UN HUEÓN PELIGROSO (+21)

By harryxla

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¿Es un ángel enamorado de un demonio? ¿O un demonio corrompiendo la pureza de un ser divino? ¿Qué mierda impo... More

UN HUEÓN PELIGROSO
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By harryxla

El resto del fin de semana se me fue en modo flash. Me dedique a repasar materias y ordenar mis borradores para tener todo claro a la hora de los certamenes. Había hablado con mis viejos por videollamada -obviamente, no al mismo tiempo-, y sorprendentemente la Karina paso su domingo conmigo. Supuse que tuvo problemas con su pololo porque cuando le pregunté casi se pone a llorar. No me dijo lo que paso. Ella era de esas hueonas que prefería callar. No la presionaba. Total... siempre era lo mismo. El hueón del Andy la cagaba de alguna manera y al día siguiente eran una pareja feliz de nuevo. Me había cansado de intentar ayudarla a entrar en razón cuando ella misma no quería ser ayudada. Tendría que abrir los ojos sola.

—¿Hoy vuelves temprano? —me preguntó mi prima, mientras comía pan con palta y tomaba café. Yo estaba lista para irme a la u, mirándola desde la puerta.

—Yo creo. Aunque tengo que arreglar la huea de una presentación con unos compañeros. ¿Por qué?

Ella encogió sus hombros, rascándose su melena rubia.

—Es que... se acabaron las hueas del mes y esta vez no puedo ir a comprarlas yo... el Andy quiere que hablemos a la tarde.

Entorne mis ojos. Este mes le tocaba a ella hacer las compras. Nos turnábamos para hacerlo. Como dije compartíamos los gastos y teníamos plata ahorrada para todo lo que se necesitara para sobrevivir en Santiago.

—Yo voy oh —exclamé, echando un poco de confort a mi mochila.

Una sonrisa se extendió por sus labios. Sus ojos claros brillaron de la emoción.

—Pero antes de que digas algo —la interrumpí, alzando mi palma frente a su cara —Para a ese hueón. El culiao solo quiere verte la cara de hueona. Te la esta viendo, Karina.

Su rostro se lleno de dolor.

—No me digas esa huea, Samy... Tú no entiendes. Porque nunca te has enamorado.

Otra vez con la huea.

—Sí. Pero creo que querer a alguien no es la justificación para dejar que te caguen y te traten como se les para el pico. Nos vemos.

Entonces, salí del depa. Sé que soné una completa maricona con ella. Adoraba a mi prima hueón, pero odiaba que se dejara pisotear por el maldito del Andy. Él la manipulaba. No era una relación sana. E intentado de mil maneras de hacérselo ver. De ayudarla. Pero mi prima no cede. Y mi única manera de hacerla entender es hablando de esa forma. Aunque sé que no es la mejor. Verla así me emputa.

Al llegar a la u intento enfocarme en las clases y en la conversación que mantiene nuestro jefe de carrera, respecto a las practicas, pero no logra captar toda mi atención. Miro mi celular y decido que luego de clases iré al supermercado.

—Hola, guapa.

Me volteo en el patio cuando veo al Marcelin saliendo de su facultad. Le sonrío. Su pelo rubio está cubierto por un gorro con la visera hacia atrás y sus ojos azules escondidos bajo unas gafas de marca. Este hueón usa todo de marca. Tiene esa puta fascinación con las cosas caras. ¿Que no...? si sus viejos tienen cualquier terreno y viñas aparte de manejar a la perfección la contabilidad.

—Hola, corazón —bromeo, dándole un beso en la mejilla mientras caminamos a la entrada de la u.

—¿Eres tú la responsable del buen humor que anda trayendo hoy mi queridísimo amigo Dieguin? —pregunta, rodeándome con su brazo y suspirando dramáticamente.

Frunzo mis cejas.

—¿Qué? ¿Qué tiene que ver el Diego? Me perdí.

Me lanza una mirada de: ¿me estai huebiando?

—Ya dale chance, guapa. Nos vemos después.

