Los pies avanzaban rápidamente por las escaleras empinadas. El cielo de mediados de invierno, que comenzaba a oscurecerse, brillaba nítido en la cristalera de la escuela blanca. Recuerdo los bajos del pantalón de mi uniforme, los calcetines blancos y los zapatos negros, que pisaban un escalón tras otro.
Fuera, nos visitaba una noche impregnada del perfume de la primavera. La claridad que salía por la ventana de los almacenes iluminaba alegremente la acera y brillaban, blancos, los rostros de las personas que iban y venían sin cesar. El aire tenía un olor dulce y, como hacía frío a pesar de ser primavera, saqué los guantes del bolsillo.
—Este restaurante donde hacen kimbap está justo al lado de mi casa, así que podemos andar un poco, ¿no? —dijo Tae.
—Vamos a cruzar el puente, ¿verdad? —dije, y enmudecí por un instante.
Es que me había acordado de Yoongi, el hombre que había visto en el puente. Y mientras pensaba distraídamente que, a pesar de haber ido desde entonces allí todas las mañanas, no la había vuelto a encontrar, Tae dijo en voz alta:
—A la vuelta, por supuesto, te acompañaré.
Probablemente había pensado que mi silencio obedecía a la incomodidad por ir lejos.
—Qué va. Si aún es pronto.
Hablé precipitadamente; entretanto, iba pensando, esta vez sólo para mis adentros: «Se le parece». En la actitud que había tomado, se parecía tanto a Jin que no hacía falta que lo imitara. Aquella suma de distanciamiento y gentileza que, pese a no alterar la distancia, manifestaba una amabilidad instintiva hacia los demás, me daba una sensación de transparencia. Yo entonces recordaba vívidamente este sentimiento. Era inolvidable. Era amargo.
—Hace poco, cuando corría por la mañana, me encontré a una persona extraña en el puente. Simplemente me había acordado de esto —dije al empezar a andar.
—Esta persona extraña, ¿era una mujer? —sonrió Tae—. Una carrera peligrosa por la mañana temprano.
—No, no es eso. Era un hombre. Una persona difícil de olvidar, no sé por qué.
—Caramba. Estaría bien que volvieras a encontrarlo.
—Sí.
En efecto, tenía muchas ganas de ver a Yoongi de nuevo, no sé por qué. Sólo lo había visto una vez, pero quería verlo. La expresión de su rostro, a mí, entonces, casi me había detenido el corazón. Al quedarse solo, él, que poco antes había estado sonriendo dulcemente, tenía una expresión que, si buscamos una semejanza, parecía la de «un diablo que hubiera tomado forma humana y que, de repente, se dijera que ya no podía confiar nada más a nadie». Eso era un poco difícil de olvidar. Tuve la impresión de que ni mi tristeza ni mi sufrimiento llegaban hasta este punto, en absoluto. Me hizo sentir que quizás yo pudiera hacer algo más.