Fascinación (Terminado)

By NamelessLady13

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Era bella e impetuosa, pero inocente. No sabía que estaba jugando con fuego. Desde un acogedor y pequeño pueb... More

Capítulo 1
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
AVISO

Capítulo 2

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By NamelessLady13

—¡Dios mío, esta mujer es un constante engorro! — Victoria se levantó para arrodillarse precipitadamente junto al ama de llaves —Suele tener su frasco de sales por aquí... Ah, aquí está.

De un voluminoso bolsillo que la señora Stone tenía en su vestido gris, Victoria sacó un frasco diminuto y, después de echar una mirada a Ben, se lo acercó a la nariz.

—Sería mejor que usted no estuviera junto a ella cuando recupere el sentido. Parece haber sido usted el que provocó su desmayo, esta vez.

Ben echó una mirada ceñuda a la mujer.

—Está usted en lo cierto, sin duda. Me retiro, señorita Evanson. Pero antes de hacerlo voy a repetirle lo que estaba diciendo cuando nos interrumpieron. No se acercará usted a las cuevas del acantilado mientras yo no haya resuelto este asunto de los bandidos. ¿Está claro?

—Muy claro — dijo Victoria, impaciente —pero dista mucho de ser una orden práctica. Debo acompañarlo hasta las cuevas para mostrarle la caverna que están utilizando para acumular el botín. De lo contrario es muy difícil que usted la descubra por su cuenta. En verdad, podría vagar años enteros buscándola. Yo misma la descubrí hace muy poco.

—Señorita...

Ella vio el destello decidido de esos ojos leonados e intentó su sonrisa más conquistadora, en un esfuerzo por imponerse. Al fin y al cabo, estaba habituada a manejar a su padre. Entonces recordó que llevaba mucho tiempo sin un hombre en la casa. Los hombres solían ser criaturas tan tercas. Y ése, decididamente, parecía más inclinado hacia esa tendencia que ningún otro.

—Sea razonable, señor — dijo Victoria, en tono deliberadamente tranquilizador—Durante el día no hay ningún peligro en esa playa. Los ladrones van y vienen sólo durante la noche, una o dos veces al mes. Es por las mareas, claro. Yo no correría ningún peligro por señalarle mañana la caverna.

—Puede dibujarme un mapa — replicó Ben, con frialdad.

Victoria comenzaba a irritarse. ¿Creería ese hombre que ella iba a entregarle algo tan importante? ¡Estaban en juego sus preciosos fósiles!

—Temo que, si bien sé dibujar bastante bien, no tengo el menor sentido de la orientación — dijo, locuaz —Pero he aquí mi plan. Mañana daré mi habitual paseo matutino por la playa. Usted puede salir a caminar a la misma hora, ¿verdad?

—Eso no viene al caso.

—Nos encontraremos de una manera tan casual que, si alguien nos ve, parecerá un accidente. Le mostraré el pasaje de los acantilados que conduce a la caverna utilizada por los ladrones. Y luego podremos discutir el mejor modo de atraparlos. Y ahora, si usted me disculpa, debo atender a la señora Stone.

—¡Condenada mujer!—Las cejas negras de Ben se unieron en un ceño feroz —Por muy habituada que esté a repartir órdenes, hará bien en cuidarse de dármelas a mí.

En ese momento la señora Stone emitió un gemido.

—Oh, oh, cielos, qué mal me siento.—Sus pestañas dieron una sacudida.

Victoria le acercó las sales a la nariz y ahuyentó al vizconde.

—Por favor, salga, milord—dijo mirándolo de soslayo—Disculpe si insisto. La señora Stone se pondrá histérica si lo ve aquí cuando abra los ojos. Lo esperaré mañana en la playa, a eso de las diez. No hay otro modo de que usted pueda descubrir la caverna en cuestión. Créame.

Ben vacilaba, obviamente fastidiado por tener que acotar lo obvio. Entornó los párpados, ocultando a medias sus ojos leonados.

—Muy bien. En la playa, a las diez de la mañana. Pero ése será el fin de su participación en este asunto, señorita Evanson. ¿Me he expresado con claridad?

—Con toda claridad, milord.

