Muchísimas gracias otra vez por todos los comentarios, mensajes y follows que me estáis regalando. Mi trabajo me deja exhausta y aún no puedo cambiar así que siento la tardanza y la longitud del capítulo. Espero poder compensaros la espera pronto. Gracias y espero que disfrutéis.
«Quédate conmigo este día y esta noche y tendrás el origen de todos los poemas» Walt Whitman
Mei está dormida. Puedo apreciar como detrás de sus delicados párpados sus ojos se mueven en alguna ocasión. La debo de haber contemplado durante demasiado tiempo sin hacer nada más. Su boca está ligeramente entreabierta y por ella entran y salen unas suaves inspiraciones y exhalaciones que me sirvirían de reloj, para contar las horas que llevo estudiándola. Por la frente le cae un delgado mechón de pelo que resigue la forma del puente de su nariz y cae por encima de sus labios; se eleva un poco con cada una de sus respiraciones.
Nunca había estado tan cerca de alguien mientras dormía, no de esta manera.
De la misma manera profunda en que solía dormirse en los descansos entre clases cuando íbamos al instituto. De la manera en que parece que no vaya a despertarse. Y simplemente la observo, reviviendo en mi mente los eventos de los días anteriores.
Y me pregunto...
¿Por qué escribo?
Me he estado haciendo esa pregunta últimamente. Es una de las preguntas que nos hizo el profesor del curso al que atendí con Setsuko. Lo he estado pensando también porqué he empezado a pensar en la historia que me dijo que podría presentar para el concurso de literatura LGTB.
¿Por qué; qué es lo que gano escribiendo; le aporto algo a alguien? ¿Qué es lo que me ha llevado hasta aquí, a una vocación que me habría sido tan imprevisible años atrás?
Quizás no haya respuesta, quizás haya miles de respuestas. Todas ellas diferentes y válidas, tanto como la no existencia de una. Siento que si me hiciera esta pregunta cada día, cada día hallaría una respuesta distinta. Intentaré reflexionar sobre este tema cada día, para poder estar más cerca de alguna de las muchas verdades posibles.
Pero hoy, con ella entre mis brazos la respuesta llega directa a mi mente como un relámpago. Estamos aún desnudas, debajo de las sábanas. Hoy, ahora en este instante cuando siento su piel en la mía, la observo mientras duerme. Su rostro parece más relajado que nunca. Recuerdo todo lo que hemos vivido estas últimas semanas. Siento como en mi pecho mi corazón palpita y retumba como lo haría la tierra durante una estampida de caballos salvajes. Pero no son palpitaciones peligrosas, no son señales de ansiedad, son señales de la emoción parecida a la de esos animales al probar el dulce sabor de la libertad.
Me doy cuenta de que no tengo que buscar la inspiración, ha estado todo este tiempo delante de mis ojos. Ella es como una musa para mí, sin saberlo. Mi reina inconsciente. Estaba a unida a ella por el destino. ¿Nos habríamos encontrado en otra vida?
Y hablando de reinas... Empecé a crear imagenes de todas las reinas de la historia que podía recordar.
Me imagino a Mei como la reina Himiko liderando a su pueblo en el antiguo Japón, hace siglos. Dirigiendo a su ejército y a su pueblo hacia grandes victorias, unificando territorios, encontrando la paz, que por muy larga o corta que fuera siempre acabaría siendo un objetivo digno por el que luchar. O como Cleopatra en Egipto, o la reina Ana de Gran Bretaña, o una mujer pirata al mando de una gran embarcación surcando los mares en busca de tesoros hundidos.
Todos aquellos personajes femeninos históricos recordados, o poco estudiados, o todos los personajes olvidados o borrados de la historia que ahora solo pueden ver la luz etiquetándolos de ficción. Después de mucho tiempo reflexionando sobre las historias que querría escribir en un futuro me di cuenta de que quería aportar algo en ese aspecto.
Quería crear historias. De ficción, pero que podrían ser pequeñas partes no contadas de grandes historias. ¿Qué era real y que no, al fin y al cabo?
