ordinaria v... More

Prefacio
Capítulo 1: La colonia y el panda
Capítulo 2: ¿Hola?
Capítulo 3: Te esperaré
Capítulo 4: Los 22 años
Capítulo 5: El jardín rojo
Capítulo 6: El alcohol y Luisa no combinan
Capítulo 7: Frío, tibio, ¡caliente!
Capítulo 8: La llamada
Capítulo 10: Alfredo, el atún y los chismes
Capitulo 11: Cabello verde
Capítulo 12: Mi amiga la ansiedad
Capítulo 13: Omisión
Capítulo 14: Quédate por favor
Capitulo 15: Bienvenidos a ASIS
Capitulo 16: Ante la tempestad la compra
Capítulo 17: Septiembre
Capítulo 18: Terrible octubre
Capítulo 19: Problemas en noviembre
Capítulo 20: Una voz en el teléfono
Capítulo 21: 10:45pm
Capítulo 22: Dolor fantasma
Capítulo 23: Exorcismo
Capítulo 24: ¡Concéntrate!
Capítulo 25: El tiempo es despiadado
Capítulo 26: Mi problema y yo
Capítulo 27: Emocionalmente perdida
Capítulo 28: El intruso
Capítulo 29: Cuanto antes lo asumas mejor
Capítulo 30: Hombros cálidos
Capítulo 31: Mente ocupada
Capítulo 32: Inesperado
Capítulo 33: Camberra
Capítulo 34: ¡Chalados impulsos!
Capítulo 35: Las decisiones de la noche
Capítulo 36: Nos vemos
Capítulo 37: Sesenta días
Capítulo 38: La colonia y Max
Capítulo 39: Adaptación
Capítulo 40: No
Capítulo 41: Mi primero, mi último y mi todo
Capítulo 42: Luna de algodón de azúcar
Capítulo 43: Dos años
Epílogo
Agradecimientos

Capítulo 9: La culpa del mártir

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By Isabelbooks

Dos días después

- ¿Y ahora qué me pongo?

Suelto un suspiro al ver el desorden de prendas que hay sobre mi cama. Tomo el vestido negro que usé en mi fiesta y lo estiro frente a mí. Con unos tacos y con mi cabello recogido, el vestido se verá perfecto. Pero... no, ya Max me ha visto con ese vestido; necesito otro para nuestra cita.

¿A dónde iremos? ¿Y si el restaurante a donde vamos tiene código para vestir?

Le había hecho la misma pregunta a Max, pero el muy testarudo se había negado a decirme cualquier detalle sobre el lugar a donde iríamos a cenar. Quise ser yo la encargada de elegir el lugar, pero no; mi novio insistió, no me sorprendería que me llevara a un restaurante fit.

Oh no, por favor no quiero vegetales insípidos hoy.

Escarbo en la montaña de ropa y encuentro otro vestido color ciruela que compré hace años, pero jamás usé porque lo veía demasiado formal. Lo miré y analicé, al final fue el elegido. Era el indicado para nuestra doble celebración de esta noche: La cita que me prometió y por haber conseguido el empleo.

¡Sí! Hoy por la mañana estuve nerviosa hasta que Paulina Terranova me dijo las mágicas palabras: "Bienvenida a la compañía". Aún no podía creer que ya tuviera un nuevo trabajo, había pensado que me tomaría meses encontrar uno.

¡A celebrar!

Tenía cerca de dos horas para arreglarme antes de que Max pasara por mí. Hubiera terminado de alistarme en hora y media de no ser porque no podía caminar o incluso correr debido al ardor de mis piernas. Mis pobre músculos todavía estaban adoloridos por el ejercicio en el parque.

Cuando faltaban cinco minutos para las ocho, Max toca mi puerta.

- ¡Un momento!

¡¿Ya está aquí?! Oh Dios, oh Dios...

Rápidamente me coloco labial y me calzo los tacones, brincando hacia la sala. Antes de abrir, me acomodo el vestido, el cual parece haberse encogido. Juro que cuando lo compré éste me llegaba un poco más cerca de la rodilla.

- ¡Hola! Perdón que me demorara en a... ¡Vaya! – Silbo mirándolo de arriba abajo. - ¡Qué delici...! Quiero decir ¡Qué guapo estás!

¡Está usando traje! Y uno de su color favorito: Negro, por supuesto. Su camiseta blanca sobresale, además que deja a la vista un poco de piel puesto que los dos primeros botones están desabrochados. Ah y no lleva corbata, pero aquello se ve bien.

- Gracias. – Contesta, claramente se le nota lo incómodo que está por mis cumplidos. Pobrecito. – Mírate... – Continúa, dirigiendo su mirada hacia aquella parte de mi cuerpo que el vestido no cubre. - Estás preciosa Luisa, llamarás la atención de todos.