Esa mirada de soslayo encerraba una profunda desconfianza. La sonrisa tranquilizadora de Victoria no parecía haberlo convencido por completo. El hombre pasó a su lado y salió al vestíbulo.

—Buenos días, señorita Evanson.—Y se plantó el sombrero en la cabeza.

—Buenos días, milord—saludó ella—Y gracias por acudir tan pronto en respuesta a mi carta. Le agradezco francamente su ayuda en este asunto. Creo que usted lo resolverá muy bien.

—Me alegra saber que soy un candidato adecuado para el puesto que usted deseaba cubrir—gruñó él—Ya veremos si continúa mostrándose tan complacida cuando yo quiera cobrar por la misión cumplida.

Victoria hizo una mueca dolorida ante el gélido sarcasmo. Lo vio cruzar el vano de la puerta y salir al sol de marzo, sin echar una sola mirada hacia atrás.

La joven echó un vistazo al gigantesco potro bayo que esperaba fuera, paciente. Era un animal realmente enorme, como su amo: grandes patas, músculos poderosos y una obstinada curva en el hocico. No había en él ninguna refinación ni elegancia. Parecía lo bastante grande y decidido como para llevar al combate a un caballero de otros tiempos, con toda su armadura.

El vizconde se alejó hacia los acantilados. Por un largo instante, Victoria permaneció inmóvil, de rodillas junto al ama de llaves. Una vez más, el vestíbulo de la cabaña parecía cómodo y amplio. Por un rato, estando Ren allí, le había dado la sensación de estar atestado.

Victoria cayó en la cuenta de que las facciones salvajes y deformadas de Ren se le habían grabado a fuego en el cerebro. Nunca había conocido a un hombre como él. Era increíblemente grande, como su caballo: alto y de constitución sólida, hombros y músculos anchos y fuertes. Las manos eran tan enormes como los pies. Ella se preguntó si los fabricantes le cobrarían algo extra por la cantidad de material que requeriría cada par de guantes o de botas. Aparentaba unos treinta y cinco años.

Todo en él era duro, fuerte y potencialmente feroz.

Su rostro le hacía pensar en el magnífico león que, tres años antes, había visto en el zoológico doméstico del señor Petersham. Hasta sus ojos se parecían a los de la monstruo salvaje. Eran ojos extraordinarios, casi dorados, llenos de una serena inteligencia. Su pelo renegrido, sus anchos pómulos, la nariz audaz y la mandíbula autoritaria aumentaban la impresión leonina. La cicatriz no hacía sino realzar la impresión de que estaba ante un poderoso animal de presa, al que no era extraña la violencia.

Victoria se preguntó dónde y cómo habría adquirido Ren esa cicatriz de aspecto malvado que le cruzaba la mandíbula. Parecía antigua. Probablemente había recibido esa terrible herida varios años atrás. Y tenía suerte por no haber perdido el ojo.

La señora Stone volvió a removerse y a gemir. Victoria se obligó a prestar atención a ese problema, más inmediato, y agitó el frasquito bajo su nariz.

—¿Me oye, señora Stone?

—¿Qué? Sí, sí, oigo. — La mujer abrió los ojos y la miró a la cara. Luego frunció penosamente el ceño —¿Qué diantre...? Oh, buen Dios, ya recuerdo. Él estuvo aquí, ¿no? No fue una pesadilla. El Monstruo estuvo aquí. En carne y hueso.

—Tranquilícese, señora Stone. Ya se ha ido.

La mujer ensanchó los ojos con renovada alarma y aferró a la joven por el brazo, cerrando los dedos huesudos como una morsa alrededor de su muñeca.

—¿Está usted sana y salva, señorita Victoria? ¿La ha tocado, ese sucio perro del infierno? Lo vi erguirse ante usted como una gran serpiente monstruosa.

Victoria reprimió su irritación.

—No hay ningún motivo para preocuparse, señora Stone. No hizo más que ponerme una mano bajo el mentón por un brevísimo instante.

—Dios nos proteja. — La señora Stone parpadeó y volvió a cerrar los ojos.

