La fisio hizo comida como para una boda, necesitaba llenar el hueco que tenía en el estómago y recomponerse un poco para la tarde. Necesitaba estar al 100% y se arrepintió de haberse pasado la noche anterior. Puso el despertador y se echó una siesta de dos horas, por lo que cuando se levantó y se dio una ducha parecía una persona nueva.
Natalia apenas pudo comer, y no digamos dormir, de los nervios. Ya sabemos que no era una persona con facilidad social, por lo que se entiende perfectamente su estado inquieto. Una hora antes de la hora establecida ya estaba lista, sentada en el sofá, mirando el reloj cada dos minutos y fumando demasiado para aplacar la ansiedad.
Alba enfiló la calle Fuencarral y, llegando a la altura de la Gran Vía, la vio apoyada contra la pared, fumando. Llevaba un pantalón negro pitillo que dejaba sus tobillos al aire, un suéter fino de manga larga, que llevaba remangada, de color blanco y cuello de pico y unas All Star del mismo color. El pelo suelto tirado hacia un lado, los labios granates y unas gafas de sol negras de forma triangular. La madre que me parió. Estaba acostumbrada a verla en chándal y casi sin maquillar, por lo que contemplarla en todo su esplendor, con esa camiseta que se le pegaba al cuerpo como una segunda piel y aquellos pantalones que delineaban las líneas de sus piernas eternas, hizo que se parara en mitad de la calle casi sin parpadear. Esta sí que parece Natalia Lacunza, me vuelvo a mi casa, pensó respirando hondo y reanudando el camino que le conducía hasta ella.
- Hola -dijo con más timidez de la que pretendía mientras se levantaba las gafas de sol para saludarle. No supo muy bien cómo hacerlo, ¿tenía que darle dos besos, un apretón de manos o con un movimiento de la cabeza valía?
- Hola -contestó Lacunza elevando las cejas con su media sonrisa habitual y retirándose, a su vez, las gafas de sol.
Natalia tampoco tenía claro cómo proceder, así que hizo lo que veía hacer a todo el mundo: se acercó a ella y le plantó un beso en cada mejilla. Lo hizo rápido, muerta de la vergüenza ya que era la primera vez que lo hacían, pero aún así su olor se le incrustó en el cerebro. Huele a sorbete de limón. Se apartó nuevamente y se colocó las gafas. Estaba mucho más segura parapetada tras ellas, pues al mirarla directamente se sentía como si estuviera recibiendo a un miura a pecho descubierto.
Alba Reche brillaba más que el mismo sol, y se alegró de volver a tener puestas las gafas: le estaba deslumbrando. Llevaba el pelo recogido en un diminuto moño y el flequillo apartado de la cara con una bandana. El maquillaje perfecto, los labios rojos, gafas de sol cuadradas y unos aros que casi le tocaban los hombros. La rubia se dirigió con una sonrisa, con aquella maldita sonrisa suya, hacia la amplia avenida para llamar a un taxi, y Natalia, tres pasos por detrás, se fijó en su atuendo. Llevaba un jersey negro de mangas anchas, unos vaqueros ajustados que le hacían un culo espectacular y unas zapatillas blancas. Tenía razón María, es más bonito su culo que mi cara. Sonrió por su ocurrencia y no borró la sonrisa cuando la fisio se giró a mirarla.
- ¿Qué pasa? -preguntó frunciendo el ceño y sonriendo a la vez, ligeramente insegura.
- Nada, que es la primera vez que nos vemos en la calle. Me ha hecho gracia -contestó la morena encogiéndose de hombros y guardándose la mitad de la verdad para sí.
- Ya era hora de que me vieras sin ese maldito uniforme.
Natalia alzó una ceja que salió asomando por encima de las gafas y Alba se puso roja.
- Me refiero a que me vieras con otra ropa diferente, no desnuda. No quería decir que...
La morena soltó una carcajada de esas que estallaba en mil flores y confetis en el pecho de Alba. Su risa es como el carnaval.
- Deja de reírte de mí -le dio un golpe en el hombro y volvió la mirada hacia el tráfico.
El perfil de la rubia con aquella sonrisa avergonzada hizo que Natalia tuviera unas ganas casi irresistibles de abrazarle. Afortunadamente fueron casi irresistibles y se conformó con admirarla mientras sentía un calor en su interior que nada tenía que ver con que fuera finales de mayo.
