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Desde el momento en el que Jungkook la vio con el vestido de novia, tan encantadora y tan dulce con su tierna y tímida sonrisa, experimentó un terremoto en el alma. El vestido, Igual que ella, era muy sencillo. No había artificio alguno en ella. Sólo belleza e inocencia.
Iseul, su antigua y mentirosa amante, acababa de convertirse en su esposa.
Los enormes ojos chocolate de ella lo miraban llenos de esperanza y felicidad.
Casi podía sentir la luz del sol cuando la tocaba. El anhelo que sentía ya no tenía que ver sólo con el deseo, sino con algo más. Ansiaba sentir la calidez de su cuerpo, su alegría...
«Mentiras», se dijo. La mujer que había delante de él, la que era ya su esposa, no existía. Ella le había hecho desear algo más, cosas que él jamás podría tener.
Una familia. Un hogar.
Aquello resultaba mucho más doloroso que la traición. Aquella versión de Iseul era tan sólo una ilusión. Si se permitía sentir algo por ella, si se permitía volver a confiar, se convertiría en el mayor necio de toda la tierra.
En cuanto ella recuperara la memoria, esa mujer desaparecería. En cualquier momento, volvería a convertirse en la mujer traicionera y egoísta que recordaba.
Durante el banquete de boda que siguió a la ceremonia, observó cómo ella tenía en brazos al bebé mientras entretenía a la pequeña Lia. Jungkook no podía apartar los ojos de la radiante belleza de su esposa.
Hacia el final de la cena, Hoseok y Yura brindaron por su aniversario con champán en privado mientras que Iseul, aún vestida con su traje de novia, cuidaba de sus hijos. Jungkook no hacía más que pensar que se convertiría en una esposa perfecta. La deseaba tanto... Ansiaba tanto tocarla, que el cuerpo se le tensaba casi dolorosamente. De repente, comprendió que aquella mujer tan dulce era mucho más peligrosa que la seductora amante que había sido anteriormente.
La deseaba. En su cama. En su vida.
Ansiaba el sueño que ella le ofrecía. Ansiaba que pudiera llegar a ser cierto. Principalmente, ansiaba el dormitorio que sabía les estaba esperando en el ala de invitados del castillo, adornado de pétalos de rosa, velas y suaves sábanas.
No. ¡No podía dejarse llevar!
Se levantó y dejó la copa de vino con tanta fuerza sobre la mesa que se rompió. El vino se derramó por toda la mesa. Lia se puso a llorar.
Hoseok y Yura, que estaban abrazados al otro lado de la estancia, lo miraron asombrados.
—Lo siento —musitó—. Lo siento.
— ¿Qué es lo que te ocurre? —susurró Iseul—. ¿Qué pasa?
—Tenemos que marcharnos. Gracias por organizar nuestra boda.
—Estás de broma, ¿verdad? He preparado el dormitorio para vosotros y...
—Lo siento, pero no podemos quedarnos...
Yura abrió los ojos de par en par. Jungkook sabía que se estaba comportando de un modo muy grosero, pero decidió que ya se lo explicaría a Hoseok más adelante. Su viejo amigo lo entendería y le disculparía ante su esposa. Lo único que Jungkook sabía era que no podía quedarse ni un minuto más en aquel lugar tan romántico, tan lleno de felices sueños que, para él, siempre serían mentiras.
Había conseguido su objetivo. Iseul era su esposa. Había ganado ya la mitad de la guerra. Lo único que tenía que hacer ya era conseguir que recuperara la memoria. Enseguida. Antes de que la tentación fuera demasiado fuerte.
Se dio la vuelta y se marchó de la terraza.
— ¡Jungkook! ¡Jungkook! —exclamó su esposa mientras él entraba en el castillo. No miró atrás. En vez de eso, abrió su teléfono móvil y comenzó a dar órdenes.
Iseul había empezado aquella guerra tres meses atrás. Él la terminaría.