Me la imagino como una sacerdotisa anónima de algún templo pequeño perdido cerca de algún valle en la actual Nara, donde viajé hace poco y habría deseado viajar con ella. Me la imagino como una profesional del shamisen, golpeando esas tres cuerdas con esa elegancia tan natural con la que lo hace todo. Me imaginé sus manos deslizándose por el mastil del instrumento de la misma manera que lo habían hecho por mi piel horas antes. Con la misma delicada rapidez y precisión, y pasión y dedicación.
Y con ella entre mis brazos puedo viajar, no solo en el tiempo sino también en el espacio, sin moverme, solo moviendo mi lápiz por este papel que ahora se está convirtiendo en un mapa del mundo. O mejor dicho, de mi mundo idealizado lleno de ideas de ella.
Me la imagino como Hipatía de Alejandría, una de las primeras mujeres matemáticas y filósofas recordadas y conocidas de la historia de la humanidad, quien se cree que renuncio a la idea del matrimonio para dedicarse a todas sus intereses y pasiones intelectuales. Para una de mis clases había tenido que hacer una pequeña búsqueda sobre mujeres en la filosofía y acabé viendo una interesante película con el título de "Agora" en el que se explicaba la historia, partes de la cúal eran concordantes con la historia real y otras no. Pero lo importante era que me había dado una inspiración muy grande, y desde que vi esa historia ya no pude olvidarme del todo del personaje de Hipátia. En mi imaginación Mei podría haber sido un tipo de mujer así en la historia; una mujer de gran influencia en las clases altas, una profesora cuyos alumnos terminaron en importantes cargos políticos después de su tutelaje con ella, consejera directa del prefecto de la ciudad, una mujer curiosa, sabia, valiente, fiel a sus convicciones, con una mentalidad tolerante y abierta que podía aceptar a sus discípulos de diferentes religiones, una mujer avanzada a su tiempo.r Y quería y esperaba que Mei llegara a ser alguien que se dedica al trabajo que ama y que es fiel a sus propias verdades, y sobretodo, alguien que no renuncia a su propia definición de felicidad por presión social.
Y me fui de Alejandría a Italia y la imaginé como la violinista principal en una interpretación de la magistral obra de Vivaldi. Concretamente el invierno; me imaginé a mi misma en la audiencia de un inmenso teatro escuchando aquellas melodías finales que identifican y representan el final de la dura estación, notas que estan llenas de la expectación de lo que vendrá después del frío y largo invierno. La culminación de todos los pesares y las luchas por sobrevivir en la intempérie; la soledad de Mei como la misma estación y aquellos últimos fragmentos de la obra musical como una manera de simbolizar que su invierno, o uno de ellos, se había terminado. En aquel sueño quería ser aquel violín. Ella hacía una reverencia al final de la actuación, solo había silencio, un silencio ensordecedor, en el que acabó levantando la cabeza y mis ojos se encontraron con los suyos.
Después del silencio expectante me quedé mirando la siguiente página en blanco y me pregunté a donde me llevarían mis pensamientos, me dejé llevar y le dejé a mi alma decidir. Ésta me llevo ahora al sur de España, la visualicé en aquellas fantasías que estaban sorprendiéndome a mi misma y la vi vestida como una bailaora de flamenco. Ella sola en un escenario, con un deslumbrante vestido rojo, con su pelo recogido en un sencillo moño decorado con una rosa del mismo tono carmesí intenso. Bailando con el final de la falda recogido en una mano al son de dos guitarras y una caja de percusión y nada más. El sonido de sus tacones golpeando al ritmo del flamenco con sus tintes de sus orígenes arábigos me hizo viajar más hacia el sur.
Me pregunté cual de esos escenarios sería el más interesante para la historia corta que me había propuesto escribir y presentar en el concurso. Sabía que no podría escribir sobre ningún otro tema que no fuera ella, ya que de ideas de ella estaba inundada mi mente. Si no aparecía ella directamente tendría que ser alguna otra imagen inspirada por ella, mi pobre corazón no podía dejar a mi mente ahora pensar en nada más.
Después de mucho rato creí que utilizaría las ideas relacionadas con Hipátia de Alejandría, ya que Mei tenía una posición de bastante poder que podría usar para aportar saber y traer cambios positivos a la gente a través de la enseñanza. Además, esperaba que ella acabara siendo una gran maestra como la filósofa lo había sido en su día.