- Eres la persona más mona del mundo, Alba Reche. Imagino que ya te lo han dicho alguna vez -Natalia era incapaz de salir de la nube de adorabilidad en que le había sumido la chica.
- Alguna que otra, sí -comentó distraidamente, sin mirarle y renovando el sonrojo de antes-. Vamos -agregó cogiéndola de la mano y metiéndose en un taxi.
Ese roce de manos produjo que sus corazones se saltaran un latido, por lo que decidieron sentarse cada una en una punta del vehículo. Ni aunque el coche hubiera dado tres vueltas de campana se habrían tocado. Distancia de seguridad, pensaron ambas. La morena por su general incomodidad ante el contacto físico; la rubia, que aunque fuera muy cariñosa en sus relaciones interpersonales, porque imaginaba lo poco que le gustaba a la otra.
Alba dio una dirección a la taxista y se sumió en sus pensamientos mientras miraba a Natalia de reojo, que estaba absorta viendo la ciudad pasar. No se le ocurría qué decir para llenar el silencio y se agobió, sabedora de que si esperaba que fuera su acompañante quien tomara la iniciativa podrían fácilmente no dirigirse la palabra en toda la tarde. No le importaba cargar con el peso de la conversación, pero en presencia de Natalia Lacunza se quedaba en blanco. No quería hacer el ridículo.
- Pensé que me llevarías al Retiro -comentó la morena sin apartar la mirada de la ventanilla.
- Demasiado típico, Lacunza -Alba sí que la observaba, y se aplacaron un poco sus nervios cuando la cantante se giró hacia ella, divertida.
- Alba Reche, huyendo de tópicos.
- Esa soy yo -y le guiñó un ojo tras bajarse las gafas hasta la punta de la nariz.
Natalia sonrió fascinada. Tiene la cara más bonita que he visto en mi puta vida y ni siquiera parece saberlo. Su naturalidad le asombraba y la dejaba a cuadros, con un cierto sentimiento de envidia sana. Le encantaría ser así y tenía la esperanza de ir soltándose a medida que avanzara la tarde.
Llegaron a su destino y descendieron del automóvil. Alba pagó la carrera y, al ver su cara de fastidio, le instó a que se acostumbrara. Esa tarde era su invitada. Caminaron un corto trayecto hasta un bar bastante normal que tenía una terraza maravillosa rodeada de setos. Cuando llegaron se quitaron las gafas y el camarero se acercó a ellas con una gran sonrisa.
- ¡Pero Alba, cuánto tiempo sin verte por aquí! -dijo en voz alta dándole un fuerte abrazo y dos besos. Era un hombre de unos cincuenta años con el pelo medio cano. Vestía un pantalón vaquero, deportivas desgastadas y una camiseta de Boikot.
- Pues hará un par de meses que no paso por el barrio, he tenido mucho lío. Ya sabes que siempre que vengo me acerco a saludar -Alba sonreía con todo su cuerpo. Se notaba que se alegraba de verlo y que en aquel lugar se sentía como en casa. Natalia la miraba con ternura.
- ¿Todo bien por el centro? -preguntó mirándola con orgullo.
- Muy bien, aunque echo de menos esto.
- El barrio es el barrio, pequeña -le guiñó un ojo y dedicó una mirada a la morena, que observaba la interacción sin intervenir-. Hola, qué tal, soy Juan, un viejo amigo de Alba -le tendió la mano y Natalia la estrechó.
- Encantada. Soy Natalia, una nueva amiga de Alba -sonrió la morena por el juego de palabras.
- Entonces eres bienvenida aquí. ¿Qué os pongo, chicas?
- Un tercio.
- Que sean dos. Gracias, Juan.
El hombre entró al local a buscar sus cervezas y volvió al momento con ellas y un par de tapas.
- ¿Con tapa y todo? -se sorprendió Natalia, que no estaba acostumbrada a este tipo de bares. La vida de una famosa tenía cosas malas a veces, y aquella era una de ellas.
- Genial, ¿eh? Bebe, es la cerveza más fría de Madrid.
- Es increíble. La mejor cerveza de mi vida -coincidió Natalia tras dar un trago a su tercio.
