The Last War [Game of Thrones...

By Selene-Fennigan

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Daenerys, la última Targaryen y Reina de Westeros, llega a Winterfell para luchar en la Gran Guerra y ayudar... More

Antes del principio
ARYA (1)
SANSA (1)
TYRION (1)
DAENERYS (1)
EURON (1)
SAMWELL (1)
JON (1)
EL CUERVO DE LOS TRES OJOS (1)
JAIME (1)
DAENERYS (2)
JON (2)
ARYA (2)
CERSEI (1)
EL CUERVO DE LOS TRES OJOS (2)
TYRION (2)
JON (3)
ARYA (3)
DAENERYS (4)
SANSA (2)
CERSEI (2)
GENDRY (1)

DAENERYS (3)

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By Selene-Fennigan

A la distancia los miraba. Parecían tan inocentes que era casi un pecado dejar que aquellos dos se separaran. En sus ojos se reflejaba lo blanco de la nieve cayendo sobre sus hombros, y sus lágrimas saladas parecían congelarse en sus mejillas antes de llegar a enjugar sus labios.

—Prométeme que no vas a morir —creyó leer en los labios de Missandei. Sus ojos negros centelleaban ante la despedida de Torgo Nudo.

—Nos iremos lejos —escuchó de la boca del Inmaculado en su intento de apaciguar la mente de la más confiable de los consejeros de la Targaryen, y su única amiga—. Cuando Daenerys recupere su trono, no habrá espacio para nosotros en esta tierra. ¿Hay algún lugar al que te gustaría visitar?

Era cruel permitir que tal amor, tan puro y desinteresado, pereciera. Daenerys se hubiera opuesto a separar a Missandei y a Torgo Nudo si la decisión fuera de ella, pero no era solo su vida la que estaba en riesgo en aquella afrenta contra la muerte misma, sino que su hijo nonato también correría su mismo destino. Ya el dios de la muerte le había arrebatado a su Rhaego, y el Rey de la Noche, a su Viserion, por lo que no estaba dispuesta a perder a otro hijo más.

—Narth —respondió la antigua esclava, a la que Dany la había liberado de sus cadenas—. Me gustaría ir a Narth.

"Su tierra natal. Su paraíso. Su hogar." Pensó Dany mientras una sonrisa se escapaba de sus gruesos labios al ver a sus dos consejeros darse el beso del adiós. En su mente, rogaba a todo lo divino que el manto oscuro de la muerte no cayera sobre su general, pues aquella sería un pérdida que Missandei no sobrepasaría.

—Hay algunas cosas que se escapan incluso de las manos de una Reina tan poderosa como usted —habló una voz extraña a la Khaleesi de los Dothrakis. Al voltearse, una figura envuelta en rojo la esparaba a sus espaldas, y con una mirada cansada, como el que conoce y espera que el peso de su propio destino le caiga encima, le habló—. Ellos no se volverán a ver, y ambos lo saben —sentenció.

Un trago amargo bajó por la garganta de la Targaryen y una presión arreció su pecho.

—¿Acaso alguno de nosotros sobrevivirá? —preguntó la muchacha en un intento de no temerle a su propio final.

—Solo sé que yo no haré —aseguró la Sacerdotisa Roja sentándose junto al fuego bailarín que consumía la leña.

Daenerys siempre había sentido que las flamantes llamaradas rojas, naranjas y amarillas le susurraban canciones al oído, y siempre creyó que era su sangre Valyria la que la ayudaba a comprender aquellas baladas que escuchaba del fuego. Nunca pensó que se tratara de una deidad de ningún tipo, pues ningún dios la había salvado de sus tragedias cuando más lo necesitaba. Aún así, poder hablar con alguien que comprendía las visiones que se presentaban ante sus ojos, era algo que la joven Reina nunca había experimentado.

—¿No temes tu propia muerte? —preguntó la Targaryen tomando asiento frente a la llamada Bruja Melisandre. Ella, con sus ojos azules enfocados en las llamas, negó en un gesto.

—¿Por qué he de temerla? —habló— Todos moriremos algún día, y me regocija saber que mi muerte complacerá al Señor de la Luz, justo como la tuya —sentenció aquella mujer y ante sus palabras, las llamas se avivaron casi como si fuera magia. Dany no se sobresaltó, ni su rostro reflejó emoción alguna pues, efectivamente, estaba consciente de que una día ella también partiría de este mundo y se reuniría con la Sangre de su Sangre.

La sacerdotisa sonrió al ver la valía de la Reina.

—Tengo algo por lo que vivir ahora —dijo la de los cabellos plateados volteando su mirada púrpura al fuego.

—Y ella será la más bella y justa Reina de este pérfido país —sonrió Melisandre apuntando hacia el vientre de la Khaleesi. El asombro de Madre de Dragones no tardó en aparecer, pues ni ella ni su esposo habían anunciado aún el embarazo—. Tú romperás la rueda, Daenerys Stormborn; ella será la primera de una línea interminable de Reyes y Reinas que llevarán tu sangre y tu nombre. La historia de tus proezas será cantada durante siglos, y tu serás recordada como la heroína más grande de tu tierra. En la muerte serás amada, y en tu sacrificio, traerás la luz al mundo... pero nunca te sentarás en el Trono de Hierro, y nunca reinarás—terminó la mujer y con el fin de su profecía, las llamas en la chimenea regresaron a la normalidad.

A Dany no le impresionaban mucho las palabras de una bruja. Ya había quemado a una y su ponzoña no había sido más que maldiciones sin base que se redujeron a cenizas justo como su cuerpo.

—La primera Sacerdotisa del Señor de la Luz que conocí, me contó de la profecía del Príncipe que fue Prometidorecordó la Targaryen—. Kinvara me dijo que yo era la que iba a traer la paz al mundo y liberarlo de la oscuridad eterna.