Notar cómo su expresión cambia al ver mi vestido, me da el valor suficiente para sacar mi lado juguetón.

- ¿Llamo tu atención?

Inclino un poco la cabeza y le sonrío. Hacer esos movimientos hace que una se vea más atractiva, o al menos eso decía en aquella revista de mujeres que leí en el supermercado.

Max sonríe, encantado con mi jueguito.

- Como siempre. – Contesta – Como siempre haces desde que te conocí.

Una risita tonta logra escapar de mi boca.

- Me alegro, eres al único a quien quiero impresionar.

Tomo su mano y lo hago entrar. Cierro la puerta con demasiada fuerza, pero no me importa ser escandalosa porque estoy enfocada en besarlo. Permanecemos de pie, a un lado de mi puerta roja, besándonos con nuestras manos yendo y viniendo de todas partes. Al inhalar para respirar, noto el aroma de su perfume concentrado en su cuello. Eso hace que pierda la razón. ¡Los perfumes para hombres son embriagadores!

Lo tomo de las solapas de su traje y lo atraigo más a mí. Le escucho reír, pero luego su risa cambia y pasa a ser un bajo gemido.

- ¿Sabes qué? Ya no quiero salir – Digo mientras acaricio su cuello – Tendremos nuestra cita otro día.

- En otras circunstancias te diría que sí – Murmura, apretando mi cadera con sus manos. – Pero créeme, no querrás rechazar el restaurante a dónde te voy a llevar.

¿Ah sí?

- ¿Y por qué?

Me da un beso corto y sonriente responde:

- Es un restaurante buffet, con más de 120 platos distintos, con gran variedad de postres y bebidas, pero esa no es la mejor parte.

Oh Santa caracola ¡Ya sé a qué se refiere!

- Se puede repetir los platos las veces que tú quieras.

¡Lo sabía!

Suelto un gritillo de alegría seguido de mi risa. Y me río por el hecho de que Max me complazca con comida sabrosa e ilimitada. ¿Es que acaso me he vuelto una tragona?

Mejor no me respondo.

- ¡Entonces vamos! – Grito aún emocionada.

Abro la puerta, arrastrado a Max junto a mí.

Mi jueguito de seducción ha quedado olvidado, ahora en lo único que pienso es en si empezaré la cena directamente con el postre o iniciaré con un plato de sushi...

***

No debí comer tanto.

- Esta noche sí que me sorprendiste Luisa.

Su rostro asombrado me saca una carcajada.

- Me gusta comer. – Respondo, alzando inocentemente mis hombros – Muchas gracias por la cena.

- De nada.

Son cerca de las diez de la noche y mi adormilado cuerpo lo sabe. La oscuridad del carro y mi estómago complacido son la dupla perfecta para el sueño. Pero no quiero dormirme aun así que opto por distraerme hablando con Max.

- ¿En dónde estuviste?

- ¿Perdona?

- En tu última misión. – Aclaro - ¿De dónde venías?

- Estaba en Canadá. Recolectando información.

Oh.

- ¿Mucho bang bang?

Max ríe ante el gesto de pistola que hago con la mano.

- Las armas no siempre son necesarias. – Me mira divertido – Sabes, a veces utilizo sólo mi cerebro.

- Oh.

Como es lunes, las calles están vacías. No veo a jóvenes divirtiéndose ni a familias paseando de la mano. Todo está tranquilo y silencioso.

Y sin tráfico, llegamos rápidamente a mi departamento. Max se deshace de su saco y se deja caer en mi sillón. Repito su acción y también aterrizo en el mueble, a su lado. Me abraza y sus labios no tardan en buscar los míos.

¡Sí! ¡Besos!

Creo que jamás me negaría a un beso suyo. Me cautiva sentir el amor que se trasmite en tal simple acto que, parece inocente, pero despierta varios sentimientos y pensamiento...

- ¿Por qué sonríes? – Pregunta.

Al abrir mis ojos me encuentro con su cara sonriente

- Porque estás aquí. – Murmuro. – No parece real, creo que ya mismo despertaré y me daré cuenta de que todo ha sido un buen sueño.

- Si es así, que nadie nos despierte.

Se acerca de nuevo y nos fundimos en otro tierno beso. Coloqué mis manos en su pecho y, ellas solas, comenzaron a desabotonar la camiseta. Al parecer las manos de Max también se declararon independientes porque recorrieron mis muslos desnudos. Ya mi mente iba perdiendo el control cuando sonó el timbre de mi celular.

Al comienzo lo ignoramos, pero el sonido se volvió molestoso por lo que Max se separó y, con una mano, sacó mi celular del bolso para acercármelo. Ambos reímos, algo frustrados, cuando la llamada cesó sin que yo contestara.