Se notaba que Alba estaba muy orgullosa, y ahora que contaba con el visto bueno de la cantante, más. No es que temiera que la chica fuera una estirada que repudiara los bares de toda la vida, pero estaba un poco insegura con respecto a sus gustos. Al fin y al cabo era una superestrella, estaría acostumbrada a gastrobares, gastrotabernas y gastrocualquier cosa que se te ocurriera, donde las tapas eran de diseño y la decoración carne de instagram. Sin embargo allí estaba, repantingada en su silla cutre con publicidad de Mahou, mirando a todas partes con la cara ilusionada de una niña. No pareció dedicar demasiada atención a las rastas, las crestas y las pintas en general de la gente que solía ir por allí y eso hizo sonreír a la rubia. Las personas con un nivel de vida tan elevado solían estar muy alejadas de la realidad cotidiana, pero a Natalia parecía darle igual.
- Hemos venido demasiado arregladas, Alba Reche, esto se avisa. La próxima vez me vengo con la camiseta del Jambo y un chándal. Y tan a gusto -sonrió señalándose con el tercio en la mano.
- ¿La próxima vez? -la miró con una ceja levantada y media sonrisa.
- Por la próxima vez -le devolvió la sonrisa y estiró la mano para brindar con la rubia.
- Por la próxima vez -chocaron los botellines y bebieron.
Se miraron durante los segundos que estuvieron bebiendo. Alba, que solía ser muy expresiva y habladora, estaba un poco bloqueada. Afortunadamente, alguien había intercambiado sus personalidades, al parecer, porque fue Natalia quien tomó las riendas.
- Bueno, cuéntame, ¿por qué Vallecas? -quiso saber.
- Pues no sé, anoche lo comentaba con mis amigas -empezó su explicación Alba-. ¿Dónde llevas a una persona que puede ir donde le dé la gana?
- No es así tampoco -protestó.
- Natalia... Vamos. Tú llegas al Prado aunque la cola llegue a Atocha y entras en cuanto te ven la cara.
- No me gusta utilizar ese superpoder. Aunque es cierto que lo tengo -comentó un poco abochornada. Que se sintiera incómoda con su influencia era algo que Alba no conseguía asimilar. Cualquiera en su lugar...
- Pues a eso iba -contestó como si lo que quería decir fuera muy obvio-. La idea era ir a algún sitio donde tú por ti misma no fueras a ir, lejos del glamour, la élite y los sitios pijos. Por eso el extrarradio -le volvió a guiñar un ojo y Natalia sonrió negando con la cabeza.
- Detesto los sitios pijos. Pero sigues sin contestar, Alba Reche. ¿Por qué Vallecas? -la miró con su intensidad habitual y aquella mirada, como solía ocurrir siempre que lo hacía, le impactó de lleno haciendo temblar el suelo bajo sus pies.
- Cuando vinimos de Elche vivimos aquí muchos años, mientras estudiaba la carrera y cuando abrí la primera clínica -reconoció con cierta nostalgia.
- Así que me has traído para enseñarme una parte de ti. Qué romántico -le quiso picar la morena.
- No te flipes, Lacunza -dijo entornando los ojos con malicia-. Te he traído porque sabía que aquí casi no te iban a reconocer y porque quiero que pruebes la mejor hamburguesa de Madrid.
- Vaya, me había hecho ilusiones -se encogió de hombros y Alba cabeceó, dándola por imposible.
Durante las siguientes tres cervezas siguieron hablando de la vida de Alba allí, de cuando abrió su negocio, de cómo conoció a Marta, de cómo las dos, codo con codo, habían levantado de la nada un imperio de vendajes, chasquidos y cremas. Natalia escuchaba con toda la atención del mundo. Era un placer oír hablar a la rubia, lo hacía con pasión, con orgullo, con gracia. Alternaba la cronología de su vida con historias divertidas; muchas tenían a Marta como protagonista, a sus pacientes, incluso a ella misma.
Natalia pensó, en un momento en el que Alba fue al baño, que podría estar embebida en su conversación catorce horas seguidas. Le gustaba cómo achinaba los ojos cuando sonreía con ganas, la risa estúpida y escandalosa que le salía antes siquiera de empezar a contar una historia que le hacía mucha gracia, la forma de sus labios cuando se ponía seria y bajaba el tono de voz como si lo que saliera de su boca fuera un secreto. Y sus ojos, era imposible resistirse a la magia dorada de su mirada. Podía ver las chispas saltando de ellos cuando hablaba de su familia, la ingenuidad que transmitían cuando contaba alguna anécdota vergonzosa y el calor ardiente cuando enfatizaba historias que quería que Natalia recordase. Atendió a cada palabra, a lo que la rubia consideraba importante y lo que era absurdo. Todo era como un cuadro impresionista, cada pincelada contaba para ver el global de la obra que era el mundo interior de Alba Reche. Y ella se empapó hasta el tuétano.
