bad boy girls 2

By macu_26

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Segunda parte de bad boy girls More

a la mierda el sorbete de limon, la palabra mágica es "helado"
Mi existencia: una sucesión de los clichés más crueles de la vida
deja de ser tan mono y ponte algo
Alguien tiene que explicarle al Back Street Boy de pacotilla que eres mía
Contadme todo lo que sepáis sobre picardías y saltos de cama
PAM, estás en pelotas y ha llegado la hora
No es que cruzara líneas, es que me las saltaba a lo Usain Bolt
Mi lema es «Haz el amor, no la guerra»
El tío es más sucio que un sex shop
Oye, ¿en serio necesitas el bote extragrande de nata montada?
Yo lo que quería era impresionarte, no hacerte daño
No creo que vuelva a mirar unas esposas de peluche con los mismos ojos
Quería ir del tío de Crepúsculo, pero en la tienda no les quedaba purpurina en g
La cafeína es mi hábitat natural
Más o menos desde que me deshonraste
Aún es demasiado pronto para pensar en disfraces hinchables
La abu Stone ya debe de estar cantando las glorias de la maternidad temprana
Será como una versión de Disneylandia, pero para mayores de trece años
Los buenos amigos no permiten que sus amigos metan la pata y encima desnudos
Sus celos pueden ser tan incontrolables como el mismísimo Kanye West

no somos conejos

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By macu_26


A la mañana siguiente, me despierta el sonido de la ducha. Bueno, eso y el típico dolor de cabeza resacoso que no sabe qué hacer para que me percate de su presencia.
Con un gruñido, intento levantar la cabeza, pero descubro que ha triplicado su peso. Me dejo caer de nuevo sobre la almohada con un plof y me maldigo por lo de
anoche. Al mismo tiempo, le doy las gracias a Cole por haberme despertado en mitad de la noche para que me tomara dos aspirinas y una botella de agua entera. Si no
fuera por él, ahora mismo no tendría nada que envidiarle a la mismísima Emily Rose. Es evidente que no se me dan bien las resacas, como al resto de la raza humana,
aunque ayer por la noche eso no me impidió beberme mi peso en tequila. Vale, igual he exagerado un poco. En realidad, me alegro de no haber bebido tanto como
pretendía, ¡pero que alguien me alivie este dolor! Pateo el suelo mentalmente porque ahora mismo cualquier esfuerzo físico significaría un billete de ida al lavabo, donde
sin duda acabaría abrazada al váter.
—¿Cómo te encuentras?
Farfullo una respuesta más bien ininteligible y me abrazo con fuerza a la almohada. Huele a Cole. Me encanta cuando las cosas huelen a Cole. Creo que voy a tener
que conformarme con la almohada porque ahora mismo no creo que pueda soportar el sonido de su risa. Es un hombre cruel, muy, muy cruel.
—Tessie, venga, tienes que levantarte y comer algo. Te sentirás mejor —añade bajando la voz, y yo abro los ojos.
Bueno, en realidad no consigo abrirlos del todo; el gesto se parece más a cuando alguien te enfoca con una linterna en la cara y tú entornas los ojos para no quedarte
ciego.
—No quiero —protesto y vuelvo a hundir la cara en la almohada, que huele muy bien; la sola idea de comer me da náuseas.
—Pues tienes que hacerlo. Hoy tenemos planes, tienes que levantarte ya de la cama.
Refunfuño, pero a estas alturas ya estoy cabeceando otra vez y el sueño me espera con los brazos abiertos. Ah, el sueño, mi mejor amigo, el más fiel de todos. No me
extraña que nos llevemos tan bien; siempre está ahí cuando necesito que se lleve el dolor y acalle las consecuencias de mis muchos errores.
—No tengo que hacer nada. Estoy de vacaciones, ¿recuerdas? —le espeto y hago un esfuerzo para fulminarlo con la mirada antes de darle la espalda y quedarme
dormida otra vez.
Tengo tanta prisa por dejarme llevar en brazos de Morfeo que apenas me fijo en cierto detalle, y es que Cole sigue sin llevar camiseta. De pronto, se me ocurre que
podría promulgar una nueva ley por la que Cole tendría que ir siempre con el pecho al aire. Sonrío ante mi propia ocurrencia. La verdad es que sería una enmienda
maravillosa a la Constitución, ¿verdad?