—Señora Jeon, el avión aterrizará en breve.
Iseul abrió los ojos y vio a una azafata que estaba junto a ella con una bandeja en las manos.
Se incorporó un poco y se frotó los ojos. Se sentía completamente desorientada. Se alisó el vestido de novia con las manos, pero no le sirvió de nada. La seda estaba ya muy arrugada.
Aún no entendía lo que había ocurrido. Era una novia feliz y contenta y, un segundo después, veía cómo Jungkook la sacaba del castillo, la metía en un avión y se marchaba sin dar las gracias a Yura y a Hoseok por todas las molestias que se habían tomado. Habían salido huyendo de la celebración de su propia boda como si fueran unos ladrones. Una vez en el avión, él la había ignorado por completo y se había negado a responder ninguna de las preguntas que ella le hacía. Se había sentado tan lejos de ella como había podido y, entonces, le había pedido a la azafata que le sirviera un whisky. A continuación, se había limitado a olerlo y le había ordenado que se lo llevara.
¿Se había vuelto loco?
Se pasó el resto del corto vuelo trabajando en su ordenador.
Asombrada y dolida, Iseul se había quedado dormida mirando por la ventanilla.
— ¿Dónde estamos? —le preguntó a la azafata.
—Hemos empezado las maniobras para poder aterrizar en Seattle, señora.
— ¡Seattle! —exclamó ella—. ¿Cuánto tiempo he estado durmiendo?
—Casi dos horas.
Dos horas. Miró a su esposo y vio que seguía sentado frente a su escritorio. Decidió darle el beneficio de la duda y pensó que podría ser que, efectivamente, tuviera trabajo que hacer, algo tan urgente e inesperado que no le hubiera permitido disfrutar adecuadamente de su luna de miel.
Sin embargo, esa explicación no le dio satisfacción. Jungkook se había mostrado frío y distante desde el momento en el que se convirtió en su esposo.
Era casi como si estuviera enfadado con ella, pero eso no tenía sentido. ¿Acaso no había ido a Londres para buscarla? ¿No había sido él quien le había propuesto matrimonio cuando descubrió que estaba embarazada? ¿No se había pasado días tratando de convencerla tierna y apasionadamente para que se casara con él?
Cuando por fin se había convertido en su esposa, había empezado a comportarse como un hombre que despreciaba hasta su mismísima existencia. No entendía nada.
La azafata le colocó cuidadosamente una bandeja sobre la mesa más cercana.
—El señor Jeon pensó que tal vez le apetecería tomar algo de comer antes de que aterricemos.
— ¿Y no quiere cenar conmigo? —le preguntó, sin poder ocultar el dolor que sentía.
—Lo siento, señora.
Cuando la azafata se marchó, Iseul trató de pensar, de comprender.
Jungkook no podía haberse casado por su dinero, dado que la fortuna de ella, por muy grande que fuera, no podía igualar la de él. ¿Por qué, entonces?
¿Por qué estaba embarazada de él? Había dicho que quería darle al niño su apellido. ¿Era ésa la razón?
No. Se dijo desesperadamente que Jungkook se había casado con ella porque la amaba. Sin embargo, en realidad, jamás había pronunciado esas palabras...
Tomó la fruta y el agua que había en la bandeja antes de que el avión aterrizara.
Después de que la puerta se abriera, los dos bajaron las escalerillas. Ella respiró profundamente.
Seattle a medianoche.
Los asistentes y varios guardaespaldas los estaban esperando en la pista, junto con dos coches. Pasaron el control de aduanas rápidamente y, a los pocos minutos, los dos estaban sentados en el asiento posterior de un Bentley negro. Un chófer los llevaba a la ciudad.
Ella lo miró fijamente hasta que consiguió que él se fijara en ella.
—Jungkook, ¿por qué te comportas de este modo?
— ¿De qué modo?
—Como si fueras un estúpido.
