Dilo, una y otra vez [Sheith]

By MGGarden

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Serie de One-shots de Sheith, una pareja que adoro. Porque Keith no se jamás se rendirá con Shiro y porque "a... More

Sombras
Alcohol
Dolor infernal
Fuego
Estrellas
Orquídea
Contrato
Anuncio
Noches de luna, estrellas y tu.
Pesadillas de las dos de la madrugada
Atardeceres terrestres
La última vez
Han pasado 84 años...

Tormentas del alma

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By MGGarden

Mi final verdadero, lo que mis chicos merecían.

Más notas abajo, disfrútenlo.

-. -. -. -

La noche, era fría, increíblemente fría y a Keith aún le asombraba el hecho de que un lugar tan cálido como Altea, pudiera tener temperaturas tan bajas como las de un desierto durante la noche. Algo que le resultaba muy curioso, puesto que de día el sol brillaba y calentaba la tierra bajo sus pies y de noche abandonaba a los habitantes a su suerte en un páramo helado, donde el viento soplaba en ráfagas frías y quizás, un tanto letales.

Pero estaba acostumbrado, no necesitaba el calor de las mantas para mantenerse tranquilo, el frío era una especie de tranquilizante sobre su cuerpo, un analgésico después de una gran batalla, remedio para los moretones que ya no se veían, pero aún le carcomían el alma.

Rodó sobre la cama y las mantas, su cuerpo extrañó por un par de segundos la calidez otorgada por la protección de la tela y un escalofrío le recorrió la espalda. Pero el punto de acostumbrarse, es ignorar la incomodidad y estar alerta, así que rodó de nuevo, sacó un brazo de las cobijas y lo alzó verticalmente, como intentando alcanzar algo entre la bruma de sus pensamientos.

Los sentimientos de media noche no tardaron en aflorar, sus dedos se movieron y estiraron, pero no alcanzaron ninguna especie de libertad, ninguna clase de alivio ante la culpa y el remordimiento. Su propia voz resonó en sus oídos, tragó saliva y volvió a estirarse, pero no encontró nada, nada en el palacio de su memoria que le permitiese encontrar una solución a sus actuales problemas.

–Debe haber existido otra manera– insistió –Debe haberla y yo... Fuí incapaz de realizarla–.

El rostro de Lance apareció frente suyo como un fantasma, le miró una silueta triste y melancólica, una sonrisa falsa que ocultaba los gritos internos que querían escapar desde el fondo de su alma. Reconocería esa mirada en cualquier parte, porque esos ojos tristes habían sido los suyos propios hace muchos años, antes de encontrar a sus amigos y familia, antes de salvar el universo.

El dolor de una pérdida, la pérdida de una de esas pocas personas que quería conservar, lo obligó a inclinarse sobre sus rodillas, contuvo la respiración y trató de tranquilizarse, las pesadillas no siempre ocurren cuando uno duerme y ésta era su pesadilla antes de acostarse.

El remordimiento y la constante pregunta “¿Qué pude haber hecho y no hice?” “¿Dónde fallé cómo líder”.

Y sobre todo, la más importante.

“¿Pude haberla salvado?”.

Keith sonrió con tristeza, a sabiendas de que estaba a punto de caer en el laberinto de su mente y se vería obligado a pasar otra noche en vela, suspiró lentamente y se concentró y entonces...

La puerta sonó en dos toquidos característicos, una melodia que le hubiese gustado escuchar con anterioridad y habría abierto la puerta de inmediato, pero que en ésta ocasión, solo logró provocarle miedo.

Ese miedo, totalmente diferente, desvío sus pensamientos y la manta volvió a ser subida hasta su pecho, una especie de protección contra lo que venía, bajó la cabeza y esperó, no estaba listo en lo absoluto.

–Keith– escuchó –Keith, soy yo, Shiro ¿Estas despierto todavía?–.