—Vale, tú lo has querido.
Quizá debería darme más miedo lo que pueda pasar a continuación, pero no es una preocupación inmediata, así que ignoro la advertencia que estoy recibiendo desde
la zona del cerebro que el alcohol no ha conseguido destruir.
—Ya que prefieres seguir durmiendo —continúa—, es evidente que tendremos que cancelar los planes. No hace falta que me vista; de hecho, ¿es necesaria tanta ropa?
Solo tengo que quitarme la toalla que llevo alrededor de la cintura. Puede que al final nos lo pasemos hasta bien, ¿eh, Tessie? Espera un momento que me quito esto...
¿Que qué?
¿Que se va a desnudar?
¿Ahora?
—¡ESPERA! —exclamo, y me tapo los ojos con una mano mientras agito la otra en alto—. Ni se te ocurra quitarte la ropa, Stone, ya me levanto. Tú no te desnudes.
—Ah, ¿quieres desnudarme tú misma? Adelante, todo tuyo, pero ¿por qué no comes algo antes?
Me quiero morir. Se está aprovechando vilmente de mi timidez y yo se lo estoy permitiendo. ¿Se puede ser más penosa? ¿Por qué soy incapaz de tontear con él
como la profesional que nunca llegaré a ser en lo que al intercambio de indirectas se refiere? Quizá debería tomar clases; ¿hay alguna academia que se dedique a eso?
Cole se echa a reír y me sorprendo pensando que es el sonido más maravilloso que he oído en mi vida, incluso en las circunstancias actuales. Me quedo con las ganas
de oírlo un rato más y, de repente, soy yo la que se ríe.
—En realidad, vas en vaqueros, ¿verdad?
—Pues claro, bizcochito. —Me aparta la mano de los ojos y me da un beso en lo alto de la cabeza—. Solo quería ver tu reacción. Me alegra saber que un desnudo mío
basta para traumatizarte.
Me dirige una mirada lastimera y yo le doy un empujón, pero no consigo moverlo ni un milímetro. Estoy sentada en la cama y él, de pie a mi lado; me basta con una
rápida inspección para ver los vaqueros y vislumbrar la marca en forma de uve que asoma bajo los pantalones; pero rápidamente aparto la mirada. Será mejor que deje
de acosarlo con los ojos.
—No me encuentro muy bien —murmuro, con la mirada perdida en la almohada, que ahora descansa sobre mi regazo.
Cole me alborota el pelo.
—¿Por qué no te das una ducha y luego te preparo mi desayuno especial antirresacas?
Creo que me estoy poniendo verde por momentos porque se ríe y me levanta la barbilla hasta que me encuentro con sus preciosos ojos azules.
—Te gustará, te lo prometo.
Sonrío y apoyo la frente contra su pecho, aún desnudo.
—Lo sé.
Las duchas calientes son un regalo del cielo, que lo sepa todo el mundo. Cuando por fin aparezco en la cocina cuarenta minutos más tarde, vestida con ropa cómoda, en
estado de trance y siguiendo el olor del café, vuelvo a sentirme relativamente humana. Me sirvo una taza enorme y le añado cantidades generosas de azúcar y leche antes
de beberme un buen trago del líquido hirviente.
—Tranquila, tigresa, o acabarás quemándote la lengua.
Levanto la mirada hacia Cole, que está friendo huevos y me observa con una sonrisa en los labios.
—Demasiado tarde —replico antes de seguir bebiendo.
No me extraña que lo llamen el elixir de la vida. La cafeína no se parece a ninguna otra sustancia que puedas encontrar por ahí; además, solo hay una cosa en el mundo
más adictiva.
Y ahora mismo me está mirando como si quisiera grabar en su memoria hasta el último detalle de mi persona.
Me lo quedo mirando descaradamente: la camiseta gris, que le queda como un guante; los vaqueros, que se pegan a su cuerpo en los puntos exactos. Estoy haciendo lo
mismo que él; no importa el tiempo que hayamos estado separados: jamás podría olvidar el azul de sus ojos, que se vuelve más oscuro cuando se enfada o está eufórico;
o cómo se cabrea por las mañanas cuando es incapaz de dominar su pelo, que le da ese aire tan sexy a lo Andrew Garfield; o la intensidad con que me mira, como si
llevara toda la vida esperándome. Una mirada así es difícil de olvidar.
