-LeviHan- La gente feliz lee...

By YepYepYeap

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[TERMINADA] Tras la muerte de su marido y de su hija en un accidente, Hange lleva un año encerrada en casa, i... More

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¿Habrá más interacción entre Hange & Levi en este capítulo?

Continúen leyendo y lo descubrirán.

¡Gracias por leer!

🔸 🔸🔸🔸🔸🔸🔸🔸🔸🔸🔸 🔸

Casi había olvidado la sensación que me provocaba escuchar música a todo volumen hasta quedarme sorda. Había dudado mucho antes de poner en marcha la cadena de música. Sin embargo, hubo una época en la que lo hacía por reflejo.
Antes de decidirme, estuve observándola y dando vueltas a su alrededor.

El incidente de los fusibles había trastornado mis costumbres. Para obligarme a salir más a menudo de casa, me iba a caminar casi una hora a la playa, tratando de no pasarme los días enteros arrastrándome en pijama. Hacía todo lo posible por regresar al mundo de los vivos y dejar de hundirme en delirios paranoides.

Una mañana me sorprendí sintiéndome menos machacada al despertar y me entraron ganas de escuchar música. Por supuesto que lloré, la euforia no duró mucho.

Al día siguiente, lo repetí. Y entonces no pude evitar moverme al ritmo de la música. Poco a poco, volvía a mis antiguas costumbres. Bailaba como una loca sola en el salón. La única diferencia en Mulranny era que no necesitaba audífonos en los oídos, estaba disfrutando muchísimo, los bajos retumbaban.
« The dog days are over, the dog days are done. Can you hear the horses? 'Cause here they come.» Compartía el escenario con Florence and the Machine. Me sabía esa canción de memoria, nunca me había saltado un acorde. Me contoneaba con rabia y una fina película de sudor cubría mi piel, mi coleta se balanceaba en todas direcciones, y mis mejillas estaban rojas. De pronto, se oyó una percusión fuera de ritmo. Bajé el volumen y volví a escuchar el estruendo. Con control en la mano, me acerqué a la puerta de entrada, que tembló.

Conté hasta tres antes de abrir.

—Buenos días, Levi. ¿Qué puedo hacer por ti? —le pregunté, luciendo la mayor de mis sonrisas.
— ¡Bajar tu música de mierda!
— ¿No te gusta el rock inglés? Son tus compatriotas...

Dio un puñetazo en la pared.

—No soy inglés.
—Eso está claro, no tienes su acento legendario.

Continué sonriendo de oreja a oreja. Cerró los puños, abrió los puños, cerró los ojos y respiró profundamente.

—Me estás buscando... —empezó a decir con su voz ronca.
—Lo cierto es que no. Eres prácticamente lo contrario de lo que busco.
—Ten cuidado conmigo.
—Uh, qué miedo.
Me señaló con el dedo, apretando los dientes.
—Sólo te pido una cosa, baja el volumen. Estás haciendo vibrar mi cuarto oscuro, y eso me molesta.

Me eché a reír.

— ¿De verdad eres fotógrafo?
— ¿Y a ti qué te importa?
—Nada. ¡Pero debes de ser malísimo!
Si hubiese sido un hombre, ya me habría partido la cara. Proseguí:
—La fotografía es un arte y eso requiere un mínimo de sensibilidad, cosa de la que careces completamente. Conclusión, no estás hecho para esa profesión. Bueno, oye, me ha encantado hablar contigo... No, es una broma, perdóname, tengo mejores cosas que hacer.

Le desafié con la mirada, apunté con el control en dirección al aparato y puse el volumen al máximo. «Happiness hit her like a bullet in the head. Struck from a great height by someone who should know better than that. The dog days are over, the dog days are done», bramé. Y pataleé ante sus ojos y le estampé la puerta en las narices.

Desbordaba alegría, bailando y cantando a voz en gritos. ¡Qué bien me sentía por haberle cerrado la boca!