En ese momento se oyó un repiqueteo de zapatos en el umbral y, un momento después, se abrió la puerta tan firmemente cerrada por el vizconde, dejando ver a Euphemia Evanson y a Felicity, la encantadora hermana de Victoria.

Todo el vecindario de Upper Biddleton reconocía en Felicity a una belleza espectacular, y con buenos motivos. Además de ser extraordinariamente hermosa, tenía una elegancia natural que lucía aún en las reducidas circunstancias financieras que las hermanas Evanson se veían obligadas a soportar. Ese día estaba encantadora con su vestido de paseo, a rayas blancas y verde intenso. Una pelliza verde oscura y una toca emplumada del mismo color completaban su atuendo.

A veces encuentro unos vestidos muy parecidos a los que describen en la novela, como en esta ocasión. Vestido de paseo en torno a 1880.

Y aquí os dejo la pelliza, son un tipo de chaqueta que usaban las mujeres. Este en concreto es una reproducción actual de una pelliza de 1880-1890.

Tenía ojos verde claro y pelo rubio dorado, rasgos ambos heredados de la madre. El corte de su vestido subrayaba también otro legado de su progenitora: un busto de gloriosa abundancia.

Euphemia Evanson Ashecombe entró la primera, quitándose los guantes. Había quedado viuda poco antes de la muerte de su hermano, el reverendo Evanson, y poco después aterrizó en el umbral de sus sobrinas. Se acercaba a los cincuenta años y en otros tiempos había sido una gran belleza. Victoria la encontraba aún muy atractiva. Tía Effie se quitó la toca, dejando al descubierto la plata de su pelo, antes oscuro. Sus ojos tenían el característico azul turquesa de los Evanson, como los de Victoria.

Effie miró al ama de llaves con aguda alarma.

—Oh, Dios mío, ¿otra vez?

Felicity entró en el vestíbulo siguiendo a su tía y, después de cerrar la puerta, echó una mirada a la señora Stone.

—Cielo santo, otro desmayo. ¿Por qué fue, esta vez? Confío en que haya sido por un motivo más interesante que la vez pasada. Si no me equivoco, en esa ocasión la derribó la simple noticia de que la hija mayor de Lady Barker se había casado con un adinerado comerciante.

—Bueno, es que el hombre era un mercader, al fin y al cabo—le recordó tía Effie—Como bien sabes, la señora Stone sabe apreciar la importancia de mantener la debida posición en la vida. Annabelle Barker descendía de una familia muy buena. La señora Stone tenía razón al pensar que esa niña podría haber conseguido algo mucho mejor que un tendero.

—Si quieres mi opinión, Annabelle hizo muy bien—declaró Felicity, con su típico pragmatismo—El marido la adora y le ha concedido una asignación ilimitada. Viven en una hermosa mansión, tienen dos carruajes y no sé cuántos sirvientes. Annabelle se ha asegurado una buena vida.

Victoria, con una gran sonrisa, acercó nuevamente las sales a la nariz de la señora Stone.

—Y por añadidura, dicen que también está locamente enamorada de su rico mercader. Estoy de acuerdo contigo Felicity. No le ha ido nada mal. Pero no creo que tía Effie y la señora Stone aprecien las cosas desde nuestro punto de vista.

—De esa alianza no saldrá nada bueno—predijo tía Effie—Nunca se logra nada permitiendo que las jovencitas sigan los dictados de su corazón. Sobre todo si esos dictados las hacen descender por la escala social.

—Eso nos dices siempre, tía Effie.—Felicity estudió al ama de llaves —Bueno, ¿y qué le ocurrió esta vez?

Antes de que Victoria pudiera responder, la desmayada se incorporó con un doloroso esfuerzo, parpadeando.

—Ha vuelto el Monstruo de Blackthorne Hall—entonó.

—Dios mío—exclamó Effie, asombrada—¿De qué habla esta mujer?

—El demonio ha vuelto a la escena del crimen—continuó la señora Stone.

—¿Se puede saber quién es el Monstruo de Blackthorne Hall?— Inquirió Felicity.

—Ren— gimió el ama de llaves—¿Cómo pudo atreverse? ¿Cómo se atrevió a volver aquí? ¿Y cómo se atreve a amenazar a la señorita Victoria?