Él apretó la mandíbula y se puso a mirar por la ventanilla.
—Lamento que te sientas tan necesitada y tan insegura, que creas que debes ser el centro de mi atención en cada momento, pero, al contrario de ti, a mí no me basta con vivir del dinero de otras personas. Al contrario de ti, yo soy el dueño de un negocio y debo dirigirlo. El hecho de que estemos casados no significa que tenga la intención de pasarme todas las horas del día adorándote.
Iseul lo miró con la boca abierta. Estaba completamente atónita.
Respiró profundamente para no responderle de forma grosera y trató de ver las cosas desde su punto de vista para ver si existía la posibilidad de que ella se estuviera comportando de un modo poco razonable.
No.
Apretó las manos y respiró profundamente para tranquilizarse. Era su esposa. Quería mostrarse cariñosa y comprensiva. Estaban en su luna de miel. No quería iniciar una pelea sobre algo tan pequeño como un cambio en el estado de ánimo de Jungkook. Sin embargo, por otro lado, no era un felpudo y lo mejor era que su esposo se fuera enterando.
—Por supuesto que entiendo que debes trabajar —dijo, tratando de hablar en el tono de voz más amable y comprensible posible—, pero eso no explica por qué te has mostrado tan frío conmigo toda la noche. Ni por qué nos hemos tenido que marchar de la Toscana. Después de todas las molestias que se tomaron tus amigos, podríamos al menos haber pasado la noche allí.
—No me interesaba.
Iseul enrojeció. Se sintió profundamente humillada. Llevaba toda la noche imaginándose su noche de bodas, anhelando estar con Jungkook y sentir cómo él le hacía el amor. Aparentemente, a él no le interesaba en lo absoluto.
— ¿Por qué me tratas de este modo? —susurró—. Llevas haciéndolo desde el momento en el que me convertí en tu esposa. ¿Acaso... acaso lamentas haberte casado conmigo?
Jungkook la miró fijamente y luego se giró hacia un lado mientras sacaba el ordenador de su funda.
—Llegaremos pronto a casa.
— ¿Por qué te comportas como si, de repente, me odiaras?
—No voy a hablar de esto contigo en este momento.
— ¿Cuándo entonces?
El teléfono de Jungkook comenzó a sonar.
—Lo sabrás todo muy pronto —dijo. Abrió el teléfono—. Jeon.
Mientras hablaba por teléfono, Iseul se miró el enorme diamante que tenía en el dedo. Llena de aprensión, dirigió entonces su mirada hacia la ventanilla. ¿Por qué se había casado con ella si tenía la intención de tratarla de aquella manera?
Se colocó la mano sobre el vientre, donde estaba creciendo su hijo, y notó que estaba más redondeado que antes.
«Yo no le habría dado mi virginidad a menos que fuera merecedor de mi amor», se dijo. No había querido casarse con él tan rápidamente.
Había tratado de resistirse, pero Jungkook no había hecho más que insistir.
Se había mostrado tan cariñoso, tan paciente... Tan perfecto...
¿Habría cometido un grave error casándose con él?
«Y tienes motivos para tenerlo». Eso era lo que él le había dicho, con una extraña mirada en los ojos. ¿Era posible que se hubiera casado con ella sólo porque estaba embarazada de su hijo o por alguna otra razón más siniestra?
No podía ser por amor, a juzgar por el modo en que él se comportaba con ella.
El Bentley se detuvo frente a un elegante edificio de nueve plantas situado en una imponente plaza del centro de la ciudad. Jungkook se bajó del coche sin mirar atrás. Por primera vez, dejó que fuera el chófer quien la ayudara a salir del coche.
Ya en la acera, Iseul miró el edificio, que estaba iluminado. Se sobresaltó al oír la voz de Jungkook a sus espaldas.
—Bonita, ¿verdad?
Se dio la vuelta y vio que él la estaba observando con un gesto cruel y jocoso a la vez.
—Sí.