Alba, que no paraba de hablar, miraba extrañada a su acompañante. Solo intervenía para hacer más preguntas, parecía querer saberlo todo. Le escuchaba como si quisiera retener cada coma, cada pausa dramática que imprimía en su relato. Esto no entra para examen, Lacunza, deja de mirarme como si fuera lo más interesante que has visto en tu vida. Una persona que, presumiblemente, tenía una vida mucho más apasionante que la del 90% de los mortales, guardaba silencio, se bajaba del pedestal al que las masas, la prensa y la crítica habían alzado y dirigía el foco hacia la pobre fisio que hablaba de su estúpida e insulsa vida. No salía de su asombro.
Sin embargo, supo que no había equilibrio en su intercambio, pues la morena no dudaba en saciar su curiosidad mientras que la rubia sabía que una pregunta de su parte podría considerarse una impertinencia, un cotilleo morboso. No tenía la misma relevancia su vida que la de la cantante, pero comprendió que esta injusticia tenía una razón de ser y no le importó cargar con ella.
- Espero que tengas a Marta muy bien pagada -insinuó Natalia tras otra loca aventura de la recepcionista.
- Claro, la duda ofende -Alba entrecerró los ojos con suspicacia y la morena alzó las manos en son de paz.
- Calma, solo lo decía porque te ha salido muy bien, tiene una labia increíble. Si yo necesitara una recepcionista intentaría robártela -dijo muy seriamente. Cuando se le escapó la sonrisa la ocultó tras el botellín.
- Lo sé -le miró con intensidad, ladeando la cabeza, sopesando si era digna o no de lo que iba a decir a continuación. Pensó que sí-. Estoy pensando en hacerla socia.
Natalia abrió los ojos como platos y enarcó tanto las cejas que se perdieron entre su flequillo. No sabía por qué le contaba aquello si ni siquiera estaba hecho, pero le encantó, le hizo sentir que confiaba en ella. Supuso que no lo sabría mucha gente. Se observaron mutuamente, Alba intentando adivinar qué pasaba por la mente de la morena y Natalia con un respeto renovado hacia la rubia. La mirada les empezó a arder y decidieron quemarse, pues no desconectaron los ojos ni para pestañear.
- Eres una buena persona, Alba Reche -dijo sin más.
La veneración que extrajo de las palabras de la cantante hizo que el corazón de Alba se pusiera frenético. No necesitaba su aprobación, pero hubiera sido tan fácil decirle que no fuera tonta, que el negocio era suyo, que al no hacerlo sintió que si ella era una buena persona, como había dicho, la morena que tenía sentada enfrente también lo era. Una parte del subconsciente de Alba seguía esperando la hostia de realidad, una actitud, un gesto, un comportamiento decepcionante por parte de Lacunza. Una caída estrepitosa del trono en que la tenía por su música. Le costaba asimilar que una persona como ella, que tanto influía en su vida por sus canciones y su talento, fuera también buena gente. Tienes que tener un fallo, Lacunza, y lo tengo que encontrar o me volverás loca.
- No es de ser buena persona, es de ser justa. Se lo merece -se encogió de hombros la fisio.
No hagas como si no tuviera importancia, Reche, porque eres excepcional.
- Por la justicia, Wonder Woman -elevó el tercio para brindar.
- Por la justicia -chocó Alba.
Bebieron mientras se sonreían. Las cervezas empezaban a sumar, y las dos estaban más risueñas e intensas que de costumbre. Se demoraban mirándose a los ojos, hablándose en su dialecto secreto. Si al principio de la tarde habían comenzado cada una recostada contra el respaldo de su silla, a esas alturas ya estaban inclinadas sobre la mesa, acortando la distancia a medida que la confianza y la seguridad aumentaba entre ellas.
Natalia se quedó mirando la mano de la chica, que descansaba junto a ella, y quiso tocarla. Quería sentir la piel de la rubia, decirle, no solo con la mirada, sino también con el tacto, lo mucho que se alegraba de haberse tropezado con ella, de haberle dado la oportunidad de conocerse un poco más, de ser para ella un lugar seguro y amable en el que no tener miedo de ser. Quiso, lanzó la mano, pero a mitad de camino se acobardó. En lugar de la mano cogió el tabaco y se encendió un cigarro.
