𝐒𝐢𝐦𝐢𝐥𝐢𝐭𝐮𝐝 |𝐑𝐞𝐠𝐮�...

By Lizz_1135

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¿Qué pasaría si Regulus no hubiera luchado solo contra Voldemort? ¿Y sino hubiera muerto en la cueva...? ❁... More

Prólogo.
La Carta.
Kirlia
El Sombrero
Díctamo

Hogwarts

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By Lizz_1135


El último día de agosto pensó que era mejor hablar con sus padres por si se habían olvidado de que este año entraría a Hogwarts.
Así que bajó al salón, donde su madre hacía papeleo. Se aclaró la garganta, para que supiera que
estaba allí.

—Mmm... ¿Mamá?

Su madre levanto un poco la cabeza, para demostrar que la escuchaba.

—Mmm...¿Recuerdas que mañana debo ir a Hogwarts?

Su madre asintió dando a entender que si se acordaba.

La chica sonrió feliz y volvió a subir a su cuarto a revisar de nuevo su equipaje.

A la mañana siguiente, Elizabeth se despertó a las tres, tan emocionada e ilusionada que no pudo volver a dormir.
Se levantó y se puso ropa muggles: no quería andar por la estación con su túnica de bruja, ya se cambiaría en el tren.
Miró otra vez su lista de Hogwarts para estar segura de que tenía todo lo
necesario, se ocupó de meter a Kirlia en su jaula y luego se paseó por la casa, esperando que sus padres se levantaran.
Dos horas más tarde, el
pesado baúl de la chica estaba cargado en el coche del ministerio. Sus padres delante y la niña detrás.

Llegaron a King Cross a las diez y media. El señor Wolf cargó el baúl de su hija en un carrito y lo llevó por la estación.

—¿Pasa algo, cariño?—Pregunto la señora Wolf a su hija.

—Sí —dijo Elizabeth—. Lo que pasa es que... es que no se cómo...
—¿Como entrar en el andén? —preguntó dejando escapar una carcajada.

Elizabeth asintió con la cabeza.

—No te preocupes —dijo—. Lo único que tienes que hacer es andar recto hacia la barrera que está entre los dos andenes. No te detengas y no tengas
miedo de chocar, eso es muy importante. Lo mejor es ir deprisa. Si estás
nerviosa,entra con papá.

—De acuerdo.¡Vamos allá! —dijo el señor Wolf.

Se colocó detrás de su hija, empujó el  carrito y se dirigió hacia la barrera.
Se inclinó sobre el carrito y comenzó a correr (la barrera se acercaba cada vez
más).  Cerró los ojos, preparada para el choque...
Pero no llegó. Abrió los ojos.
Una locomotora de vapor, de color escarlata, esperaba en el andén lleno de gente. Un rótulo decía: «Expreso de Hogwarts, 11 h». Elizabeth miró hacia atrás encontrándose  con el rostro  sonriente de su padre
y más atrás vio una arcada de hierro donde debía estar la taquilla, con las palabras
«Andén Nueve y Tres Cuartos».

El humo de la locomotora se elevaba sobre las cabezas de la ruidosa multitud, mientras que gatos de todos los colores iban y venían entre las
piernas de la gente. Las lechuzas se llamaban unas a otras, con un malhumorado ulular, por encima del ruido de las charlas y el movimiento de los pesados baúles.

—¡Esto es impresionante!

—Hogwarts es mejor.—Dijo su madre a  su lado.

El señor Wolf de improviso abrazo a su hija fuertemente. Era un  abrazo cálido al cual la señora Wolf no tardó en unirse.

—Cuídate mucho, cariño.

—Y escríbenos  muy a menudo.

—Lo haré.

La chica sonrió de oreja a oreja mientras se despedía de sus padres y se fue a buscar un vagón vacío.
Los primeros vagones ya estaban repletos de estudiantes, algunos
asomados por las ventanillas para hablar con sus familiares, otros discutiendo sobre los asientos que iban a ocupar.