Felicity echó una mirada a su hermana, con los ojos dilatados por el interés.

—Cielo santo, ¿el vizconde Ren estuvo aquí?

—En efecto—admitió Victoria.

La tía quedó boquiabierta.

—¿Qué el vizconde estuvo aquí? ¿En esta misma casa?

—Correcto—confirmó Victoria—Y ahora, tía Effie, si tú y Felicity tenéis la bondad de dominar vuestra estupefacción, quizá podamos poner a la señora Stone en pie.

—No lo puedo creer, Victoria—exclamó tía Effie, con voz horrorizada —El terrateniente más importante del distrito, un verdadero vizconde que va a heredar un condado, viene a visitarnos ¿y tú lo recibes así vestida? ¿Con ese delantal viejo y sucio y ese vestido espantoso, que habrías debido volver a teñir hace meses?

—Pasaba por casualidad—explicó Victoria, intentando un tono manso.

—¿Qué pasaba por casualidad?—Felicity estalló en una carcajada —¡Caramba, Victoria! Los vizcondes y otros aristócratas nunca "pasan por casualidad" por nuestra cabaña.

—¿Por qué no?—Quiso saber Victoria—Blackthorne Hall es su hogar y no está lejos de aquí. El vizconde Ren nunca se ha molestado en venir a Upper Biddleton, mucho menos en pasar por nuestra casa, en los cinco años que llevamos viviendo aquí. En verdad, papá dijo que sólo había conocido a su padre, el conde en persona. Y lo vio una sola vez, en Londres, cuando Skywalker lo designó párroco de esta parroquia. Créeme, Felicity: Ren estuvo aquí y fue una simple visita social —aseguró Victoria, con firmeza—Me parece completamente natural que visite las propiedades que su familia tiene en este distrito.

—En la aldea se dice que Ren nunca viene a Upper Biddleton. Dicen que odia este lugar—Tía Effie se abanicó con la mano —Buen Dios, yo misma me siento a punto de perder el sentido. ¡Un vizconde en esta cabaña! ¡Imaginad!

—En su lugar, señora Ashecombe, no me alegraría tanto—la señora Stone echó a Effie una lúgubre mirada de mujer a mujer—Puso las manos en la señorita Victoria. Yo lo vi. Doy gracias a Dios por haber entrado en el estudio justo a tiempo.

—¿Justo a tiempo para qué?—El interés de Felicity era obvio.

—No es cosa suya, señorita Felicity. Usted es muy jovencita para saber de esas cosas. Pero agradezca que esta vez yo no haya llegado demasiado tarde.

—¿Demasiado tarde para qué?—Insistió Felicity.

Victoria suspiró.

Tía Effie la miró frunciendo las cejas.

—¿Qué es lo que ocurrió, querida? ¿Nos quedamos sin té o algo así de espantoso?

—No, tía. No nos quedamos sin té, aunque no se me ocurrió ofrecerle una taza—admitió Victoria.

—¿No le ofreciste té? ¿Viene un vizconde de visita y no se te ocurre ofrecerle un refrigerio?—La expresión de tía Effie era de auténtico horror—¿Qué voy a hacer contigo, Victoria? ¿No tienes un poquito de roce social?

—Quiero saber qué ocurrió—interrumpió Felicity, de inmediato —¿Qué es eso de que el hombre te puso la mano encima, Victoria?

—No ocurrió nada y tampoco iba a ocurrir absolutamente nada —le espetó Victoria—El hombre no me puso la mano encima— Recordó tardíamente el enorme puño del vizconde, sosteniendo su mentón, y su ceñuda mirada de advertencia— Bueno, quizá lo hizo, pero sólo por un instante. Nada que valga la pena mencionar.

—¡Victoria!—Felicity ya estaba sobre ascuas—¡Cuéntanos todo!

Pero fue la señora Stone quien respondió.

—Atrevido como el mismo diablo, el hombre—Retorcía en los pliegues del delantal las manos gastadas por el trabajo, haciendo relumbrar en sus ojos una indignación justiciera—Cree que puede salirse siempre con la suya. Ese Monstruo no tiene vergüenza— Y sollozó.

Victoria la miró frunciendo las cejas.