Aún así, para mi historia, no quería mancillar la memoria de la que se había convertido en una de mi queridas musas. Así que pensé en usar un contexto histórico parecido y convertir a Mei en una profesora de filosofía de la antigua grecia. Aunque aún me quedaban muchos detalles por concretar.
Entonces Mei se recolocaba ligeramente aún dormida. Esperaba que los pensamientos silenciosos que pensaba a voces no la despertaran.
Jamás imaginé, después de todas las noches en vela que pasé que acabaría en la cama despertando de esta manera tan inexplicablemente hermosa; me había pasado las horas explorando de noche las calles de mi vecindario a altas horas de la madrugada esperando que las calles más pequeñas estuvieran vacías. Todo esto cuando Mei se había ido.
Simplemente me subía en mi bicicleta y repasaba en mi mente todos los momentos significantes de mi vida. Con las pocas luces de las farolas como mi única luz para iluminar el camino de mis pensamientos buscaba a Mei en los rincones de todas las calles sabiendo que no la encontraría en ninguna. Volvía a casa después de horas de pedalear y me quedaba medio muerta en la cama, esperando que el cansancio me trajera el poco sueño que necesitaba para que mi cerebro pudiera descansar. Durante meses esa fue mi rutina, y me despertaba por la mañana esperando que Mei estuviera en la cama conmigo pero nunca era así.
Hasta hoy.
La miraba, miraba a mi alrededor, miraba la hoja de papel en blanco en frente de mí y la cabeza de Mei reposada en mis piernas y su brazo estirado por encima de ellas.
Si esto era un sueño pues entonces era el sueño más realista, más vivo, con más color y detalle que haya experimentado. Acaricié su brazo para asegurarme de que ese cuerpo formaba parte de la realidad. La realidad más hermosa a la que había pertenecido.
Allí era donde debía estar.
No podía escribir muy bien en esa postura así que solo tomé nota de las ideas principales más interesantes que había tenido y dejé la libreta en la mesilla de noche que aún tenía algunas cosas del aún marido de Mei. El pensamiento me estremeció, me hizo pensar que ahora Mei era una adultera a los ojos de la sociedad si ésta supiera, y yo era su cómplice.
Pero al fin y al cabo lo habíamos hecho de la manera más considerada posible intentando herir lo más mínimo. Pero en asuntos del corazón no todos salimos bien parados.
Mei se despertó, poco a poco. Abrió sus ojos y nos miramos. Fue extraño, como si su mirada tuviera algún ápice de arrepentimiento. Pero no fue así. Con algo de vergüenza, separó su mirada de la mía y miró hacia abajo con una expresión que parecía una pequeñísima sonrisa.
Mi corazón estaba volando, flotando y no se dignaba a volver a mi pecho.
―Buenos días ―dije con la voz más suave con la que posiblemente haya hablado en mi vida.
Mi brazo aún trazaba pequeños y lentos círculos en la piel de su brazo.
―Buenos días.
No voy a mentir. Yo estaba esperando el despertar más romántico posible, digno de todas las películas dramáticas y comedias románticas que había visto a lo largo de los últimos años.
Pero ya sabía que Mei no era así; ella tenía una manera diferente de mostrar sus sentimientos. Sentí como su brazo estrechaba mis piernas lo cual interpreté como señal de cariño; yo aún seguía sentada con la espalda apoyada en la pared y ella estaba estirada a mi lado. Se incorporó y yo seguía mirándola sin desviar mi mirada de ella ni un solo segundo.
―¿Has dormido bien? ―pregunté, intentando sacar algún tema de conversación.
Era extraño; aquella conversación tan típica, estándard y bastante predecible que ocurría después de una noche de pasión y consumación de un amor que había estado vivo demasiados años seguidos sin ser atendido.
Entonces me miró directamente a los ojos, dándose la vuelta. Y me regaló uno de esos momentos inesperados tan típicos de ella.
Antes de responder me robó un beso en los labios agarrándome la barbilla delicadamente con la punta de sus dedos. Tan solo al separarse unos milímetros de mis labios respondió lo siguiente.
―He dormido mejor que nunca.
Me quedé en blanco. Simplemente llevé mis manos a su pelo y me di cuenta de que la sábana que había cubierto su cuerpo se había deslizado por su piel y ahora había dejado al descubierto sus pechos. Su mirada me atraía tanto que a veces todo lo demás, incluso su increíble cuerpo, quedaban en un segundo plano.