Me entraron muchas ganas de continuar divirtiéndome y de terminar lo que había empezado. Así que decidí fastidiarle el día entero. Apostaba a que era el tipo de hombre que iría a tomar un trago para calmarse.

A diferencia de la primera vez, entré en el pub de forma civilizada. Saludé a los clientes con un gesto de la mano acompañado de una sonrisa. Pedí un vaso de vino tinto y pagué mi consumición ipso facto, para después sentarme a una distancia respetable de mi vecino.
Tenía el ceño aún más fruncido que de costumbre, sin duda le había sacado por completo de sus casillas.

Jugaba con el encendedor, con la mandíbula tensa. Vació su cerveza de un trago y pidió otra con un simple gesto de la cabeza. Clavó su mirada en la mía.
Levanté mi vaso hacia él y bebí un sorbo. A punto estuve de volver a escupirlo. Aquel vino, si merecía tal nombre, era imbebible.
A su lado, un sommelier habría preferido beber un vino en Tetra Brik.
¿Pero qué me había creído? ¿Pensaba encontrar una buen reserva en esta esquina recóndita de Irlanda, donde sólo se bebía Guinness y whisky?
No obstante, aquello no me impidió seguir desafiando a Levi con la mirada.

El juego duró algo más de media hora. Terminé venciendo cuando se levantó y se dirigió a la salida. Acababa de ganar una batalla, ya había hecho algo de provecho aquel día.
Esperé unos minutos y también salí. Se había hecho de noche, me levanté el cuello del abrigo. Estábamos a finales de octubre, y cada vez se sentía más la cercanía del invierno.

—Justo lo que pensaba —dijo una voz ronca.

Levi me esperaba en mi coche. Estaba inquietantemente tranquilo.

—Creía que te habías marchado a casa. ¿No tienes fotos que revelar?
—Hoy he perdido un carrete entero por tu culpa, así que no me hables de trabajo. Tú no debes de saber lo que es eso.

Sin dejarme tiempo para responder, prosiguió:
—No necesito conocerte para saber que no haces nada en todo el día. ¿No tienes familia o amigos que te esperen en otra parte?

El miedo me hizo titubear, él había recuperado el control.

— ¡Claro que no! ¿Quién querría algo de ti? No le interesas a nadie. Seguro que saliste con algún hombre, pero se murió de aburrimiento...

Mi mano se movió sola. Le golpeé con tanta fuerza que su cabeza giró a un lado.

Se frotó la mejilla y esbozó una sonrisa socarrona.

— ¿He tocado un punto sensible?
Sentí cómo mi respiración se aceleraba y subían las lágrimas.
—Comprendo, no quiso saber nada de ti. No se equivocó al dejarte plantada.
—Déjame pasar —le dije, porque me impedía meterme en el coche.

Me retuvo del brazo y me miró fijamente a los ojos.

—Ni se te ocurra volver a hacerlo, y lárgate por dónde has venido.

Me soltó brutalmente y desapareció en la oscuridad. Tuve que secarme las lágrimas con la palma de la mano. Temblaba tanto que se me cayeron las llaves. Luchaba con la cerradura cuando el coche de Levi pasó muy cerca como una exhalación. No sería un asesino, pero ese hombre era peligroso.

Me senté en el suelo en medio del salón. Una luz débil iluminaba la estancia. La primera botella de vino estaba casi vacía. Antes de apagar el cigarrillo, utilicé la colilla para encender el siguiente.

Por fin, tome mi celular.
—Mike, soy yo.
— ¿Qué novedades tienes del país de las ovejas?
—Ya no puedo más, estoy harta.
— ¿Y ahora qué sucedió?
—Te lo prometo, lo he intentado, me he esforzado, pero no lo consigo.
—Ya pasará —me dijo suavemente.
— ¡No! Nunca pasará. Ya no hay nada, nada de nada.
—Es normal que no te sientas bien estos días. El cumpleaños de Sara reaviva demasiados recuerdos.
— ¿Irás a verla mañana?
—Sí, yo me ocupo de ella... Vuelve a casa.
—Buenas noches.