Entonces se encamina al puesto que está en la esquina donde venden comida chatarra y se pone a saludar a unas hueonas. Me quedo anonadada. ¿Qué acaba de ser todo eso?

¿El Diego de buen humor por mí? ¿Esa es una insinuación de que nuestra cachita lo puso feliz? Ah conchetumare que ordi.

No le doy demasiada importancia a la huea y espero la micro para ir al super. Extraño mi moto, hueón. Con ella podría ir a todas partes sin necesidad de mamarme todas las mañanas el transporte de mierda que tiene Santiago. Mi motito fue un regalo de mi papá cuando salí de cuarto. Siempre había querido una y trabaje duro para juntar plata. No fue mucho lo que junte, pero mi viejo me dio lo demás y finalmente se convirtió en mi regalo. Mi vieja casi enloqueció cuando supo diciendo que me iba a matar en ella y bla, bla, bla. Retó a mi papá y la dio larga. Así que por mi mami no pude traerla. Porque me dijo que no quería verme en las noticias involucrada en un accidente. Le dio caleta de color, pero finalmente igual entendí sus razones. Aunque siempre que iba a Conce trataba de convencerla. Sé que terminare trayéndome a mi bebe.

En la micro me pongo a escuchar música y a deslizarme por Instagram. Cacho una publicación de la pagina de la disco en la que trabaja el Matías y me muerdo el labio recordando su oferta.

¿Debo trabajar ahí? Hueón... no he pillado una pega que se adapte a mis horarios y esa es una oportunidad la raja. Necesito la plata. Antes de procesarlo, estoy yéndome a WhatsApp y abriendo el chat del Matías. Sonrío al ver el nombre con el que lo guardé.

Samy:
15:45

Hola. Soy la Samantha 😊 ¿Cómo estai?

Muerdo mi uña, esperando. Siempre se empieza siendo cortes, po. Aunque no puedo evitar pensar que mi saludo fue ahueonao. Su respuesta no tarda en llegar porque está en línea.

Mati uber:
15:47

Hola, bien gracias. ¿Tú qué tal? Acabo de acordarme que tenemos una conversa pendiente.

Samy:
15:50

Estoy bien también. Sip, justo te hablaba por eso.

Mati uber:
15:50

¿Entonces aceptas mi propuesta?

Sonrío, nerviosa. Estoy tentada de ponerle ¿indecente? Pero me contengo.

Sé que aceptar ese trabajo significa muchas cosas. No soy hueona. Algo me dice que se vienen cosas grandes con esta pega. Pero dispuesta a afrontar lo que venga, escribo:

Samy:
15:52

Acepto tu propuesta, Matías.


(...)

El Diego se puso entero de raro cuando supo que ibas a trabajar en la disco —me comenta la Tali, echada en mi cama mientras se mira las uñas.

Yo la observo a través del espejo mientras seco mi pelo color chocolate con la toalla. Hoy es viernes. Durante la semana el Matías me explico por WhatsApp que debía trabajar los viernes, sábados y feriados en la disco. Hoy era mi primer día y estaba algo nerviosa.

En la semana no había hablado mucho con el Diego salvo las veces que fuimos almorzar. Ninguno comento lo que paso el fin de semana pasado porque nuestra relación era así. Actuábamos normal. Salvo por el hecho de que él seguía con sus muestras de cariño delante de todos. No me importaba que me abrazara y me dijera cosas, pero sí me importaba cuando era demasiado insistente y apenas me dejaba respirar.

—¿Por qué dices que se puso raro? ¿Qué tiene que trabaje en la disco? —alzo una ceja, dándome la vuelta para ponerme un sostén y deslizarme en mis calzones a juego. Después dejo caer la toalla para buscar mi ropa.

El pelo rubio de mi amiga cae como una cortina sobre su cara cuando se acuesta de lado para mirarme. El color en su cabello es más oscuro que el de la Karina. La Talía es de esas rubias tiradas a castaña. Su piel parece inmaculada. La envidio. Es preciosa la hueona.

—Yo creo que se puso celoso del wachito rico ese que te salvo y nos dejó entrar. Me dijo que le había caído como el pico —se ríe.

