Nepharikuma: Todos hemos esta...

By no-san

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¿Alguna vez has estado en el infierno? ¿Has experimentado el fuego eterno? ¿Has tocado la luz o te has consu... More

0.- Prólogo
1.1.- Preludio: Alas de luz
1.2.- Preludio: Injuria
1.3.- Preludio: Opresora caída
2.2.- Sentio, ergo sum
3.- El primer Deno indulto
†4.- Gigantes aduentum†
†5.- Problems per doctorem†
†6.- Raeda †
†7.- Ab intio †
†8.- Tulipán amarillo†

2.1.- Efecto Mariposa

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By no-san

*Primer boceto de Jossuah

Las tropas humanas y hordas demoníacas se estrellaban las unas contra las otras en un sangriento combate, batiéndose en duelo de manera descontrolada, sin organización, frenética. El tintineo de las armas, el olor férrico de la sangre y el odio eran los protagonistas en aquel macabro espectáculo, donde cuerpos inertes caían a cada instante como el crepitar de la lluvia constante que los bañaba con una furia helada y represiva en un cielo metálico tatuado de nubes negras.
Jossuah, tras desenterrar su espada del pecho de un demonio menor, se giró buscando un nuevo adversario. Su único deseo era que todo finalmente terminase.

—¡Jossuah, detrás de tí!

El interpelado se volvió rápidamente, atacando en una estocada certera sobre el costado de un ser extremadamente musculoso y de piel rojiza, cuya cara porcina tocó ásperamente el suelo terroso.

—Yo llevo treinta y cinco, novato, ¿y vos? —gritó Lyoner, de cabello rubio y ojos azules.

Su camarada puso los ojos en blanco. Aquello no era un juego y, sin embargo, su compañero de batalla pareciera que estubiera en un parque de juegos donde disfrutaba más que cualquier infante.

—Os dejo, prefiero optar por la dispersión.

—¡Aguafiestas!

Debía aniquilarlos a todos. Por el bien y subsistencia de la humanidad.

Fue entonces cuando interceptó a una mujer. Era increíblemente bella. Sus largos cabellos oscuros y empapados se balanceaban alrededor de su rostro pálido de grandes ojos en rejilla y labios hidrópicos.
En seguida se percató de que se trataba de una súcubo por la voluptuosidad de su cuerpo y la curvatura bien marcada de sus caderas y la línea de su espalda, acompañado de unas piernas largas y tonificadas y un par de cuernos retorcidos cual los de un unicornio alabastro.

Sus pesadas botas parduzcas se dirigieron con decisión hacia la demonesa, que luchaba por seguir con la vida que un grupo de caballeros de la guardia imperial trataba de arrebatarle. Su busto ascendía y descendía al compás de una respiración entrecortada por el esfuerzo. Reddoma sacudió su espada, que centelleó tras desprenderse de la sangre. El hombre amarró el mango del arma blanca con fuerza mayor, dispuesto a terminar con ella.

Fue entonces. Justo en ese instante pudo verla, como si una visión auténtica e inteligible hubiese esclarecido la opacidad que todo lo sensible podía ofrecerle. Un sentimiento danzaba en el interior de los ojos azules de la doncella infernal bajo todo aquel grueso manto de odio, barro y sangre. La clase de expresión que congeló la trayectoria del filo del muchacho debido a la sorpresa. Se percató de que un sentimiento humano e ineludible surgía como un rayo de sol en el ser hijo de la oscuridad. El miedo.

Se inclinó para cerciorarse de que sus ojos grises no lo engañaban, con la perplejidad estampada en su rostro de facciones masculinas y no demasiado marcadas debido a su corta edad. El ser demoníaco lo contemplaba cohibido, con un halo calculador e hipnótico, de un modo misterioso y hechizante; así como el caballero ponía sus ojos, ligeramente más oscuros, en ella.

Arrodillada y hecha jirones su ropa, la jóven mostraba un estado deplorable.
Sin haberlo pensado siquiera, su mano se encontraba tendida, entumecida bajo el tiempo que se negaba a sosegarse.
La criatura corneada lo miró con escepticismo, sin poder creer lo que acontecía; y era comprensible. Los de su especie habían sido objeto de caza. En busca y captura por el mero hecho de existir. Condenados a ser considerados una herejía para el Vaticano, con el que continuaban manteniendo hondas rencillas como llagas.
Finalmente ambas pieles entraron en contacto, el tacto de los guantes empapados agarrando con fuerza la mano suave de largos dedos y afiladas uñas se quedó prensada en la piel de la fémina, al igual que sus garras en la piel del muchacho, que advertían de que un paso en falso podría llevarlo a cavar su propia tumba.

«No quiero seguir con esto. No más»

«Yo tampoco»

Jossuah se sorprendió de forma mayúscula al descubrir que la demonesa poseía el don de la telepatía y la adivinación mental. Aquello la hacía peligrosa, y mucho. Él lo sabía, al igual que era consciente de que si ella hubiese querido tanto él como varios soldados más estarían muertos a aquellas alturas.
La tomó bruscamente de la muñeca, y comenzó a correr a la desesperada entre las indolentes gotas de lluvia que le acribillaban todo el cuerpo, frenándolo por la presión y el peso de las gruesas capas de ropa. A duras penas podía mirar correctente. Uno de sus ojos grises permanecía cerrado con un enorme tajazo sobre él, mientras que el otro luchaba contra las precipitaciones para permanecer abierto con las justas.
Bordearon el campo de batalla y, con sigilo, se arrastraron tras las piedras y hierbas altas hasta llegar al inicio del bosque, donde se levantaron y volvieron a volar sus pies como si el mismísimo diablo los persiguiera.