Alba se había dado cuenta del movimiento, y había contenido la respiración esperando un contacto que no llegó. No supo cuánto lo deseaba ella también hasta que el desencanto de no obtenerlo se le anudó en la boca del estómago. Era insoportable la tensión, o al menos para ella. No tocarse como personas normales, como Alba tocaba a todo el mundo de su entorno, le ponía de los nervios. Le temblaban las puntas de los dedos de ganas, le escocían los brazos ansiosos de un abrazo, le ardían las mejillas que se habían rozado hacía al menos dos horas. Pero respetaba el espacio de la morena, aunque no sabía cuánto podría continuar con aquella tortura. Decidió liberarse de la ansiedad del universo que parecía separar sus cuerpos y cogió también la cajetilla de tabaco de la cantante.
- ¿Puedo? -preguntó agitándola en el aire.
- Claro. No sabía que fumabas -sonrió Natalia, que ya le había dado un par de caladas a su cigarro y se sentía más calmada.
- Solo fumo cuando estoy pedo o nerviosa -confesó Alba mientras lo encendía.
Sostenía el filtro con los dientes en lugar de con los labios, y ese gesto le pareció tan sensual que notó como su estómago se contraía, dejando un reguero de calor que bajaba hasta su pantalón. Estás fatal, Lacunza, pensó para sí.
- Y, en este caso, ¿cuál de los motivos es? -elevó una ceja y a Alba le pareció un poco soberbia.
- Sí -y sonrió envuelta en una nube de humo que dirigió a la cantante.
Esa respuesta fue suficiente para que Natalia estallase en una carcajada gigante. Alba la miró embobada mordiéndose el pulgar, le encantaba cuando se reía de esa manera, se quitaba diez años de encima, se liberaba de la carga que arrastraba cada minuto del día. Era placentero verla así.
- Vámonos, que hay que comer algo o nos cogeremos una taja importante -dijo Alba levantándose de su silla.
- No, Alba, porfa -puso voz de niña pequeña, frunció el ceño e hizo un puchero. La rubia se sintió derretir.
- ¿Te ha gustado el sitio o qué? -ladeó la cabeza y se mordió el labio al verla tan jodidamente entrañable. No hagas eso, Alba Reche, pensó Natalia.
- Más que comer con los dedos -el tono y el gesto de la boca, hablando tan lento, de la cantante, fue más bien sugerente, y Alba notó un pinchazo en su bajo vientre, como si algo hubiera explotado un globo de agua que dejó un rastro de humedad entre sus piernas. No me jodas, Lacunza.
- Comer con los dedos es lo que vamos a hacer, tonta -quiso convencerle.
- Jo, Alba... -puso cara de súplica y la rubia ya no pudo resistirlo más.
Le cogió de ambas manos y tiró de ella con delicadeza. Casi pudo ver la chispa de energía que salió de entre ellas. Natalia se levantó muy lentamente, y en el camino, como si el tiempo discurriera a la mitad de la velocidad habitual, aprovechó para entrelazar sus dedos con los de la fisio y acariciarlos mínimamente, regodeándose en las corrientes que cruzaban de un cuerpo al otro a través de aquel punto de contacto. Somos conductoras de electricidad, pensó maravillada.
Cuando ya estuvo de pie, Alba tiró de ella con más fuerza, saliendo de la terraza. Aprovechando la inercia, Natalia apoyó el brazo bueno en el hombro más próximo de Alba, fingiendo que necesitaba el apoyo para estabilizarse. Como no hubo queja se quedó ahí, caminando a su lado recostada en ella con despreocupación. A Alba le hubiera gustado pasar una mano por su cintura y acercarla un poco más para que rodeara el cuello con su brazo, como hubiera hecho con cualquiera, pero se recordó que Natalia era más bien reacia, y si necesitaba mantener únicamente ese punto para calmar los nervios antes de avanzar un poco más en esto del tacto, ella estaba muy lejos de intentar llevarla más allá de lo que pudiera soportar. A la rubia el contacto le alteraba y calmaba a partes iguales, como un escozor placentero, como una herida que mojas en sal. Hoy no me voy sin un abrazo, Lacunza.
- Hostia Alba, ¿has pagau? -se paró en seco en mitad de la calle, formando una o con sus labios y con los ojos muy abiertos.
