En la casa de los Tendo se respiraba paz. Y eso no era algo muy habitual, al menos no lo era desde la llegada de los dos hombres Saotome hacía ya casi un año, y la llegada del maestro Happosai tiempo después. No es que los miembros de la familia Tendo fueran relajados y tranquilos por propia naturaleza, pero bien era verdad que la mayoría de peleas, discusiones, explosiones y altercados que se habían venido dando en esa casa en los últimos tiempos estaban directamente relacionados con el choque entre ambas familias y la particular manía del maestro Happosai de incordiar tanto a unos como otros.
Pero ahora, en el dojo Tendo, se volvía a respirar calma y tranquilidad, como había sido antes de esos locos tiempos. Y la razón de esta armonía tan deliciosa era, justamente, que ni los Saotome ni Happosai estaban allí.
—¿Cuánto hace que se fue el maestro, Kasumi? —preguntó Nabiki Tendo, hermana mediana. Recostada sobre la mesa de la cocina mientras se abanicaba con una mano y con la otra sostenía la revista que leía de forma distraída. Aún a esas horas de la tarde hacía un calor tan pegajoso y húmedo que su corta melena castaña, amontonada sobre su nuca, empezaba a irritarle la piel a causa del sudor.
—Hace unos tres días —respondió Kasumi, la hermana mayor. Ella parecía no notar el calor que poco a poco se iba instalando en la casa al tiempo que los días se iban haciendo largos y somnolientos. Llevaba un vestido sin mangas pero rematado en una falda larga y abombada sobre la cual lucía su inseparable delantal rosado de volantes. Se movía, además con agilidad y frescura por la cocina, entre los vapores de las ollas y los fuegos como si no le molestaran en absoluto—. Según creo aún falta bastante para que regrese.
—Gracias al cielo —Suspiro Nabiki. Sus ojos despiertos y astutos rodaron hacia la tercera persona de la cocina, la más pequeña de las tres hermanas. Sentada también a la mesa, mantenía el ceño fruncido mientras se las ingeniaba para pelar unas patatas sobre un gran cuenco. Aunque más que pelarlas las estaba haciendo añicos de forma que resultarían inservibles para cualquier cocinado. Por suerte Kasumi, que conocía de sobra a su hermanita, no había puesto en el menú de esa noche nada que llevara patatas—. ¿Y qué Akane? ¿Cuándo volverá tu novio?
A la susodicha se le resbaló el cuchillo y estuvo a punto de cortarse, gesto que no le pasó desapercibido a la mediana. Esbozó una maliciosa sonrisa y pasó una página de la revista.
—Si te refieres a Ranma...
—Es tu novio, ¿no?
Akane resopló.
—Ya sabes que no me gusta que lo llames así —le recordó, empuñando de nuevo el cuchillo—. Es mi prometido, y solo porque así lo decidió nuestro padre. Yo no tuve nada que ver en esa decisión.
—Pues no es lo que parece, la verdad —contratacó Nabiki—. Si tan poco te importa ese chico, ¿por qué llevas de los nervios desde que se fue a ese viaje de entrenamiento hace ya una semana?
—¡Eso no es verdad! —Puso tanto énfasis en esas palabras, que su puño golpeó el cuenco con los pedacitos de patata que había cortado y este se cayó al suelo vertiendo todo su contenido. La chica dio un respingo llevándose la mano a la boca—. ¡Lo siento, Kasumi!
—No te preocupes, prepararemos otra cosa para cenar.
—¿Ves cómo estás histérica?
No, y no pensaba admitirlo. Jamás diría en voz alta que echaba de menos a ese idiota atolondrado y arrogante de Ranma. Además, tampoco era que le echara de menos en el estricto sentido de la palabra; pero ese chico era tan ruidoso y molesto que cuando no estaba, era muy evidente que faltaba. Su presencia llenaba esa casa pero por lo fastidioso que era. Era un poco lo que le pasaba al maestro Happosai, aunque en él no había pensado ni una vez desde que se fue.
¡¿A caso no era lógico que le echara en falta?! A pesar de todo, Ranma era con quien más tiempo pasaba en su día a día. Iban juntos a clase, entrenaban juntos en el dojo, incluso se sentaban uno junto al otro a la mesa en cada comida. Era raro no notar su cercanía o no tener que estar alerta para esquivarle cuando Ranma comenzaba una de sus peleas con su padre por las mejores raciones.