—Todos tenemos un papel que jugar en tal profecía y el tuyo es, ciertamente, el más importante, Nissa Nissahabló Melisandre. Dany no comprendió en lo absoluto las palabras de la bruja, y era que los acertijos acerca de su futuro le provocaban una ansiedad que era difícil de controlar para ella. Tomando las blancas manos de la Reina, la bruja roja, le habló—. Cuando el momento sea correcto... apunta a por mí.

¿Qué quería decir? ¿Cómo era posible que Dany apuntara hacia ella? Una parte suya quería alejarse de aquella mujer y sus augurios de muerte, pero otra parte, tenaz y brava, quería escuchar todo acerca de su futuro.

—¿Interrumpo algo? —la voz de Jon en el umbral de la puerta aligeró la tensión de Dany e hizo que la muchacha respirara en paz nuevamente. Su esposo era su pilar; su Rey era su calma.

—Para nada, mi Rey —saludó Melisandre en una profunda reverencia y dejando solos a los recién casados—. Tengan una buena noche, aunque esta será larga, oscura y llena de terrores —terminó haciendo que un manto de incertidumbre se tendiera sobre los Reyes de Westeros.

Dany quedó en silencio por unos minutos mientras el Targaryen se despojaba de su negra capa con el emblema de los Starks. En su cabellera negra crespa, los copos de nieve relucían como perlas, y las viejas cicatrices de batallas pasadas se enrojecian por el frío y parecía que brillaban como fuego.

—¿Sucede algo, Dany? —preguntó él, preocupado por la mirada perdida de su Reina.

—¿Confías en la Sacerdotisa Roja?  —preguntó la Targaryen delineando su silueta en el espejo que colgaba en la pared.

—Ella me volvió a la vida —respondió el de hielo y fuego—. Tengo algo de fe en Melisandre.

La opresión en el pecho de Daenerys pareció arreciarse, pero volteó su rostro al espejo frente a ella y su semblante se tornó mucho más apacible. Su figura ya comenzaba a cambiar y su bebé se hacía cada vez más fuerte, dando potentes patadas en su vientre, como para avisar que se encontraba con ansias de nacer al mundo y dominarlo. "Justo como su madre" pensó la Reina plateada y la preocupación por las palabras de la Bruja Roja parecía desaparecerse de su mente.

—Patea muy fuerte —susurró la Khaleesi—. Ella esta creciendo muy rápido —habló y el rostro de Jon se iluminó con una ligera sonrisa.

—¿Ella...? —repitió caminando hacia su radiante esposa, y colocando sus manos en su vientre, sintió a la pequeña princesa.

—Melisandre me lo dijo —respondió la Reina y aunque su sonrisa quiso disiparse por un momento al recordar todas las profecías de la bruja roja, y todas aquellas visiones que había visto danzar en el fuego, sentir a su hija saludable y fuerte, le devolvió la voluntad—. Tendremos una pequeña princesita.

—Si es una niña —dijo Jon estrechando las manos de Dany e hincando su rodilla en el suelo, como para susurrarle secretos a su bebé—, Rhaella es un muy bello nombre.

Y lo era. Aquel fue el nombre de su madre, y en él recordaba a su hermano mayor, y padre de Aegon, y a su dragón, pero aún así la Reina declinó la petición de su Rey.

—Lyanna también es precioso —le sonrió y vio como el gris de los ojos de Jon pareció cobrar color de la alegría. Aquella princesa uniría a los Starks y los Targaryen; al hielo y al fuego, y nada era más apropiado para ella que llevar un nombre del Norte y un apellido del Sur—. Lyanna Targaryen o Eddard Targaryen, esas serán nuestras opciones.

En un beso, los augurios de mala fortuna parecieron desaparecer y entre las mantas de piel, sus cuerpos se despojaron del frío.

"Yer anni atthirari jalan" el susurro que decía "Eres la luna de mi vida" la hizo abrir los ojos, y aunque la nieve caía como en el Norte, frente a ella, mancillado con sangre, un trono fundido de un millar de espadas esperaba junto a las llamas flamantes de un dragón. Ella ya había vivido esa visión, ese sueño. Ella ya sabía que subía los escalones para llegar al trono, pero que el llanto de un infante la disuadía de tocarlo, y salía afuera a buscarlo. Ella sabía que cruzaba el muro y caminaba entre la nieve, así, vestida de terciopelo rojo y negro con una corona con un dragón tricéfalo de rubí, onix y esmeraldas. Ella entraba en una choza Dothraki y veía a su Rhaego en los brazos de su primer esposo, con su perlada tez y su cabello negro, y aquellos ojos violetas que parecían mirar el alma. Ella ya había vivido aquello, y sin embargo, algo la llamaba a regresar, a quedarse hasta el fin de los días en aquel lugar, y allí esperar a su Lyanna y a su Aegon.

"Hash anja atihak yera salvaste" le dijo Dany a su Khal, quien en sus fuertes brazos morenos cargaba a aquel niño que estrechaba sus manitas hacia su madre para sentir el calor de su seno. "Volveré a ti, mi sol y estrellas, y a ti, mi príncipe... incluso más pronto de lo que creí..."

Un cuerno sonó en la distancia y el viento frío hizo tronar la choza allá en su sueño, pero la mano de Jon en sus hombros la hizo despertar a su realidad en un salto.

—¡Ya están aquí, Dany! —exclamó el Rey con la mirada oscura, como asustada por lo que iba a suceder.

—¿Qué? —preguntó ella, pero el sonar del cuerno y el cantar de las espadas en el patio, la hicieron reaccionar ante su realidad.

—El Ejército de los Muertos está aquí.

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