|El color de la verdad|
En cuanto entraron a Guttenberg Road, el corazón de Camila comenzó a latir con una fuerza inusitada y el temblor en sus manos le hizo predecir con certeza que estaban cerca de su destino.
David no se tomó el trabajo de estacionar en otro lugar, apurado o como si él fuera el dueño de ese espacio, justo enfrente de la entrada al edificio. Apenas debía haber apagado el motor cuando pegó el portazo para cerrar la coupe y activó la alarma por encima de su cabeza, despreocupado por el tráfico y la gente que recorría la calle rumbo a los pubs de moda en la zona, que lo miraban como si hubiera bajado de una nave espacial.
Ella lo siguió con la mirada y confirmó el edificio donde estaba entrando. ¿Sería posible? Debía ser que Noel era su coartada, su cómplice, y su excusa.
Estacionó en la otra calle y se calzó los zapatos con tacón que se había sacado para poder manejar. Estos resonaron contra la calzada pero se perdieron en el ruido del ambiente. La misma gente que había visto entrar a David vestido de smoking, ahora la miraba a ella con la misma sorpresa y curiosidad de saber en qué piso de ese edificio de fachada antigua iba a desarrollarse la fiesta de disfraces.
Llegó al vestíbulo e inspiró profundodos veces sin detenerse, hasta que el portero se interpuso en su camino. Ni siquiera se molestó en mirarlo, con los ojos clavados en el viejo indicador del elevador, cuya flecha ascendía a medida que el aparato subía piso por piso. Trabó la mandíbula para disimular el temblor de sus labios, y recién escuchó cuando el portero se dirigía a ella por segunda vez.
—Señorita, ¿en qué piso la anuncio?
—No necesito que me anuncie.
—Entonces me temo que no podré dejarla pasar.
La amenaza la hizo reaccionar. ¿Qué iba a hacer? No iba a hacer un escándalo, necesitaba ese minuto de margen de tiempo que la sorpresa le podía dar. Cambió su postura y moduló la voz cuando el ascensor se detuvo en el último piso. Sí, estaba allí, en el departamento de Noel.
—Mi esposo acaba de entrar. Yo me demoré por un llamado telefónico —dijo sacando de su bolso, su teléfono móvil mudo—. Vamos a un festejo en el pent house, el departamento del señor Noel Parker —El portero pareció no haber escuchado toda su mentira, porque sólo repitió una parte.
—¿Su esposo?
—Sí. David Benson. Acaba de entrar aquí con un atavío poco común — dijo mirándose a sí misma para justificarlo. El hombre abrió los ojos con expresión incrédula, mirándola de pies a cabeza. Los dos miraron la manecilla del indicador del ascensor, detenida en el último piso, como si se fuera a quedar a dormir allí.
—Bien, su esposo. Lo siento señora, puede pasar —dijo mientras se reubicaba en su asiento con un gesto extraño que ella no se puso a analizar.
Apretó el botón de llamado del ascensor y la flecha comenzó a moverse despacio, apurando su propia ansiedad y los latidos de su corazón, ¿es que acaso esa mierda no podía ir más rápido? Recién iba por el piso cuatro y le faltaba otro tanto cuando la adrenalina la empujó a la izquierda y corrió a la salida de emergencia.
Miró con aprensión la baranda circular. Se sacó un zapato, después el otro, y comenzó a correr escaleras arriba. Ella no estaba como para correr siete pisos de esa manera, pero lo que no le daba el cuerpo le sobraba en voluntad.
Era imposible hacer un resumen de las imágenes que su mente proyectaba en las paredes revestidas en piedra y su imaginación, prolífica como pocas, le ponía incluso música a cada uno de los momentos que podía recordar.
Cada cena, cada mentira, cada excusa, cada noche que había faltado. Las reuniones con clientes y proveedores, los viajes, las peleas, todas y cada una. Las noches que ella se quedó llorando en la cama después de una discusión, las veces que rogó ser fuerte para marcharse. Y todas y cada una de las veces que las lágrimas pudieron sostener, apuntalar las ruinas de ese matrimonio que estaba destinado a no ser.
Si no hubiera sido por ella y sus embarazos. ¿Cuánto tiempo haría que David hubiera tomado la decisión de marcharse? ¿Estaría con la misma persona desde siempre o sería una renovada protagonista cada año? ¿Por qué no? ¿Quién podría resistir tanto tiempo?
