Esto No es Una Película

By SamAlejandroCr

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Un hombre trata de llevar un riñón a su madre moribunda. ¿Que tuvo que hacer para conseguirlo? ¿Llegará a tie... More

Esto No es Una Película

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By SamAlejandroCr

Carlos se encontraba con el corazón en la garganta. Por más que intentara dormir, solo cerraba los ojos y pensaba en lo que había hecho hace algunas horas. Estaba a la mitad del viaje de 8 horas que lo separaba de su agonizante madre. En su regazo, con mucho cuidado, abrazaba una pequeña hielera. Los sonidos de gritos, sangre y vísceras siendo violentadas resonaban en su mente. "Era necesario", es la frase que usa como consuelo.

El bus se encontraba en total silencio, solo unos ronquidos se escuchaban a lo lejos, la luz en la parte superior de su asiento lo iluminaba. Carlos miraba su reloj cada 15 segundos, a la vez pensaba en su madre, Clara, quien se encontraba grave en el hospital central de su ciudad natal con un pronóstico devastador. "Si no conseguimos un riñón pronto, ella morirá en unos días". Carlos ya había perdido a su padre y hermanos hace tres meses, el primero por cirrosis, el segundo por un accidente de auto. Su madre era su mundo.

Las últimas dos horas de viaje fueron las más devastadoras. Fue cuando todos sus recuerdos lo golpearon de forma física. Mareos, náuseas, escalofríos, todo lo atacaba a la vez. Él luchaba para estar lo más callado posible y no levantar sospechas en el bus, pues eso retrasaría el viaje. Su mente no paraba de llevarlo al departamento de Luis Alva, de quien robó su historial médico en el consultorio del doctor Lagos, en la sede principal del hospital donde atendían a su madre; al cual había ido a mendigar ayuda.

El documento formaba parte de un grupo de 3 personas indicadas por el doctor Lagos como "ideales" para donar un riñón a su madre, sin embargo, le aclaró que el Seguro Social jamás permitirá que se realice la operación, pues su madre tenía 75 años y, para ellos, era alguien dispensable.

Sin embargo, el joven médico le comentó que podría "convencer" a una persona en específico (Luis Alva), para llegar a un acuerdo "de otra forma". Solo debía darle 500 dólares en ese momento y el doctor fijaría la cita para que conversen. Carlos, con muchas dudas, aceptó.

La cita se dio en el departamento del señor Alva hace ya 10 horas. El departamento se notaba sucio y descuidado, típico de un hombre solo, pensó Carlos. Alva, un hombre robusto de tez canela, cabello graso y labios gruesos le dijo sin titubear que si no tenía 5 mil dólares ni se molestara en hablar. Carlos quedó mudo, solo tenía 8 mil 538 soles que había retirado del banco de camino ahí, era todo lo que tenía en el mundo además de su madre y la ropa que llevaba puesta.

Carlos se lo dijo, el señor Alva estalló en carcajadas e insultos burlones. Mientras lo empujaba levemente hacia la puerta, Carlos insistía fervientemente en su propuesta, prometiéndole el resto del dinero para después, pero fue ignorado.

Es entonces que recordó la navaja, regalo de su padre, que tenía en su llavero; la cual aunque era pequeña tenía un filo extraordinario. La tomó, y casi sin pensarlo, con un rápido giro corto el cuello del señor Alva justo cuando este se disponía a abrirle la puerta.

El señor Alva trataba de gritar pero la sangre obstruía su garganta, sus ojos casi desorbitados miraban a Carlos con una mezcla de odio y terror. Carlos se encontraba paralizado, sabía que no habría marcha atrás. Sus manos temblaban, su respiración estaba más agitada que nunca. Parecía que el tiempo se había detenido, él con su navaja sangrante en la mano derecha y el señor Alva tomándose la garganta con ambas manos en un esfuerzo inútil por tapar el tajo que le impedía respirar.

El señor Alva, sacando fuerzas de flaqueza, se dio vuelta e intentó salir por la ventana a pedir ayuda. Carlos corrió tras él y lo jaló de la camisa, tumbándolo en el piso, donde la asfixia lo derrotó con ayuda de la sangre y la gravedad. El señor Alva murió ahogado en su propia sangre hace 9 horas y media. Carlos vio su reloj, pensó en limpiar sus huellas y huir pero abandonó esta idea casi de inmediato. Pensó en su madre.

Casi automáticamente, sin conciencia, como cuando nos levantamos muy temprano y parecemos autómatas; Carlos fue a la cocina y buscó un cuchillo con filo, tras encontrarlo lo lavó torpemente en el caño y se arrodilló frente al difunto señor Alva. Incrustó con fuerza el cuchillo bajo los pectorales del cadáver y luego lo deslizó firmemente hacia abajo. Su mente se nubló, solo pequeños recuerdos de sangre, huesos rotos, grasa y viscosidad quedaron en su memoria. Para cuando volvió en sí, ya tenía el riñón sangrante recién extraído en sus manos.

Carlos puso la cabeza debajo de sus brazos y vomitó varias veces, luego de algunos minutos hizo un gran esfuerzo por contenerse. Fue a la cocina y vio una hielera pequeña sobre el refrigerador, estaba llena de grasa pero por dentro se veía limpia. La llenó de hielo del mismo refrigerador y llevó el macabro paquete al terminal.

