-Vamos. -Me dijo algo serio. -Es tu Mamá.
Al instante se me heló el corazón. Se me pasaron mil cosas en la cabeza.
-¿Qué le pasó? -Dije con voz trémula.
-Lo de siempre Enrique, lo de siempre. -Me dijo el Director.
Se me había olvidado contarles que mi Mamá era una mujer alcohólica, una vieja de mierda borracha y que a mi y mis hermanos nos sacaba la cresta cada vez que podía. Era normal que mi vieja se emborrachaba cada vez que llegaba mi viejo de la mina. Mi Papá trabajaba en Antofagasta, en una mina bien conocida. Yo sabía que le pagaban bien, pero vivíamos en la mugre; mi Mamá normalmente era como todas las Mamás, o como se supone que deben serlo, pero, apenas llegaba mi Papá, todo cambiaba. Mi Papá viajaba de Antofagasta a Santiago en bus; siempre se quejaba que llegaba con el poto cuadrao´y que llegaba de mal humor, por lo general llegaba reclamando que la casa estaba sucia y que mi vieja no le tenía la comida caliente. Aunque no fuese así. Ahí es cuando le sacaba la cresta a mi vieja, y ella se dejaba pegar, parece que era normal que los Papás les peguen a las Mamás y así lo pensaba hasta los 10. Cuando el Rucio desabrido me dijo que su Mamita y su Papito vivían de lo más contentos.
Pendejo culiao, lo odio.
-Enrique, anda a buscar a tu Mamá, está molestando al weón de la botillería. Quiere que le vendan vino y no tiene plata para comprarlo.
Mi Mamá se calmaba con un trago de vino, en el fondo, la vieja no era mala; sólo que mi viejo le daba a ella, mis hermanos y a mi, una mala vida.
-Puta Director, ¿otra vez? -Dije a regañadientes.
-Anda a buscarla. -Me dijo. -Yo te doy permiso.
El Director Lopez, era un buen Director. A pesar de estar al mando de un colegio de mierda, era una buena persona, se preocupaba de los alumnos y siempre que nos mandábamos alguna cagá, se preocupaba de castigarnos y no de llamar a nuestro apoderado, porque sabía que a más de alguno le darían una golpiza por habernos portado mal.
-Anda, no te demores. -Me dijo.
Y partí a buscar a mi vieja, esto era semana por medio, ya estaba acostumbrado a tratar de calmar a mi vieja cada vez que hacía show.
Caminé en dirección a la botillería, que quedaba a unas cuantas cuadras de colegio. Iba doblando la esquina, cuando aparece Alfonso.
-¿Qué pasó pendejo? ¿Algún problemita? -Me dijo esbozando una sonrisa.
Era la sonrisa más bella que había visto.
-¿Y voh? Qué hací aquí. -Le dije sorprendido de que apareciera derrepente.
-Me escapé -Dijo cagao´de la risa. -Ya poh, ¿Qué pasa?
-Nada, weón. Mi vieja que tiene un problema. -Le dije.
-¿Y qué weá le pasó? -Dijo intrigado subiendo la ceja.
Conchetumare, se veía muy rico el weón con la ceja izquierda levantada.
-Nada que a ti te interese. -Le dije un poco enojado.
-Ya poh maricón, si querí te ayudo. -Dijo poniendo sus manos en los bolsillos.
-Puta, ya acompañame. -Le dije resignado. -Es por allá. -Apunté a la botillería.
-Vamos. -Me dijo moviendo la mano invitándome a caminar.
A lo lejos, se veía a mi vieja golpeando la reja de fierro de la Botillería.
-Oh, cacha weón, la vieja entera chora, está terrible loca. -Dijo Alfonso, sin saber la cagá que se había mandado.
-Es mi vieja. -Dije casi en voz baja con la esperanza de que no me hubiese escuchado.
-Chucha, sorry weón, no caché -Alfonso se encogió de hombros.
-Filo. -Le dije. -Tenís razón. Es una vieja loca.
Alfonso me agarró del cuello y me tiró a la pared. Tenía los ojos inyectados en sangre, parecía un loco. Sacó un cuchillo y me lo puso en el cuello.
Cagué. Pensé.