Jadeando, tratando de rescatar un poco de aire que le llegara a los pulmones, llegó al séptimo piso apoyándose en las paredes. Tardó en recuperarse, pero aun así logró ponerse derecha y calzarse de nuevo los zapatos. Se sentía idiota, pero necesitaría de todo el ímpetu y la altura que estos pudieran darle para la última batalla que debería enfrentar para conocer el destino de su matrimonio. .
Sacudió su cabeza ante lo que nuevamente surgía en su mente y se creó una imagen mental de su amante. Alta, rubia, con la melena ondulada más allá de la cintura, pechos grandes, curvas exuberantes y una sonrisa ganadora. Enfocó todo su resentimiento contra esa imagen y golpeó con fuerza la puerta del departamento de Noel. Repitió los golpes otra vez, con más violencia. El silencio del otro lado del departamento no denunciaba interrupción y sólo oscuridad se filtraba por debajo de la puerta. Levantó la mano, tomando impulso para golpear por tercera vez, cuando la puerta se abrió por completo y la luz se encendió.
Noel estaba parado allí, sosteniendo su bata de seda negra con una sola mano y mirándola con seriedad. Ni siquiera se molestó en saludarlo y él no la detuvo cuando avanzó dentro del departamento.
Dos pasos más adelante, vio salir a David de la habitación, vistiendo sólo el pantalón del smoking clásico que había vestido para esa gala. Estaba despeinado y sus ojos brillaban cargados de algo desconocido para ella.
—¿Dónde está? —Los dos hombres se miraron desconcertados y ella avanzó como un huracán desatado rodeando el sillón—. ¿Dónde está ella?
—¿Quién? —susurró David, mirándola pasar por su lado cuando se metió en la habitación.
Revisó los lugares clásicos, debajo de la cama, el ropero antiguo, el vestidor.
Encendió la luz del baño en suite, abrió la puerta vidriada del espacio de la ducha y la bañera antigua para dos. Recorrió cada rincón como si pudiera haberse hecho invisible, incluso tiró las sábanas de la cama desordenada, desparramándolas por el piso, arrastrándolas junto a su vestido. Sacudió los pesados cortinados, abrió el ventanal de la habitación de par en par y salió al balcón terraza buscando en la oscuridad. Desde adentro, alguien encendió la luz y recorrió con la mirada cada esquina, cada curva, toda la extensión de la pared, girando sobre sí como si estuviera en el medio de un salón de baile.
Volvió al departamento, sacudiendo a su paso los ventanales e ingresando a la sala donde los dos hombres, mudos testigos de su silenciosa furia, la miraban disimulando bien su sorpresa y con un dejo de lástima.
Los ignoró por completo y se metió a la cocina, el baño y la habitación de huéspedes que usaban los niños cuando se quedaban allí.
Revisó de nuevo debajo de la cama, en el closet. Abrió la ventana y asomó la mitad del cuerpo buscando, pero sólo sintió una fresca brisa de verano contra su rostro y el sonido lejano de los automóviles, 17 metros bajo ella.
Llenó de aire sus pulmones y volvió al departamento, mirando a uno y a otro, incapaz de articular una palabra más, incapaz de admitir la verdad.
Noel se acomodó la salida de cama y cruzó ambos brazos sobre su pecho, su semblante cambiando como si estuviera ofendido y esa ofensa hubiera logrado su cometido, que escupiera toda la verdad.
Estaba cansado de ocultarlo, podía decirlo por el brillo furioso en sus ojos, estaba cansado de las mentiras y Camila supo que tenía que aprovechar esa brecha para sacarle la verdad, pero no a base de lástima, como hubiera hecho en otro momento.
—¿Dónde está?
—No hay nadie más aquí —dijo él sin que se le moviera un pelo.
—¡Mentira! ¡Dime dónde está! ¡Deja de mentir!
—Es exactamente lo que estoy haciendo —Por el rabillo del ojo pudo ver a David con el pecho inmóvil, conteniendo la respiración por el duelo que presenciaba. Camila reenfocó su objetivo y realineó sus armas contra su marido.
—¿Dónde está?
—No sé de qué me estás hablando.
Exasperada, recorrió la estancia sin acercarse a ninguno de los dos, hasta volver a su punto de partida, a pasos de la puerta, justo detrás del sillón de un cuerpo. Quedaron en un triángulo de distancias exactas.
Entre dientes, por última vez antes de que el arranque de furia que estaba gestando arrasara con el lugar como el demonio de Tasmania, susurró la pregunta de nuevo.