—Por favor, señora Stone, no empiece a llorar.

—Disculpe, señorita Victoria—La mujer emitió otro pequeño sollozo y se limpió los ojos con el borde del delantal—Es que verlo otra vez, después de tantos años, me trajo tantos recuerdos espantosos...

—¿Qué recuerdos?—Preguntó Felicity, con ávida curiosidad.

—Recuerdos de mi pequeña y hermosa señorita Rey—El ama de llaves se tocó los ojos.

—¿Quién era esa Rey?—Interpeló tía Effie—¿Su hija?

La señora Stone se tragó las lágrimas.

—No, no era de mi sangre. Era demasiado fina para ser pariente de alguien como yo. Era la única hija del reverendo Kenobi. Yo cuidaba de ella.

—Kenobi—Tía Effie reflexionó por un instante—Ah, sí, el párroco anterior, que fue reemplazado por mi querido hermano.

La señora Stone asintió. Su boca estrecha temblaba.

—Cuando murió la buena de la señora, al reverendo sólo le quedó la señorita Rey. Ella trajo a esta casa la alegría y el sol. Hasta que el Monstruo la destruyó.

—¿El Monstruo? — Felicity puso la misma cara que cuando leía sus novelas favoritas, los góticos de terror —¿Se refiere usted al vizconde Ren? ¿Él destruyó a Rey Kenobi? ¿Cómo?

—¡Ese monstruo libidinoso!—Murmuró el ama de llaves, enjugándose los ojos otra vez.

—¡Sálvenos!—Tía Effie parecía atónita—¿Qué el vizconde arruinó a esa niña? Por favor, señora Stone, eso no se puede creer. Es un caballero, al fin y al cabo. Heredero de un conde. Y ella era hija de un párroco.

—Él no es un caballero — afirmó la señora Stone.

Victoria, perdida la paciencia, se giró hacia la exasperante mujer.

—Creo que ya ha dramatizado bastante por hoy, señora Stone. Puede usted volver a la cocina.

Los ojos acuosos se llenaron de angustia.

—Es cierto, señorita Victoria. Ese hombre mató a mi pequeña señorita Rey, igual que si hubiera apretado él mismo el gatillo de esa pistola.

—¿Qué pistola? — Victoria la miraba con fijeza.

Hubo en el vestíbulo un momento de horrorizado silencio. Effie estaba muda. Hasta Felicity parecía incapaz de formular otra pregunta. Victoria sentía la boca seca.

—Señora Stone — dijo por fin, con mucha cautela —¿dice usted que el vizconde Ren mató a una de las personas que habitaba esta casa? Porque en ese caso, temo que no podré conservarla en este puesto si va a continuar diciendo cosas tan horribles.

—Pero es cierto, señorita Victoria, lo juro por mi vida. Oh, todos dijeron que era suicidio, que Dios la tenga en Su Gloria, pero yo sé que él la obligó. El Monstruo de Blackthorne Hall es tan culpable como el demonio y en esta aldea todos lo saben.

—Cielo santo — susurró Felicity.

- Debe de haber algún error — musitó tía Effie.

Pero Victoria, que miraba al ama de llaves a los ojos, comprendió de inmediato que decía la verdad, al menos tal como ella la conocía. De pronto se sintió descompuesta.

—¿Cómo fue que Ren obligó a Rey Kenobi a suicidarse?

—Estaban comprometidos para casarse — explicó la señora Stone, en voz baja—Eso fue antes de que él heredara el título. Aún vivía Poe, el hermano mayor de Ben Solo, ¿comprendéis? El heredero del viejo conde era Poe, por supuesto. ¡Qué fino caballero, ése! Un noble heredero para el conde de Skywalker, hombre digno de seguir los pasos de su señoría.

—¿A diferencia del Monstruo? — Adivinó Felicity.

El ama de llaves le echó una mirada extraña y redujo su voz a un susurro.

—Hasta se dijo que Ben Solo había matado a su propio hermano para conseguir el título y las fincas.

—Esto es fascinante — murmuró Felicity.

—Increíble. — Tía Effie parecía aturdida.

