Dedicado a Nickie <3
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Angélica daba vueltas por todos lados, ataviada en su vestido de dama de honor, celeste como el cielo y vaporoso como sus nubes. Tenía un gesto permanente de consternación en el rostro, mientras revisaba que los últimos detalles de la boda estuvieran completos.
—¿Está el ramo listo? Deben aun poner los muñecos sobre el pastel, ay dios, ¡¿Por qué aun no aparece el pianista?!
Estaba a punto de arrancarse la cabellera arreglada cuando el brazo de su hermana menor, Peggy, se posó sobre sus hombros, acercándole con la otra mano una copa de vino dulce. Una sonrisa burlona se asomaba en los labios de ella, quien también se ataviaba en uno de esos vestidos celestes. Llevaba unas margaritas en el cabello, como un sol coronando al cielo de su falda.
—Tranquilízate Angie, ni siquiera es tu boda, no deberías ser tú la estresada –le comentó sencillamente, amagando con llevarle la copa hasta los labios. Angélica apartó el mismo con una mano, mientras se deshacía del agarre.
—Lo sé, lo sé, pero es que Eliza anda tan perdida entre las nubes... Ni siquiera la he visto en todo el día luego de que la dejara con las estilistas –intentó masajearse los ojos con cuidado de no arruinarse el maquillaje- Falta media hora para que todos empiecen a llegar, y ella, ni rastro.
—Ahora que lo dices... –Peggy hizo un pequeño puchero– No la he visto tampoco, y eso que he ido al "cuarto de la novia" y todo...
Su hermana palideció, volteando hacia ella con gesto de pánico.
—¿Co-como que no? Se supone que hace una hora debería estar ahí arreglando el tocado y todo eso...
—Pues he ido hace un rato para molestarla –se encogió brevemente de hombros– Pero no estaba por ningún lado. Le pregunté a Alex también, pero ni idea. También parecía algo preocupado.
—¿Crees que...? Ay no... no me digas que se nos escapó la novia... –los ojos de Angélica casi salieron de sus cuencas mientras miraba hacia todos lados con desesperación, como si eso fuera a hacerla aparecer de la nada.
—¿Por qué lo haría? Hum... –Peggy parecía más bien divertida con la situación– Tal vez se escapó con ese guapo de Lafayette –comenzó a reírse.
—¿Qué de mua? –el mencionado se apareció tras la joven Schuyler, quien de inmediato enrojeció furiosamente.
—Que... debería ir a ver lo del fondant de queso gruyere... –se excusó con rapidez antes de caminar con pasitos rápidos lejos de la zona.
Marie solo se rio ante su reacción, negando con la cabeza, antes de fijarse en Angie, quien había comenzado a morderse una uña.
—¿Todo va...?
—¡Nada va bien! Elizabeth, debemos encontrarla –su instinto no le fallaba nunca, y algo le decía que no estaba en la iglesia ni cerca a esta. Pero, aun así, mantuvo la esperanza brevemente– Necesito decirle algo con urgencia –inventó, para no causar pánico general.
Lafayette retrocedió un poco, poniendo las manos al frente como para protegerse.
—Calma, mon cheri, vamos a encontrarla, no te preocupes –intentó apaciguarla, antes de volverse a su grupito para avisarles del asunto. Decidieron entonces separarse para buscar a la novia, aunque lo más lógico hubiera sido buscarla en su cuarto.
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Para allá fue Laurens, como buen chico práctico. Su esmoquin grisáceo tenía en el pecho flores azules, pues era uno de los acompañantes del novio. Tocó a la puerta con cuidado, esperando que alguien respondiera antes de pasar. Pero nadie lo hizo.
—¿Señorita Schuyler? –preguntó, volviendo a tocar insistentemente. Pero ni mu. Suspiró pesadamente. Este sin duda era el peor día que había sufrido en mucho tiempo, ahora encima debía cazar a la novia.