Avancé titubeando hasta la cocina. Abandoné el vino. Ahogué el jugo de naranja en ron. Con el vaso en una mano y la botella en la otra volví al salón a tirarme en el suelo. Estuve bebiendo, fumando y llorando hasta que amaneció.

El sol estaba en lo alto cuando mi estómago empezó a retorcerse. Me precipité hacia el baño sin preocuparme de lo que derribaba a mi paso. Mi cuerpo se agitaba con espasmos cada vez más violentos. Tras vomitar durante lo que me parecieron horas, me arrastré hasta la ducha sin preocuparme siquiera de desnudarme.
Permanecí sentada bajo el chorro, acurrucada, balanceándome adelante y atrás mientras lanzaba quejidos. El agua caliente se volvió tibia, luego fría, y acabó saliendo helada.
Mi ropa mojada se quedó en el suelo del cuarto de baño. La ropa limpia y seca no me proporcionó bienestar alguno, ni siquiera el suéter de Moblit. Me asfixiaba. Me cubrí la cabeza con la capucha y salí.
Mis piernas consiguieron llevarme hasta la playa. Tumbada en la arena, miraba fijamente el mar embravecido; la lluvia martilleaba mi rostro, el viento y la arena lo azotaban. Quería dormir, para siempre, sin importar dónde. Mi lugar estaba junto a Moblit y Sara, y había encontrado un sitio estupendo para reunirme con ellos.

Me sentía perdida entre el sueño y la realidad. La consciencia me fue abandonando poco a poco, mis miembros se entumecían, me hundía suavemente. Cada vez estaba más oscuro. La tempestad me ayudaba a marcharme.

Un perro ladró muy cerca de mí, sentí cómo me olisqueaba, me dio unos golpecitos con el hocico para obligarme a reaccionar. Se oyó un silbido y se alejó. Así podría terminar mi viaje.

— ¿Qué estás haciendo aquí?

Reconocí la voz ronca de Levi y me invadió el miedo. Me abracé a mis rodillas, cerré los ojos con todas mis fuerzas y puse un brazo sobre la cabeza para protegerme.

— ¡Déjame en paz! —exclamé.

Sentí sus manos posarse sobre mí, fue como un electroshock. Me resistí a patadas y puñetazos.

— ¡Suéltame!

Conseguí liberarme. Intenté ponerme de pie, pero mi debilidad me traicionó. Iba a caerme cuando el suelo desapareció. Estaba atrapada en los brazos de Levi.

—Cállate y déjame llevarte.

No tenía fuerzas para luchar. Por puro reflejo, me agarré a su cuello, y su cuerpo me protegió inmediatamente de las acometidas del viento.

La lluvia cesó, estábamos a cubierto. Sin soltarme, subió unas escaleras. Con un golpe de hombro, abrió una puerta, entró en la habitación y me dejó sobre una cama. Permanecí con la cabeza gacha y me acurruqué.

Sin mirarlo directamente, vi cómo lanzaba su chaqueta a una esquina de la habitación. Desapareció unos instantes para luego volver con una toalla alrededor del cuello y otra en la mano. Se agachó ante mí y empezó a secarme la frente y las mejillas. Retiró completamente mi capucha y me soltó el pelo.

—Quítate el suéter.
—No —respondí con la voz rota y sacudiendo la cabeza.
—No tienes elección, si no te quitas esa ropa caerás enferma.
—No puedo.

Temblaba cada vez más. Se inclinó, me quitó las botas y los calcetines.

—Ponte de pie.