—¿Dónde está la mujer con la que me estuviste engañando?
David inspiró, parecía que por primera vez desde que ella había entrado al departamento, miró a Noel que enarcó una ceja desafiante e inclinó la cabeza a un costado, esperando él mismo conocer la respuesta que iba a darle a Camila.
Volvió a mirarla. Dudó sólo una fracción de segundo. Se aclaró la garganta y su voz grave apagó cualquier otro sonido.
—No hay ninguna otra mujer en mi vida.
Camila dejó escapar el aire que contenía y se le enredó con una risa burlona, convenciéndose de que seguía mintiéndole, y el grito exasperado que estaba a punto de desgarrarle la garganta quedó en la nada cuando vio a su costado, a Noel reacomodándose en su postura, mirándola con desdén, poniendo los ojos en blanco como si la escena de la película que estaba mirando fuera tan, pero tan repetida, predecible, que ni siquiera ameritaba su presencia. Giró la cabeza y clavó todos los dardos venenosos que guardaba en sus ojos, directo a él. Y él escupió veneno.
—¿Realmente eres así de idiota todo el tiempo o paras para comer algo? ¿Estudiaste o te sale innato? ¿Qué parte de todo esto no entiendes?
—¿Perdón? —No se animó a interrumpirlo más, y aunque quisiera, no tenía palabras con qué hacerlo.
—Que hubieras llegado hasta aquí me dio la ligera esperanza de que se te había iluminado el cerebro, que por fin habías descubierto todo, de una vez por todas.
No fueron sus palabras las que provocaron que ella abriera los ojos ante la verdad. Ninguna ofensa llegó a puerto, ni siquiera su significado. Fue la cadencia de su voz, un tono que de pronto descubrió, como si nunca antes lo hubiera escuchado. Fue como la música de fondo en la película a la que nadie le presta atención, hasta que se convierte en ese chirrido de la escena de terror que anuncia la aparición del cuchillo, que termina con el grito desesperado de la chica en la ducha. Podría haber recitado el Ave María o dicho con puntos y comas la más resuelta de las verdades, y aun así, no fueron las palabras, sino su sonido.
Sus ojos desenfocaron un momento, como en esas escenas donde la protagonista pierde la conciencia, pero la claridad volvió, nítida, perfecta, como si todo hubiera cobrado una deliciosa definición en colores, como si toda su vida hubiera visto esa escena, ese lugar, esa vida... su vida, en blanco y negro, y de pronto, por arte de magia, todo hubiera adquirido color.
Vio las paredes, adornadas por cuadros de una estética especial, como sólo un gran conocedor podría admirar. Los sillones blancos y mullidos, complementados por almohadones, algunos en tonos crema, otros en tonos tierra. Las fotografías de sus hijos, dispuestas en un rincón del salón, dominante pero íntimo, perfectos en el diseño de su diagrama y en la combinación de los marcos de diferentes estilos. Los CDs de música y los DVD de películas, ordenados, no alfabéticamente, sino por temáticas y actores, por años de salida, y si hacía un análisis un poco más exhaustivo, por récords de taquilla. Desde el lugar donde estaba podía ver, a través de la puerta entreabierta, la toilette de recepción, con una maceta de flores naturales, un cuenco metálico con jabones de diferentes tamaños y colores, todos armónicos.
No necesitaba ver la habitación para recordarla, la biblioteca de libros, que cubría una pared de piso a techo, con libros en un desorden controlado, las sábanas de algodón blanco, siempre blanco, y el cubrecama de plumón haciendo juego con el cortinado azul.
Se puso una mano en el pecho cuando las imágenes se trasladaron a su propia casa donde, en su vestidor, ella debía respetar el orden impuesto en las camisas y camisetas, siempre dobladas por las costuras, de la misma manera, respetando las dimensiones exactas para encajar en cada espacio. Y los trajes, y los pantalones, el cajón de las medias y la ropa interior.
¿Necesitaba acaso revolver el vestidor de Noel para saber que el estilo obsesivo compulsivo era el mismo?
El gesto de David, la pequeña arruga en su entrecejo, el brillo doloroso en sus ojos, sirvió para que de una vez por todas aceptara la verdad de las cosas.
—¿Ella lo sabía? —dijo Camila con la voz quebrada, vibrando por el temblor que le venía escalando desde las rodillas. Los dos hombres se miraron preguntándose en silencio quien era ella— ¿Danna sabe...