Mientras el conductor y el portero se ocupaban del equipaje, Jungkook se acercó a ella.
—Te encantará la vista que tenemos desde el ático. Allí fue donde te entregaste a mí por primera vez —le susurró al oído—. Durante semanas, no dejamos esa cama casi en ningún momento.
—Bien, pues espero que disfrutaras porque no va a volver a ocurrir —le espetó ella, levantando la barbilla.
Los ojos de Jungkook se oscurecieron ante aquel desafío. Le agarró la mano y, aunque ella trató de apartarla, no la soltó. Seguidos de guardaespaldas y sirvientes, entraron en el exquisito vestíbulo y se dirigieron al ascensor.
Sólo la soltó cuando estuvieron a solas en la enorme hbitacion, se frotó la muñeca y lo miró fijamente.
— ¿Por qué estabas tan decidido a casarte conmigo tan rápidamente, Jungkook? —le preguntó—. ¿Por qué? Quiero la verdad ahora mismo.
— ¿La verdad? —replicó él—. Eso es una novedad en lo que se refiere a ti.
— ¿Ha sido porque yo estaba embarazada?
—Siempre protegeré a mi hijo.
El dolor que sintió al oír aquellas palabras fue inmenso. No había amor. No tenía nada que ver con el amor.
—Si sólo ha sido por el bien del niño, ¿por qué me has mentido? ¿Por qué me dijiste que me amabas?
—Yo no te he mentido nunca. Dije que quería casarme contigo y darle mi apellido a ese niño. Las dos cosas son ciertas.
—Me hiciste creer que me amabas —susurró ella, con los ojos llenos de lágrimas—. Me engañaste para que me casara contigo. ¿Es que no tienes sentido alguno del honor?
— ¿Honor? ¡Tú me acusas de deshonor!
Iseul de repente sintió mucho miedo. Jungkook estaba muy cerca de ella y le había agarrado las dos muñecas con fuerza. Entonces, sintió el aliento de Jungkook sobre la piel. Oyó que su respiración dejaba de reflejar ira para indicar algo muy distinto. Él comenzó a mirarle los labios y, en aquel momento, Iseul creyó que el corazón iba a detenérsele.
Tras tomar una gran bocanada de aire, él le soltó las manos. Se apartó de ella y se dirigió hacia el pasillo. Unos instantes más tarde, regresó con una prenda muy ligera y plateada en las manos.
—Ponte esto —le dijo, con desprecio. Entonces, le lanzó la prenda a la cara.
Iseul lo observó durante un instante. El corazón seguía latiéndole con fuerza. Entonces, consiguió serenarse y levantó el vestido. Era un minúsculo vestido de cóctel adornado con lentejuelas metálicas.
Resultaba muy sexy... como el resto de las prendas que ella había regalado en Venecia.
—No. Te he dicho que no quiero volver a vestirme así nunca más.
—Harás lo que yo te diga.
—Soy tu esposa, no tu esclava.
Jungkook se acercó de nuevo a ella con gesto amenazante y la agarró por los hombros.
—Me obedecerás o...
— ¿O qué? —le espetó ella.
Sus miradas se cruzaron. Iseul oyó que la respiración de Jungkook se aceleraba. Sabía que él quería besarla. Lo sentía. Sin embargo, la soltó sin hacerlo. Su expresión se convirtió en una máscara cuando miró su reloj de platino.
—Es mejor que te des prisa. Nos marchamos dentro de diez minutos. Arréglate lo mejor que puedas, ¿de acuerdo? —añadió, fríamente—. En la fiesta estará un viejo amigo tuyo.
— ¿Fiesta? ¿Qué fiesta? ¿De qué amigo me estás hablando?
Jungkook se marchó sin responder, dejándola sola para que se cambiara de ropa.
«Sola», pensó amargamente.
Ni siquiera había sabido el significado de aquella palabra hasta que se había convertido en una mujer casada.
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