Abrió un poco la puerta para asomar la cabeza, no vio ningún movimiento dentro, al abrirla por completo confirmó que no había nadie. El cuarto era de un blanco impoluto, con algunos arreglos dorados. Un gran espejo se posaba en el centro, rodeado de las ventanas que llenaban una de las paredes, cubiertas con cortinas aperladas. Dio unos pasos dentro, sintiéndose un entrometido allí, con las cosas de Eliza por todas partes. Una peineta con adornos florales, que le llamó la atención, descansaba en una mesita cercana al espejo. La tomó entre las manos, admirando los pétalos de plástico. Se miró al espejo, y dentro de sí, deseó ser él quien se ataviara de blanco, se pusiera algo azul y algo viejo, que aquél fuera el cuarto del novio, y fueran sus cosas las que se esparcían a lo largo. Se llevó una mano hacia la frente, intentando tranquilizarse. No quería a Eliza, no es que fuera desagradable, pero su afecto hacia Alex le hacía difícil la tarea de quererla, o al menos apreciarla. Es más, ni siquiera se hubiera ofrecido a buscarla, esto era estúpido y masoquista. Un celular sonó suavemente a su alrededor, sacándolo del trance. Estaba en la misma mesita, y al parecer era el de Eliza.
"¿Dónde diablos estas?" se podía leer en la pre visualización de mensajes. Ese era de Angélica.
"Todos están esperándote", ponía otro de Mulligan.
"¿Está todo bien? No se vale huir a último minuto" le había escrito Peggy.
Pero sin duda se le encogió el corazón al ver el de Hamilton.
"Amor, en estos días has estado algo extraña, ¿tiene que ver con la boda? Por favor, Betsey, podemos hablarlo, cualquier cosa que sea, sabes que no dejaré de amarte".
Alex le había comentado que su prometida había estado actuando erráticamente días previos a la boda, solo que no tenía idea de por qué. Lo evitaba constantemente, le respondía con cosas breves a las llamadas, parecía estresada. Él había concluido que era todo el peso de crear una boda y organizarla. Y parecía abatirlo, no quería ver a su Betsey cansada con algo que se suponía debía hacerla feliz. Y a John le destrozaba verlo así, a su vez.
Decidió que lo haría entonces por él. Porque merecía tener esa felicidad. Estaba por retirarse cuando notó que una de las cortinas se mecía suavemente con el viento. Extrañado, se acercó a inspeccionar, abriéndola suavemente con la mano. Una de las ventanas, que cada vidrio era bastante grande, estaba abierta. Apenas un poco, pero se notaba que había sido cerrada desde afuera, porque no la habían trabado. Una idea loca se le cruzó por la cabeza, así que, con hebilla y celular en mano, salió por la misma ventana. Esta daba hacia un prado algo extenso, el cual se hallaba junto a la iglesia. Algunos árboles adornaban a la distancia, el viento era suave y agradable, el sol se ocultaba tras unas nubes. Comenzó a caminar sin un rumbo fijo hacia el frente, mirando hacia todos lados para visualizar a Eliza, de estar por ahí. Después de un rato dando vueltas, decidió que era inútil, seguro que no estaba por ahí. Además, el campo se extendía, debería ser capaz de ver su figura. Se iba a regresar cuando notó una mancha blanca a la distancia. Medio cubierta por un par de árboles, la mancha volvió a desaparecer tras estos. Debía de ser.
A paso apresurado, se acercó hasta los árboles, escuchando un suave quejido, casi como un suspiro. Rodeó el árbol, solo para encontrar a la flamante novia aun sin su falda pomposa, sentada arriba de una roca, con aspecto de abandono y la cabeza escondida entre las rodillas.
—¿Seño...? Umm... ¿Elizabeth?
Su cabeza se alzó con un sobresalto, volteando a ver el origen de la voz con miedo.
—John... Ah... Hola... –dijo con torpeza, su lengua parecía trabarse dentro de su paladar. Frente a la chica se ubicaba un lago, probablemente fuera hasta ahí porque estaba lo suficientemente lejos para que a nadie se le ocurriera que estuviera ahí. Sus pies estaban descalzos y su peinado apenas se sostenía ya. Sin embargo, no parecía haber llorado, pues su maquillaje estaba casi intacto.
—Todos en la fiesta están buscándote... –empezó a explicar Laurens. De todas las escenas que podría haberse imaginado, esta era la más incómoda y extraña– ¿Les aviso que estas aquí o...?
—No, no... Yo quisiera... –la cara de la joven se llenó de angustia– Seguro todos están preocupados. Vaya, soy un desastre... ¿por qué alguien querría casarse con este desastre?
Eliza tomó una de las piedras junto a ella, para tirarla al lago. Unos cuantos saltos dio sobre el agua antes de hundirse. Su mirada parecía perderse en un punto infinito sobre ese lugar.