—Si os interesa mi opinión, todo esto es pura tontería — anunció Victoria. Pero sentía algo frío en la boca del estómago. La señora Stone estaba muy convencida de lo que decía. Aunque tuviera una pronunciada inclinación por el melodrama, Victoria la conocía bien y la sabía básicamente honrada.

—Es muy cierto — aseguró la mujer, ceñuda —Os lo aseguro.

—Continúe, señora Stone. Cuéntenos cómo fue que el Monstruo... digo, el vizconde... obligó a la damisela a suicidarse — la instó Felicity.

Victoria renunció a todo intento de cortar el relato. Enderezando la espalda, se dijo que siempre era preferible conocer los hechos.

—Sí, señora Stone. Ya que ha comenzado a hablar, será mejor que nos diga el resto. ¿Qué sucedió con Rey Kenobi?

El ama de llaves apretó los puños.

—Él la tomó por la fuerza. La pervirtió, como Monstruo que es. Y le hizo un hijo. La usó para sus fines lascivos. Pero en vez de hacer lo correcto, en vez de casarse con ella, la repudió. No es ningún secreto. Podéis preguntarle a cualquier vecino.

Tía Effie y Felicity guardaban silencio, con estupefacta incredulidad.

—Oh, Dios mío. — Victoria se sentó abruptamente en un pequeño banco acolchado. Cayó en la cuenta de que tenía las manos entrecruzadas con tanta fuerza que le dolían los dedos. Se obligó a aspirar hondo para tranquilizarse —¿Está bien segura de eso, señora Stone? Realmente, no parece ser el tipo, ¿sabéis? Más aún... me cayó simpático.

—¿Qué puedes saber tú del tipo de hombre capaz de hacer semejante cosa? — Preguntó tía Effie, con irrefutable lógica —Nunca has tenido ocasión de conocer a alguien así. Ni siquiera te presentaron en sociedad porque mi hermano, que en paz descanse, no nos dejó dinero suficiente para hacerlo. Quizá si hubieras ido a la ciudad, si hubieras visto un poco del gran mundo, ahora sabrías que no siempre se puede distinguir "ese tipo de hombre" a primera vista.

—Tienes razón, tía Effie. — Victoria se vio obligada a admitir que su tía estaba en lo cierto. En realidad, no tenía ningún conocimiento práctico del tipo de hombre capaz de pervertir a una joven inocente para luego abandonarla —Una oye hablar de estas cosas, por supuesto, pero no es lo mismo que tener una experiencia directa, ¿verdad?

—Dios te libre de las experiencias directas — señaló Felicity. Y se volvió hacia el ama de llaves —Por favor, continúe con la historia.

—Sí—dijo Victoria, en voz baja—Será mejor que nos cuente todo, señora Stone.

La mujer levantó el mentón, mirando a las señoritas con ojos llenos de lágrimas.

—Como estaba diciendo, Ben Solo era el hijo menor del conde Skywalker.

—Por ende, todavía no era vizconde — murmuró Felicity.

—No, por supuesto— tía Effie asumió su habitual aire de autoridad en esos temas —Por entonces no tenía ningún título, puesto que era sólo un segundón. El vizconde habría sido el hermano mayor.

—Lo sé, tía Effie. Continúe usted, señora Stone.

—El Monstruo quiso a mi dulce señorita Rey en cuanto la vio, cuando hizo su presentación en Londres. El reverendo Kenobi había echado mano de todo cuanto tenía para que ella tuviera su temporada en sociedad. Y el Monstruo fue la primera en pedir su mano.

—¿Y Kenobi decidió no desperdiciar la oportunidad?— Preguntó Victoria.

La señora Stone la fulminó con la mirada.

—El reverendo dijo a la señorita Rey que debía aceptar la propuesta. El Monstruo no tenía título, pero sí dinero y buenos vínculos familiares. Era una alianza excelente, dijo.

—Bien vistas las cosas, tenía razón —murmuró Effie.

—En otras palabras, debía casarse por dinero y por la oportunidad de vincularse con una familia poderosa — dedujo Victoria.

—Mi señorita Rey fue siempre una hija buena y obediente — se lamentó la Stone —Aceptó las indicaciones de su papá, aunque Solo no era más que un segundón y feo como el demonio. Ella habría podido conseguir algo mejor, pero el papá tenía miedo de esperar. No podía mantenerla en Londres por mucho tiempo.