Me apoyé en la cama para levantarme. Levi me quitó el suéter de Moblit. Perdí el equilibrio, me agarró por la cintura y me estrechó contra él unos instantes antes de soltarme. Luego desabrochó mis jeans y los bajó. Me sostuvo para que pudiera quitármelos. Sus manos rozaron mi espalda cuando me quitó la camiseta. Un arranque de pudor me obligó a taparme el pecho con los brazos. Abrió un armario y volvió con una camisa que me ayudó a ponerme.

Los recuerdos brotaron al mismo tiempo que las lágrimas. Levi abrochó cada botón y colocó mi alianza bajo la tela.

—Acuéstate.

Me tumbé y me cubrió con el edredón. Apartó los cabellos de mi frente. Sentí que se alejaba. Mi respiración se entrecortaba, lloraba aún más fuerte. Abrí los ojos y, por primera vez, lo miré. Se pasó una mano por el rostro y se marchó. Saqué mi alianza de la camisa para estrecharla en mi mano. Me puse en posición fetal y hundí la cabeza en la almohada. Y por fin acabé durmiéndome.

No tenía ganas de despertarme, pero mis sentidos se mantenían al acecho. Mis ojos parpadeaban. Las paredes de la habitación no eran grises, sino blancas. Alargué el brazo hacia la mesita de noche para encender la lámpara, pero sólo encontré el vacío. De un salto, me senté en la cama, provocándome una espantosa migraña.
Me froté las sienes con las yemas de los dedos y todo el día anterior pasó ante mis ojos rápidamente. Salvo un gran agujero negro en la parte que correspondía a la noche.

Mis primeros pasos fueron vacilantes. Pegué una oreja a la puerta antes de abrir. El pasillo estaba en silencio. Quizás podría marcharme sin que Levi se diese cuenta. De puntillas, di unos pasos hacia la escalera, intentando ser lo más discreta posible.

Un carraspeo a mi espalda interrumpió mi avance. Me quedé paralizada. Levi estaba de pie detrás de mí. Suspiré profundamente antes de enfrentarme a él. Sus ojos me recorrieron de la cabeza a los pies, con una mirada indescifrable. Me di cuenta entonces de que mi vestimenta se reducía a una camisa suya y traté de tirar de ella para esconder las piernas.

—Tu ropa está en el cuarto de baño, ya debe de estar seca.
— ¿Dónde está?
—Segunda puerta al fondo del pasillo, no entres en la habitación de al lado.

Desapareció escaleras abajo antes de darme tiempo para añadir nada más. Había despertado mi curiosidad prohibiéndome el acceso a una habitación. Sin embargo, no caí en la tentación. Me fui en busca de mi ropa. Un auténtico cuarto de baño de solterón, pensé al entrar. Toallas de mano, un gel de ducha, un cepillo de dientes y un espejo en el que no se veía gran cosa.
Mi ropa colgaba de un toallero y, efectivamente, ya no estaba húmeda. Me quité la camisa con un gesto de alivio. Me la quedé en la mano, sin saber qué hacer con ella. Vi la cesta de la ropa sucia. Ya había dormido en su cama, así que acercarme a su ropa interior usada no me tentaba nada. Detrás de la puerta había un perchero.
Perfecto.
Con un gesto automático, me mojé la cara con agua, lo que me sentó tremendamente bien, tuve la impresión de tener las ideas más claras. Utilicé la manga del suéter para secarme. Ya estaba lista para enfrentarme a Levi, y quizás para responder a sus preguntas.

Me quedé plantada al pie de la escalera, en el umbral de la sala de estar, balanceándome sobre uno y otro pie. Postman llegó trotando a frotarse en mis piernas. Lo acaricié para evitar dirigirme a su dueño, que estaba de espaldas tras la barra de la cocina.

— ¿Café? —me preguntó con sequedad.
—Sí —respondí avanzando hacia él.
— ¿Tienes hambre?
—Ya comeré más tarde, me basta con un café.

Llenó un plato y lo dejó sobre la barra. Se me hizo la boca agua con el olor a huevos revueltos. Miré el plato desconfiada.

