Don't mess up with gods

By safeterra

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Tantas ideas sueltas, tantos dioses griegos y tanto apego por la pareja de chicos sobre la que más he escrito... More

Prefacio
Viaje en el tiempo
I
II
III
IV
V
VI
VII
Amor de Inframundo
I
II
III
IV
V
Futuro

I.

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By safeterra




Crecer es difícil. Implica dejar atrás lo que se fue, incluyendo sueños, afectos y esperanzas. Estación tras estación, el ciclo de vida avanza y las personas van cambiando. Un día dos amigos ríen juntos y otro apenas se recuerdan. El viaje es tan implacable que si te detienes un momento y se te ocurre mirar atrás, corres el peligro de perderte en la melancolía del pasado, turbar tu presente y poner en riesgo tu futuro. Basta un momento para perder el rumbo de la realidad, y ceder ante la tentación tiene un precio.

Will Solace pasó de ser un colegial cauto a un universitario desenfrenado. Los monstruos que seguían su rastro de semidiós cada vez eran una molestia menor, tal parecía que su olor se desvanecía con el tiempo y se agriaba con la edad. Llegó incluso a creer que era solo un ser humano más en un mundo de seres humanos.

Pero en su cabeza sobrevivía un recuerdo que lo incordiaba de manera imprevisible, alguien que había llegado para sumar en su vida y se había ido sin dejar una explicación. Ese recuerdo era un hilo de acero que, enterrado y anclado en el núcleo de su corazón, tiraba constantemente hacia atrás. Will no sabía ya a qué medida recurrir ante tal incurable molestia, después de haber probado con el alcohol, el sexo y alguno que otro polvo mágico. Hiciera lo que hiciera, las memorias eran indisolubles en el olvido. Se empecinaban en invadir su presente, cada vez más vívidas, por más que construyera cercas mentales para dejarlas, mínimo, distantes.

—Ya no tomes más. —Blake le quitó el vaso de Cuba Libre de los dedos y lo empujó hacia alguien más en la barra. Will bufó y asentó su barbilla en una mano, estando acodado en la superficie de porcelanato negro—. Debes dejar de emborracharte.

—Me gusta la embriaguez. Incluso con la resaca que viene luego.

Blake meneó la cabeza mientras sonreía apenado. Al frente tenía una copa con dos dedos restantes de Martini, la única que había pedido y tomado durante toda la noche. Will todavía no entendía cómo alguien podía limitarse a tomar un Martini en una fiesta universitaria, cuando había alcohol de diferentes tipos y colores en cada esquina.

El volumen alto de la música hacía que tuvieran que elevar la voz cada vez que intercambiaban palabra, pero Will nunca hablaba demasiado cuando invitaba a alguien a una fiesta. Se suponía que la música estaba para mover el cuerpo, no para forzar la voz. En un principio estaba esperando que Blake se cansara de intentar hablar y contenerse con el alcohol y pudiera llevarlo a la pista de baile como debía ser. Ahora Will había tomado por ambos, comenzado a sentirse ligero y mareado, no había logrado quebrar el autocontrol de su acompañante y ya no recordaba con coherencia qué había sucedido hasta entonces en la noche ni cuál era su objetivo.

—No he conocido a alguien más masoquista que tú —comentó Blake, riendo en voz baja.

—No, no. —Will le dio una floja sacudida en el hombro con la mano fría que antes sujetó su bebida—. Mira, estoy escapando de los recuerdos porque son un pozo de tortura. Y el malestar de la resaca me parece mejor que caer allí. —Miró hacia la pista, entornando los ojos. Había comenzado a ver los movimientos y las luces emborronados—. ¿Quieres bailar? Creo que aún no te he invitado a bailar. —Abrió y cerró la mano que volvía a estar libre, frunciendo el ceño—. ¿No tenía aquí yo un whisky?

Blake se levantó de la silla alta y Will pensó que por fin accedería a bailar. Sin embargo, su acompañante le señaló con la cabeza algún punto más allá de la pista de baile que Will no alcanzaba a visualizar porque todo se movía como un tornado de colores en cámara lenta a esa distancia.

—Creo que deberíamos salir a tomar aire —propuso Blake mientras lo ayudaba levantarse.