Entorno mis ojos, metiéndome en unos jeans negros.

—El Matías es un hueón la raja. Su amigo el dueño de la disco también es simpático.

La Tali pone sus manos bajo sus mejillas y revolotea sus pestañas.

—¿Y si me lo presentas? Un dos pa' dos, po amiga. Mi niña no esta feliz.

Me río tirándole la toalla mojada.

No he pasado por alto el hecho de que creo que le gusta el Diego... siempre que puede me saca el tema. Pero no le preguntó porque no quiero ponerla incómoda.

—¿Hoy van a salir? —interrogo, refiriéndome a los chiquillos.

—Mmmh, no creo. Los chiquillos tienen certamen el lunes. Y la Yasna se iba a juntar con un hueón. Por eso te vine a huebiar a ti, pero acabo de enterarme que hoy día trabajas —suspira, dramáticamente.

—Si, po. Ahora tengo que verlos carretiar, no más —encojo mis hombros.

Después de estar un rato con ella, como algo y cuando son las nueve tomo un uber. Tengo que estar a las diez en la disco. La huea abre a las doce, pero el personal debe llegar antes.

Cuando llegó, hay un guardia en la puerta. Me indica donde debo ir y firmo un libro de asistencia. Estoy en eso cuando una morena de melena negra se para a mi lado.

—¿Eres la niña nueva, cierto?

Le doy un repaso. Es bonita. De ese tipo de minas provocativas. Lleva los labios de rojo a juego con su polera que pone el nombre de la disco y unos jeans que parecen asfixiarla.

—Sip. Samantha —me acercó para darle un beso en la mejilla.

—Carla —guiña un ojo —Ven conmigo. Te voy a mostrar tu casillero.

La sigo por un pasillo. Estamos en el sector en el que entró el Matías a curarme la pierna, con la diferencia que debemos caminar muy al fondo para llegar como a una sala gigante. ¿Qué tan grande es esta disco culia?

—Somos siete minas en barra. Cuatro en la pista más grande, dos en la electro y una en VIP —me explica, mientras caminamos hasta un montón de casilleros —Hay un montón de hueones con nosotras, pero no se te hará difícil reconocerlos. La mayoría son coperos, los demás barman y guardias.

—¿Tú vas a enseñarme a usar la caja? —interrogó, mirándola.

Ella niega.

—Nop. El Matías tiene que enseñarte eso. Él se ofreció a hacerlo. Pero me pidió que te recibiera hoy. Tenía cosas que hacer. Va llegar un poco más tarde —comenta, luego abre un casillero de color rojo y me tiende unas llaves —Este será tuyo. Aquí puedes dejar todas tus cosas sin miedo. La disco está llena de cámaras.

Recibo las llaves con una sonrisa y dejó mis cosas ahí. La Carla me da una repasada con sus ojos. Como analizándome.

—¿Eres talla m? ¿Pantalón 40 o 42? Tienes buenas caderas, pero tu cintura es finita. Tendremos que buscar un cinturón.

¿Cómo supo todo eso con solo verme?

—Siempre tengo problemas por mi culo —me río, asintiendo.

Es la verdad, hueón. Tengo mucho poto y siempre que compró pantalones debo buscarlos una talla extra porque en los muslos me aprieta. Con las poleras es un poco más fácil porque pechugona no soy, pero intento que sean sueltecitas por las longas regalonas, ah.

—Menos mal acá se preocupan de nosotras y tenemos de todo.

Entonces, desaparece un momento y cuando vuelve trae una bolsa con ropa.

—Tienes que usarlo porque tienen el nombre de la disco. Todo esta nuevo, obviamente —señala.

Observo la bolsa. Hay un cinturón negro también. Que es linda ella. Me cayó bien.

Después de algunos minutos, salgo vestida a la sala. Observo todo con calma. Hay dos espejos en el centro, unos sillones y los casilleros están al fondo. Frente a los espejos hay pequeños muebles de madera llenos de implementos. La Carla está rizándose el pelo cuando me paro a su lado.