—¿Qué? —pregunto, a punto de quedarme sin aliento.
Él me dedica una de esas sonrisas capaces de provocar un infarto.—Me gusta estar otra vez así contigo.
Me invade una sensación cálida mezclada con una especie de felicidad que hacía tiempo que no sentía. Tiene razón, a mí también me gusta. Es como si volviéramos a
ser los de antes, pero más fuertes. ¿Qué importa que aún no tengamos todas las respuestas o que él necesite pasar página, por retorcido que suene, con la bruja de la
pelirroja? ¿Qué más da todo eso, ahora que volvemos a estar juntos?
—¿Interrumpo algo?
La cabeza de Beth asoma por la puerta de la habitación donde tendría que haber dormido Cole. Me imagino qué habrá pensado Beth de madrugada al descubrir que la
que compartimos ella y yo estaba ocupada. Gruño para mis adentro al imaginar la cantidad de comentarios graciosos que voy a tener que soportar y me giro para mirarla
fijamente.
—No somos conejos —protesto.
Pero toda la hostilidad que pueda sentir ahora hacia ella se evapora cuando reparo en que el pijama que lleva es una vieja camiseta de béisbol de mi hermano y unos
pantalones cortos con su número impreso. Ya tendré tiempo de meterme con ella más tarde, pero ahora mismo se me derrite el corazón. Jenny, la ex novia intrigante y
traicionera de Travis, nunca lo apoyó en nada. Disfrutaba de los privilegios que lleva consigo ser la novia de Travis O’Connell, pero nada más; en cuanto se cansó de él,
lo dejó. Saber que ahora mi hermano tiene a alguien como Beth a su lado, y viceversa, hace que recupere la fe en la humanidad.
—No me mires como si fuera la heroína de uno de tus libros —me dice mientras se frota los ojos.
Está resacosa, mucho más que yo, y se le nota. No estaría bien por mi parte aprovechar la situación para meterme con ella, ¡pero es que está tan adorable...!
—¡Ya, pero es que estás tan guapa con ese pijama! ¿Travis sabe que te lo pones para dormir?
Me mira y arquea una ceja, como preguntándome por qué no iba a saber Travis lo que se pone para dormir, y yo siento que me arden las orejas.
Por Dios.
¿Ha insinuado lo que creo que acaba de insinuar? ¡Qué desagradable!
Cole carraspea, visiblemente incómodo.
—Muy bien, señoritas, ahora que por fin hemos aclarado el tema, ¿les apetece desayunar?
Nos dedica una de sus sonrisas más arrebatadoras y luego nos ofrece dos platos. Beth y yo nos reconciliamos de camino al lavabo, mientras corremos para ver quién
llega antes.
Más tarde, cuando por fin soy capaz de aguantar la comida sin vomitar y Alex y Megan hacen acto de presencia en la cocina, aprovechamos que estamos todos y
planeamos el resto del día. Estamos más o menos de acuerdo en que es mejor descansar lo que queda de mañana y parte de la tarde para recuperarnos de los excesos del
día anterior. Sinceramente, estoy un poco decepcionada porque me encuentro bien y, puesto que no estoy en casa, me apetece aprovechar y salir. No es mi primera vez
en Nueva York, ni la de los demás, y, quien más quien menos, todos hemos hecho turismo, pero seguro que es más divertido volver a visitar los mismos sitios, pero con
tus amigos en lugar de los pijos de tus padres.
Me apoyo en la mesa de la cocina y observo a mis amigos mientras desayunan y luego se retiran a sus habitaciones, como si el sol que entra por la ventana
literalmente los abrasara. Beth ya está colgada del teléfono con Travis; me estremezo al pensar las cosas de las que deben hablar. Megan me mira con cara de pena, pero
ha estado enferma toda la noche y Alex ha estado cuidando de ella, así que dejo que se vaya. Ya tendremos tiempo de disfrutar del viaje; lo de hoy no es más que un
bache en el camino.