Una vez en pie, Will se encogió de hombros e intentó seguirlo sin tambalearse ni perderse entre la multitud. Fue conducido al jardín y solo cuando se sentó en la banca de hierro con pintura blanca, bajo el amparo de una pérgola, notó que habían ido agarrados de la mano. Sintió su palma fría cuando se soltaron y se la frotó con la otra. A su alrededor se extendían dos hileras de setos que enmarcaban un estrecho camino empedrado que rodeaba la pérgola. Cada determinado tramo estaba ornamentado con flores, incluyendo dos arbustos de florecillas blancas olorosas en posiciones diametralmente opuestas en relación a la pérgola.

—No sujetes la mano –siseó Will—. Después me acostumbro al calor. Acostumbrarse al calor de Nico es malo.

—¿Quién es Nico? —preguntó Blake con voz afable y paciente.

Will frunció el ceño, reflexivo. Vinieron a su mente unas manos pálidas con dedos callosos, una chaqueta negra entallando una espalda amplia que culminaba en una cintura estrecha y unos profundos ojos oscuros que lo absorbían como agujeros negros. Parpadeó y negó con la cabeza repetidas veces, procurando alejar las imágenes.

—No está aquí. Hace mucho que no está aquí.

—¿Y dónde está?

Will ladeó la cabeza, mareándose en su propia mente. Era una pregunta que se había hecho miles de veces en el pasado, tantas, que en algún momento la unión de esas tres palabras había dejado de tener sentido. De pronto rio.

—¿Sabes? No tengo ni puta idea. Nunca volví a verlo.

La tranquilidad en el rostro de Blake se turbó ante la comprensión de esas palabras. Iba a dejarlo allí, pero Will volvió a hablar.

—Un día se fue. Nadie me quiso decir dónde. Ni por qué. No respondió a mis llamadas ni a mis mensajes. Solo me dejó. —Empezaron a escocerle los ojos—. Me dejó... —Se estremeció—. Necesito más whisky.

Intentó levantarse, pero Blake lo detuvo.

—Te puede ayudar recordar sobrio.

—No, Blake, no. Vámonos. Pasa la noche conmigo. —Se acercó más y hundió su cara en su cuello, depositando repetidos besos húmedos. Blake lo separó suavemente, pero no lo distanció, sino que lo atrajo en un abrazo. Will no volvió a besarlo, solo se dejó acunar en esos brazos inesperadamente cálidos y cómodos. Segundos después bajó la guardia, sintiéndose adormilado.

—No soy de relaciones fugaces —Con la oreja asentada en el músculo trapecio superior de Blake, Will escuchó su voz distorsionada por las vibraciones sonoras que repercutían desde el interior. Le gustó. Le hizo recordar cuando abrazaba a su mamá de niño y ella le cantaba mientras él mantenía su oreja posada en su pecho.

—¿Qué tal abiertas?

—No.

—No es justo. Me gustas.

—Te gusta todo chico que encuentres interesante.

—Sí, por eso lo de abierta. Pero mira, que la relación sería contigo, eso significa que a ti te quiero más.

—¿Pero no lo suficiente para estar solo conmigo?

—La fidelidad no es lo mío.

—Mmm.

—Fui fiel, y fue una mierda. Me ha ido mucho mejor siendo infiel.

—Will, cuando eres infiel lastimas a alguien. ¿Has pensado en eso?

—No. Es mejor no pensar en nada.

—Pues no pienses en nada ahora. Pero tampoco hagas nada. ¿Hueles las flores? Son jazmines. En las noches despliegan su perfume.

Se separaron del abrazo y Will miró al cielo frente a sus ojos cansados. Dijo lo primero que cruzó por su mente.

—No hay estrellas.

—Están dentro de las flores.

—¿De verdad?

—Imagínalo. Una lluvia de estrellas fugaces que son flores. Plantaciones de flores que son estrellas. Luces, formas y perfumes. Y colores, muchos colores vivos.

—¿Colores vivos que se ven en la noche?

—Sí. ¿Cuál es tu color favorito?

—Amarillo patito.

—El mío es el cian, muy encendido.

—Ambos suenan a luz. —A Will le quebró la voz—. Nico era una luz en mi vida. Él creía que era oscuridad, pero para mí era una luz.

—¿La amarillo patito?

Will sonrió débilmente y habló luego de un momento.

—¿Me puedes llevar a casa?

—Claro, sólo debes darme tu dirección...

—Me refería a... no importa. Ya me pesa demasiado la cabeza.

Blake le ayudó a levantarse una vez más. A Will no le molestaba en lo absoluto; de hecho, no le parecería mal que lo cargara en su espalda como su madre hacía cuando era niño.