—Siéntate y come.

Obedecí sin pensar. Por una parte, estaba muerta de hambre, y por la otra, su tono no dejaba posibilidad a la negociación.
Levi me escrutaba, de pie, con la taza de café en la mano y un cigarrillo entre los labios. Me llevé el tenedor a la boca y abrí los ojos como platos. Podía no ser amable, pero era el rey de los huevos revueltos. De vez en cuando yo levantaba la nariz del plato, pero se hacía imposible adivinar sus pensamientos ni sostener su mirada demasiado tiempo. Eché un vistazo a mí alrededor. Si algo quedaba claro, es que Levi era un obseso de primera. Todo estaba limpio aunque había cosas por todas partes: material fotográfico, revistas, libros, ceniceros medio llenos.
Un paquete de tabaco chocó contra mi taza y volví la cabeza hacia mi anfitrión.

—Te mueres de ganas —me dijo.
—Gracias.

Me bajé del taburete, inspiré mi dosis de nicotina y me acerqué a la puerta acristalada de la terraza.

— Levi, te debo una explicación sobre lo que pasó ayer.
—No me debes nada de nada, habría ayudado a cualquiera.
—Contrariamente a lo que piensas, no me gusta hacer espectáculos como ése, quiero que lo comprendas.
—Me traen sin cuidado las razones que tuvieras para hacerlo.

Se dirigió hacia la puerta de entrada y la abrió. Ese animal me estaba echando. Acaricié por última vez al perro, que seguía pegado a mí. Después pasé por delante de su amo y salí al porche. Me puse frente a él para mirarle directamente a los ojos. Nadie podía ser tan duro.

—Adiós —soltó.
—Si necesitas algo, no dudes en pedírmelo.
—No necesito nada.
Y me cerró la puerta en las narices. Permanecí allí un buen rato. Qué hombre más idiota.

Tuve que hacer una limpieza general para poner la casa en orden. En asuntos de borrachera y resaca, poco importa en qué país estés, los efectos son siempre los mismos.
Mike había interpretado su papel de terapeuta de maravilla escuchándome largas horas al teléfono. Acababa de atravesar otra crisis más y seguía en pie. Tenía ganas de afrontar una nueva tentativa de cura.
Buscaba el medio de conseguirlo cuando llamaron a la puerta.
Me sorprendí al descubrir a mi vecino. Los dioses se habían aliado en mi contra.

No lo había vuelto a ver después de haber salido de su casa una semana antes, y no me había ido mal.

—Hola —dijo sobriamente.
— Levi.
—Al final sí que tengo un favor que pedirte. ¿Puedes quedarte con mi perro?
— ¿Murel y Jack no se encargan de eso normalmente?
—Me voy demasiado tiempo como para dejárselo.
— ¿Qué quieres decir con demasiado tiempo?
—Dos semanas o más.
— ¿Cuándo quieres que lo recoja?
—Ahora.

Era un descarado. Había dejado en marcha el motor del coche, para no darme otra opción. Como tardaba en responderle, dibujó una mueca y dijo:

—Está bien, olvídalo.
—Oye, ¿me dejas pensarlo un momento?
— ¿Pensar? ¿Para cuidar a un perro?
—Si me lo pides tan amablemente... De acuerdo, tráelo.

Abrió el maletero del todoterreno y Postman bajó de un salto. Más afectuoso que su amo, empezó a brincar a mí alrededor, lo que me hizo sonreír.

—Me voy —dijo Levi. Ya estaba instalado al volante.
—Espera, ¿no tiene correa?
—No, le silbas y viene.
— ¿Eso es todo?

Levi cerró la puerta y arrancó a toda velocidad. El idiota de siempre. Y había adoptado la pésima costumbre de cerrarme las puertas en las narices.

Llevaba tres semanas haciendo de dog-sitter. Tres semanas. Levi se estaba aprovechando de mi.