Elizabeth empujó su carrito por el andén, buscando un asiento vacío.
La chica se abrió paso hasta que encontró un compartimiento vacío, cerca del final del tren. Primero puso a Kirlia y luego comenzó a empujar el baúl hacia
la puerta del vagón. Trató de subirlo por los escalones, pero sólo lo pudo levantar un poco antes de que se cayera golpeándole un pie.

—¿Quieres que te eche una mano? —Era uno de los hermanos Black, Sirius.

—Sí, por favor —jadeó Elizabeth.

—¡Eh, Potter! ¡Ven a ayudar!

Al oír a Sirius gritar un chico de cabello azabache,alto y con gafas se acercó a ellos.

Con la ayuda de los dos chicos, el baúl de Elizabeth finalmente quedó en un rincón del compartimiento.

—Gracias —dijo Elizabeth.

—No las des. Nosotros también nos quedamos en este vagón. No te importa,¿Verdad?—Dijo Sirius.

—En absoluto. Estoy feliz de tener de compañía.—Contesto feliz.

—En teoría si no es ahora,en un par de minutos habría llegado alguien preguntando por el compartimento.— Intervino un chico alto y de pelo castaño claro.

—Mejor nosotros que ellos.—Dijo el tal Potter sentándose.

La chica sonrió y se sentó al lado de la ventanilla mientras otro chico bajo y regordete entraba y se sentaba al lado de Sirius.

—Chicos,ella es Elizabeth Wolf. La conocí este año en el callejón Diagon.—Dijo Sirius.

—Encantados.—Contestaron Los  tres chicos restantes.

—Y ellos son mis amigos,James Potter,—Señalo  al chico de gafas.—él es Remus Lupin,—Señalo al castaño.—Y el pequeño es Peter Pettigrew.

La chica solo asintió con la cabeza y los analizó.

El tren comenzó a moverse. Elizabeth se asomó a la ventana y vio a su madre
agitando la mano y a su padre, mitad llorando, mitad riendo.

Elizabeth los observó hasta que desaparecieron, cuando el tren giró. Las casas pasaban a toda velocidad por la ventanilla. Elizabeth sintió una
ola de excitación. No sabía lo que iba a pasar... pero sería maravilloso.

Aburrida empezó a hablar con los cuatro chicos.

Mientras conversaban, el tren había pasado por campos llenos de vacas y ovejas. Se quedó mirando un rato, en silencio, el paisaje.

A eso de las doce y media se produjo un alboroto en el pasillo, y una mujer de cara sonriente, con hoyuelos, se asomó y les dijo:

—¿Queréis algo del carrito, guapos?

Elizabeth, que no había desayunado por los nervios, se levantó de un salto,seguida de los chicos.

La señora tenía Grageas Bertie Bott de todos los Sabores, chicle, ranas de chocolate, empanada de calabaza,pasteles de caldero, varitas de regaliz y otra cantidad de cosas extrañas qué hacían que a la niña se le cayera la baba, compró  sus dulces favoritos.

Pagó a la mujer siete sickles de plata y volvió dentro.
Elizabeth deposito sus compras sobre un asiento vacío.

—Tenías hambre, ¿verdad?

—Muchísima —dijo contestó, dando un mordisco a una empanada de calabaza.

Remus se sentó a su lado y saco una tableta de chocolate,partió un cacho y dijo:

—¿Quieres?

—Claro.—La chica cogió el chocolate.—a cambio coge lo que quieras del asiento.

—No es necesario.

—Si lo es,vamos. Coge algo.

Ante la insistencia de la chica Remus cogió una rana de chocolate.

—Realmente te gusta el chocolate¿No?—Pregunto la chica.

Remus asintió a la vez que se sonrojaba hasta las orejas.

Pasaron un buen rato comiendo las grageas de todos los sabores.
En aquel momento, el paisaje que se veía por la ventanilla se hacía más agreste. Habían desaparecido los campos cultivados y aparecían bosques, ríos serpenteantes y colinas de color verde oscuro.
Se oyó un golpe en la puerta del compartimiento, y entró el hermano de Sirius,Regulus.
Parecía muy afligido.