Keith no se movió, con algo de suerte esperaba que Shiro se marchase pronto.

Lo había ignorado por meses, lo había hecho a un lado completamente y solo habían hablado para recibir ordenes y acatarlas.

Y cuando estuvo a punto de caer a un volcán, sin oxígeno para luchar, Shiro sólo se había quedado quieto y observando, como si su muerte fuese para él tan insignificante que no ameritase su interés propio.

Sus labios se sellaron, mirando a la puerta con una emoción nueva sobre su pecho, traición.

O quizás enojo y tristeza combinados, quizás rabia y dolor, quizás los síntomas de un corazón roto.

Pero Shiro no se movió y dispuesto a seguir con lo que el peliblanco había pactado, volvió a acostarse sobre su cama, mirando al techo y mordiendose el labio. Gotas de hierro entraron en su boca y se mezclaron con el sabor amargo y salado de las lágrimas al correr por sus mejillas, suspiró tratando de controlar los sollozos, pero el hecho de abrir la boca le hizo pronunciar algo que quizás llevaba mucho tiempo necesitando decir.

–Vete– se sintió peor de lo que había esperado –Shiro, por favor vete de aquí–.

–Keith...–.

–No quiero verte– continuó –No quiero verte, así que vete... Por favor–.

–No puedo irme sin decírtelo– suplicó, una voz que no había oído desde hace mucho –Por favor, no necesitas verme, solo déjame hablar–.

Era la voz rota de un hombre desesperado.

Keith se hizo un ovillo, como en las noches de tormenta eléctrica en el desierto, cuando el sonido de los rayos al chocar contra la tierra era tan abrumador que sentía morir sin el calor de los brazos de su padre.

–Que sea rápido– concedió, porque su propio cuerpo parecía incapaz de negarle nada a Shiro.

–No puedo dormir– rió con alguna clase de ironía en la voz –Pensaba en Allura–.

Keith se hizo más pequeño, el nombre de su amiga fue una especie de flechazo más a su propio dolor, más hierro bajó por su labio.

–Perderla– continuó el hombre al otro lado de la puerta –Me hizo darme cuenta de cuan precioso es el tiempo que tenemos y yo...–.

Keith no respondió, no parecía necesario.

–Keith yo... No puedo decirte con palabras cuanto lo siento– un golpe fuerte en su puerta le hizo saltar en su sitio, comenzaban a caer los relámpagos –Pensé que separarnos te protegería, pensé que alejarnos podría ser mejor para nosotros, pero lo único que conseguí fue lastimarte, lo único que logré fue crear una barrera entre nosotros, una puerta de metal que te separa de mí y que me impide alcanzarte–.

Keith se relajó un poco, dejó de lastimarse el labio.

–Tardé años en bajar el muro que te protegía del mundo y mi propia estupidez volvió a crearlo, no quieres verme– Escuchó el suelo chocar con las rodillas de Shiro y Keith se levantó, incapaz de soportarlo más –Pero yo haría lo que fuese por poderte ver una vez más, recuperar esos ojos que me dejaban antes de una batalla, recuperarte, tenerte, valorarte y... –.

Keith posó sus manos sobre el metal frío de la puerta, luego apoyó la frente y sintió el suelo frío chocar como agujas bajo su piel, pero no se movió, se quedó quieto y expectante.

–Amarte– susurró una voz –Como no supe hacerlo antes–.

Ah, a veces los sueños eran tan crueles.

Pueden hacer realidad nuestros más grandes deseos, el problema es la luz del día que despierta al soñador de su placer mental nocturno.

Así que solo para asegurarse, Keith colocó su mano en botón que habría la puerta, para desmentir rápidamente éste cruel manto puesto por su memoria.

Sólo que al abrir la puerta, nada había sido un sueño, las estrellas brillaban y Shiro suplicaba de rodillas.

