You're my demon

By Elhora

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Nunca pensé que acabaría en el Olethros, o como lo llamamos nosotros, el Infierno, vendida al mejor postor, o... More

You're my demon
Capitulo 1
Capitulo 2
Capitulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30.
Capítulo 32.

Capítulo 31.

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By Elhora

La torre era alta pero carecía de escaleras interiores, así que asomarse a ese pequeño ventanuco era solo un deseo de la pequeña chica. Soñaba con poder respirar un poco de aire limpio, no cargado de la humedad que transmitían las paredes de piedra. La situación era agobiante. Nunca le habían gustado los lugares pequeños y cerrados; podía soportarlos y tolerarlos pero los evitaba casi siempre.

Ya no sabía cuanto tiempo había transcurrido dentro de ese zulo, sin embargo, sabía que habían sido días. Las mañanas eran cálidas ahí dentro mientras que, por las noches, el ambiente se enfriaba congelándole hasta el alma. La fina sábana que anteriormente fue blanca se volvió de un color grisáceo a causa del polvo y no ayudaba a calentarla del todo y, por supuesto, no la ayudaba a mejorar su estado físico. Se sentía enferma y débil, sobretodo por las noches. Sí ,definitivamente, las noches eran frías y largas por lo que Rachel procuraba dormir de día. 

Desde que fue encerrada no recibió ningún tipo de visita. Era alimentada a base de frutas y verduras que eran lanzadas desde arriba, nunca cocinadas, y el agua era recogida con un cubo que encontró dentro de la torre. El agua se la proporcionaban por una, lo que le pareció a Rachel, pequeña tubería de metal oxidado que modificaba el sabor del agua. Pero a Rachel no le importaba, ya se acostumbró a ella.

A lo largo del día se sorprendía a si misma pensando por qué ni siquiera Minerva había aparecido para interesarse como estaba. De Azael era fácil esperar que no apareciera, él mismo la encerró allí y se encargó de destrozarla. Pero ella esperaba alguna palabra de consuelo proveniente de la vieja, palabras que no llegaban ni llegarían. Procuraba mantener la mente en blanco para no pensar sobre ello, para no pensar en su situación y para intentar frenar los pensamientos que la atormentaban, que hacían que la chica se preguntara por qué y cómo se había llegado a esa situación.

Mientras tanto, en el castillo de Olethros la situación empeoraba. La tensión aumentaba con cada día que la chica permanecía recluida en la torre. La realidad era que, incluso Azael habiendo sido él quien la encerró, no se encontraba a gusto con su decisión pero era demasiado orgulloso como para admitir que, quizás, se había precipitado en su parecer.

Ningún sirviente se encontraba a gusto con la presencia de la chica en la torre y mucho menos en su estado. Habían sugerido al monarca trasladarla a una habitación apartada del castillo y mantenerla recluida allí, en unas mejores condiciones. Sin embargo, Azael rechazó cada una de las sugerencias y comenzó a castigar a cada sirviente que osaba defenderla pero lo que el rey no sabía es que ellos no querían ayudar a la muchacha. Los sirvientes temían que, si la chica moría en esa situación tan desagradable, albergando ira y odio hacia ellos, pudiera convertirse en un espíritu vengativo y atormentarlos toda su existencia. Por otro lado, ninguno de ellos, pese a sus temores, intentó que su estancia en la torre fuese más llevadera. Ni siquiera Minerva quien, después de los acontecimientos decidió dejar de lado su trabajo y se quedó encerrada en sus aposentos desde ese día a modo de protesta. Protesta que fue ignorada por el monarca.

Azael tocó la puerta de madera maciza esperando una contestación que no llegó. Empezaba a impacientarse y molestarse por la actitud de la vieja. Nunca se había rebelado en todo el tiempo que la conocía, ni siquiera con su padre y eso le enfurecía.

- ¿Cuánto tiempo más piensas estar de huelga de brazos caídos, vieja? - Azael preguntó molesto al otro lado de la puerta. No obtuvo contestación.

- No pienso echarme a atrás con mi decisión. Es algo que necesito que entiendas. - el hombre habló esta vez más calmado.

La puerta se abrió de golpe ante él, mostrando a una mujer colérica.

- ¿La dejarás morir entonces? ¿Dejarás que se pudra dentro de esa inhumana torre? -  cuestionó la vieja.

- Si eso es lo que ella desea...- terminó por decir el demonio.

- ¿Desear? ¿Crees de verdad que ella quiere permanecer ahí confinada para siempre? - la incredulidad en la voz de la vieja demonio se hacia patente.

- Ella no ha pedido salir Minerva ni ha pedido hablar conmigo. - afirmó con dureza Azael.