Victoria levantó la vista, irritada.

—A mí no me pareció feo en absoluto.

La señora Stone hizo una mueca.

—Un Monstruo grande y espantoso. ¡Pero si con esa espantosa cicatriz parece recién salido del infierno! Siempre fue así, aun antes de que le arruinaran la cara. Mi pobre niña se estremecía al verlo, pero cumplió con su deber.

—Y con creces, al parecer — murmuró Victoria.

Tía Effie meneó melancólicamente la cabeza.

—¡Ah, estas jovencitas tontas que insisten en obedecer al corazón y no a la cabeza! ¡Qué locura! ¿Cuándo aprenderán que deben conservar el buen tino y la virginidad hasta estar bien casadas, si no quieren acabar en la ruina?

—Mi Rey era una niña buena, sí — dijo la señora Stone, con lealtad —Os digo que él la pervirtió. Era un corderito inocente que nada sabía de la carne y él se aprovechó de ella. Por otra parte, estaban comprometidos. Más adelante, cuando descubrió... lo del bebé, confió en que él haría lo correcto.

—Sin duda creía que un auténtico caballero jamás rompería un compromiso — musitó Victoria.

—Bueno, un auténtico caballero no lo habría hecho — apuntó tía Effie, agria —Lo cierto es que una nunca está segura de que los hombres tengan sentido del honor, en este tipo de situaciones. Por eso no debió permitir que la comprometiera, para empezar. Cuando te llevemos a Londres, Felicity, harás bien en recordar esta espantosa historia.

—Sí, tía Effie.

Felicity miró a su hermana y puso los ojos en blanco. Victoria disimuló una sonrisa melancólica. No era la primera vez que ambas soportaban el sermón de su bienintencionada tía.

Effie se consideraba árbitro inapelable de la buena conducta social de su familia, guía y guardián en tales asuntos, aunque Victoria solía recordarle que allí, en Upper Biddleton, no había nada notorio contra lo cual custodiarlas.

—Como dije, Ren no es un caballero. Es un Monstruo cruel, libidinoso y sin corazón. — La señora Stone se limpió los ojos con el dorso de una mano huesuda —El hijo mayor del conde murió poco después de que la señorita Rey descubriera lo de su embarazo. Paseaba a caballo por los acantilados, no lejos de aquí, y dicen que el caballo lo arrojó. Cayó al vacío y se hundió en el mar. Y se partió el cuello. Fue un accidente, según dijeron. Pero más adelante hubo quien dudó, al ver el modo en que el nuevo vizconde trató a la señorita Rey.

—¡Qué horror! — Felicity aún tenía los ojos dilatados.

—En cuanto Ben Solo supo que iba a recibir el título, rompió el compromiso con la señorita Rey.

—¡No! ¿De veras? — Exclamó Felicity.

El ama de llaves asintió, luctuosa.

—La abandonó sin más, aun sabiendo que ella iba a tener un hijo suyo. Le dijo que, siendo vizconde y con perspectivas de llegar a ser el conde de Skywalker, podía buscar algo mejor que la hija de un pobre párroco de aldea.

—¡Dios bendito! — Victoria recordó la calculadora inteligencia de esos ojos leonados. Ahora que lo pensaba mejor, era preciso admitir que no parecía ser de los que se dejan llevar por las emociones más suaves, tanto menos teniendo otros objetivos en vista. Había en él algo de inflexibilidad. Se estremeció —¿Dice usted que él conocía el estado de Rey?

—Sí, maldita sea su alma, lo sabía. — La señora Stone abría y cerraba las manos —Yo estaba con ella cuando cayó en la cuenta de que iba a tener un bebé. Lloró en mis brazos toda la noche y por la mañana fue a verlo. Y cuando volvió de la mansión, por la expresión de su rostro, comprendí que él la había repudiado. — Las lágrimas se desbordaron y corrieron por las anchas mejillas.

—¿Qué pasó después? —Preguntó Felicity, con una vocecita aturdida.