—Solo no vomites dentro de mi auto, por favor.

Will se mostró ofendido.

—No soy un borracho vomitón.

Blake le sonrió.

—Me alegra que mantengas lucidez.

Will caminó con pasos lo más estables posibles hasta el auto del muchacho. En ese instante tuvo más sentido que solo se bebiera un Martini, pues debía conducir de regreso. Antes, Will había llegado a las fiestas con otros chicos de la universidad y no tenía planeado cómo movilizarse después; se abandonaba al destino que sus acompañantes eligieran.

—No soy idiota. Hay que tener un sentido de responsabilidad mínimo con estas cosas, ¿sabes?

Blake le abrió la puerta de copiloto y Will entró mientras seguía hablando.

—Si pierdes por completo la lucidez, puedes ser el blanco de cualquiera. ¡Y eso no es divertido!

Blake se metió en el asiento de conductor y encendió el carro, cuyo motor le recordó a Will al ronroneo del gato esqueleto de Nico.

—Así que solo los idiotas se emborrachan hasta perderse por completo —concluyó Will—. ¿No crees?

Blake ya estaba rodando en la carretera.

—Creo que todos somos idiotas en algún momento y no es precisamente por eso.

Will no entendió esas palabras. De pronto tenía sueño. No sabía qué hacía en un carro con un chico, pero esa era la parte donde se supone que tenía sexo. Recordó que Blake le dijo que no habría sexo y se sintió decepcionado, aunque otro sentimiento opuesto y momentáneamente indefinido se abría paso por debajo de la decepción. Recostó la cabeza contra el vidrio y lo sintió fresco en su piel caliente mientras una melodía de piano que salía por los parlantes llegaba a sus oídos.

Lo siguiente que supo con certeza fue que despertaba en su cama. La resaca no fue tan mala porque la embriaguez no fue muy fuerte. Will intentó rememorar lo sucedido la noche pasada desde el principio. Invitó un acompañante, como siempre. Era un pianista que estudiaba música, la facultad quedaba frente a la de medicina. Habían hablado solo un par de veces, pero a Will le gustó, así que esa noche lo había invitado. Sin embargo, las cosas no fueron como siempre. El chico lo había cuidado en lugar de limitarse a divertirse, lo había llevado a su habitación en la residencia en lugar de dejarlo tirado en la fiesta o llevarlo a un motel para tener sexo. Will sintió un acceso de vergüenza que luego se transformó en curiosidad.

Se incorporó y agarró su celular del velador, azuzado por un instinto. Blake había grabado su número. Le marcó.

—Hola, Will —contestó el muchacho con tono jovial—, ¿cómo vas?

Will procesó las palabras. No eran una queja. No eran una insinuación sexual. No eran un intento de cortarle lo más rápido posible. No había irritación o apuro en su voz.

—Quería... eh, agradecerte.

—No hay problema.

—Recuerdo... —La cabeza le dolía y le daba vueltas, sus recuerdos todavía estaban borrosos, pero esas palabras eran claras, dolorosas como quemaduras—. Dijiste... dijiste que recordar sobrio me podría ayudar.

—¿No lo habías pensado antes?

—Sí, pero nadie... —su voz disminuyó— nadie me lo había dicho.

Nadie me habría ayudado a lidiar conmigo mismo.

—¿Y esperabas que alguien te lo dijera? —Blake no estaba reclamándole, ni burlándose. Hablaba con la misma jovialidad de siempre, además de un genuino interés.

Will intentó desenredar su lengua.

—No sabía que sí. —Apretó el teléfono con fuerza, temblando ligeramente—. Pero no sé cómo hacerlo. No he podido... no puedo. Yo creo que... necesito ayuda y... estoy solo pero apareciste tú y... quería pedirte, si puedes...

—Te ayudaré —le dijo Blake. Y a Will casi se le escapó un sollozo junto con un par de lágrimas retenidas.

—¿Qué quieres a cambio?

—Nada, Will. Detesto ver a las personas sufrir.

Will rio con amargura.

—Por eso mismo me metí en este lío.

—Pues déjate acompañar ahora. El lío será mío.

Will quería rebatir. Quería decirle que no iba sacar nada bueno de esto, que escuchara su advertencia antes de que fuera tarde. Pero se sentía tan solo. Y este inesperado apoyo se sentía tan bien. Lo cierto es que necesitaba desesperadamente una influencia sana en su vida. Y aunque fuera egoísta de su parte, quería aprovecharla. Sin embargo, tanta maravilla parecía irreal. Las personas siempre esperan algo a cambio, velan por sus propios intereses. Will no era la excepción y no juzgaba ese modo de vida, pero...