—Sí.
El temblor le llegó a las manos y las apoyó en el respaldo del sofá, desesperada por retomar el equilibrio, aunque por dentro todo se balanceara como un barco en medio de la tormenta. Su mente sola, sin incentivo alguno, trató de buscar en el pasado el comienzo de todo eso, y en el medio de las oleada que sentía por dentro, que escalaban en violenta náusea, cada momento recalaba en ella y él en la cama: ella misma... con ese hombre.
—¿Eres bisexual? —Fue directa, esperando una respuesta que le diera algo de sentido a su vida pasada. David negó, sin ser capaz de contestar con palabras—. Pero, ¿por qué? —Las imágenes explotaban en su mente y David bajó la mirada sin saber que responder—. ¿Por qué te acostaste conmigo? —Él tragó y enfrentó sus ojos rojos.
—Eres una mujer. También tienes tus... necesidades.
Game Over.
La náusea la azotó desde adentro y se dobló sobre sí misma por el violento golpe, empujando aire a su paso. No había nada en su interior pero se sacudía en el medio de la nada para hacerla reaccionar, las lágrimas del esfuerzo y del dolor desgarrando por fin su coraza para salir, ácidas y amargas, marcando su cara con los restos de maquillaje que se llevaban consigo.
David hizo un movimiento para acercarse, pero Noel lo detuvo con un gesto, como si tuviera el control total de su cuerpo y su persona en la palma de la mano. Fue él quien se acercó y la miró sin inclinarse, desde arriba, como si siempre la hubiera querido ver en esa posición: de rodillas, destrozada y con el dolor pintado en la cara. Pero en realidad, él sabía que si hubiera hablado antes, siglos atrás, le hubiera ahorrado algo del dolor y la vergüenza, como si él supiera, por haberlo vivido en carne propia, de la impotencia y la furia que estaban queriendo salir y no pudiendo, tomando forma dentro de ella, deformando su carne, rompiendo sus huesos, estirando su piel hasta estallar. La contempló en silencio hasta que las náuseas se transformaron en sollozos y ella sola encontró, sin ayuda, la manera de volver a ponerse de pie.
No miró a Noel. Trastabillando con su vestido, apoyándose en el mobiliario, se fue encima de David como si fuera un marine camuflado en el medio de la selva, con la cara pintada con los colores de la noche para mimetizarla con el follaje. Él la sostuvo de ambos brazos y ella alcanzó a cachetearlo una vez.
—Yo estaba enamorada... —murmuró con dolor, pensando en cómo había sacrificado su amor por intentar salvar a su familia.
—Lo siento, Mila... yo no quise lastimarte.
—Yo dejé todo por mis hijos... por mi familia...
—Lo sé.
—... por este matrimonio...
—Lo siento.
—... por esta farsa.
—Perdóname.
Camila se zafó de sus manos y se limpió la cara como pudo. Volvió a mirarlo y esa imagen lo destrozó. Desde atrás, Noel volvió a cruzar los brazos y lo miró con decisión en su rostro, y el recuerdo de que ya no había marcha atrás.
—Yo estaba enamorada... y tú...
—Ya entendimos el punto, Mila. Es difícil y tienes todo el derecho de odiarnos y destrozarnos. Pero la vida continúa —Ella lo miró por sobre el hombro y él se atajó un paso, esperando la arremetida de la fiera, pero ella sollozó una vez más.
—¿Cómo pudiste soportar todo este tiempo así?
—Mila... —Noel sólo pudo mirarla, sin palabras, sin respuesta para esa pregunta.
Camila inspiró por la nariz haciendo ruido y se acomodó el pelo. Se limpió otra vez el rostro marcado por los restos de maquillaje, levantó su falda dos centímetros del piso y se encaminó a la puerta. David quiso detenerla pero ella se escapó de sus manos.
—¿A dónde vas?
—Déjala ir.
Pasó de largo sin mirar a uno ni otro. Abrió la puerta y levantó la cabeza sostenida por los restos de dignidad que le quedaban, cerrándola tras de ella, haciendo resonar los tacones que vestía contra las cerámicas negras que parecían un espejo.
Como si la estuviera esperando, las puertas del ascensor se abrieron y le dieron paso, para sacarla de allí y llevarla a donde sí debía estar.
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Muchas gracias por leer <3.
Capítulo dedicado a taniacrisantos <3.