Yo me tiro la polera hacía abajo con incomodidad. La ropa culia es muy ajustada. Los jeans oscuros abrazan mis muslos casi ahogándolos y la polera esta tan apretada que se me sube mostrando una porción de mi estómago. Vuelvo a tirar con fuerza. No me gusta.

—Tranquila, Samy. Que la polera no va a crecer más. No tienes muchas tetas, pero tienes un culo precioso, lúcelo. No te acomplejes.

—No me acomplejo. Lo que me acompleja es enseñar algo que no quiero. Me gusta enseñar por sentirme bien yo, no por hacer que otros se sientan bien mirándome como un pedazo de carne y ser motivación para tomar —opinó, recordando lo que el Matías y el Pipe dijeron. Porque esta ropa culia estaba hecha para llamar la atención.

—¿Entonces que mierda haces aquí?

Ambas nos giramos al ver a una castaña despampanante. Sus piernas estaban envueltas en unos leggins grises y ella sí que tenía tetas.

—¿Qué huea? —pregunté, enojándome.

La mina dejó un bolso lleno de brillos sobre uno de los muebles y se quito la polera blanca que traía para sustituirla por la de la disco.

—Me escuchaste. Aquí todas tenemos que llamar la atención. Por algo estamos en la caja, niña. ¿Quién te trajo aquí? Parece que no tienes lo que se necesita —soltó una risa.

—¿Y qué se necesita según tú? ¿Ser bien perra y malhumorada? —solté, cruzándome de brazos y enfrentándola.

La Carla soltó una risa, tapándose la boca. La hueona pesa avanzó hacía mí.

—No vas a durar ni cinco minutos, niñita.

Entonces, nos dio la espalda dejando su bolso dentro del casillero y se fue.

Me di la vuelta, riéndome. Abrí mis ojos con horror fingido.

—¿Qué cresta fue todo eso?

—Es una insoportable de mierda.
—chilla la Carla, ahora pintándose los labios —Se cree el centro del universo porque trabaja en el VIP y porque se tiró a casi todos los hueones de la disco. Es una pena de mujer.

Carraspeo. Sin poder evitarlo, pregunto:

—¿Al Matías también?

La Carla alza una ceja, curiosa.

—Tiene que haberlo intentado. La hueona debe haberlo rondado harto. El Matías no tiene cualquier mina y ella anda babosa. ¿Ya lo conocías?

Una huea extraña se apodera de mi estómago ante sus palabras. Esa mina me cayó demasiado mal, hueón.

—Sí. Él me dio el puesto. Bueno... con el Pipe.

—Mierda. ¿En serio? ¿Hablas con los dos?

—Eh sí. ¿Ustedes no?

—Solo relación laboral. Nos enseña a utilizar la caja y saluda. Pero nada más.

Mich...

Cuando nos vamos a la barra obviamente la disco esta vacía. La Carla me hace saludar a casi todos los hueones que trabajan como barman, coperos y seguridad. Todos parecen ser buena onda, incluso las otras minas de la caja -que ya estaban aquí-, pareciera que con la Carla fuimos las únicas que llegamos más tarde.

—¿Ahora solo esperamos que abran?
—le pregunto a la morena, que está en su caja a solo metros de mí.

Ella me mira.

—Básicamente. Aunque antes tienen que hablar sobre la semana pasada.

Asiento. Veo que algunos empiezan a huebiar con los dj y a grabar historias para su Instagram. Me sorprendo al ver un mensaje del Matías.

Mati uber:
23:30

¿Estás en la barra? ¿Te entregaron tu ropa?

Tecleo con una sonrisa. Y bromeo:

Samy:
23:31

¿La mierda que no cubre ni cinco centímetros de piel? Si, señor.

No me responde, pero no le doy mucha importancia. Ya tiene que estar por llegar. Durante algunos minutos me dedico a socializar con los coperos que tengo más cerca. Descubro que tres de ellos se llaman: Juan, Alonso y Camilo. El Alonso es el más risueño de todos y baila a cada rato con la música de fondo. Sin que me lo digan, me enteró de que la Carla y él son pareja.