- Sí, he pagau -Alba se rió a su costa y Natalia le dio un codazo en el lateral de la cabeza-. ¿Y ese acento que te gastas?
- Es que soy de Pamplona. ¿No lo sabías? -se sorprendió la cantante.
- No tenía ni idea. Ya te dije que tu vida personal me daba exactamente igual.
- Y te sigue dando. No me has preguntado absolutamente nada -le picó Natalia.
- No creo que seas el tipo de persona a la que le gusten los interrogatorios -expuso Alba encogiendo los hombros.
- ¿Ah no? ¿Y qué tipo de persona se supone que soy?
- De las que cuentan lo que quieren cuando les nace hacerlo. Ni antes. Ni después.
Natalia aprovechó el semáforo en el que estaban paradas para mirarla o, más bien, traspasarla. Sintió en sus entrañas un impulso tan poderoso que fue incapaz de dominarlo. Se agachó y dio un beso en la mejilla de Alba, que notó sus orejas enrojecer. Se recreó un poco y dejó allí lanzada su boca unos segundos de más, absorbiendo el calor de la rubia, dejando que templara sus labios. Hubo gratitud en aquel gesto, y a Alba no le pasó desapercibido. Se separó a regañadientes y depositó sus ojos, que había cerrado, en los de Alba. La miel y el chocolate se mezclaron.
- Me caes muy bien, ¿sabes, Alba Reche? -confesó Natalia rompiendo el encantamiento y echando a andar de nuevo.
- Y, y, ¿y eso por qué? -tartamudeó Alba, aún un poco confusa por ese beso inesperado. Le ardía la mejilla y supo que estaría notando la quemazón hasta el día siguiente.
- Por lo que has dicho. Me tienes bastante calada, y eso me pone las cosas muy fáciles.
- No te entiendo. Explícate.
- Sí me entiendes, ese es el tema. Que me entiendes. Pero no te preocupes, yo te lo explico para que corrobores tus teorías.
- Eres insufrible -rodó los ojos, sonriendo.
- Y tú mientes rematadamente mal. Deja de interrumpir, Reche. Para una vez que me decido a hablar de mí relájate y disfruta -iba dando pequeños saltitos, con desenvoltura. Se le notaba que estaba a gusto hasta en los andares.
- A la orden, capitana.
- Como ya llevamos cuatro cervezas voy a explicarte una pequeña parte de mi personalidad, aunque tú ya lo sepas. No es que sea especialmente complicada, de verdad que no, pero tengo mis particuladir... particurali... cosas, tengo mis cosas.
- Borracha -la acusó Alba con una sonrisa divertida.
- Shh, Reche, presta atención -se puso un dedo en los labios-. Soy un poco rancia, como habrás podido comprobar. Evito el contacto físico, social y emocional. Yo antes no era así, ¿sabes? -miró hacia delante con seriedad, y Alba notó en sus ojos, por un segundo, que no se encontraba allí, sino en un pasado remoto que se le antojaba nostálgico. Tiempos mejores.
- ¿Y cómo eras? -susurró Alba para no sacarle de su ensoñación.
- Una pesada -volvió a mirarla-. Era realmente una apestosa, Alba, como un koala colgada de todo el mundo, dando besos, abrazos, achuchones. Pesadísima.
- Qué mona -sonrió Alba, deseosa de haber conocido a esa Natalia.
- Como te iba diciendo -Natalia desvió el tema, muerta de vergüenza-, yo antes no era así, era abierta, transparente, un ser de luz que iluminaba una habitación con mi sola presencia -la miró de arriba a abajo con la sonrisa en los ojos, evaluándola-. Como tú, aunque un poco menos.
- ¿Los piropos también son por las cervezas o por este ataque de sinceridad? -dijo Alba para sobreponerse al rubor que le ascendía por el cuello.
- Sí -se la devolvió Natalia, y esta vez fue Alba quien rió a carcajadas.
- Bien jugado, me lo merecía. Va, sigue.
- Pues bien, resumiendo: no era tan inaccesible como ahora. Soy distante porque me incomodo con mucha facilidad -explicó con una mueca de fastidio-, cualquier comportamiento ajeno que me saque de mi zona de confort me violenta y empiezo a hacerme pequeña hasta desaparecer. Es una mierda porque me gustaría ser más ligera, pero es como un mecanismo de defensa que salta y no lo puedo controlar.
