—¿Entonces cuando naciste ya tenías el cabello rosa con morado?—cuestionó Valentina sentada encima de uno de los altos taburetes de la cocina.
Monique se giró un momento para encontrarse con los ojos curiosos de la chica y rio. Negó un poco y volvió a llevar su atención hasta la sartén con los huevos revueltos que se suponía serían el desayuno.
—No—respondió divertida.—cuando nací mi cabello era rubio—confesó.
—¿Entonces porque ahora es negro?—preguntó de nueva cuenta la pequeña.
—Porque nunca me gustó ser rubia—anunció.—Siempre quise tener el cabello de otro color que no fuese dorado...—rio—así que fui rubia hasta los trece años antes de decidir vaciar encima de mi cabeza un frasco de tinte negro...lógicamente no le dije nada a mis padres...—hizo una pausa y sintió su corazón apretarse un poco pero tan pronto como la sensación llegó, se marchó—así que ni siquiera quiero recordar las dos horas de regaño que recibí por eso...
Los ojos de Valentina se abrieron con sorpresa y Monique se giró de nueva cuenta para verla.—¿Tú crees que Bolita de nieve también era rubio hasta que decidieron pintarle el cabello color negro?—preguntó señalando al perrito que descansaba a sus pies. Monique soltó una carcajada y negó.
—No lo creo...yo pienso que él es más bien morocho natural...—comentó.
—¿Tú crees que mi mamá me deje pintarme el cabello así como tú?—inquirió de nueva cuenta. Monique le sonrió dulcemente.
—No lo sé, lo que si sé, señorita Vélez...es que usted aún es demasiado joven como para estar pensando en pintarse el cabello de cualquier color—Valentina suspiró.
—Pero yo lo quiero igual que tú...—respondió la niña frustrada.
—Bueno...pues supongo entonces que tendrás que esperar a crecer...pero mientras eso pasa déjame decirte que tu castaño natural me encanta—las mejillas de Valentina se sonrojaron y Monique sonrió de nuevo.
—¿De verdad...?
—Sí, de verdad...—hizo una pausa—hace juego con tus ojos...—y entonces las mejillas de la niña se sonrojaron todavía más.
—Buenos días—saludó la señora Yenni entrando en la cocina.—Monique, no tenías que preparar el desayuno, cariño...
—Oh, pero quise hacerlo—sonrió.—realmente espero que no le moleste que haya tomado la libertad de entrar en su cocina y...—ella negó.
—No te preocupes por eso—respondió de inmediato.—Es un buen gesto de tu parte que decidieras preparar el desayuno pero realmente no tenías que hacerlo, eres nuestra invitada...
Las mejillas de Monique se sonrojaron de inmediato.—Yo realmente me sentiría bien si me dejase ayudar...en lo que fuese, sentirme útil, quiero decir...
La mujer le ofreció una amplia sonrisa demasiado parecida a la de sus hijos.—De acuerdo, entonces si es por eso, siéntete libre de hacer lo que quieras...
—Gracias...
—¡Buenos días!—saludó Christopher entrando en la cocina.—Dios, que bien huele...
—Monique preparó el desayuno, Chris...—anunció Valentina ofreciéndole una sonrisa a su hermano mayor.
—Pues realmente huele delicioso...—decidió.
—Chris... ¿Cuándo va a venir Dan?—cuestionó la niña sin despegar sus ojos de los de suyos.
—Probablemente por la tarde, Valen...—sonrió.—¿Por qué?
—La echo de menos—confesó.—¿Tú no...?
Las dos mujeres que los acompañaban rieron y Christopher suspiró.—Yo también, Valen...yo también...
(...)
—No molestarme y escuchar sin protestar...—se repitió Renato a sí mismo. Danna lo contempló en silencio y negó un poco.
—¿Sigues con lo mismo, papá...?—cuestionó la chica removiendo los cereales con leche en su tazón.
—No...bueno, si...es que realmente no termino de comprender en que momento pasó todo esto...—murmuró.—en primera porque volviste a mentirme, Danna...sabias que Christopher había vuelto a las carreras clandestinas y tampoco me dijiste nada, sabías que los mellizos eran hijos del sujeto ese, Blondi y también me lo ocultaste...
—La verdad es que yo creo que hizo una jugada maestra—comentó Camila vertiendo una botella de chocolate en el cereal—Primero te hizo jurar que no te molestarías con ella y que no protestarías para después confesar todos sus pecados...
—¡Camila!—advirtió su hermano.
—La estafa maestra, Danna...—rio.
—Eso es asqueroso—musitó la chica frunciendo los labios admirado la comida de Camila que ahora era cereal con leche, trozos de banana, chocolate líquido, azúcar y chispas de colores.