Menos mal que el perro era simpático, mi mejor amigo en aquel momento. Mi único amigo en aquel pueblucho, de hecho. Cuando empezaba a hablarle, me asustaba de mí misma. Estilo vieja loca con perrito faldero, aunque el perrito faldero tenía un aspecto entre asno y oso. Una mezcla indefinible.

Descubrí la alegría de tener un compañero de cuatro patas. Me gustaba, salvo cuando huía corriendo. Todos los días me hacía lo mismo durante nuestro paseo por la playa. Ya podía dejarme los pulmones silbando, no había nada que hacer. Esa vez estaba más preocupada de lo habitual. Llevaba desaparecido mucho tiempo.

Sudaba a mares a fuerza de correr por la playa. Estaba sin aliento. Intentaba recobrar la respiración con la cabeza inclinada y las manos sobre las rodillas cuando reconocí el ladrido de Postman.

Volvía hacia mí acompañado por una desconocida. Me coloqué una mano en la frente a modo de visera. Cuanto más se acercaba, más pensaba que no había podido cruzarme con esa chica sin fijarme en ella. Debía de tener más o menos mi edad.
Llevaba una minifalda escocesa y botas militares. Se estaba ganando una pulmonía al exhibir tanto el pecho en un escote que cubría a duras penas una chaqueta de cuero. Una mata rizada y rojiza coronaba el conjunto. Antes de llegar a mi lado, tomo un palo y se lo lanzó lejos al perro.

—Lárgate, bicho asqueroso —dijo riéndose. Continuó avanzando hacia mí sin dejar de sonreír—. Hola, Hange —me dijo, y me dio dos besos.
—Hola —respondí, atónita.
—Me enteré de que lo estabas cuidando y he venido a ver si no te estaba causando demasiados problemas.
—No, me las arreglo, salvo si se escapa.
—Oh, no te preocupes, he perdido la cuenta del número de veces que he terminado con el trasero lleno de arena corriendo tras él. Sólo obedece a Levi. Por otra parte, ¿a quién se le ocurriría hacer locuras con mi hermano?

Se echó a reír mientras yo trataba de asimilar toda la información después de aquel torrente de palabras.

— ¿Levi es tu hermano?
—Sí. Oh, perdona, no me he presentado. Soy Isabel, su hermana pequeña.
—Yo soy Hange, pero eso ya lo sabes.
—Bueno, ¿me invitas a un trago en tu casa?

Me agarró del brazo y me obligó a dar media vuelta para volver al cottage.

Era imposible que fuera la hermana de Levi, sus padres no podían haber engendrado dos hijos tan diferentes. Su único punto en común era el color de sus ojos, los de Isabel tenían exactamente la misma tonalidad que los de Levi, el mismo gris azulado.
La invité a entrar, se dejó caer directamente en el sofá y puso los pies sobre la mesita

— ¿Quieres té o café?
—Oye, parece ser que eres francesa, seguro que tienes por ahí escondida una buena botella de vino. Es la hora del aperitivo.

Cinco minutos más tarde estábamos brindando.

—Hange, no puedo creer que seas tan salvaje como mi hermano. ¿Por qué te has venido a vivir aquí? Ya sé que es bonito, pero ¿cómo se te ha ocurrido semejante idea?
—Es una experiencia como cualquier otra, vivir sola frente al mar. ¿Y tú? ¿Dónde vives?
—Encima de un pub en Dublín, tienes que venir a verme.
—Quizás algún día.
— ¿Cuánto tiempo piensas quedarte? ¿No trabajas?
—De momento no, ¿y tú?
—Tengo unos días de vacaciones, pero trabajo en el puerto. Gestiono la distribución de contenedores, es más bien aburrido, pero me da para pagar la renta y las facturas.

Y continuó hablando y hablando. Era una auténtica parlanchina. Después, como si le hubiese picado una mosca, se levantó de pronto.