Las horas pasaban lentas, cada minuto era una auténtica pesadilla y el ambiente estaba cargado. En aquella pequeña cabaña de madera perdida en el bosque permanecían ellos dos. Mirándose expectantes, dejaban morir los segundos eternos, acompañados del latido frenético y las respiraciones agitadas de ambos. Las pupilas en rejilla de la demonesa se clavaban como dagas de fuego azul sobre las del jóven, negras y redondas.
Toda su vida, la había visto. Jossuah llevaba viviendo desde pequeño con unos padres de origen asiático y europeo que equilibraban su rigidez extrema con pequeñas pero significativas dosis de cariño. Con el tiempo había sido algo diferenciado por los de su edad debido a las ideas que rondaban su cabeza sobre "igualdad" y "fraternidad entre todas las especies" que nadie comprendía, ni siquiera su propio padre, Shon.
Pero ahora estaba entre los soldados rasos del ejército real, claramente obligado por la presión familiar. Los entrenamientos habían sido tan duros como el infierno. Solo una persona lo había ayudado a proseguir: Lyoner Yellamber, quien a pesar de su apariencia algo tosca había resultado ser un gran apoyo y compañero.

La mujer pestañeo con desconcierto por unos segundos. Apoyó su barbilla en la mano derecha y soltó un suspiro pesado, acto seguido se levantó de la banqueta de madera auto abrazándose, intentando aplacar así el frio que le atacaba con puñales de hielo la piel.

—Esto es ridículo —dijo más para sí que para el desconocido. Reddoma dirigió su atención hacia sus ojos azules—, se supone que debería haberte desgarrado la garganta y proseguir con ese mar de sangre que hay ahí fuera.

Volvió a asomarse y atisbó con sus ojos sobrenaturales débiles destellos de armas blancas al otro lado de las interminables y tupidas hileras de troncos. Algo en ella la oprimió, haciéndola temblar de tristeza, y se obligó a retener sus lágrimás dentro. Tanta catástrofe, tanto dolor, tanta agonía tejían en el aire un manto de luto, cubriendo el ambiente con su tupido y asfixiante encaje de viuda.

—Tal vez —Se encogió él de hombros—, pero ambos sabemos que la lucha no debería ser la respuesta. Se que no puedes proseguir con el mandato de Lucifer.

—¿Quién dice que no, mortal?

Su mirada fue tan desafiante como su voz, pero lo que Jossuah diría a continuación la transmutaría a una incrédula sorpresa. Sonrió.

—Vuestros ojos. Vuestros ojos dudan, señorita.

Tras recobrar la compostura, ella volvió a sentarse ante el fuego, aun con la ropa empapada pegada al cuerpo, así como el cabello a su rostro níveo. Se cruzó de brazos, intentando esconder el frenético bombeo de su pecho.

—Jossuah. Jossuah Hikaru Reddoma.

El muchacho le tendió la mano. Sin aquellos guantes tan toscos la piel resultaba pálida y suave a pesar de las pequeñas heridas y durezas que las surcaban a causa del manejo de la espada y los trabajos de agricultura de una familia de clase media-baja. Ella permaneció callada, con una mirada que era el espejo de la desconfianza.

—Lo se.

El silencio perduró unos instantes.

—Se supone que ahora deberíais decirme el vuestro —se rió el de facciones ligeramente exóticas. A lo que ella respondió con un suspiro de rendición.

—Ishtar Zarpanith Belit Attar Sarpanit Astarté Terpanit Milita Ashtar —recitó ella con hastío. Él amplió sus ojos grises y rasgados con tamaña sorpresa —¿Qué? Los demonios no tenemos solo un nombre. Y es culpa vuestra, humanos. No hacéis más que darnos denominaciones sin cesar.

Él permaneció en silencio, mientras que por su parte la de cabellos largos lo contemplaba con un detenimiento tal que una persona normal se sentiría incómoda.

«Diablos, cualquiera pensaría que estabas conjugando un hechizo de la necrópolis»

Tales pensamientos causaron gracia y curiosidad en la mujer infernal. Sí, era un sujeto cautivadoramente extraño y poco común.

—¿Sabéis? Me sorprende que no hayáis puesto una mueca de asco. A la mayoría de las personas les parece repugnante la mera idea de que un ente diabólico le hurgue la mente —Se aproximó al muchacho, situando su rostro muy cerca del suyo— ¿Acaso sóis un chiflado?

Por primera vez, el caballero sonrió con un ápice de orgullo.

—Yo prefiero llamarlo visionario, señorita —Soltó un suspiro entre divertido y cansado, y se levantó con dificultad borrando la curvatura de sus labios en una mueca de seriedad. La demonesa pudo ver sus pensamientos entristecidos y de aguas turbias.

—Y eso a veces causa problemas —dijo ésta, siguiendo el hilo de sus pensamientos.

—Porque no todos aceptan lo que no sigue lo convencional —La miró con pesar, y sonrió—. Sóis muy perspicaz, señorita-de-nombre-demasiado-largo como-para-recordar.

Ambos soltaron una leve risita, y volvieron a mirar afuera.

—Si le parece bien, ¿qué tal si llevamos a cabo una idea descabellada, señorito Reddoma?

—Me encantan las ideas descabelladas. Os escucho, hija de la oscuridad... Dudo que Lyoner esté de acuerdo.

—Y, decidme ¿a estas alturas, quién lo estará?

—Tenéis toda la razón.

En aquella única habitación, los olores a madera, barro y humedad; y el furioso crepitar de la lluvia fueron los únicos testigos del primer cambio hacia una nueva mentalidad. Hacia un nuevo mundo.

—Entonces sígame.

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