—¡Déjame en paz! Mi bebé y yo queremos esto...—Danna suspiró.
—Bebé de Cami, no te ofendas pero qué asco. Haces que se me revuela el estómago...—reiteró.
—¿Cami tiene un bebé adentro?—cuestionó Milo con los ojos bien abiertos—¿en dónde está mamá? No lo veo...
—Todavía no lo puedes ver pero seguro en unas cuantas semanas más si podrás...—le indicó su madre.
—Seguro que va a amarte, Milo—le dijo la pelinegra ofreciéndole una pequeña sonrisa.
—Dan...—la llamó el niño.—¿Tú también vas a tener un bebé adentro?—cuestionó. Danna negó.
—No...—respondió frunciendo los labios.
—¿Chris va a venir hoy? Quiero jugar fútbol...—ella suspiró.
—No lo sé...
—Tengo que hablar con Christopher...—anunció Renato.
—Papá, si es por lo de las carreras...—él negó.
—Tiene que ver con eso pero no es precisamente de lo que quiero hablar...quiero que me muestren las pruebas que dicen que tienen en contra de Samuel Doherty porque esa es la única manera en la que podré ayudarlos...—Danna apartó la mirada un poco.—amor, tienes que confiar en mi...
—Confío en ti, papá...es sólo que...yo no quería que tú te inmiscuyeras en esto...—Renato suspiró.
—Danna, si esto es un asunto de familia entonces no podías dejarme fuera aunque tú quisieras...mi deber como el jefe de esta familia es ver por ustedes, sé que son grandes y que saben cuidarse solos pero por favor...—murmuró.
—Está bien...pero iré contigo y no aceptaré un no como respuesta.—decidió.
—Eres muy terca—Ella sonrió.
—Eso me han dicho...
(...)
—¿Podemos hablar?—cuestionó Christopher asomándose en la habitación de su madre.
—Claro que sí. —Respondió ella.—pasa...
—Mamá...desde hace unos días he querido hablar contigo sobre esto pero realmente con todo lo que ha pasado últimamente no encontraba el momento oportuno...y sé que seguramente te molestarás con lo que voy a decirte pero creo que es mejor que lo sepas por mí a que te enteres por alguien más...—musitó él caminando lentamente en dirección a ella.
—¿Qué es lo que pasa, Chris? ¿Por qué tanto misterio? —cuestionó.
—Escucha, sé que no tengo derecho a pedirte eso pero...prométeme que no vas a alterarte y que dejarás que te explique todo, que no me interrumpirás...
—Estás comenzando a asustarme—respondió ella.—¿sabes que puedes confiar en mí, amor? No voy a juzgarte...nunca...te amo por sobre todas las cosas, sin importar si te equivocas o no...
—Volví a Chesburg...—anunció.—De nuevo corrí en carreras clandestinas un cuando te prometí que no volvería a hacerlo...de verdad que no sabes lo mal que me sentí cuando me di cuenta que estaba rompiendo la promesa que les hice a Dan y a ti...—murmuró.—pero antes de que pienses cualquier cosa tienes que saber porque lo hice...—agregó a toda prisa.
—Christopher...
—Mamá...—inspiró profundamente—cuando tuve ese accidente en Chesburg hice que el patrocinador de la carreras perdiera todo el dinero que había apostado por mi...él de inmediato pensando que declararía en su contra se marchó pero después volvió y estaban tan molesto conmigo que terminó por arrastrarme de nueva cuenta a Chesburg...Erick me ofreció su dinero para cubrir esa deuda pero yo me negué porque no se me hacía justo que él se hiciera cargo siempre de todas mis deudas, había sido suficiente con el dinero del hospital...—ella suspiró.—así que tuve que aceptar volver a correr para él, para ganar el dinero de nueva cuenta y devolvérselo...—murmuró.
—Chris...
—Te prometo que no quería hacerlo, mamá...él me obligaba, Samuel...—susurró.
—¿Samuel?—Christopher la observó un momento y apartó la mirada lentamente.
—El padre de Monique...—confesó.
—¿Qué? ¿El padre de Monique?—cuestionó llena de confusión.
—Si pero antes de que creas que ella tiene algo que ver, no es así...su padre seguramente en este momento debe estarla buscando porque se puso en su contra para defendernos...—suspiró—Lo hizo aun sabiendo que él intentaría hacerle daño...ella es una pieza clave en todo esto, créeme...
—Te creo, amor...—hizo una pausa—Chris...yo también quiero hablarte sobre algo...
—¿Qué pasa?—cuestionó.
—He estado en contacto con el señor Belmont...—el corazón de Christopher se aceleró. Había estado fervientemente olvidarlo pero por más que lo intentaba no conseguía hacerlo. No del otro.
