A LA SOMBRA DE LA LUNA LLENA ©

By spike_dvd

1.7K 183 114

Anaís. 20 años. Estudiante de universidad. Ian. El hombre de su vida, pero oculta un secreto. Una sucesión de... More

PORTADA
PRÓLOGO
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33
CAPÍTULO 34
CAPÍTULO 35
CAPÍTULO 36
CAPÍTULO 37
CAPÍTULO 38
CAPÍTULO 39
CAPÍTULO 40
CAPÍTULO 41
CAPÍTULO 42
CAPÍTULO 43
CAPÍTULO 44
CAPÍTULO 45

CAPÍTULO 22

29 3 5
By spike_dvd


No tenía más remedio que agachar la cabeza derrotada. Por más que miraba entre las personas que había en el césped, no le encontraba. Se había marchado, y sin despedirse. Eso lo comprendía. Había metido la pata, y de tal forma que no podía sacarla, no podía volver atrás. Me sentía como el jugador de un equipo de futbol que falla un penalti y hace perder a su equipo un campeonato importante. Me sentía fatal.

De pronto alguien me cubrió los ojos con sus manos desde mi espalda. Mi corazón se aceleró rápidamente. No imaginaba quien era, Ian o el profesor, pero me daba igual, me quedaría con el que estuviera detrás de mí. Aunque tal vez no fuera ninguna de esas personas. Quizás un amigo. Lo que estaba claro es que era un chico. Sus manos grandes y calientes me lo decían.

− ¿Qué tal los estudios? – Su voz sonó con un tono angelical.

Procuré no saltar sobre sus brazos de la alegría. No quería que pensara que estaba desesperada por verle.

Me giré lentamente para verle de nuevo. Él no dejó de tocar mi piel. Descendió su mano por mi mejilla hasta quedarse en el hombro. Nos quedamos mirándonos fijamente. Nuestras sonrisas intentaban competir. Aunque pude percibir una extraña sensación en el brillo de sus ojos. Algo de lo que estaba pensando no le hacía sentir bien.

− Muy bien – respondí envolviéndolo suavemente con mis brazos –. Siento haber tardado tanto. Pensaba que te habrías ido.

− Te dije que esperaría hasta que acabaras. No pregunté cuánto ibas a tardar. No me importaba.

Me apreté más a su cuerpo. Me hacía sentir tan bien... Aunque lo hubiera hecho mal, él seguía allí. Quizás no haría falta mencionar al profesor. No quería estropear de nuevo la situación.

− ¿Has acabado ya? – Me dio un ligero beso en la cabeza y luego separó nuestro abrazo –. ¿Tienes tiempo para mí? ¿O aun te quedan clases particulares con ese profesor?

Un sentimiento amargo se introdujo en mi pecho. Tragué saliva para intentar hacer que desapareciera. Me estaba sintiendo culpable, y había una buena razón para ello.

− ¿Es que me has visto? – Mi voz comenzaba a sonar nerviosa.

− Esa no era mi pregunta. – Ahora agarraba mis manos que caían a los dos lados de mi cintura.

- ¡Any! – Alguien gritaba mi nombre salvándome de una situación muy comprometida.

Miré hacia la entrada de la biblioteca. De allí vi salir a Alicia que se acercaba a nosotros.

Solté una de sus manos y agarré la otra atrayéndolo hacia mi amiga para presentársela. Ella, lo primero que hizo al llegar delante de nosotros, fue echarle un vistazo de arriba abajo. Sabía que era descarada, pero no tanto.

− Hola Alicia. – Saludé a mi amiga para indicarle que se cortara un poco.

− Y ¿Quién es este hombretón que has cazado? – dijo esto observando nuestras manos unidas.

− Me llamo Ian – dijo extendiendo la mano para presentarse.

Alicia observó extrañada el gesto de aquel chico. No se le solían presentar dándole la mano.

− Y yo Alicia. – Estrechó su mano y luego se inclinó para darle dos besos. Ian me miró sin saber lo que hacía –. Así es como lo hacemos aquí, con dos besos.

− ¿Por qué dices eso? – pregunté indignada por el comportamiento de mi amiga.

− Pues está claro que no es de por aquí, ¿me equivoco? –siguió ella sin soltar su mano –. Además, Ian no es un nombre muy común entre los españoles.

Las dos giramos la cabeza para ver su rostro esperando una respuesta.

− Mis padres eran ingleses – sus palabras sonaban como si ya hubiera repetido ese discurso muchas veces y ya se lo supiera de memoria –. Se mudaron a España al poco de nacer yo.

− Entonces, ¿sabes inglés? – le interrumpió Alicia −, porque nos vendría muy bien un profesor particular.

− Murieron cuando cumplí los tres años.

Un silencio sepulcral nos rodeó.

− Vaya, lo siento – dijo ella disculpándose. Luego intentó cambiar de tema – Oye, ¿tú no estabas sentado cerca de nosotras en la biblioteca?

Me quedé un poco extrañada. Eso no podía ser verdad. Si hubiera estado en la biblioteca me hubiera dado cuenta, estoy segura.

− Me gusta venir y leer algo de vez en cuando. – Su respuesta me dejó boquiabierta. Quise que me tragara la tierra. No me di cuenta de que estuviera allí. En cambio, de Alicia no me extrañaba, ya que se dedicaba a estudiar a todos los chicos que había en la sala.

− Bueno, os dejo solos – dijo para acabar la conversación. Sabía que el que me hubiera visto con el profesor me incomodaba bastante −. Encantada de conocerte.