—Te dejo, me están esperando Murel y Jack.
Y, diciendo esto, se plantó ante la puerta.
—Espera, se te olvidan los cigarros.
—Guárdatelo, es de contrabando, tengo un pequeño acuerdo con los vendedores —me dijo, guiñándome un ojo.
—No irás a regresar a pie, ya es de noche. ¿Quieres que te lleve?
— ¿Estás jugando? Me vendrá bien un poco de ejercicio para los muslos. ¡Hasta mañana!

Isabel volvió al día siguiente como había anunciado. Y el siguiente. Llevaba tres días invadiendo mi espacio vital. Paradójicamente, su presencia no me agobiaba. Me hacía reír. Era una provocadora nata. Se vestía para resaltar sus curvas dignas de una actriz italiana y blasfemaba como un marinero en cuanto abría la boca: era un cóctel explosivo.
Me hablaba sin parar, encadenando sus portentosas historias de amor una detrás de otra.
Tan segura de sí misma y sin miedo a nada, y a la vez tan dispuesta a ser engañada por cualquier chico guapo que pasara cerca. En cuanto se la ligaba un bad boy, estaba perdida.

Esa noche se había quedado a cenar conmigo. Bebía como un hombre y comía como cuatro.

—Ahora que estamos solas, ¿me permites? —me preguntó desabrochándose los jeans.

Fui a abrir la puerta al perro, que reclamaba su paseo nocturno.

— ¿Por qué te ha dejado mi hermano a su perro?
—Le debía un favor.

Me miró con desconfianza. Sin decir nada más, me instalé en el sofá plegando las piernas bajo el trasero.

— ¿Levi siempre ha sido así? —pregunté bruscamente.
— ¿A qué te refieres con « así»? —repitió haciendo un gesto de entrecomillar con los dedos.
—Del tipo rudo, solitario, taciturno...
— ¡Ah, eso! Sí, siempre. Arrastra ese carácter de mierda desde la infancia.
—Qué simpático, no envidio a sus padres.
— ¿Murel no te lo ha contado? Fueron ellos, Murel y Jack, quienes nos criaron. Mi madre murió cuando me trajo al mundo, Levi tenía seis años. Mi padre no quería ocuparse de nosotros, así que nos dejó con mis tíos.
—Lo siento...
— ¡Oh, no lo sientas! He tenido unos padres maravillosos, no me ha faltado de nada. Nunca me oirás decir que soy huérfana.
— ¿Nunca viviste con tu padre?
—Pasábamos algunos días con él cuando se dignaba a salir de su despacho, pero era un infierno. Por culpa de Levi.
— ¿No estaba contento de verle?
—No, cree que nuestros padres nos abandonaron. Odia todo y a todos. A pesar de la admiración que le profesaba a papá, en cuanto estaban en la misma habitación, estallaba.
— ¿Y eso?
— Levi es su vivo retrato, así que siempre saltaron chispas entre ellos. Se pasaban el tiempo gritándose.
— ¿Y tú estabas en medio?
—Pues sí, imagínate el ambiente.
—Y ahora, ¿sigue siendo igual de conflictivo?
—Papá murió.
—Vaya...
—Sí, vamos una detrás de otra...
Se rio suavemente, encendió un cigarrillo y alzó la vista unos instantes antes de proseguir:
—Se enfrentaron hasta el final, pero Levi se quedó al lado de nuestro padre durante toda su enfermedad. Se pasaba horas a los pies de su cama.
Creo que arreglaron sus problemas. Nunca supe qué se dijeron. Levi no quiere hablar de ello, sólo me aseguró que papá se había marchado en paz.
— ¿Qué edad teníais?
—Yo dieciséis y Levi veintidós. Inmediatamente decretó que se había convertido en el jefe de la familia y que debía cuidar de mí. Murel y Jack no pudieron hacer nada. Vino a buscarme y nos fuimos a vivir solos los dos.
— ¿Cómo se las arregló para hacerse cargo de todo?
—No tengo ni idea. Seguía estudiando, trabajaba y se ocupaba de mí. Fue haciéndose mayor y forjándose una armadura para preservarse del mundo exterior.
— ¿No tiene amigos?
—Pocos. Se cuentan con los dedos de una mano. Le resulta casi imposible confiar en alguien.
Está convencido de que le van a traicionar o a abandonar.
Me enseñó a arreglármelas sola y a no contar con nadie.
Siempre me ha protegido, y nunca ha dudado en usar los puños para defenderme de tipos que consideraba demasiado atrevidos para su gusto.
— ¿Es violento?
—En realidad no, se pelea cuando lo molestan demasiado, sólo cuando lo sacan realmente de sus casillas.
—Me parece que es lo que hice yo —murmuré.