—¿Y qué pasa con eso...?
—Me ha comentado que los trámites legales sobre el cambio de propietario de la empresa está en curso...y como eres mayor de edad y estoy completamente segura que eres muy capaz de hacerlo te he nombrado a ti como el dueño de la empresa de tu abuelo...—anunció.
—¿Qué...? Mamá...¿eso qué quiere decir exactamente?—preguntó lentamente aunque muy en el fondo ya sabía la respuesta.
Christopher Vélez sentía que el corazón se le iba a salir en cualquier momento. Sentía que estaba comenzando a caer en un hoyo sin salida y aunque no quisiera aceptarlo en voz alta, le aterraba demasiado.
—Chris...yo sé que aquí tienes tu vida, tienes a tus amigos, tienes a Danna pero realmente espero que me apoyes en esto, sé que si tu abuelo quiso que te quedaras a cargo es porque confiaba ciegamente en ti y sabía que podrías hacerlo sin problema alguno...—le explicó.
—¿Quiere decir que nos mudamos a Nueva Jersey?—ella suspiró.
—Creo que es lo mejor, amor...—murmuró—si antes pensaba que era lo mejor ahora que me has contado todo esto sobre el padre de Monique realmente estoy convencida que esta es la mejor decisión que podemos tomar...—agregó lentamente.—El señor Belmont me ha dicho que no tienes que preocuparte por nada, él y Jaeleen; su hija, te enseñarán todo el funcionamiento de la empresa...
—¿Y cuándo se supone que nos vamos?—cuestionó sintiendo de repente un gran nudo en la garganta.
—En dos semanas, Chris...
(...)
Finnley Doherty realmente no terminaba de comprender lo que estaba pasando en su vida. Era cierto que sabía que su padre de alguna manera se merecía que Monique se pusiese en su contra, después de todo él siempre la había herido con todas sus palabras mal intencionadas y aunque ella fuese demasiado sensible era lógico que le guardase un poco de rencor.
Porque al final de cuentas las personas más sensibles siempre resultaban ser armas de doble filo y Monique no era la excepción.
Incluso Danna era un arma de doble filo. No podía comprender en que momento esa chica se había puesto en su contra y ni siquiera lo había defendido cuando Renato Francis lo corrió de su casa. Lo cierto era que después de todo, él no confiaba en ella.
¿No era extraño que de la noche a la mañana ella se interesara en él? Negó un poco y llevó de nueva cuenta el hielo envuelto en una toalla roja a su ojo izquierdo. Le dolía como el infierno y Zabdiel De Jesús era el culpable de ello. Ya encontraría una buena manera de hacerlo pagar por ello.
Llevó su mirada hasta al frente para encontrarse con una chica rubia de ojos azules que se acercaba a la oficina de su padre, al parecer era conocida porque os guardaespaldas ni se inmutaron.
—Oye tú—la llamó Finnley. La chica se detuvo un momento y le lanzó una mirada impenetrable que realmente no reflejaba absolutamente nada.
—¿Si?
—¿Nos conoces?—cuestionó él. Ella frunció los labios y negó.
—No lo creo—respondió—pero realmente no tengo tiempo para charlar contigo, necesito hablar con Blondi...
—Mi papá está ocupado...—anunció Finnley—pero si quieres puedes hablar conmigo...
Una pequeña sonrisa se extendió por los labios de Moriah y negó—No tengo tiempo para perder con niñitos...quiero hablar con tu papá, no contigo, así que con permiso...
—Yo soy Finnley. ¿Cómo te llamas?—ella suspiró.
—Moriah Evans-Doherty...—respondió.—Así que si no te molesta hermanito, quiero ver la cara de tu papá...
—¿Qué...?
Y entonces todo pasó en un segundo. El lugar quedó lleno de hombres vestidos de negro que sostenían armas. Finnley no podía comprender de donde diablos habían salido tantos hombres, lo cierto es que eso era una trampa.
Una ruin trampa. Y Moriah Evans era la culpable—¿Qué demonios?—se quejó el hombre en un grito.—Todos se van a arrepentir de hacerme esto...—musitó y un momento después salió de la oficina siendo sostenido a la fuerza por dos hombres uniformados.
—Tienes derecho a guardar silencio, Samuel Doherty...he escuchado decir que todo lo que digas puede ser usado en tu contra...
—¡Eres una maldita!—le dijo Finnley a la rubia abalanzándose sobre ella pero era imposible que él pudiese si quiera acercarse. No con tantos hombres protegiéndola.
—No más que ustedes, Finnley...créeme...
(...)
Tres horas antes...
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¡CUATRO!
Nos leemos mañana, señoritas.
Que lo pasen lindo.
Con amor, Gloria, x.