Cole me pasa un brazo por la cintura y me atrae hacia su pecho. Cualquier duda que tuviera a la hora de tocarme ha desaparecido. Lleva toda la mañana buscando
formas de arrimarse a mí, a cuál más sutil. Pasa a mi lado, se inclina y me susurra al oído; me está volviendo loca. Y por fin volvemos a estar completamente solos, sería
conveniente que apareciera alguien con una buena cuerda o no sé si seré capaz de mantener las manos quietas. Con el tiempo, he aprendido muchas cosas sobre mí
misma, pero reconocerme una ninfómana no entraba en mis planes. Ese es el efecto que Cole Stone puede tener sobre cualquiera.
—¿Qué te parece si tú y yo salimos a dar una vuelta?
Me espabilo al instante y giro la cabeza para mirarle, sonriendo de oreja a oreja.
—¿Qué tienes en mente?
—Bueno, de momento solo tomar un helado y luego quizá dar un paseo. Me apetece estar a solas contigo.
—Me encantaría, sobre todo lo del helado.
Se ríe mientras me hace girar para luego rodearme con sus brazos.
—¿Te parece una tontería si te digo que estoy celoso de dos viejales que se llaman Ben y Jerry?
Le sigo la corriente y me encojo de hombros.
—Si me preparas mi helado favorito, te subo a lo alto de la lista de gente a la que venero.
—Cuando acabe contigo —me dice con una sonrisa—, te aseguro que me venerarás pero por motivos bien diferentes.
Ya estamos otra vez con los dobles sentidos. ¿Lo hace a propósito o es que no se da cuenta de lo que acaba de insinuar? De pronto, sé que sabe en qué estoy
pensando, por la expresión de su cara y, bueno, digamos que porque mis mejillas se han transformado en dos tomates cherry.
—Ya verás —me susurra con voz grave— cuando experimentes el placer más decadente y pecaminoso conocido por el hombre. En cuanto lo pruebes, te volverás
adicta, Tessie.
El corazón me va a doscientos y mi cuerpo se incendia. Estoy tan nerviosa que no sé si seré capaz de controlarme. Su voz es como miel pura, suave y sedosa, pero
con un toque áspero que le da el punto justo. Madre mía, es irresistible.
—Ya me lo han dicho antes, pero tú serás la mejor jueza de todas, así que ¿te apetece, Tessie? ¿Quieres que..., que te haga...? —empieza, pero se detiene a media
frase.
—¿Que me hagas qué? —pregunto con voz de pito, a juego con el zumbido que me nubla la mente y los pensamientos que vuelan en todas direcciones o, mejor dicho,
en ninguna en particular.
Cole se pone recto y, con una expresión de seriedad absoluta que me saca de quicio, dice:
—¿Quieres que te haga uno de mis famosos bizcochos con triple capa de Nutella?
Huelga decir que, después de esto, no le he dirigido la palabra durante una hora entera.
Sigo cabreadísima con Cole por haberme montado el numerito, pero eso no impide que me prepare para nuestra próxima pseudocita. Beth se ha encerrado en el
dormitorio en el que ha dormido, así que me toca compartir habitación con Cole, que me observa mientras abro y cierro las puertas del armario y lanzo ropa a diestro y
siniestro en busca de algo decente que ponerme.
—¿Aún sigues enfadada conmigo? —me pregunta desde la cama, espatarrado contra el cabecero y con las manos detrás de la cabeza.
—Preguntándomelo cinco veces seguidas no vas a conseguir que cambie mi respuesta, y lo sabes.
¿Cómo es posible que no tenga ni un solo par de zapatos decentes? ¿Cómo puede ser que solo haya metido en la maleta mis chanclas más viejas? Genial, a partir de
ahora seré la chica del calzado de vagabunda. ¿Y qué ha pasado con todos los tops que tengo? ¿Por qué no he saqueado el armario en el que guardo la ropa que me
compra mi madre? Ah, claro, porque me la compra mi madre. Así que mientras reviso una prenda tras otra, a cuál menos favorecedora, no me doy cuenta de que Cole se
está acercando por detrás hasta que me lo encuentro de cuclillas junto a mi maleta, que por cierto parece la escena de un crimen.
—Lo siento si te he hecho sentir mal. No me estaba burlando de ti, lo sabes, ¿verdad?
Lanzo la camiseta de tirantes que estoy retorciendo entre las manos y evito mirarle a los ojos. Está claro que me estoy comportando como una bruja y que Cole no semerece esta clase de conducta, pero a veces los sentimientos se acumulan como si los guardaras en una botella que revienta cuando menos te los esperas.