Me miró frunciendo el ceño.

—No tendrás miedo de él.
—No lo sé, conmigo se porta de forma muy desagradable.

Se echó a reír.

—Si algo está claro es que tu llegada le molesto bastante, pero no te preocupes, tiene sus principios. Entre otros, no levantar nunca la mano a una mujer. Tiende más bien a lo contrario, a socorrer a la damisela en peligro.
—Me cuesta imaginar que me estés hablando de mi vecino.

Isabel se marchaba al día siguiente a Dublín. Se reunió conmigo durante mi paseo cotidiano con Postman. Nos sentamos en la arena. De nuevo intentó saber algo más de mí.

—Me estás ocultando algo. ¿Qué demonios haces aquí? No consigo comprender que ni Murel ni yo hayamos conseguido sonsacarte nada.
—No hay nada que contar. Mi vida no tiene ningún interés, te lo aseguro.

Partí en busca de Postman.
Se me había vuelto a escapar. Corrí en dirección al sendero de los cottages, temiendo como siempre que lo atropellase un coche o, peor aún, que Levi llegara y viera a su perro dejado de la mano de Dios.

Le eché la mano encima y tiré del collar para llevarlo hacia la playa. En ese instante, el todoterreno de Levi se detuvo delante de los cottages. Para demostrar mejor la autoridad que me había ganado sobre el can, lo sostuve con firmeza hasta que su dueño estuvo a nuestro lado. El perro saltó sobre él y Levi me fusiló con la mirada. Nos quedamos allí clavados, el uno frente al otro, mirándonos fijamente, midiéndonos. El animal brincaba de uno a otro.
Sonó un grito estridente. Isabel llegaba a la carrera. Se abalanzó sobre su hermano. Creí distinguir la sombra de una sonrisa en el rostro de Levi. Isabel terminó soltándole. Lo agarró del mentón y lo observó con el ceño fruncido.

—Tienes mala cara.
—Déjame. Se liberó de ella y se volvió hacia mí.
—Gracias por lo del perro.
—De nada.

Isabel empezó a aplaudir mirándonos alternativamente.

— ¡Carajo! ¡Qué conversación! Levi, has enlazado más de dos palabras. Y tú, Hange, sueles ser más habladora.

Me encogí de hombros.

—Ya basta, Isabel —gruñó Levi.
— ¡Cálmate, muchacho!
— Murel y Jack nos esperan.
—Dame tiempo para decir adiós a mi nueva amiga.

Levi levantó la mirada al cielo y camino delante. Isabel me tomo en sus brazos.

—Volveré dentro de dos semanas para las vacaciones de Navidad, iré a verte y me lo confesarás todo.
—No creo.

Le devolví el abrazo, la presencia de esa chica me sentaba bien.
Permanecí en la playa viéndoles partir. Isabel daba saltitos al lado de su hermano, feliz de estar con él. Levi, a su manera, debía de sentir lo mismo.

🔸 🔸🔸🔸🔸🔸🔸🔸🔸🔸🔸 🔸
¿Que les ha parecido el capítulo?

Nuevamente, gracias por leer.

Hasta el próximo capítulo 👋🏻

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