—John... ¿tú crees que me merezca a Alex?
La pregunta lo tomó desprevenido, por lo que casi se ahogó con su saliva intentando responder.
—Ajam... ah... yo no creo ser el indicado para responder eso... –comenzó a excusarse. Pero la mirada que le dedicó ella lo hizo estremecer. Sus ojos negros claramente sabían sobre algo, o al menos, sospechaban. Lo quedó mirando un momento antes de regresar la vista al lago. Laurens enrojeció un poco, apoyó una mano sobre el tronco del árbol, suspirando. Verla tan perdida le dio pena- ¿Por qué lo dices?
—Bueno... –Eliza resopló un poco tras una pausa de silencio. Debía acomodar un poco sus pensamientos– Somos tan diferentes. Él es tan brillante, tan ingenioso. Perspicaz, elocuente... Destaca tanto por encima de todos –sus ojos parecían brillar, llenos de ilusión, al hablar de su amado– Destinado a cosas increíbles, con una ambición que se las dará. Tiene los pies puestos en la punta de la montaña antes de siquiera escalarla... –rio suavemente, casi con dolor– Él quiere hacer tantas cosas y ser tantas otras más. Me parece impresionante que se haya fijado en mí.
Volvió a lanzar otra piedra, que solo dio dos saltos antes de hundirse. Laurens la escuchaba en silencio, podía notar ese factor de adoración ensoñada que también lo empapaba a él, encantando su corazón con la figura de Alex. Sí, él era impresionante. Se sintió por primera vez empático con Eliza, ambos compartían ese amor distante, hacia una figura que ambos veían como inalcanzable. Ella continuó.
—Hizo tanto siendo tan joven, sufrió tanto, caminó tanto... Y yo, yo soy simplemente una niña rica. Al principio pensaba que solo me quería por eso, ¿sabes? Podré ser ilusa, pero no tan idiota –negó con la cabeza– Y sin embargo... -suspiró- Vuelvo a caer una y otra vez entre sus brazos, deseando que no vaya a ninguna parte... pero él es tan diferente a mi... Yo... yo temo que no soy suficiente para él –su rostro se encogió con tristeza. Su mirada se volvió hacia el cielo– Mírame... nunca he tenido grandes aspiraciones. Nunca tuve que luchar para conseguir subsistir, jamás podré imaginarme todo por lo que él ha pasado. Soy demasiado sencilla, yo soy feliz tan solo con que él me mire y diga mi nombre con cariño. Me siento indefensa ante su figura, es imponente al lado mío... ¿Por qué yo? ¿por qué decidió quedarse a mi lado? Incluso si fuera por dinero, Angélica es mil veces mejor que yo para él... Y sin embargo soy tan feliz de tenerlo a mi lado, quien me entiende...
Ambos quedaron en silencio, el viento sopló con algo más de fuerza, secando las lágrimas que se asomaban en los ojos de la Shuyler. Laurens tomó una gran bocanada de aire. Ella parecía no tener ni idea. Se enojó un poco, aunque en el fondo, se sentía algo similar.
—¿Hablas en serio? –respondió, algo fastidiado– Ni aunque lo quisiera, podría sacarte de la mente de ese cabezotas.
Y eso que lo intentó.
—Elizabeth, no sé qué señales te ha dado él para que pienses así, pero de verdad eres muy tonta si crees que no lo traes loco también –cuando ella se volteó a verlo, él le lanzó el celular con suavidad, el cual ella tomó con torpeza. Sus ojos se posaron en los montones de mensajes que había recibido– Siempre habla de lo sencilla y dulce de tu belleza, de lo dulce que eres con él. Que eres como un... como un placebo para su alma...
Mejor que nadie él lo sabía, de la adoración que Alex le profesaba. Al principio había sido poco, como para no arruinar la especie de relación amorosa que compartían, pero a medida que fue pasando el tiempo, notó como se iba alejando cada vez más de su corazón. Él no había sido suficiente. O eso creía. Pero al escucharla hablar, recordó también como el propio Alex se sentía insuficiente para la elegante y dulce Shuyler.
"¿Y si no puedo darle una vida decente? ¿Y si no puedo expresarle de igual forma mi amor?"
Ahí estaba la diferencia entre John y ella: Alex también la adoraba a la distancia, como con temor de arruinarlo todo. Y sabía que esa distancia se acortaría con los años.