¡Ash!

- ¿Qué es esa foto? – Pregunta.

Señala mi celular. En la pantalla de bloqueo aparecemos Kitana y yo vestidas con las togas y birretes.

- Esta foto es de la graduación. - Le enseño el celular - Toma, sigue para adelante para seguir viéndolas.

- Estabas muy bonita.

- Es por la magia de Kitana.

Me levanto del sofá y me dirijo a la cocina para tomar agua. Al regresar noto que Max se ha quedado mirando una foto en particular. Lo que más me llama la atención es su ceño fruncido y su mirada atenta.

¿Qué estará viendo? ¿Qué le llama tanto la atención?

Oh no... ¿Será que está viendo las fotos graciosas que me he tomado con Kitana? ¡Él no puede ver eso por Dios! No debe conocer esa faceta mía.

- ¿Qué estás viendo? - Pregunto con algo de recelo.

Me inclino sobre su hombro y veo una foto mía con Jason en mi día de graduación. Él sonríe usando mi birrete mientras yo saco la lengua y le halo el pelo.

- Ah, esa foto... - Digo aliviada.

- ¿Quién es él?

- Él es... - Me callo al ver su rostro taciturno - ... Jason. Mi amigo de la cafetería, ya lo conocías.

- Ah.

Regreso a mi sitio en el sofá. Ahora ambos estamos viendo las fotos, yo explico ciertas cosas mientras Max pasa las fotos.

- Ellas son Diana y Gabriela. – Señalo la pantalla – Y estos son los padres de Kitana.

- ¿Y qué hiciste luego de la ceremonia?

- Fui a comer una pizzaburguer. ¡Que por cierto debemos ir! Tienes que probarla.

Continuamos con las fotos. Sonrío al recordar ese día, cuando Diana llegó gritando emocionada y Gabriela mirándola divertida. Max sonríe al ver las fotos que tengo con Kitana, sí, las fotos que temía que viera.

- Esas fotos... pásalas, no las...

- Las quiero ver. – Contesta riendo. – Ustedes dos son como un par de niñas jugando con una cámara.

- ¡Ya! No te rías.

Me tapo la cara con un cojín. Soy fiel creyente que la vergüenza se tolera mejor si no observas a los demás.

Soy un cobarde avestruz.

Cuando deja de reír, bajo el cojín. Las fotos vergonzosas han pasado, ahora está viendo las fotos en el restaurante.

- ¿Esta es la pizzaburguer de la que tanto hablas?

Hum... pizzaburguer. Aun en foto se la ve deliciosa, incluso podría asegurar que la puedo oler.

- Sí. Le tomé una foto antes de comérmela, ya sabes, es mi foodporn. – Ríe y me uno a él. – Se ve deliciosa ¿Verdad?

- No. – Contesta.

¿Acaso es esa una cara de asco agente?

- No sabes de lo que te pierdes.

En la siguiente foto aparecemos Jason y yo alzando los platos vacíos como si éstos fueran trofeos. ¡Me encanta esa foto!

- ¿Fuiste a comer con el tal Jason?

La pregunta no es lo que llama mi atención, es su tono de voz.

- Sí... - Susurro confundida. – Jason me invitó a comer luego de la ceremonia de graduación.

Levanta las cejas en un gesto casi imperceptible. Concentra de nuevo sus ojos en las fotos, su antigua expresión comenzaba a regresar, pero se frena cuando ve las demás fotos donde también sale Jason.

- Fue... divertido. – Hablo sólo para romper el incómodo silencio.

Pero Max no me contesta.

- ¿Por qué tienes esa cara? – Finalmente pregunto - ¿Qué sucede?

Las fotos se acaban y me devuelve el celular. Observo su rostro y luce neutral, como siempre.

- Nada. – Contesta. Luego sonríe, confundiéndome todavía más. - ¿Puedo quedarme a dormir?

- Sí, por supuesto. – Murmuro. Luego de unos segundo más de silencio, hablo: – Jason es mi amigo.

No sé por qué, pero sentí la necesidad de aclararlo.

- Lo sé.

- ¿No te agrada Jason?

- ¿Por qué no me agradaría?

Odio cuando me contesta una pregunta usando otra pregunta.

- Pues por la cara que has puesto... - De repente, un pensamiento aparece y me hace sonreír. - ¿Está celoso agente?

Creo que la sonrisa que tiene Max es debido a mi cara. Y es que la idea de un Max celoso me parece divertida.

- ¿Celoso de tu amigo Jason? – Se pregunta a sí mismo. – Pues sí.

¡Ah!

- ¿Qué? – Esta vez no resisto. Me río. – Por favor Max...

- Pero no es por las razones que seguro estás pensando. – Se apresura en aclarar.

- Entonces explícame. – Logro decir a pesar de mis risas.