De pronto, todos se reúnen en la barra central. Miro con curiosidad lo que pasa. De la puerta que da al pasillo del personal sale el Matías. Es extraña la manera en la que me pongo alerta. Él es todo seguridad y sonrisas mientras camina al centro del grupo. Me doy cuenta que sus ojos recorren todo su alrededor como buscando algo y presiono mis dientes en mi labio. Lleva una camisa negra arremangada y unos jeans menos oscuros. Su pelo castaño va desordenado y puedo apreciar la tinta en sus brazos.

—Buenas noches —saluda con voz firme, mirando a todos. Sus ojos por fin conectan con los míos y me sonríe, recorriéndome con lentitud. Exhalo despacio, devolviéndole el gesto. Sintiendo como una sensación cálida inunda mi pecho. Me gusta su sonrisa —Hoy viene más gente de lo normal, así que los quiero bien organizados. Juan, Camilo y Alonso, atentos con los vasos. La última noche hubieron más de 100 quebrados. Tienen que fijarse cuando los dejen tirados. No queremos accidentes en las pistas —dice, mirando a los tres cabros, ellos asienten en seguida. No puedo evitar recordar que yo me accidenté y terminé cortada por esos vidrios. Por la chucha.

—Gabriela, hubo unos problemas en tu caja. Pasa a la oficina a hablarlo con la Magdalena, por favor —indica a una cabra de pelo anaranjado, ella al toque desaparece por la puerta de personal —Hoy hay evento universitario. La disco va a repletarse. Mateo y Javier, los quiero atentos con los fumadores en la pista central. Al que vean quemar le advierten una vez. Sino hacen caso, los sacan. Lo mismo para los borrachos. No quiero problemas hoy. ¿Todos claros? —pregunta, a lo que todos asienten. Después sus ojos caen en mí, otra vez.
—Tenemos una señorita nueva en caja. Samantha, bienvenida.

Entonces, me sonríe de medio lado. Y mi estómago da una voltereta. ¿Por qué es así?

La mayoría me mira y yo saludo con la mano como pendeja de kínder. Después siguen inversos en lo que dice el Matías. Debo admitir que me resulta muy intimidante y sexy, hueón. Ahí explicando todo y haciéndose cargo. Luego de desearles una buena noche y que todo salga bien, se acerca a mí. No ignoro como algunas lo miran de reojo. No se puede negar que el culiao está como quiere.

—Te ves muy bien, Samantha.
—murmura, viéndome de arriba hacía abajo.

Sonrío, echándome el pelo sobre la espalda y poniéndome derecha.

—Opino que los coperos anden en tanga. Para que sea igualitario esto.

Una sonrisa coqueta adorna sus labios. Mis bromas le gustan. Es raro que mi humor culiao lo soporten muchos. Casi siempre cae mal a la primera. Pero a él parece entretenerle.

—¿Siempre tienes algo que decir?

Encojo mis hombros.

—Creo que sip. Esta en mi sangre quejarme por todo. Culpa de mi viejo.

—¿Así que te quejas mucho? —pone un dedo sobre su barbilla, haciendo eso de recorrerme de nuevo.

Mi cara se siente caliente. O yo soy muy malpensada o él es igual de pervertido que yo...

—Depende —le sigo el juego.

—¿De qué? —alza una ceja, curioso.

Sonrío, encogiendo un hombro.

—De quién me de motivos para quejarme.

Eso lo hace reír. Una sonrisa amplía que me enseña un montón de dientes relucientes. Su piercing luce brillante en su labio inferior.

—¿Tú vas a enseñarme a usar la caja? —continuo, viendo como algunos guardias comienzan a salir. Esta huea ya va a llenarse. Que nervios. ¿Y si la cago en la caja?

—No vas a cagarla. Tranquila. Ven.

¡Mierda! ¿Lo dije en voz alta? Chuchita.

Lo sigo hasta la que es mi caja y él inicia el computador. Es raro porque me imaginé una caja registradora o alguna huea así, no un computador.

—¿Has tenido experiencia en caja?

—¿Cuenta la de cuando tenía cinco años y vendía en un supermercado imaginario? —bromeo.

