—Ya es de noche —jadeó la chica.
Hace caso omiso a su propio comentario cuando Justin la besa en los pechos.
—Mm… —musita.
La chica da un respingo cuando Justin la muerde suavemente el pezón.
—Justin —gruñe.
Él se limita a reír, deslizando su boca hasta la de ella.
—Que bien besas, lo juro —la sostiene de la cintura y giran en la cama, de modo que la chica queda sobre él—. ¿Cuántas veces hemos hecho el amor desde la mañana?
—No me preguntes. He perdido totalmente la cuenta.
Él le sonríe antes de besarla.
— ¿No tienes hambre?
—Pues no sé, no consigo sentir nada en este instante. Me dejaste entumecida, me temo.
—Entonces, ¿quieres que te prepare algo y te lo traiga a la cama?
—No —mordisquea su labio—. Yo lo hago, Justin.
La chica intenta apartarse, pero él la envuelve con los brazos.
—Justin —musita—. Necesito ponerme de pie.
—Hagamos un trueque. Yo te dejo ir, pero me debes dar algo a cambio.
— ¿Y qué quieres tú a cambio de mi libertad?
—Revoltillos con pan tostado, untado en mermelada y un buen vaso de jugo de naranja recién exprimido.
—Pero eso es un desayuno. Es de noche.
—Me salté el desayuno, y de verdad tenía ganas de comer esos revoltillos.
—Bueno, bueno —le da dos golpecitos en el pecho—. Te prepararé lo que me pides.
Él sonríe y la besa antes de que consiga ponerse en pie. La ve deambular por la habitación hasta que consigue ponerse una de sus camisas.
—Te quedan mejor a ti que a mí —musita él.
Ella le sonríe antes de salir de la habitación. Observó la oscuridad que provenía del exterior. Esa misma oscuridad la hubiese hecho temblar tres meses atrás, pero teniendo a Justin a pasos de ella era imposible sentirse asustada. Da saltitos hacia la cocina y coloca todo lo que necesita cerca de la estufa. Rompe los huevos y los bate en un envase. Mientras lo hace, no puede evitar pensar en lo bien que Justin la había echo sentir mientras le hacía el amor…
— ¡_________!
La chica da un salto cuando escucha a Nirvana gritar su nombre, pero por suerte el envase no se cae de sus manos.
—Nirvana, me asustaste —chilla.
Nirvana se acerca dando saltitos y coloca el brazo sobre sus hombros.
—No te he visto en todo el día, picarona.
Las mejillas de la chica se tiñen de rojo.
—Mark y yo fuimos a dar una vuelta —abre el refrigerador y saca una manzana a la que le da una mordida—. Hicimos el amor en su coche.
—No quería saber eso —vierte los huevos en el sartén—. En serio.
—Fuimos a un río —continuó ignorándola—. Hicimos el amor allí. Luego fuimos a un hotel antes de llegar.
—No sé por qué fueron a un hotel. Si el hotel y el río parecían más accesibles para una segunda ronda.
—Pero si a ti se te nota que te dieron tu fiestecita también, picarona —suelta una carcajada—. Se te nota por la sonrisa.
Hasta ese instante, la chica no había notado que sonreía. Efecto postJustin. Una total maravilla.
—Estuve haciendo mis cosas.
—Sí, el hecho de llevar una camisa de Justin te delata.
La chica suelta una carcajada, apaga la estufa y coloca el sartén sobre la encimera.
—No te lo puedo esconder por más tiempo —da dos saltitos—. Justin y yo, oh Dios, hemos estado haciendo el amor todo el día. Ha sido todo un animal salvaje, pero también como un conejito suave y tierno.
—Bueno, los conejos son buenos en la reproducción —ambas sueltan una carcajada—. No sabes cómo me gusta verte así. Eres tú otra vez, mi mejor amiga de hace tantos años atrás.
—Es que es imposible no sentirse tan bien. Me repetía todo el tiempo que me amaba, y yo sentía que me derretía por dentro —agarra el sartén y vierte el revoltillo en un plato—. Todos estos meses se ha comportado como un príncipe. Ha sido tan jodidamente paciente y no le importó lo que ese hombre me hizo.
Los ojos de la chica brillan por las lágrimas, lágrimas de felicidad. Agarra el pan y le unta la mermelada.
—Él me hizo la mujer más feliz, lo más feliz que he podido ser en mucho tiempo —sostiene la bandeja con el desayuno—. ¿Y sabes qué fue lo único que me pidió a cambio? Desayuno en lugar de cena. Te adoro, pero yo me voy con mi hombre.
Sonríe como una niña y desaparece escaleras arriba.