—No creas que él no tiene miedo de perderte, pero mírate, estas a solo unas horas de ser su esposa. Mira cuán lejos has llegado, ¿por qué rendirse ahora? No sirve de nada temerle a tu futuro... –y casi como si se lo dijera a sí mismo, agregó – No debes estancarte en pensamientos como ese. Debes seguir adelante, arriesgarte, amar, y llorar si debes hacerlo. Pero no dejar de avanzar. Estoy seguro de que lo harás feliz, porque él te considera la persona más encantadora del mundo.
La mirada de Eliza se volvió a empañar, mientras miraba al hombre con fijeza. John lo notó algo tardíamente, por lo que se puso colorado, volteando la mirada hacia sus pies. La joven se paró lentamente, suspirando. Se acercó a Laurens y apoyó una mano en su brazo, afectuosamente.
—Gracias. Creo que necesitaba que alguien me dijera eso. Aún tengo miedo... –confesó– Pero tienes razón. Yo lo amo, y él a mí. Podremos salir adelante... –un breve rastro de duda se asomó en su rostro– ¿no?
John volvió a alzar la vista. El rostro de la chica se veía tan ilusionado y temeroso a la vez. Era tan joven, pero preocupada. Sonrió ligeramente, ciertamente, era tierna. Le colocó la peineta con cuidado, para atajar el peinado que se le caía, y asintió.
—Sé que sí. Ahora, ¿te casas o no? –alzó una ceja, ampliando la sonrisa.
Los ojos de la chica se iluminaron, determinados.
—¡Si!
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El vestido vaporoso de Angélica se movía de un lado a otro, mientras intentaba calmar el ánimo de los presentes. Ya muchos se encontraban sentados en sus lugares, esperando impacientemente a que la novia se apareciera, se suponía que hace mas de media hora ella debía aparecerse.
La mayor maldecía a todo dar en su fuero interno, Laurens le había prometido que pronto iba a estar lista, que los "percanses" debían ser arreglados a como de lugar. Que mucho iba a vociferar contra su querida hermana cuando la boda acabase. Pero por el momento, debía dejarla ser, era su día, después de todo.
En algún punto Philip Schuyler se puso a cuestionarle al novio la desaparición repentina de la hija, la discusión comenzaba a elevarse poco a poco (al principio Alex evitó ponerse respondón) y Angie rezaba porque la boda no se volviera funeral, cuando entró Peggy al salón con esa energía y entusiasmo suyos. Resuelta, anunció a su padre, a gritos que lograron acallar el murmullo general.
—¡Eliza ya esta lista! ¡Vamos, vamos!
Arrastró a su padre fuera de la pelea y de la vista de los presentes, que empezaron a murmurar todos a la vez nuevamente, mientras se acomodaban en sus lugares. Angélica tomó el micrófono junto al piano y anunció, a los que aun no se enteraban, de que la novia iba a entrar. Se notaba el alivio en su voz mientras hacia gala de su elegancia para no perder del todo los estribos.
Alexander se acomodó nuevamente el cabello mientras se regresaba altar. Los nervios hacían que a lo echase para atrás una y otra vez, como un tic. Muchas preguntas rondaban su cabeza en aquel momento, y todas giraban entorno a Eliza. Su único consuelo era la respuesta que había recibido al mensaje enviado mas temprano.
"Yo también te amo. Esperame en el altar"
Aún así, el corazón del joven caribeño no estaba del todo tranquilo. No lo estaría hasta no verla a ella llegar, y comprobar que todos sus miedos eran paranoias, que no lo abandonaría por ser un pobre bastardo, que lo amaba a pesar de todos sus defectos y faltas. Quería aferrarse a ese pensamiento, pero le costaba, sobre todo ahora, ¿y si luego decía que no?
La música nupcial comenzó a sonar, interrumpiendo sus pensamientos, las puertas de la iglesia se abrieron en par, y las cabezas de los invitados se giraron todas a la vez para observar. Primero se apareció una sobrina pequeña de la Schuyler, llevando un simpático canastito y ataviada en un pomposo vestido rosado, esparcía pétalos de flores rojas al suelo. Alex la miró un momento, pensando en sus futuros hijos propios. "Calma Ham, aun ni siquiera te casas" se dijo, sintiendo enrojecer las mejillas. La exhalación y breves susurros de la gente lo hizo alzar la mirada hacia el pasillo. Alex tragó saliva.