Y Keith se inclinó a su altura, incapaz de guardar sus impulsos natos, incapaz de no tomar la cara de Shiro entre sus yemas congeladas.

Shiro alzó la mirada, Keith no dijo nada, temeroso de que de hacerlo, todo se desvaneciese entre sus dedos.

–Keith me arrepiento de muchas cosas– murmuró –Pero quiero dejar de hacerlo, no quiero ver hacia atrás y arrepentirme de cada segundo que no estuvimos juntos–.

Él dejó escapar un suave jadeo al sentir la mano fría del otro sobre su rostro.

–Quiero mirar hacia al futuro, explorar el universo, viajar a otras galaxias y...– su pulgar acarició su mejilla –Quiero estar contigo–.

–Shiro, yo–.

–No puedo perderte– murmuró –La muerte de Allura, me hizo darme cuenta, no podría, no lo soportaría–.

Keith juntó sus frentes, parecía tan irreal, tan ficticio que algo así pudiese suceder le. Que el universo, quizás agradecido con su sacrificio, le consediece un regalo, lo único que había deseado.

–Te amo, Keith–.

Sus mamos dejarían huellas en las mejillas del otro, pues la fuerza de su alegría era la fuerza del paladín negro, la fuerza de una amor callado por muchos años, la fuerza de la recompensa.

Keith río y se sacudió el dolor del cuerpo, el frío se desvaneció.

–Yo también– murmuró –Yo también, grandisimo idiota–.

Shiro se inclinó para besarle y Keith no puso resistencia. Ya después le negaría los besos, ya después tendrían tiempo de reconciliarse, de ganarse de nuevo.

Tendrían tiempo para ser felices, ese era el mayor regalo de Allura.

A penas hubo un roce suave, un contacto mínimo, puesto que en la distancia de escuchó rugir a los leones en un bramido de victoria, ambos se miraron, se separaron y corrieron con toda la fuerza de sus pulmones, cuando llegaron el resto de equipo ya estaba ahí.

Los leones volaban sin ser piloteados, Azul abrió la boca y una silueta rosa apareció frente a ellos.

Keith no pudo dejar escapar un grito de exclamacion, lágrimas bajaban por sus mejillas al ritmo de su alegría. Cuando volteó sólo por un segundo, vio que el resto, sobre todo Lance, sonreían y lloraban al mismo tiempo, Hunk y Pidge se abrazaban, Lance alzaba los brazos al cielo, expectante.

Los ojos de sus felinos brillaron y Keith tomó la mano de Shiro entre las suyas, como temiendo que pudiera irse en cualquier momento. Pero Shiro apretó su mano en un gesto revitalizador y prometedor.

Keith lo entendió, no se iría nunca más.

Y eso era suficiente.

Allura apareció ante ellos y sus brazos terminaron en Lance, su silueta rosada bailó al compás de la azul, su cabello blanco y espumoso cubrió el beso de ambos, un amor perdido y reencontrado por la misericordia del universo.

Keith se apoyó contra Shiro y sin poder evitarlo cubrió sus labios con los del otro, un beso que sabía a victoria, por el que habría valido la pena esperar siglos y milenios, beso de amor eterno, de complicidad y cariño.

El beso de los amantes, el canto de una nueva mañana.

Y Keith lo supo en ese instante, la tormenta de su alma, tormenta de relámpagos y desierto, había logrado disiparse para crear un cielo razo y despejado.

Sólo para ellos y para nadie más.

Porque su amor era tan grande que superarían todas las pruebas.

Y porque ninguno de ellos se rendiría jamás en el otro, ya que ese era el veredicto del universo.

-. -. -. -. -

Ellos merecían más de lo que recibieron, eso es lo que siempre creeré.

Éste es mi versión del final uwu, espero le haya gustado tanto como a mí me gustó escribirla. Es un pogo angsty, pero sin angst no hay gloria(???)

En un rato les traeré un par más.

¡Gracias por leer y hasta la próxima!

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