—¿Pasa algo,Reg?

—Perdón —dijo—.No hay sitio en ningún vagón.

El hijo mayor de los Black hizo un gesto con la mano y este entró al interior del compartimiento.
Regulus echo un vistazo a las personas en los asientos y a regañadientes se sentó al lado de Elizabeth.

Después de un rato la mayoría del vagón se durmió, quedando solo los dos chicos de primero despiertos,pero la chica no tardó en quedarse dormida sobre el hombro del menor de los Black.

Al despertar Elisabeth miró por la ventanilla. Estaba oscureciendo. Podía ver montañas y bosques, bajo un cielo de un profundo color púrpura que impactaba de lleno en el rostro de su acompañante. El tren parecía aminorar la marcha.

Elizabeth fue hasta los baños para cambiarse. Se quitó la camisa,se puso la larga túnica negra y regreso al compartimiento donde ya todos estaban cambiados.

Una voz retumbó en el tren.

—Llegaremos a Hogwarts dentro de cinco minutos. Por favor, dejen su equipaje en el tren, se lo llevarán por separado al colegio.

Llenaron sus bolsillos con lo que quedaba de las golosinas y se reunieron con el resto del grupo que llenaba los pasillos.

El tren aminoró la marcha, hasta que finalmente se detuvo. Todos se empujaban para salir al pequeño y oscuro andén. Elizabeth se estremeció bajo el
frío aire de la noche. Entonces apareció una lámpara moviéndose sobre las
cabezas de los alumnos, y el grupo se separo. Los cuatro chicos mayores se fueron por un lado y los dos de primero se quedaron en el andén.

—¡Primer año! ¡Los de primer año por aquí!

La gran cara peluda de un hombre gigantesco rebosaba alegría sobre el mar de cabezas.

—Venid, seguidme... ¿Hay más de primer año? Mirad bien dónde pisáis.
¡Los de primer año, seguidme!

Resbalando y a tientas, siguieron al gigante por lo que parecía un estrecho sendero. Nadie hablaba mucho.

—En un segundo, tendréis la primera visión de Hogwarts —exclamó Hagrid
por encima del hombro—, justo al doblar esta curva.

Se produjo un fuerte ¡ooooooh!
El sendero estrecho se abría súbitamente al borde de un gran lago negro.
En la punta de una alta montaña, al otro lado, con sus ventanas brillando bajo
el cielo estrellado, había un impresionante castillo con muchas torres y
torrecillas.

—¡No más de cuatro por bote! —gritó el gigante, señalando a una flota de botecitos alineados en el agua, al lado de la orilla.

Elizabeht y Regulus subieron a uno, seguidos de otros dos chicos

—¿Todos habéis subido? —continuó el hombre, que tenía un bote para él solo—. ¡Venga! ¡ADELANTE!

Y la pequeña flota de botes se movió al mismo tiempo, deslizándose por el
lago. Todos estaban en silencio, contemplando el gran castillo que se elevaba sobre sus cabezas mientras se acercaban cada
vez más al risco donde se erigía.

—¡Bajad las cabezas! —exclamó, mientras los primeros botes
alcanzaban el peñasco. Todos agacharon la cabeza y los botecitos los llevaron
a través de una cortina de hiedra, que escondía una ancha abertura en la parte delantera del peñasco. Fueron por un túnel oscuro que parecía conducirlos
justo por debajo del castillo, hasta que llegaron a una especie de muelle subterráneo, donde treparon por entre las rocas y los guijarros.

Luego subieron por un pasadizo en la roca, detrás de la lámpara del hombre, saliendo
finalmente a un césped suave y húmedo, a la sombra del castillo.
Subieron por unos escalones de piedra y se reunieron ante la gran puerta de roble.

—¿Estáis todos aquí?

El hombre levantó un gigantesco puño y llamó tres veces a la puerta del castillo.

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