¿Celos de Jason? Creo que una mejor pregunta sería: ¿Max sintiendo celos? ¡Por favor! Es... ¡Es absurdo!

- Envidio el hecho de que tu amigo pueda acompañarte en momentos así. – Al hablar, su rostro deja atrás todo rastro de burla. – Me hubiera encantado ser yo quien te llevara a celebrar.

Ah... eso...

- Max eso... ya pasó, no podías venir y lo entiendo. Ahora estás aquí, eso es lo que importa.

- Sí, pero...

- Ni pero ni pera. – Le corto. Ya sé por dónde va esta conversación. – No puedes comparar tu vida con la de Jason ni con la de ninguno de mis otros amigos porque hay una enorme diferencia.

Me mira y noto que mis palabras no terminan de convencerlo. Continúa con esa expresión de culpa que, lastimosamente, ya conozco.

- Bueno... sí, puede que no estés la mayor parte del tiempo y que... por eso te pierdas de ciertas cosas, pero estarás en otros momentos. Y serán nuestros momentos, sólo tuyo y mío; y por ese motivo serán más especiales.

Espero haberlo dicho todo y especialmente que me haya entendido.

No quiero que la culpa de Max regrese, habíamos trabajado mucho para que se liberara de ella como para que ésta volviera a torturarlo sólo por ver unas simples fotos.

- ¿Estamos de acuerdo? – Inclino mi cabeza, esperando su respuesta. - ¿Max?

Toma una profunda inhalación y la suelta bruscamente, yo espero que en esa exhalación la culpa que haya sentido se fuera también.

- De acuerdo. – Contesta.

Su intento de sonrisa no es suficiente para calmarme. Quiero que lo deje pasar, que olvide estos últimos minutos, no obstante; no soy buena para reconfortar, por lo que utilizo el plan B: la distracción.

Le doy un rápido beso y, pegada a su cara, murmuro:

- ¿Quieres ver cómo creo un momento especial entre los dos?

Mi pregunta lo intriga lo suficiente para que su cara apenada se vaya.

- ¿Cómo?

Le tomo la mano y caminamos a mi habitación. Una vez dentro, me coloco frente a él y lo abrazo al mismo tiempo que beso sus labios.

Me alejo un poco y continúo con el trabajo que mis manos dejaron al comienzo de esta noche, desabrocho los botones de su camisa blanca. Max me observa lo cual me pone nerviosa.

- Este es uno de nuestros momentos. – Murmuro.

Max estira los brazos para facilitarme la tarea de quitarle la camisa, ésta cae al suelo de manera silenciosa.

- Uno de mis favoritos. – Susurra con esa sonrisa que me descoloca.

- El mío también.

Me acerca a él para otro beso. Recorro los músculos de sus brazos, sintiendo la aspereza de sus manos acariciar mi espalda. Continuamos con los besos, separándonos solo por unos segundos para respirar y retomar los labios del otro.

- Date vuelta. – Susurra en mi oído.

Obedezco. Lo siguiente que aparece en escena es el sonido de la cremallera del vestido y posteriormente, éste cae para acompañar a la camisa.

La sensación de estar expuesta y casi desnuda aparece, pero no dura mucho. La mano de Max se posa en mi vientre, halándome hacia su pecho. Comienza a besar mi cuello, haciéndome contorsionar por las deliciosas caricias.

- Eres buena creando momentos.

Abro ligeramente mis ojos, apenas escuché lo que dijo. Me giro entre sus brazos y le beso. Un beso largo y para nada inocente.

- Nuestros momentos siempre son excitantes. – Lo beso de nuevo, esta vez sacándole un gemido. – Y quemaremos calorías, lo que te gusta.

Lo veo reír, sin embargo, yo no encuentro mi centro de la risa; mi cerebro está tan alcoholizado de hormonas locas como para ponerse a reír.

Un nuevo sonido aparece y es el de su cinturón al ser desabrochado. ¿Cómo un simple sonido puede provocar estas sensaciones en mi cuerpo?

Durante el resto de la noche Max no volvió a hablar de celos, así como tampoco regresó el fantasma de la culpa. Permanecimos abrazados, charlando, dándonos pequeños besos y riendo por algunos minutos hasta que Max fue el primero en dormirse. Me acurruqué junto a su cuerpo , cubiertos solo por mi vieja sábana.

Sabía que este "remedio" era temporal, estaba segura de que esta conversación ocurriría otra vez lo cual era normal de esperar. Pero también estaba segura de que sería lo suficientemente capaz para manejarlo, no dejaría que Max se sintiera desdichado y culpable. Nunca más.

Como dicen por ahí, no hay mejor remedio para los problemas que comerse un dulce. Y un algodón de azúcar al año no hace daño.

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