—Blake, si lo que esperas es que me recupere y me enamore de ti, no va a pasar.

Creyó que esta vez sí le cortaría. No obstante, su interlocutor le respondió con tanta calma y amabilidad como antes.

—No tengo esas intenciones.

—Pero... —Will frunció el ceño, desconcertado.

—No tienes que creerme. —Ahora sonaba triste, como si hubiera experimentado situaciones similares en el pasado o hubiera previsto esa reacción—. Tú decides. Si te hace sentir más tranquilo saber qué obtengo yo de esto, podemos decir que disfrutaría verte mejor y ayudarte a estarlo.

Will entendía ese sentimiento tan bien que le dolió el pecho escucharlo salir de alguien más. Supo que podía confiar en ello.

—Está bien.

—¡Genial! ¿Quieres ir a correr mañana en la mañana conmigo y mi mejor amiga?

—Uhmm... hace tiempo que no madrugo.

Estudiaba en el horario de la tarde y hacía tareas desde la noche hasta la madrugada cuando no iba a fiestas.

—¿Podrás hacerlo? Dicen que correr en la mañana es bueno para la salud. No lo sé con certeza porque no soy doctor. Aunque... tú deberías saberlo, ¿no?

—Sí, es porque el ejercicio cardiovascular mejora la circulación y activa la segregación de endorfinas. Además, el aire libre es menos viciado que el de los espacios cerrados.

—Eso suena complejo. Lo único que yo sé es que salgo a correr todas las mañanas y mi salud es tan buena que rara vez me enfermo o voy al médico.

Will se levantó de la cama con dificultad, se detuvo frente a la ventana y observó el cielo despejado a través de ella. La luz le molestaba los ojos y al principio le hizo bizquear, pero se cubrió formando una visera con las manos y trato de imaginar que, en algún lugar no muy lejano en ese día tan claro y vivo, Blake estaba usando su teléfono y su tiempo para hablarle. Y eso le hacía sentir menos solo y más parte del mundo que lo rodeaba.

—¿Y dónde es?

—Milton Park. Está junto al campus y tiene una pista enorme rodeada de árboles. Si tienes un perro, puedes traerlo.

—Lastimosamente vivo solo.

—¿Entonces te animas?

—Lo intentaré.

—Como te acomodes. Igual yo voy todos los días a las siete.

Después de esa llamada Will se sintió inusualmente fresco. Tomó una ibuprofeno para el dolor de cabeza y trabajó en sus tareas atrasadas hasta que llegó la hora de sus clases. Luego volvió a su habitación y no tomó su teléfono para meter la nariz en las conversaciones de los grupos de la U y buscar nuevas fiestas. Lo que hizo fue acostarse, cerrar los ojos e imaginar estrellas floreciendo desde la tierra y flores cayendo como estrellas fugaces hasta que se quedó dormido.

La mañana siguiente no encontró motivación suficiente para levantarse a la hora que necesitaba y anduvo con un humor lóbrego el resto del día. ¡Por qué se le hacía tan difícil solo mover su trasero en la mañana! Tenía el cerebro podrido, vergonzosamente acostumbrado a los malos hábitos. Una tarde que hiciera las cosas bien no significada nada cuando en los días posteriores volvía a recaer. Aunque se despertase temprano, su cuerpo rechazaba la idea de levantarse, vestirse y ponerse a trabajar con ejercicio cardiovascular. Simplemente se volvía pesado como el plomo, o como un niño haciendo un berrinche, y la voluntad de Will no bastaba para superarlo. Tal vez porque su voluntad estaba parcialmente de acuerdo en que se quedara acostado.

Comenzó a pensar que tal vez ya no importaba. Había pasado una semana. Blake se habría molestado o rendido y ya no lo esperaría aunque Will, por obra un milagro, apareciera.

Estuvo a punto de rendirse y etiquetarse como un fracasado hasta que se topó con Blake mientras caminaba por el campus y el muchacho le brindó una cálida sonrisa y un gesto de saludo con la mano.

«Ojalá puedas unirte a la caminata uno de estos días» parecían decir sus ojos protegidos por lentes.

Tal refuerzo de calidez derritió las dudas de Will. Tres días más tarde, fue capaz de acudir al parque a las siete.

N/A: Nueva historia, jeje. Dejen sus comentarios.

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