- Algo acciona la palanca y levantas el puente levadizo, ¿no? -le ayudó a seguir Alba, conteniéndose unas ganas locas de preguntar qué había propiciado ese cambio en su personalidad. Apenas se conocían, no era el momento.
- La reina de la sinopsis sí eres. Eso es -volvió los ojos hacia la rubia. La miró como se miran las cosas extraordinarias y a Alba se le puso el pecho a galopar-. Y entonces, de repente, entre la maraña frustrante y angustiosa que es mi vida -alza el yeso-, aparece una fisio que no levanta un metro del suelo, que no hace nada, de verdad que no hace nada, Alba, es impresionante, solo está ahí, de pie, me mira y entiende cómo soy -hablaba atropelladamente haciendo gestos con las manos, como si fuera lo más asombroso del mundo, y Alba se reía con ganas. Qué graciosa eres cuando te relajas-. No sé cómo lo hace, es una magia oscura, no tiene que esforzarse y, mejor aún, no tengo que esforzarme yo en explicarle nada. Es una cosa impactante de ver.
- ¿Te mira y ya sabe todo? -Alba se hizo la sorprendida. Hasta esto haces bien, Reche.
- Me mira y sabe qué hacer y qué no hacer en cada momento -Natalia puso una mueca exagerada de incredulidad. Payasa-. Yo no le he dicho que no me gusta que me toqueteen, apenas me ha visto interactuar con dos personas, pero ella simplemente lo sabe y no lo hace.
- ¿Nunca? -entorna los ojos la rubia. Quiere saber.
- Una vez sí lo hizo -ahora era el turno de Natalia de ruborizarse-. Pero, ¿ves? Qué gran ejemplo. Solo lo ha hecho una vez, y fue un día horrible que tuve, y eso fue lo único que hizo que el día mejorase.
- ¿En serio? -Alba estaba realmente sorprendida. No se esperaba que aquello hubiera tenido tanta importancia para ella.
- A veces las personas solo necesitan que les recuerden que no están solas en este loco mundo, y una caricia ayuda a refrescar la memoria.
- ¿Y no es más fácil pedirlo, o hacerlo tú? -para una vez que la puerta estaba abierta Alba estaba decidida a entrar hasta la cocina-. No puedes estar esperando siempre que alguien te dé lo que necesitas sin arriesgarte a pedirlo.
- ¿Cómo va a pedir, por ejemplo, un abrazo alguien que tiene todos estos problemas por inseguridad y miedo al rechazo? No tiene sentido -se golpeó la sien con un dedo, como si fuera obvio.
- Ya. Pero alguien habrá con quien te sientas a salvo de todo eso.
- Podría haberlo -la miró tan profundo que Alba se mareó en el fondo de su mirada y, como siempre, entendió lo que quiso decirle.
- Y, si hubiera alguien así, ¿cómo sabría cuándo puede, o debe acercarse a ti?
- La intuición le funciona muy bien conmigo. Confío en su magia oscura -se rió Natalia.
Alba no dijo nada más, asimilando una a una sus palabras. Era cierto que casi nada de lo que había dicho le había sorprendido, era plenamente consciente de esa conexión que parecían mantener desde el primer momento en que se conocieron. Aunque tenía que admitir que era un subidón increíble oírlo en la boca de Natalia, pues apenas podía controlar el ritmo de su corazón.
Se sentía muy identificada con la descripción que había hecho de aquel fenómeno: solo está ahí, de pie, me mira y entiende cómo soy. Se sentía exactamente igual con respecto a la morena. Para ella era importante, pues parecía imposible encontrar a alguien con quien se compenetrara tan bien que no hiciera falta ni hablar, que entendiera tan limpiamente su humor, sus silencios, su fina ironía y sus dobles sentidos, que, por primera vez en su vida, se sintiera comprendida.
Sin embargo, lo que no se esperaba es que para la cantante aquella conexión fuera algo tan vital. Parecía que para ella no era solo un aliciente divertido, una compañía inmejorable: era más bien un lugar en el que sentirse libre. Alba notó en su pecho toda la ternura que podía albergar, y dio un apretón en la mano de la cantante, que colgaba aún de su hombro, en señal de comprensión.
Tras ese leve contacto, Natalia sonrió satisfecha. No se equivocaba: la intuición de Alba no tenía fisuras. Alzó la vista hacia el letrero del lugar, ya habían llegado. La Oveja Negra.