Del brazo de su padre, quien ahora traía una mirada mucho más dulce que la que le dirigió antes, se encontraba una esplendorosa Elizabeth. El velo le cubría el rostro, pero su cabello se acomodaba alrededor en ondas suaves y enruladas, negro contrastando con lo blanco del resto. Una corona atajaba el velo, y a un costado se asomaba unas flores azules, dando un toque al peinado en forma de tiara. Su vestido, amplio y voluminoso como el de una princesa, el corset marcando la cintura y toques de perlas y pequeñas flores llenándolo hasta el escote, el cual Alex no pudo evitar suspirar al ver, un collar plateado con pequeños diamantes brillantes cubría un poco de su clavícula. Parecía salida de un sueño que Hamilton nunca hubiera creído tener.
Avanzaban a paso lento y calmo, susurrándose cosas con complicidad, a medida que se acercaban a un Alex que cada vez se ponía más nervioso. Finalmentente, el padre soltó el brazo de la hija, llevando la mano enguantada de esta hacia el novio, al cual miró con algo de severidad.
—Te la confío. Se fiel.
El otro solo logró asentir, sintiendo la carga en los hombros. Luego dirigió la mirada hacia su chica, alzándole con delicadeza el velo, con la mano libre. Los ojos oscuros de la joven le sonrieron. Y Alexander sintió sus piernas temblar, su rostro enrojecer, y el corazón bambolear en su pecho.
—Mi Betsey –fue lo único capaz de decir.
Ella solo se rio, poniéndose colorada como un tomate. No se esperaba justo esas palabras, la hicieron sentirse mas dichosa.
Luego recibió una mirada de curiosidad por parte de su prometido, el cual subió la mano hasta su cabellera, sacando una hojita marrón de entre esta. La miraron un momento, como extrañados, Eliza sintió las orejas arder.
—Luego te lo explico... –murmuró, algo avergonzada, pero él negó con la cabeza, comenzando a reír.
—Eres tan única a veces –respondió, ensoñado. A Eliza se le entibio el alma.
La ceremonia continuó como cualquier boda normal y lujosa, se colocaron los anillos, y el esperado momento de los votos llegó. Alex tenía el corazón en la boca.
—Ahora, los votos matrimoniales.
El cura dio paso a los jóvenes para que dijeran lo que tenia preparado. El novio carraspeó un poco, se sentía con pánico, a pesar de que normalmente daría discursos extensos ante una multitud enardecida, allí frente a su futura esposa se sentía avasallado por los nervios.
—Yo... Alexander Hamilton, prometo amarte con cada fibra de mi ser –sus ojos estaban fijos en los suyos, las manos de ella lo sostenían en el mundo– protegerte contra viento y marea, hacerte la mujer más feliz del planeta, estar contigo aunque la vida nos de la espalda, juro amor y lealtad a costa de mi propia alma, la cual entrego entre tus dulces manos, las cuales se que estarán ahí para sostener mi corazón entre ellas, así como las mías para sostenerte a ti. Acepto casarme contigo.
—Yo, Elizabeth Schuyler, prometo con mis manos proteger tu corazón, amarte hasta el fin de mis días, protegerte ante todo mal y soportar cualquier tormenta que nos derrumbe, confiarte mi cuerpo y alma para que las resguardes en tu ser –sus manos apretaron cariñosamente las contrarias– Ser fiel y leal ante tu amor, y profesarte este con felicidad. Acepto casarme contigo.
La sonrisa boba de ambos confirmaron la decisión. El cura prosiguió.
—Y por el poder que se me ha conferido, los declaro ahora marido y mujer. Puede besar a la novia.
Alexander alzó una mano hacia la mejilla de su esposa, acariciándola con el pulgar mientras se acercaba a sus labios. Un alivio inmenso cubría cada centímetro de su cuerpo, y una felicidad inundaba su mente, los labios de ella le correspondieron con una pasión amortiguada por la presencia de un público enfrente, y no lo soltaron hasta que él mismo se obligó a separarse. Los invitados vitoreaban alegremente a los novios, pero ellos se sentían solos en el mundo, solos y acompañados.
Y, por el momento, ninguna duda cruzaba sus corazones, ningún pensamiento a futuro nublaba su presente. Lo vivían con intensidad, olvidando su pasado y proyectándose hacia el mañana con esperanza.
Se amaban. Y eso sería suficiente.