―Podría decir que he dormido por primera vez ―añadió.
Me besó otra vez; esta vez respondí al beso y separé mis labios búscando el sabor que había probado durante toda la noche.
―Me alegro mucho ―dije sonriendo entre besos directos y profundos pero a su vez suaves.
Ojalá me pudiera despertar todos los días de esa manera.
Mis manos se enredaron en sus cabellos y se deslizaron hasta sus hombros. Y ahí fue donde la besé esta vez.
―Ah, Yuzu ―dijo, con las reminiscencias de la pasión de la noche anterior agarrandome la cabeza.
No sabía cuantas horas habían sido, pero necesitaba más. Quería más.
Mei ya estaba desnuda entre mis brazos y aún no me sentía saciada.
―Mei... ―suspiré en su piel humedecida por mis besos.
―Yuzu, me gustaría quedarme contigo pero...
Lo había olvidado por completo.
―Ah, sí... Había olvidado lo de tu abuelo, lo siento ―dije.
―Tranquila. Tú también has hecho que me olvidara.
Le di un beso en la frente y una última caricia antes de que se levantara para vestirse.
Mientras se vestía observaba su espalda, así como tantas otras veces había hecho antes; aunque hoy era totalmente diferente. También había olvidado que no estaba en mi casa, así que me levanté para vestirme yo también.
Aparté la sábana de encima de mis piernas y me levanté para abrazar a Mei por detrás.
―No quiero que te vayas aún... Ya estoy pensando en los próximos momentos que pasaré contigo ―le susurré al oído mientras se abotonaba una camisa blanca elegante y casual que siempre había estado en mis fantasías. Mei me enloquecía con cualquier tipo de ropa, hasta con los estilos más casuales y básicos.
Al abrochar el último botón, nuestras manos se encontraron alrededor de su cintura. Me movía haciéndo que ambas nos movieramos en conjunto en un ligero balanceo de lado a lado. En respuesta, ella pegó más su cabeza a la mía. Los movimientos a veces casi imperceptibles de Mei eran respuestas que parecían ser muestras exageradas de romanticismo si la comparaba con la Mei que había conocido hacia años. Aquella paz y felicidad completas y profundas no duraron mucho.
―Después de la visita al hospital debo empezar a preparar el papeleo con Udawaga; eso es si no hay ningún problema ―y observaba como al decir eso su mirada se quedaba algo perdida.
―Todo saldrá bien ―le contesté.
Se dió la vuelta y apoyó su frente contra la mía.
―Gracias ―dijo cerrando los ojos― puedes quedarte hoy aquí. Creo que él vendrá a partir de mañana para buscar más de sus cosas. Aún le quedan la mayoría, obviamente...
―Pero quizás ahora una de las partes más difíciles ya está superada, ¿no crees? ― le pregunté.
―Eso mismo me gustaría pensar ―dijo algo preocupada mientras se disponía a marchar.
―¿Mei?
―¿SÍ?
―¿Te puedo llamar luego? ―dije, con un miedo como si las cosas fueran a volver a la casilla de salida, pero ella rápidamente disipó mi preocupación.
―Sí, por supuesto. Ya te llamaré yo cuando acabé de visitar a mi abuelo.
Quería despedirme como si fuera una quinceañera tonta enamorada diciéndo "te quiero", pero me conformé con darle un rápido beso en los labios antes de que se marchara.
―Hasta luego, espero que vaya bien ―y así la despedí, sin querer aún separarme de ella.
―Gracias, hasta luego ―dijo, con ese nuevo atisbo de sonrisa al que me podría acostumbrar perfectamente.
Me dejé caer en la cama, ahora con mi ropa interior. No acabé de vestirme. Miré al techo y las paredes de esa habitación e imaginé las escenas que habría visto que me podrían contar si pudieran hablar. Intenté imaginar como sería compartir una casa con Mei en un futuro, para poder compartir mi día a día con ella otra vez, pero de una manera mucho más verdadera y compleja. Sin nadie más, solas ella y yo. Ahora solo me quedaba esperar para que pudiéramos superar los próximos obstáculos que estaban esperando mirándonos amenazantes en la corta distancia.