El bus cumplió sus 8 horas de viaje (doce desde el asesinato del señor Alva). Carlos tomó un taxi al hospital central, subió presuroso hacia la U.C.I. donde estaba su madre y buscó al médico de turno, el doctor Cosser, quién se encontraba en su oficina al fondo del pasillo. Carlos entró presuroso y cerró la puerta tras él.

No hace falta describir la indignación, miedo y estupor que el macabro órgano ensangrentado causó en el doctor Cosser, aunque fue una mala decisión la de comenzar a gritar e insultar al fatigado Carlos. Luego de su agitado discurso, el doctor fue a alertar a los guardias, pero de pronto sintió una dolorosa punzada en el cuello. "Vamos a hacer esa operación aquí y ahora".

Entre empujones, improperios y, hacia el final, súplicas; el doctor fue llevado como rehén con la navaja de Carlos en el cuello. Los guardias eran gente sin entrenamiento ni preparación para lidiar con situaciones como esa, por lo cual solo se limitaron a tratar de calmar a Carlos y llamar a la policía.

En el camino a la habitación de su madre, el ahora asesino y secuestrador obligó a dos enfermeras a llevar la camilla de la moribunda hacia la sala de operaciones. Ambas chicas eran practicantes y apenas habían ingresado al hospital ese mes. Para mala suerte de los rehenes, otra operación había terminado hace algunos minutos y Carlos logró que el equipo humano de aquella sencilla extracción de apéndice sea ahora el equipo de trasplante del riñón del señor Alva a su madre.

Habían pasado 13 horas desde que el cuerpo del señor Alva fue encontrado, 10 desde que un vecino diera la descripción de Carlos y 8 desde que el corrupto médico Lagos lo acusara como su asesino. Ahora, los noticieros locales ya emitían la primicia de que un loco secuestró a un grupo de médicos en la sala de operaciones del Hospital Central para que le trasplanten un riñón de origen desconocido a su madre.

Las súplicas frenéticas del cuerpo médico secuestrado fueron calladas con el corte transversal del rostro del doctor Cosser. Todos, en silencio, procedieron a hacer su mejor esfuerzo para lograr trasplantar el riñón con éxito, claro, bajo la amenaza de que si algo le pasaba a su madre, Carlos mataría al menos 3 personas antes de ser abatido.

La operación comenzó mientras los policías se situaban en la puerta listos para irrumpir, pero Carlos tenía una vista privilegiada que le permitía tener la navaja en el cuello de una joven enfermera llamada Mercedes (pues el doctor Cosser debía liderar la operación), y la vista en el estrecho pasillo que separaba la puerta de la sala de espera con la sala de operaciones.

La cirugía terminó casi 4 horas después, la policía intentó irrumpir tres veces, pero solo consiguieron dar 2 feas cicatrices al rostro de Mercedes. El doctor Cosser se encontraba totalmente agotado, al igual que el resto del equipo, quienes incluso habían sufrido un par de desmayos disipados con sendas patadas de parte de Carlos. El doctor informó que la operación había concluido.

El novel secuestrador ordenó que todos, menos el doctor Cosser, salieran de la habitación. Todos abandonaron la sala con una mezcla de cansancio y apuro.  Carlos se acercó a su madre, acarició su pálida mejilla. Un momento después su madre abrió los ojos lentamente, miró a Carlos quien sonreía a medida que luchaba por no resquebrajarse en llanto. Carlos sonrió en cuerpo y alma, su madre también.

De pronto, el frio pitido que anuncia un fallo cardiaco inundó la sala, la madre de Carlos abrió más los ojos. Carlos, casi fuera de sí, exigía al doctor Cosser hacer algo, el médico intentó revivirla con electrochoques mientras los policías afuera avanzaban aprovechando que Carlos no vigilaba. La madre falleció de una falla renal terminal.

Carlos se arrodilló destrozado frente a su madre mientras el doctor Cosser lo sermoneaba explicándole que un órgano no puede ser trasladado solo con hielo, que se necesita preparación, pruebas y especialistas para realizar una operación tan complicada, que esto no es una película y las cosas no pasan por arte de magia. Para esto la policía ya irrumpía violentamente a la habitación y ordenaba a Carlos poner las manos arriba.

Una serie de pensamientos nostálgicos cruzaron su mente mientras los gritos de los hombres de la ley se tornaban en ecos lejanos indescifrables. Momentos de su infancia, juventud y adultez al lado de la única mujer que lo amó como solo las madres pueden hacerlo, sobre todo y todos. Volvió en sí luego de un disparo al aire que hizo jefe del escuadrón que lo rodeaba mientras evacuaban al cansado doctor Cosser.

Se sentía vacío, sin ánimos, como un empaque. Tomó conciencia de que la navaja de su padre aún se encontraba en su mano. Sus ojos seguían irritados y botando lágrimas interminables. Dejó a su cuerpo en automático. Subió la navaja junto a sus manos en alto. Los policías ordenaban furiosos que la dejara en el suelo. Carlos aún no entendía sus voces, solo ecos lejanos, pero estaba consiente de lo que pasaba, de lo que había hecho y de lo que le harían a él. 

Carlos se levantó lentamente aunque los furibundos policías le gritaban que se mantenga agachado. Todos tenían los ojos fijos en la navaja que era sostenida solo con el dedo índice y pulgar, a punto de caer. Apuntaron al desgraciado al ver que ahora la tomaba firmemente. Carlos cerró los ojos y dio vuelta súbitamente a la vez que daba un grito lleno de frustración, odio y decepción; un grito que marcaría el final de su triste aventura. 

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