—Ya lo sé y lo siento. Bromeabas y yo lo saqué de madre, como siempre. Parece que últimamente no sé hacer otra cosa y supongo que para ti debe de ser molesto,
pero es una cuestión de supervivencia, Cole.
Me siento en el suelo con las piernas cruzadas y me entretengo jugando con los bajos de mi falda. Cole también se sienta, levanta las rodillas y me observa entre
preocupado y confuso. Suspiro y me preparo para decir algo que quizá le haga daño, pero no me lo puedo callar más. Si sigo ocultándole mis sentimientos, es bastante
probable que el problema siga creciendo y acabe llevándose por delante nuestra relación. Así pues, ha llegado la hora de ser sincera.
—A veces me da miedo que lo que yo siento por ti sea más que lo que tú sientes por mí. —Cole abre la boca para replicar, pero me adelanto—. Ya sé que es una
estupidez y que estoy equivocada. Nunca me has hecho sentir como si jugáramos en ligas distintas. De hecho, yo te gustaba antes que tú a mí, así que esto que siento ni
siquiera tiene sentido, ¿verdad? Pero, después de todo lo que ha pasado, aún me da miedo descubrir que yo estoy más enamorada que tú porque eso me hace sentir débil
y me retrotrae al tiempo que hemos estado separados. Por eso cuando tú haces bromas y yo me las trago, no puedo evitar sentir miedo. Tú no tienes la culpa, la tengo
yo, y es algo que tengo que trabajar. No puedo permitir que me afecte tanto lo que nos ha pasado, ¿sabes?
Cuando levanto la mirada, descubro que Cole me está observando con una mirada cargada de intensidad. Veo dolor en sus ojos, y culpabilidad, emociones con las que
esperaba no volver a encontrarme nunca, pero, eh, Tessa, bien hecho, lo has conseguido. No se merece lo que le he hecho pasar y aun así sigue ahí día tras día, a mi lado.
—¿Recuerdas lo que te dije ayer por la noche? ¿Que mi peor pesadilla sería perderte? No me lo puedo sacar de la cabeza ni un puñetero segundo. Cada vez que te
miro soy consciente de lo fácil que sería perderte, especialmente ahora, así que cuando te gasto bromas en parte es porque así intento ahuyentar a esa vocecita que no
para de repetirme que tarde o temprano haré algo que te alejará de mí para siempre; pero sobre todo es una forma de recordar cómo empezó todo, literalmente cuando
éramos pequeños. Mi objetivo principal siempre era conseguir tu atención, ver esa chispa en tus ojos. Supuse que si me funcionaba con cinco años, debería seguir
funcionándome ahora.
La mención a nuestra infancia me arranca una sonrisa. Madre mía, no me dejaba en paz; lo odiaba con toda mi alma. Cada vez que lo veía, sabía que me iba a pasar el
día esperando lo peor. Era como el niño de La profecía. Ahora, en cambio, es como el chico guapo de Fuera de onda con el que soñé durante meses.
Claro que Cole y yo nunca hemos sido hermanastros, sería raro...
Sigamos...
Me acerco a él, le sujeto la cara entre las manos para darle un sonoro beso y luego me vuelvo a retirar.
—¿Te he dicho alguna vez que estoy loca por ti, Cole Stone?
Parece aliviado y un poco sorprendido; viendo cómo salta sobre mí, arrastrándome al suelo con él, se le nota que está feliz.
—Yo también estoy loco por ti, Tessa O’Connell.
Y me besa por siempre jamás, o eso me gustaría a mí.
Cuando por fin doy con el atuendo apropiado, una tarea harto difícil porque Cole no para de distraerme, dejamos a nuestros amigos en el apartamento a lo Walking
Dead y nos dirigimos hacia un parque cercano lleno de gente disfrutando del verano. Me compra el helado que me había prometido y luego nos instalamos debajo de un
árbol enorme, en una zona más tranquila del parque. Bueno, yo me siento y él se tumba con la cabeza sobre mi regazo. Suspiro satisfecha, me acomodo contra el tronco
del árbol y le paso los dedos por el pelo. Por los ruiditos que hace, diría que no tiene queja.
Esto es perfecto.
