Kim Namjoon era todo un personaje. Reconocido mundialmente por sus brillantes ideas para platos originales e implacable habilidad para crear, que millones de sabores bailaran en las papilas gustativas de cualquiera que tuviera el gran honor de saborear uno de sus platillos. Dentro de la cocina era conocido por ser una persona serena, concentrada, dedicada y casi perfecta, sin cometer ningún error o realizar algún movimiento en vano. Alguien completamente serio y estricto con aquellos que se atrevieran a aventurarse en su preciada cocina; pero fuera de esta era una historia totalmente diferente. Un torpe sin igual, cariñoso, amable y paciente ante todos.
A sus veintiún años, soltero, una persona llamó completamente su atención: el único en poder hacer que por primera vez Namjoon fuera distraído mientras cocinaba y mostrara su personalidad no profesional. Un chocolatier famoso en Corea del Sur, nada más y nada menos que Kim Seokjin.
Entre idas y vueltas, un coqueteo por aquí, un mal chiste por allá, y un peppermint mocha chocolate gateau por acá, después de un año de ser pareja, Seokjin le pidió la mano en matrimonio a Namjoon (algo rápido, pero ellos siempre creyendo que fue la decisión correcta y nunca arrepintiéndose). Una boda lo suficientemente discreta para que sólo asistieran únicamente amigos y familiares. Teniendo que ser un casamiento de cocineros, ellos especialmente se encargaron de crear el menú perfecto y contratar especialmente gente que fuera de su total confianza en que pudieran ejecutar sus recetas para que los platillos quedaran magníficos, tal y como ellos querían.
Luego de estar felizmente dos años de casados y después de mucho pensar y debatir entre ellos dos, decidieron que querían que la familia se ampliara y hubiera un miembro más. Adoptar no fue un proceso sencillo al ser una pareja homosexual, además de que intentaban poder adoptar a un niño o niña en Asia. Fueron dos años de mucho esfuerzo, papeleo y paciencia para que finalmente con alegría y lágrimas en los ojos pudieran introducir en su familia a un nuevo Kim, Taehyung.
Cuando Taehyung había sido adoptado tenía tan sólo cuatro años, en los que casi no tenía idea qué ocurría en su corta vida. Su estancia en las diferentes casas de acogida no habían sido desagradables, por lo que nunca tuvo la oportunidad de crear algún recuerdo que lo marcara de antes de conocer a sus padres, aunque era algo cansador tener que estar solo dos meses en cada una y mudarse a un lugar totalmente diferente.
A los dos años y medio, casi sin recuerdo alguno, conoció a dos señores que, decía cada vez que volvía cada varios días y veía a sus amigos, "hacen rica chocolate y fideo". Se quedaba con ellos la mayor parte de las semanas y siempre se sentía emocionado de ir, aunque nunca supo en realidad por qué iba. No se quejaba en verdad, disfrutaba pasar tiempo con esos señores que jugaban con él todo el tiempo y le daban mucho cariño.
Antes de que se diera cuenta, la señora Lee de su última casa de acogida le estaba ayudando a guardar sus pertenencias en su maleta para ir con los señores Kim por siempre. Se sentía muy emocionado y un poco triste a decir verdad, extrañaría a sus dos grandes amigos Jimin y Chanyeol, pero estaba más feliz por tener padres al fin y al cabo.
-Señol KimJin- murmuró el pequeño infante tirando suavemente del pantalón de SeokJin mientras caminaban hacia el auto después de abandonar la casa de acogida. -¿Esta vez me quedo con usted y el señol KimJoon por siempre siempre?
Al chocolatier le costó retener las lágrimas de felicidad y ternura por lo que su ahora hijo acababa de decir. Se agachó a su altura, lo alzó lentamente y lo estrechó entre sus brazos mientras le dejaba un dulce beso en su pequeña cabecita y lo acariciaba.
-Claro que si TaeTae, te quedarás en casa con Papa y Papi por siempre siempre.
Taehyung asintió con una gran sonrisa, cerrando sus pequeñas manitos en la camisa de su padre y durmiéndose poco a poco.
...
Sin terminar.