—La señorita Rey fue al estudio, descolgó la pistola que su padre tenía en la pared y se disparó. Fue el pobre reverendo Kenobi quien la encontró allí.

—¡Pobre niña desgraciada!—Susurró tía Effie —Si hubiera sido más prudente... si hubiera cuidado su reputación, en vez de confiar en un caballero... Te acordarás de este caso cuando llegues a Londres, ¿verdad Felicity?

—Sí, tía Effie. No creo que lo olvida jamás. — La muchacha parecía auténticamente impresionada por ese penoso relato.

—¡Dios mío! —Murmuró Victoria —Me parece tan increíble.— Echó una mirada al estudio sembrado de fósiles y tragó saliva con dificultad, recordando a Ren inclinado sobre su escritorio, levantándole el mentón con esa mano poderosa —Señora Stone, ¿está usted completamente segura de los hechos?

—Por completo. Vuestro padre, si viviera, os diría que todo es cierto. Él sabía lo sucedido con la hija del reverendo Kenobi, claro, pero guardó silencio porque no le parecía adecuado repetir eso delante de dos jovencitas. Cuando me dijo que podía continuar en mi puesto, me advirtió que no mencionara el asunto. Y yo he callado hasta ahora. Pero ya no puedo.

Tía Effie asintió.

—No, por supuesto, señora Stone. Ahora que Ren ha vuelto al vecindario, todas las damiselas decentes deben estar en guardia.

—Ultrajada y abandonada.—Felicity meneó la cabeza, sobrecogida —Imaginad.

—Espantoso —aseveró tía Effie —Completamente espantoso. Las señoritas deben andarse con muchísimo cuidado. Felicity, no salgas sola mientras el vizconde esté en la vecindad, ¿me entiendes?

—Oh, tonterías—La muchacha apeló a Victoria—¿Vais a tenerme prisionera en mi propia casa sólo porque Ren está en el distrito?

Victoria frunció el entrecejo.

—No, por supuesto.

Tía Effie adoptó una expresión severa.

—Felicity debe tener cuidado, Victoria. Supongo que lo comprendes.

Ella levantó la vista.

—Felicity tiene la cabeza bien puesta, tía Effie. No hará ninguna estupidez. ¿Verdad hermana?

La muchacha sonrió.

—¿Cómo voy a perder la oportunidad de que me presenten en Londres? Puedes estar segura de que no soy tan idiota, Victoria.

La señora Stone apretó la boca.

—Ren tiene predilección por las jóvenes inocentes y hermosas, ese gran Monstruo hambriento. Y ahora que ya no está su papá para protegerla, señorita Felicity, tendrá usted que andarse con cuidado.

—Muy cierto — concordó tía Effie.

Victoria enarcó una ceja.

—¿Así que ninguna de vosotras se preocupa por mi reputación como por la de Felicity?

Tía Effie se mostró inmediatamente contrita.

—Oh, querida, bien sabes que eso no es cierto. Pero ya tienes casi veinticinco años. Y los pillos libidinosos como el que la señora Stone describe tienden hacia las jóvenes inocentes.

—Y no hacia las viejas inocentes, como yo — murmuró Victoria, ignorando la sonrisa provocativa de su hermana —Oh, bueno, supongo que tienes razón, tía Effie. No corro ningún peligro de ser pervertida por Ren. — Hizo una pausa —Creo recordar que así se lo dije.

—¿Qué dices, mujer? — Tía Effie la miraba con fijeza.

—No importa, tía Effie. — Victoria echó a andar hacia el estudio —Estoy segura de que Felicity sabrá conservar el buen tino y todo lo que sea importante, si se encuentra con el vizconde Ren. No es ninguna tonta. Y ahora, si me disculpáis, tengo un trabajo que terminar.

Se obligó a caminar serenamente hacia su pequeño refugio y cerró la puerta con suavidad. Luego, con un sincero gemido, se dejó caer en la silla, con los codos en el escritorio, y hundió la cara entre las manos, sacudida por un profundo estremecimiento.

La tonta no era Felicity, decidió ceñudamente. Era ella, Victoria, la que había cometido la estupidez de hacer que el Monstruo de Blackthorne Hall retornara a Upper Biddleton.

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