Después de la conversación que acabamos de tener en el apartamento, aprovechamos para disfrutar del silencio. Por fin hemos encontrado un sitio en el que no hay
preguntas flotando a nuestro alrededor. Si algún día volvemos a tener un problema, ahora ya sabemos que entre los dos podemos plantarle cara. Justo cuando empiezo a
perderme en mis pensamientos, oigo que Cole dice algo pero no le acabo de entender.
—¿Qué has dicho?
—Ojalá no hubiera dicho nada —responde él con un suspiro.
Esto me da tan mala espina que me pongo de los nervios. ¿Y ahora qué pasa?
—Tu madre me ha llamado esta mañana.
Vale, bien. Tardo un minuto en procesar lo que acabo de oír y, cuando por fin lo consigo, me lo tomo extrañamente bien. A mí también me llama, pero nunca se lo
cojo ni respondo a los mensajes de voz que insiste en dejarme. Era cuestión de tiempo que llamara a Cole. Un golpe muy bajo, mamá.
—Ah —consigo balbucear tras unos segundos de tensión—. ¿Y qué quería?
—Por lo visto, no le coges el teléfono.
Murmuro un «ya, claro» entre dientes; Cole no me quita los ojos de encima.
—Quiere hablar contigo, Tessa.
—Hablaré con ella cuando esté preparada. Si la llamo demasiado pronto, lo único que conseguiré será empeorar las cosas. Ahora mismo no soy su fan número uno
precisamente.
—Es lo que le he dicho yo, pero parecía bastante desesperada. Tessa, está en Nueva York y quiere cenar con nosotros esta noche.
—No.
Ni siquiera me lo planteo, no es una opción. Sospechaba que podía estar aquí y me había mentalizado para ello. No tengo intención de volver a fingir que todo va
bien, no después de que abandonara a su familia sin pensárselo dos veces. Siempre ha sido una egoísta, pero con sus últimas decisiones ha pasado al siguiente nivel. Si lo
que pretendes es que me comporte como una falsa y una persona civilizada, mamá, siento decepcionarte, pero no creo que lo haga.
—Es solo una cena, podríamos ir. Así ella podría explicarse y tú dar el tema por zanjado. Al menos sería mejor que estar siempre evitándola. Sé qué se siente cuando
alguien te borra de su vida, Tessie.
Touché. No solo tiene razón sino que encima está resucitando malos recuerdos.
—No es lo mismo. Ella... se...
Cole levanta la cabeza de mi regazo, se sienta a mi lado y me coge de las manos.
—Sientes que la odias, que nunca podrás perdonárselo, ¿verdad?
Sé exactamente por dónde va.
—No es lo mismo. Lo nuestro es diferente, una cosa eres tú y otra bien distinta, mi madre.
—Los dos somos personas que te han hecho daño y te han fallado. Hazlo por mí, Tessie, intenta hablar con ella. No te pido más.
—¿Exactamente qué te ha dicho para que te pongas de su parte? —pregunto con sincera curiosidad.
Cole no suele meterse en los problemas que pueda haber entre mi madre y yo. Nunca se ha involucrado tanto porque sabe que es un tema delicado y prefiere no
discutir conmigo. Esta es la primera vez que se muestra tan insistente.
Sonríe y acerca su cara a la mía.
—Puede que me haya dicho que soy la única persona a la que su hija le confiaría su propia vida y a la que más caso le hace.
—¿Y te lo has creído? —me burlo, pero por dentro me revienta reconocer que mi madre aún me conoce muy bien.
Por un momento, parece que se pone nervioso.
—Bueno, es verdad que las cosas han cambiado un poco y que quizá ya no confías tanto en mí como antes...
Le tapo la boca con la mano.
—Pues claro que confío en ti, Cole.
Sus labios se curvan en una sonrisa bajo mis dedos y me besan la mano. La aparto, me acerco a su pecho y pregunto:—¿Adónde tenemos que ir y a qué hora?
Hace conmigo lo que quiere.
Pero esto no tiene nada que ver con mi madre, sino que es mi forma de demostrarle a Cole que lo que le ha dicho mi madre es verdad, que no tiene que volver a dudar
de lo nuestro.
—Te quiero, Tessie.
Me da un beso en lo alto de la cabeza y, de pronto, siento que todo vale la pena.

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