Le dio dos besos y de reojo me dedicó un guiño para señalarme que había encontrado un buen partido. Luego se marchó de nuevo a la biblioteca.

− Disculpa a mi amiga – le dije para cortar el silencio que se había creado entre nosotros dos –. No sabe estarse callada.

− Tranquila, no pasa nada. Tu amiga es muy agradable.

− Bueno, ¿qué te apetece hacer? – Quería llevármelo lejos para que tuviéramos intimidad.

− Estar contigo me basta. – Me dedicó una de sus amplias sonrisas y después me envolvió en sus brazos.

No supe que responder. Me limité a seguir abrazada. Me gustaba estar así, me sentía protegida. Aunque no hubiera motivos para sentirme en peligro, me gustaba que sus brazos me protegieran.

− ¿Conoces la universidad? – le pregunté.

− Solo vengo a la biblioteca de vez en cuando.

− Ven conmigo. – Le estiré del brazo para llevármelo a una parte de la universidad donde pudiéramos estar tranquilos.

− ¿Dónde vamos?

− Te voy a enseñar un sitio precioso.

Le llevé de la mano por las calles del campus hasta llegar a una zona ajardinada, todo lleno de césped y flores, donde se podía ver un estanque pequeño donde nadaban unos patos. Allí se podía ver algunas parejas tumbadas en la hierba, personas descansando bajo la sombra de los árboles y algunas familias paseando o dando de comer a los patos.

La verdad es que aquel sitio era muy parecido al parque donde nos conocimos, solo que un poco más tranquilo.

Nos tumbamos en el césped mirando el cielo. Estuvimos un rato imaginando figuras en las nubes. Un cerdito, un perro persiguiendo una liebre, una momia...

− ¿Una momia? – le dije soltando una carcajada.

− Sí, mira – intentó explicarse −. Esa es la cabeza, los pies... y eso que cuelga las vendas.

− Pues a mí me parece un bolso – le contradije.

Me miró de reojo extrañado y luego estalló en un concierto de carcajadas. Me encantaba verle así. Me contagiaba la risa y me hacía sonreír el corazón.

Cuando ya no sabíamos de qué nos reíamos, nos quedamos mirándonos fijamente a los ojos. No sé lo que le dirían los míos, pero los suyos me hipnotizaban y me decían que le comiera a besos. Y no tardé mucho en hacerlo. Me abalancé sobre él y acabé tumbada encima suyo.

Cuando nuestros labios no tenían más saliva que intercambiar, alcé la vista para mirarle. No dijo nada, solo me acariciaba el pelo mirándome directamente a los ojos. Es como si pudiera ver lo que hay dentro de mí, y con la sonrisa que tenía, debía saber cuánto le quería.

− ¿Me quieres? – Mis palabras surgieron de la nada, sin previo aviso, sin tener ninguna intención de pronunciarlas, como si mi subconsciente actuara por sí solo y quisiera obtener la respuesta de algo que me estaba planteando desde hace mucho.

El esbozo de su sonrisa se alargó, mostrando sus dientes blancos y relucientes. No dijo nada, pero esa sonrisa hablaba por sí sola.

− ¿Y? – Mi cabeza no se conformaba con eso y le siguió preguntando.

− ¿Acaso no aman las aves al cielo?

− ¿Qué me quieres decir con eso? – le pregunté extrañada. No era el tipo de respuesta que esperaba encontrar.

− Pues que yo soy el más pequeño pajarito y tú eres el firmamento que le rodea, por el que ansía volar, subiendo a lo más alto y contemplando la belleza que lo forma.

La boca se me abrió un poco, quedándome pasmada. Ahora sí que me había respondido. Yo no habría explicado tan bien lo que sentía por él.

Me acarició el cabello y luego atrajo mis labios hacia los suyos.

En mi mente se dibujó un ave surcando los cielos. Volaba tranquila, ajena a todos los problemas, y solo quería volar, sentir el aire en sus alas. Se le veía muy feliz. Nada le impedía hacer lo que quisiera, solo quería volar.

− Yo quiero ser el pájaro – interrumpí nuestro dulce beso −, y tú serás el cielo.

− Eso no va a poder ser – me contestó.

− ¿Por qué? – Hice una mueca en mi cara. ¿Por qué no podía ser el pájaro y él sí?

− Porque, además del cielo, no hay nada más grande que tú – otra vez me lo había hecho.

Mi cara esbozó una amplia sonrisa, tan grande que hasta me dolían los labios al estirar la piel.

Volví a besarle como si se fuera a acabar el mundo. De nuevo pude contemplar el ave en mi mente, fusionándose con el firmamento.

Continue Reading

You'll Also Like

7.5K 838 34
Rebecca Armstrong no concede deseos. Cobra deudas y esta aquí para reclamarme. Todo lo que quería era recuperar a mi hermanito de la mujer que se lo...
3.3K 163 13
(Contexto de la historia original) En un mundo donde Larry vive una pesadilla constante, y él sólo quería arreglarlo... Fue correcto lo que hizo? (Co...
44.4K 2.5K 16
Aurora llega a un convento con la esperanza de encontrar la paz y la devoción que ha buscado toda su vida. Sin embargo, al llegar a la gran hacienda...
93.3M 8.6M 65
El pueblo de Wilson es tranquilo, regido por sus costumbres y creencias religiosas muy estrictas, donde Leigh ha crecido, siguiendo cada regla y paut...