- ¿Pretendes que ella te diga que quiere salir? No, mejor. Pretendes que ella te suplique, ¿verdad? - la mujer comenzó a reírse. - En serio, vete de aquí. Está conversación es de besugos y prefiero no tenerla y pensar que el muchacho que he criado no es tan idiota y orgulloso. - finalizó la vieja cerrando la puerta en las narices del demonio.

En ese momento, en Azael ya habían pasado toda una serie de gamas de colores por su rostro, desde el blanco hasta el rojo ira.

- ¿¡Qué me has llamado vieja chocha!? - pronunció Azael estallando en cólera.

La vieja volvió a abrir la puerta de la habitación enfurecida y cuando fue a contestar a quien ya carecía de su respeto, una sonora explosión la silenció y sacó de situación. El castillo estalló en gritos y alboroto. La pareja que antes discutía se encontraba ahora unida, bajando las escaleras a toda prisa para encontrar el foco de los disturbios. Los sirvientes balbuceaban cosas sin sentido, otras huían a las cocinas a refugiarse, otros maldecían al rey por sus decisiones pero ninguno se atrevió a salir fuera.

- ¿¡Qué ocurre aquí!? - gritó Azael para silenciar a la masa atemorizada.

-¡Es la torre! ¡La explosión ha venido de la torre! - informó un sirviente huyendo a las cocinas.

- Os dije que este día llegaría y que nada podría pararla... la chica ya debe estar muerta...- susurraba otro. - Es su venganza. - 

Minerva miraba crédula a Azael quien le devolvía la mirada temeroso pero consciente de la situación. Se apresuró raudo a la puerta seguido de Minerva, gritando a sus sirvientes que recordaran algo...

- ¡Ella es sólo una humana! ¡Es sólo una débil, precaria e insignificante humana! -  y dicho esto, puso rumbo a la torre.


A causa de la explosión se levantó una ventisca de tierra, polvo y humo que no permitió a Rachel poder ver con claridad y ni siquiera poder respirar con normalidad. El aire le faltaba, sentía como se ahogaba cada vez que tosía pero otra corriente de aire que entró por el ahora boquete en la pared disipó todo lo anterior, proporcionándole a Rachel una bocanada de aire fresco. 

Con la respiración más calmada y con los ojos acostumbrándose a la luz del día de nuevo, la chica pudo ver a una figura alta acercándose a ella y cogiéndola del brazo arrastrándola hacia fuera mientras le hablaba.

- Hubiera derribado la puerta pero pensé que una entrada con explosión a través de un lateral quedaría más heroico, ¿Tú que crees? Además, es más difícil reconstruir una pared que cambiar una puerta. - afirmó el hombre mientras le guiñaba un ojo a la mujer.

- Ebal...- pronunció ésta temerosa y débil.

- Venga... ni que te hubiera encerrado yo aquí. - dijo el demonio ofendido. - Vengo a rescatarte y así me recibes... Mujeres, no hay quien os entienda. - terminó por decir mientras ayudaba a la chica a mantenerse en pie junto a él. Tocó su frente con la palma de su mano. - ¡Estás ardiendo! ¿Es que el animal de este castillo no te ha dado medicina o qué? - inquirió furioso.

La cabeza de la joven muchacha no encontraba las palabras para expresarse. Quería huir de ese demonio pero a su vez estaba realmente débil y cansada. Él le puso por encima una especie de chaqueta larga que la hizo entrar en calor y Rachel sin decirlo lo agradeció.

- Estas hecha una pena...- susurró Ebal. - Quizás no debería haber dejado pasar tanto tiempo...- se lamentó el demonio.

Y cuando el demonio estaba dispuesto a cogerla y llevársela a Niflheim, fue detenido por las palabras del que tanto estaba deseando ver.

-¡Ebal suéltala!- gritó desde la lejania Azael

Ebal se relamió los labios y sonrió malévolo, afianzando entre sus brazos a la débil chica. Rachel no pudo más que apoyar su cabeza en el pecho del hombre. Comenzaba a sentirse mareada y presentía que en algún momento se iba a desvanecer.

- ¿Por qué debería? Si para ti, ella es solo una débil, precaria e insignificante humana - escupió irónico las palabras que había gritado Azael hacía apenas escasos momentos y comenzó a desvanecerse a causa del teletransporte.

Y aunque Azael quiso detenerlo, no pudo. Las palabras le habían herido. Si es verdad que él las había dicho pero no con la intención de desmerecer a Rachel. Minerva no había podido intervenir en ese encuentro por el estado de shock al ver las condiciones en las que se encontraba la chica.

Azael estaba peleando una batalla que estaba seguro que iba a perder.



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