No le echaba de menos. Se había acostumbrado a su presencia y ahora era extraño que no estuviera allí. Nada más.
Akane se agachó y empezó a recoger el estropicio de las patatas volcadas en el suelo.
—De todos modos, es agradable lo silencioso que está todo desde que esos tres se han largado —continuó Nabiki, estirándose perezosa sobre la silla—. Casi lo había olvidado...
—Es verdad, hacía mucho que no estábamos los cuatro solos —convino Kasumi con una dulce sonrisa. Se llevó a la boca lo que estaba preparando y lo saboreó con el ceño fruncido, para sonreír nuevamente—. Me pregunto si es por eso que papá está tan extraño...
Akane soltó el cuenco en la mesa y se pasó el dorso de la mano por la frente.
—Yo también me he fijado que lleva unos días haciendo cosas muy raras —admitió la pequeña.
—Seguramente echa de menos al tío Genma, eso es todo —zanjó Nabiki sin darle más importancia.
—Entonces, ¿tú no sabes nada más?
—¿Acaso tengo que saberlo siempre todo?
No obstante, Nabiki dijo esas palabras sonriendo de un modo muy misterioso. Siguió observando su revista y no volvió a hablar hasta que, unos minutos más tarde, el teléfono de la casa sonó. Akane dio un respingo, pero se contuvo antes de hacer nada más porque su hermana volvía a mirarla con burla en sus ojos.
—¿No vas a cogerlo, Akane? Seguro que es tu novio para decirte que volverá pronto...
—¡Que no le llames eso!
Irritada, la pequeña se cruzó de brazos y con un mohín ignoró los timbrazos del teléfono, aunque en su fuero interno se moría de ganas por salir corriendo y cogerlo. Ella también suponía que sería Ranma, y suponía además que llamaba para decirle cuándo pensaba volver por fin (¿Cuánto más podía alargarse ese viaje de entrenamiento?); pero Nabiki no le quitaba los ojos de encima, y no borraba esa sonrisilla malévola con la que se estaba riendo de ella.
¡Maldición!
El teléfono seguía sonando. Pronto se cortaría la llamada y no podría hablar con él y Akane estaba segura de que su prometido no volvería a llamar, no haría un nuevo intento. Si no lo cogía ahora...
—Diga, residencia de los Tendo.
La voz de Kasumi y el fin de los timbrazos alertó a las otras dos hermanas que se sostenían la mirada con intensidad. Akane ni siquiera había oído a Kasumi salir de la cocina para responder.
—¡Hola, Ranma! ¿Qué tal va el viaje? —La oyó decir. El corazón de Akane dio un vuelco y se giró hacia la puerta, sin atreverse a dar un paso, pero aguzando el oído lo máximo posible—. ¡Me alegra oírlo! —Hizo una nueva pausa—. Sí, espera un momento... ¡Akane! ¡Ranma está al teléfono!
Instantáneamente, la chica sonrió. ¿Había pedido hablar con ella? Sin prestar ya atención a la risita semi oculta de Nabiki, Akane trotó por el pasillo hasta la mesita donde reposaba el teléfono. Kasumi le pasó el auricular y se marchó de vuelta a la cocina. Akane esperó hasta ver a su hermana atravesar la puerta y después se giró, de espaldas al pasillo, llevándose el aparato a la oreja.
El corazón le latía con fuerza.
—¿Ranma? —le llamó, incluso un poco nerviosa.
—Hola, Akane —Saludó él desde el otro lado. La chica sonrió más todavía sintiéndose mucho más contenta tan solo con escuchar el sonido de su voz—. ¿Qué hacías que no cogías el teléfono?
—Estoy ayudando a Kasumi a preparar la cena.
—Auch, ¿por qué? —Soltó el chico—. Por suerte, no creo que llegue para cenar.
La alegría y la emoción se esfumaron para Akane e hizo su aparición la ira, una emoción mucho más familiar para ella cuando oía la voz de su prometido.
—¿Qué insinúas con eso?
—Pues que habría sido una pena regresar de un viaje tan duro como este y que lo único que hubiera para cenar fuera tu comida —respondió Ranma como si nada.
Akane espachurró el auricular del teléfono, al tiempo que apretaba los dientes. Se lo separó de la oreja con violencia y estuvo a punto de colgar dando un buen golpe que impactara con fuerza en el tímpano del chico, pero se contuvo.
—Vuelves esta noche, entonces —murmuró.