El Matías suelta una carcajada a lo que todos lo miran re sorprendidos. ¿Qué chucha?

—Mierda, no. Mira es fácil. Debes iniciar con el usuario y clave. —escribe unas hueas, que me aprendo al toque y aparece un menú —Al tiro se despliegan las opciones. Tú solo marcas lo que quieren, ves la promo, o la oferta y cobras —marca aceptar y en seguida se escucha un clic, un cajón que no había visto sale a la luz rozando mi estómago y veo muchos billetes y monedas. La huea moderna —Ahí se imprime la boleta y tú se la entregas al cliente. Él se la lleva al copero y listo. Eso es todo.

Asiento. Sin que me lo diga lo intento. Y lo hago bien.

—Muy bien, Samantha —murmura, muy cerca de mí. Tanto que su perfume me ahoga. Pero de una buena manera.

—Dime, Samy. Cuando me dicen Samantha siento que me retan —me río, mirándolo.

—Pero me gusta tu nombre, cielo —se burla, a lo que yo entorno mis ojos.

También me gusta que me diga cielo.

Pero también me gusta como suena mi nombre en su boca.

Samantha.

(...)

La noche se me va volando. La disco se llena a reventar y me veo con una fila enorme. Gracias al cielo hago bien las hueas y nunca me equivoco. Al principio, tenía al Matías conmigo ayudándome y explicándome para que no me pusiera nerviosa, pero más tarde tuvo que irse a resolver unas hueas. Después de todo, era el encargado. No podía estar ahí todo el rato.

Cuando termino, son aproximadamente las cinco y media de la madrugada. Me voy a mi casillero a buscar mis cosas. Soy casi la última en irme, porque cerrar la caja me costo un poco. Tuve que contar las ganancias y esa mierda. Menos mal la Carla me ayudo, porque al Matías no lo veía por ninguna parte. Me despido de la morena que me acompaña y decido salir afuera.

—Chao, Samy Samy.

El Alonso me da un beso en la mejilla al pasar por mi lado con la Carla de la mano. Les sonrío a ambos.

Llamo un uber y espero. El conchesumadre me manda un mensaje diciéndome si lo puedo esperar en la entrada porque hay taco en la carretera. Bufando empiezo a caminar por la parte de atrás de la disco para llegar más rápido, pero algo llama mi atención. Son voces.

—Te dijeron que no te querían ver por aquí, culiao —dice una.

Con mi corazón corriendo como loco veo a dos hueones sujetando a otro del pecho. Es solo un cabro. No le echo más de veinte años. Los otros dos... ¿son guardias de aquí? Me sorprende cachar que son los dos guardias que siempre buscan al Matías cuando algo pasa.

Me tenso, tomando la correa de mi bolso con fuerza. El pánico asentándose en mis huesos.

—¡Yo solo quería hablar con él! Tengo que decirle una huea importante —se defiende el cabro, zarandeándose.

Uno de los guardias se ríe amargamente.

—¿Tú te queri morir, hueón? ¿Esa huea querí?

Apesar de que sigue más oscuro que la chucha, puedo apreciar como la cara del cabro palidece. Yo palidezco, hueón. ¡Mierda! ¿Qué chucha le acaba de decir? ¡Tengo que buscar a alguien que lo ayude! ¡Correr de vuelta a la disco! ¿Cómo cresta no hay nadie más aquí atrás? ¿Por qué chucha la gente ya se fue? Ay, Diosito.

La adrenalina comienza a correr fuerte por mis venas. La respiración se me dificulta. El horror haciéndose presente en mi cuerpo.

—¡Suéltenme, culiaos!

El cabro intenta defenderse, pero uno de los guardias le da un combo que lo deja aturdido. La sangre corre por su barbilla y hago la huea que menos espero:

—¡Suéltenlo, par de conchesumadres! —gritó.

Entonces, tres pares de ojos me miran. Y creo morir.



















❤️❤️❤️

Releer esta novela me pone sad y happy al mismo tiempo. Ha pasado más de un año, casi dos (creo) de su publicación.

Recuerden votar y comentar.

Besito en la nalga.

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