—Ah, sí... pero seguramente de madrugada.
—¿Y ha ido todo bien?
—Bueno, ya sabes... con mi padre las cosas nunca van del todo bien —le respondió, desenfadado. Le contó a grandes rasgos que en esos pocos días su padre le había metido en infinidad de líos debido a su tendencia de estafar a la gente y robar comida. No era nada nuevo y de hecho Ranma no parecía muy afectado, al menos en principio—. Aunque antes lo soportaba mejor que ahora. ¡Le habría matado cien veces en estos días! Quizás sea porque ahora es diferente y hay cosas que echo de...
La voz de Ranma se detuvo antes de acabar esa frase y los ojos de Akane se abrieron de golpe.
—¿Qué? ¿Hay cosas que echas de... qué?
Al otro lado de la línea, el silencio se alargó unos segundos. Finalmente, solo se oyó una fina tos.
—Estos viajes ya no son tan divertidos como cuando era pequeño —finalizó el chico.
Cobarde, pensó ella.
En ese instante, Akane oyó la puerta de la calle, al otro lado de la casa y los pasos acelerados de su padre que hacía allí se dirigían. Le extrañó, porque su padre casi nunca se molestaba en abrir la puerta y mucho menos con ese ímpetu.
—¿Akane?
—Sí... es que han llamado a la puerta.
—¿Y quién es?
—No lo sé... —Escuchó más pasos, voces. En concreto la nerviosa voz de su padre que parecía repetir las mismas palabras más de una vez. Más voces, más pasos. Su padre llegó corriendo hasta la cocina y asomó la cabeza por ella. Hablaba tan rápido que Akane no pudo entender lo que decía.
—¿Qué pasa? —preguntó Ranma desde el otro lado del teléfono.
—No lo sé, alguien ha venido y... —Su padre salió corriendo de nuevo, como una exhalación. Su rostro estaba rojo y hasta los pelos de su abundante bigote parecían levemente encrespados—. Qué raro. Papá ha estado comportándose de un modo muy extraño estos días y ahora parece muy nervioso.
—¿Por qué?
—No tengo ni idea.
En ese instante, sus hermanas salieron de la cocina. Kasumi cargaba con una bandeja enorme con todo dispuesto para servir el té a varias personas y su rostro ya no parecía tan sonriente. Nabiki salió tras ella, frotándose un brazo. Se apartó de su hermana mayor para acercarse a Akane.
—Es mejor que te despidas de tu novio y cuelgues ya —Le susurró.
Akane sintió un pinchazo en la nuca, como un aviso de amenaza.
—¿Qué está pasando?
—Por una vez no tengo ni idea —admitió otra—. Pero papá quiero vernos a las tres en el salón de inmediato. Tenemos visita.
—¿De quién?
Pero Nabiki sacudió la cabeza.
—No lo sabremos hasta que no vayamos.
Con esas palabras y un encogimiento de hombros, siguió la estela de la mayor rumbo al salón. Sin embargo, Akane se quedó paralizada con la sospecha sobre ella impidiendo que se moviera.
—¡Akane! ¡¿Se puede saber qué pasa?!
La chica dio un respingo al oír la voz de Ranma en su oído.
—No lo sé, pero tengo que colgar ya.
—Pero, pero...
—No creo que sea nada —dijo ella—. Nos vemos esta noche.
—Bueno...
—Ranma... —La chica dudó antes de seguir—. Ten cuidado a la vuelta.
El chico enmudeció al otro lado. Tanto que tardó varios segundos en volver a hablar, y lo que soltó fue solo un balbuceo.
—S... sí —masculló—. No tardaré.
Akane se despidió y colgó.
Respiró hondo, echó hacia atrás los hombros y empezó a caminar hacia el salón. Pegó los brazos al cuerpo y las palmas abiertas a sus piernas; notaba la tensión que se estaba apoderando de su cuerpo aunque no sabía por qué.
Fuera lo que fuera lo que le esperaba en el salón, no tenía miedo. Era una chica fuerte, capaz de enfrentar lo que se le pusiera por delante. Y no necesitaba a Ranma a su lado para hacerlo aunque le habría gustado que estuviera allí, en especial porque había notado la preocupación en su voz mientras hablaban y eso la hacía sentirse un poco insegura.
Pero se deshizo de esas sensaciones justo antes de llegar al umbral de la puerta. Respiró hondo una vez más y deslizó la puerta para abrirla.